Fallece Mijaíl Gorbachov, el hombre que cambió la historia del siglo XX


“Gorbachov es difícil de entender”. Esto le decía sobre sí mismo y hablando en tercera persona en 2006 al historiador William Taubman, que llevaba un año escribiendo una biografía y se disculpaba por avanzar despacio. “No te preocupes, Gorbachov es difícil de entender”. 

En muchos sentidos, el último líder de la Unión Soviética, propulsor de la perestroika y del intento de una transición democrática que desencadenó el final del telón de acero, fue una excepción en su país y a menudo escapó a la comprensión de sus conciudadanos y de los que le rodeaban. También a la de líderes vecinos occidentales, entre la desconfianza de Helmut Kohl (que lo comparó con Goebbels) y la fascinación de Margaret Thatcher, que decía que nunca había dejado de discutir con Gorbachov desde su primer encuentro, en 1984, y que nunca se había cansado.

“Sus admiradores se maravillaban ante su visión y su valor. Sus detractores, incluyendo algunos de sus antiguos camaradas del Kremlin, le acusaron de todo, desde la ingenuidad a la traición. La única cosa en la que todos están de acuerdo es en que casi en solitario cambió su país y el mundo”, escribe Taubman en Gorbarchov: Vida y época, una minuciosa biografía publicada en español en 2018 basada en documentos y en entrevistas, incluidas varias con el protagonista. 

Entre la violencia y la esperanza

Gorbachov nació en 1931 en Privolnoe, un pueblo del norte del Cáucaso, en una familia de campesinos que sufrieron el hambre de aquellos años y la persecución de Stalin. El recuerdo de la violencia, a través del relato de sus abuelos y de su padre, que luchó en la Segunda Guerra Mundial en Ucrania, marcó a Gorbachov, que decía detestar el conflicto y tenía la obsesión de acabar con las armas nucleares. Hasta el punto de que él y Ronald Reagan estuvieron cerca de llegar a un acuerdo total de desarme y que Gorbachov llegó a marcarse como meta que las armas nucleares desaparecieran por completo en el año 2000. Aunque no llegaron tan lejos, firmaron el pacto más ambicioso hasta entonces.  

Gorbachov conocía la violencia y el trabajo duro del campo por los veranos en que ayudaba a su padre con jornadas de casi 20 horas para conseguir llegar a los objetivos de la cosecha marcados desde Moscú. Pero siempre tuvo la pasión por leer todo lo que encontraba, con una mezcla de intelectualidad, romanticismo y optimismo inusual en la Unión Soviética. Su padre, Sergei, le apoyó para que estudiara en la Universidad de Moscú, la mejor del país. 

Desde adolescente parecía soñar con otra vida. A una novia le escribió con 17 años una postal que decía “Dum spiro spero” (“mientras respire, tengo esperanza”). La novia le contestó: “Respira, pero no esperes demasiado”. 

Aquella novia se quedó atrás cuando Mijaíl conoció en la Universidad a Raisa, una joven seria y estudiosa como él, de familia más acomodada y urbana, y que no quería correr la suerte de las mujeres rusas esclavizadas y a menudo maltratadas por maridos alcohólicos. Una de las cruzadas de Gorbachov como político sería la lucha contra el alcoholismo.

Las dudas y el ascenso

En la universidad, Gorbachov entró en contacto con algunos críticos del sistema, incluidos algunos de los que participaron después en las revueltas de la primavera de Praga y estudiantes judíos que fueron perseguidos por el antisemitismo propulsado con bulos por el régimen de Stalin. Gorbachov parecía a menudo decepcionado con los límites a la libertad de expresión y con las frustraciones por la ineficacia de la economía centralizada que había llevado a la miseria a su familia. 

Pero, pese a sus dudas, llegó a un cargo de gestor provincial en Stavropol, cerca de su pueblo, y de ahí fue ascendiendo, incluso mientras crecía su descontento con la manera de gestionar la vida de campesinos que llevaban vidas de sufrimiento, lejos de los privilegios que tenían los burócratas y los líderes del partido. A menudo era percibido como una persona demasiado intelectual, al igual que Raisa, que daba clase y escribía estudios académicos. 

