Después de 8 años, el próximo 20 de enero, Barack Obama dejará de ser presidente de los Estados Unidos.
No son pocos los analistas que consideran que con su mandato se entierra definitivamente la unipolaridad del mundo para dar paso otra etapa en la que el poder podría estar más repartido.
Con esa lectura, se hace casi imprescindible referirse al legado de su administración, pensando en primer lugar en aspectos de política exterior. El trascendental acuerdo con Irán como parte de las potencias del G5+1 y el restablecimiento de las relaciones con Cuba son dos de los indiscutibles logros. Esas valientes apuestas estarían empañadas, sin embargo, por los resultados de la lucha contra el terrorismo internacional, en la que EE.UU. sale muy mal parada.
En clave doméstica, su labor ha estado marcada por el reflote de la economía y por el inicio de la reforma del sistema de salud, tareas cuya consolidación aun necesitará más oxígeno. Mucho más atrás en el camino se han quedado los cambios en las leyes migratorias.
Para Pedro Baños, coronel y analista geopolítico, “Obama no nos deja el mundo feliz que nos había prometido”.
El abogado Javier Morillas Padrón cree que “deja atrás un país dividido y unas esperanzas defraudadas, además un nuevo gobierno de Trump con muchas dudas”.
El también abogado José Luis Urosa considera que “Obama se va desde la pasividad y la desconfianza, y lo que ha tenido”, enfatiza, “son políticas por completo erráticas”.
Para el periodista Israel García-Juez, la gestión del presidente saliente se resume en “una gran operación de marketing político que nos vendieron”.
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