Los modelos estéticos y Hugo Chávez (Análisis)

La clase media se comporta cual queso rancio del emparedado, por cumplir con la tendencia estética, en una pseudonecesidad: la de parecer aceptada. Cuanto mas parezca fitness, blanca, lampiña o la camisa esté acorde a la estación respectiva, mejor: de cuadritos, equiláteros, que no se note ser pobre, convirtiéndose así en voraz consumidor del fashion […]

La clase media se comporta cual queso rancio del emparedado, por cumplir con la tendencia estética, en una pseudonecesidad: la de parecer aceptada. Cuanto mas parezca fitness, blanca, lampiña o la camisa esté acorde a la estación respectiva, mejor: de cuadritos, equiláteros, que no se note ser pobre, convirtiéndose así en voraz consumidor del fashion del año siguiente, sin percatarse del fraude que asimila, la estafa de las “temporadas” en un país sin estaciones. Es como si la cigüeña se hubiera equivocado y lo hubiera zumbada o zumbado aquí mismito, cuando lo único que debió hacer era depositarlos allá donde hoy estaría pensando en el abrigo, la bufanda, la bota, el peinado, el celular 2016. El mercado sabe vender ese parecerse al estereotipo que pasa por categorías étnico raciales, de clase social y de género. Asunto que aparenta trascender clases sociales cuando en realidad las reafirma.

Este tiempo es también de acoso estético. Se reproduce en lo cotidiano a través de la valoración o desvalorización, halago o burla y sublimación del modo de producción cultural. A un candidato(a) deben buscarle esposa o esposo, preferiblemente rubio(a), delgado(a), preferiblemente muda o mudo. Lo demás puede arreglarse cirugía mediante. Espejito, dime que los pelos están en su sitio, quítame esta mancha marrón que cubre mi piel. En fin, espejito, no hagas que sufra por ser lo que no soy.

El acoso estético es profundamente excluyente y autoexcluyente. Mientras los modos de producción cultural reproducen sus lógicas de capital, la composición de sus públicos es de clase. No es igual una camisa de cuadros de Lorenzo a que la vista el gerente que cae en la emboscada de intentar los mismos anteojos, el color de su cabello, su misma onda despreocupada. Lorenzo es dueño del capital y de su fuerza de trabajo como también lo es del modo de producción cultural consciente o inconscientemente. El trabajador que quiere y cree que parecerse estéticamente lo iguala, se conforma con almorzar en la misma mesa, pero eso no los iguala ni en el hambre ni en la saciedad.

Con la estética surge una mezcla de sin sabores que es banalizada por la propia industria de la publicidad. Esto me recuerda a la leche Klim. Es un problema de clase, de la mano que mece la cuna: MCM aprieta su mandíbula, frunce y sonríe de soslayo, saluda a Delsa o a otra de la MUD, que finge la casualidad de que ambas coincidieran con una camisa blanca. Ah, pero en realidad para María es el “Gran Poder de Dios del Capital y sus apellidos” lo que vale. MCM sabe que la de ella no tiene precio, no es ese el problema, la original, la única, la que debe callarse su desprecio por las reconstruidas lolas MCM bajo presupuesto en la buhonería de Chacaíto. Agotada de tanta tolerancia MCM le confiesa a su madre su dosis de sacrificio: “…las cosas que debo hacer por mi país, por la política: tolerar el mal gusto y la imitadora barata”. Al fin y al cabo ni el chicharrón con pelos se salva como bien de consumo diferenciado por la clase social.

La estética de la clase media autoengañada, busca parecerse a lo que no es y se subordina a un modo de uso de los bienes que pretende cumplir con los códigos que interpreta como propios de la clase social a la que no pertenece. Cuántas Delsa no duermen por querer parecerse a MCM. Muy a su pesar, de derecha o de izquierda, es presa de la estética burguesa que deslumbra haciendo creer que las diferencias culturales son dadas por el don concedido mas allá del poder adquisitivo, natural y necesario en la perpetuación de las cosas.

Este modo de usar los bienes, tal como lo dice Pierre Bourdieu, expresa tres estéticas desiguales: la estética burguesa, la de los sectores medios que se constituye fundamentalmente por la industria cultural y por la asimilación de ciertas prácticas y la tercera, la estética popular que se representa como pragmática.

¿Acaso ya Manuelita reconocía de forma implícita las relaciones de poder dadas las diferencias de clase, etnicidad-raza y género? En 1822 apuntó: “Los señores generales del ejército no nos permitieron unirnos a ellos: mi Jonathan y Nathán sienten como yo el mismo interés de hacer la lucha; porque somos criollas y mulatas a las que nos pertenece la libertad de este suelo”

A decir de Vanessa Ortiz Piedrahíta, las categorías etnia, clase social y género sirven para normar las relaciones entre los individuos y los modelos estéticos.¿Eliges? Hay un ejercicio del escoger que se parece mucho al regaño condicionado, al interrogatorio cuaimatizado en ciernes, cuando irrumpe con preguntas como: “¿tomaste caña con soda o con agua?” o “¿fumaste con filtro o sin filtro?”, ante lo cual, la única opción aparente es contestar una de las dos sentencias ofrecidas y no el fondo de la pregunta. Con la estética sucede otro tanto: la tendencia es un espejismo que perpetúa las inequidades, anula el sentido pragmático y funcional que ubique al ser humano por encima de la enajenación engañosa.

El gusto no es una manifestación libre, sino “es el modo en que la vida de cada uno se adapta a las posibilidades estilísticas ofrecidas por su condición de clase, dice Bourdieu.

Acaso desde el chavismo originario podríamos revisar el peso hegemónico de la violencia simbólica. El comandante Hugo Chávez reía a mandíbula suelta con su diastema. ¿Cuántos odontólogos no le ofrecerían liguitas para sus dientes separados? Bromeaba con su cabello. De la verruga hizo un show. Descalificó su aspecto, su origen veguero como una contraofensiva, ubicando la banalidad lejos de él, confiado en lo que era y no en lo que pretendían que fuera, pero pasaba a la urgencia contra hegemónica. Reivindicaba las “rarezas”, las discapacidades, las diferencias naturales y desenmarañaba las múltiples modalidades que ha adquirido la inequidad.

Hoy cuando parecieran amenazadas esas contradicciones que puso sobre el tapete Chávez, hay zombis monocromáticos que intentan un brinco al saltarse las medidas políticas, sociales, económicas o culturales.

¿Qué somos y qué parecemos, existe una estética del “chavismo y del antichavismo?

-prensabolivariana

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