No se destacó por perseguir a disidentes, pero tampoco los defendió, y dio entonces unos pocos pasos de apertura en reuniones locales para permitir cierto grado de debate. Se había quedado impresionado por el discurso secreto en el que Nikita Khrushchev había denunciado las atrocidades de Stalin, pero en su autobiografía reconoce que durante años no se atrevió a compartir sus opiniones. En los años 70, fue ascendiendo hasta llegar al Politburó en Moscú, incluso después de escribir algunos textos críticos pidiendo más independencia en la gestión de la agricultura y denunciando la falta de recursos de lugares sin escuelas ni médicos. 

Algunos contemporáneos contaron después que su hipocresía le ayudó a ascender y que era un político que le decía a todos lo que querían oír. Hizo amistades clave, por afinidad intelectual o por intereses comunes. La más importante, la de Yuri Andropov, líder del KGB y luego primer ministro, con quien compartía el gusto por la lectura de escritores y filósofos rusos y foráneos. 

¿Por qué la gente vive peor?

Sus ambiciones estaban claras, al menos para algunos, cuando empezó a viajar a Occidente, un privilegio que el partido comunista permitía a unos pocos. Desde sus primeros viajes por Europa (a Italia, Francia, Bélgica y Alemania) se maravilló de la informalidad y tranquilidad con la que hablaban y se comportaban los ciudadanos de esos países. Y como muchos de sus colegas a los que se les permitía viajar, dr la vida tan fácil que parecían llevar los ciudadanos de la Europa libre. “La gente vivía mejor allí. ¿Por qué la gente de nuestro país vivía peor que en otros países desarrollados? No me podía quitar eso de la cabeza”, explicaría después. 

Aunque en sus largos paseos con Raisa (su actividad favorita) confesara sus inquietudes, en el Politburó Gorbachov seguía apoyando en sus escasas intervenciones la represión de las protestas en el Este de Europa y los mensajes habituales contra el imperialismo de EEUU. Según ascendía e iba acumulando apoyos, sus posiciones se fueron haciendo más críticas y más explícitas. 

En 1985, el año en que fue elegido para liderar el partido y el país, empezó a utilizar las palabras “perestroika” y “glasnost”, en referencia a las reformas y la transparencia que empezó a defender tímidamente en su país. 

Sus discursos tenían promesas de cambios, si bien tardó en aplicarlos, incluida la retirada de las tropas soviéticas de Afganistán, tras la desastrosa invasión de 1979. Pero empezó cambiando de estilo, con menos ceremonias en el trato porque quería ser un líder más accesible, como los que había conocido en Occidente, y más cercano al pueblo. Incluso abroncaba a los que le aplaudían demasiado o a los que le daban siempre la razón en los discursos. El nuevo estilo de liderazgo también incluía tener cerca a su esposa, que solía impresionar con sus conocimientos de literatura e historia a los anfitriones de los países europeos que visitaba. 

Los colegas de Gorbachov criticaban a menudo a Raisa por la influencia que ejercía sobre él, algo inédito en un país donde las parejas de los líderes -todos hombres- no estaban invitadas ni a los actos ceremoniales. Cuando Gorbachov fue entrevistado en la cadena estadounidense NBC, dijo que consultaba con su mujer “casi todo” y los medios rusos omitieron esta respuesta. 

Chernobyl, un antes y un después

Lo que, según Gorbachov, le cambió de manera definitiva y selló el curso del final de la Unión Soviética y sus satélites fue el accidente en la central nuclear de Chernobyl, en Ucrania, en abril de 1986, y la ausencia de reacción del Kremlin entre la pasividad, el encubrimiento y la falta de información. “Chernobil me abrió los ojos de verdad”, le dijo Gorbachov a Taubman para su biografía. Su vida, según él, podía ser explicada en dos partes, antes y después de Chernobyl. Y lo cierto es que después del accidente y la ausencia de medidas y preparación su disgusto por casi todo lo que le rodeaba a su país no hizo más que aumentar. 

El temor a una guerra nuclear y la sensación de que el sistema se desmoronaría si no hacía algo le empujaron a intentar pactar con Reagan, con quien se reunió por primera vez en Ginebra en noviembre de 1985. Conectaron pese a sus diferencias ideológicas y de carácter y acabaron haciéndose amigos con la mediación de un personaje inesperado, el ex presidente Richard Nixon, que fue a visitar a Gorbachov y le convenció de que a Reagan le había caído muy bien.  

Una de sus obsesiones era que los políticos y la población aceptaran los horrores de su propia historia, en particular las purgas de Stalin y la persecución de campesinos, entre otros lugares en Ucrania, la tierra de su madre y de los padres de Raisa. “Stalin era un criminal que no tenía ninguna moral. Un millón de activistas del partido fueron asesinados, tres millones enviados a campos para que se pudrieran. Ese era Stalin… Aclárate el caos que tienes en la cabeza”, le dijo a un colega del Politburó que se quejaba del énfasis en la historia más negativa del país. 

Permitió la publicación de libros censurados, incluso de aquellos eran un tabú y que circulaban en el mercado negro, como La rebelión en la granja de George Orwell. Permitió los primeros negocios privados y animó a los gobiernos de los países del Este a decidir sobre su futuro. “Queremos vivir y dejar vivir”, dijo en una entrevista a la revista Time. En marzo de 1989, aceptó la celebración de lo más parecido a unas elecciones libres y dejó el debate abierto y televisado en el Parlamento, donde llegaron algunos de sus rivales, como Boris Yeltsin. En febrero de 1990, se convirtió en el primer presidente de la Unión Soviética, con un cargo equivalente al de otros gobiernos vecinos. Ese año, ganó el Premio Nobel de la Paz por su contribución a las reformas en Europa del Este. Entonces, por primera vez, la mayoría de la opinión pública de Estados Unidos decía que la Guerra Fría había terminado.

Pero la resistencia estaba dentro de casa. Los más conservadores se opusieron a sus reformas en el Politburó. En medio del empujón de las declaraciones de independencia de los países del Este recurrió a las armas para sofocar protestas en las repúblicas soviéticas o a las tácticas más modernas de cortar el gas a los rebeldes que querían gobernar su país, como los cortes de gas y el embargo hasta de medicinas a Lituania tras su declaración de independencia. 

El golpe

El fallido golpe de estado de los ultras en agosto de 1991, que mantuvo en vilo a millones de europeos, debilitó el poder de Gorbachov lo suficiente como para abrir paso a Boris Yeltsin, el líder que acabó marcando la transición democrática y el final de la Unión Soviética, el 25 de diciembre de ese mismo año. 

Gorbachov siguió activo dando discursos y trabajando en su fundación para promover el desarme y la lucha contra la contaminación e incluso haciendo anuncios para Pizza Hut o Louis Vuitton.

En 2011, durante la celebración de su 80 cumpleaños, lamentó la deriva que estaba tomando de nuevo su país en manos de Vladímir Putin en lo que, según decía Gorbachov, era una “imitación” de la democracia. A menudo sus críticas no eran bienvenidas entre sus conciudadanos, que apenas se han movilizado para defender las libertades civiles. El ex presidente soviético usó parte del dinero del Nobel para ayudar a fundar el periódico independiente Novaya Gazeta, que este año se ha visto forzado a cerrar en Rusia por la persecución de sus periodistas y la imposibilidad de informar sobre la invasión rusa de Ucrania.

En junio, uno de los últimos amigos que visitó a Gorbachov en el hospital, el economista Ruslan Grinberg, dijo: “Nos dio a todos libertad, pero no sabemos qué hacer con ella”. 

Mijaíl Gorbachov nació el 2 de marzo de 1931 en Privolnoe y murió el 30 de agosto de 2022 en Moscú.

Fuente: eldiario.es

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