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Entre las visitas presidenciales que constan ya en la historia de Doñana, desde que Felipe González eligiera esta reserva natural para el asueto de estado, quizás se esta última de Zapatero la que menos vuelo de anátidas ha provocado. La entrada del presidente por el camino de Malandar, la playa por la que penetran las hermandades tras pasar en barzaza la desembocadura del Guadalquivir en Sanlúcar de Barrameda, sólo ha provocado en esta ocasión un revuelo de abucheos a duras penas cubierto por los gritos de los escasos camaradas que acompañaron a la alcaldesa socialista, Irene García.
La España que sortea la crisis lidiando con el langostino tigre en las terrazas de Bajo de Guía mira a Zapatero de soslayo y a lo lejos; le deja pasar de orilla a orilla como quien ve alejarse definitivamente a un presidente al que Pérez Rubalcaba le ha robado el poder en un descuido, y se hace cruces para que el camarero no incluya la prima de riesgo en la factura de la cena.
Sanlúcar espera la bajamar para ver los caballos correr por las arenas, y el presidente eligió la caída de la tarde, el momento en el que sobre el Coto se desliza la puesta de sol, “bajo el palio de la luz crepuscular” que diría la canción con letra de Mariano Rajoy, para llegar medio desapercibido con la excusa de que se ha pasado el día pendiente de los mercados. Desde la barcaza que cruza el Guadalquivir, a Zapatero se le ignora o se le acusa de ser la causa de todas las desgracias… Y con gritos de ¡vete ya! y otros incluso de peor factura, se le empuja para que se pierda en la reserva natural y llegue pronto al palacio de Marismillas.
Las estancias de presidentes socialistas en el Coto ya no son lo que eran. Cuando Felipe descubrió Doñana como lugar de retiro presidencial, a él llegaban para departir o conspirar desde François Mitterrand a los compañeros del partido de las provincias limítrofes que lloraban en el hombro del presidente lamentándose de las maniobras de los guerristas. Felipe les daba de comer, les paseaba por el Coto, les presentaba a los guardas y les daba lecciones sobre la avifauna antes de irse a pescar con aquel amigo de Mazagón que le enseñó a tirar la caña.
Entre la gaviota y la anátida
Después llegó Aznar, que puso en valor el vuelo de la gaviota en la playa de Castilla, junto a Matalascañas, frente a la anátida, a pesar de que en esta familia de aves se encuentre el ánsar, y desde las dunas móviles cambió el perfil populista de González por la sobriedad castellana, mientras los jabalíes seguían su camino como si nada y los guardas pasaban de ir a recoger a Felipe a hacer el servicio del presidente.
La última estancia de Zapatero en el Coto, sin embargo, quizás sea la más triste de cuantas puedan contar las historias de la reserva presidencial. Con el riesgo de los mercados volando sobre los pinos amenazando tormenta de verano, las escoltas de la Guardia Civil racionando el combustible de sus todoterrenos y los guardas con cara de pocos amigos, Zapatero se ha introducido en la playa de Malandar acompañado de la prima de riesgo, empujado por la mirada de los lugareños y turistas nacionales que le rezan a la Blanca Paloma para ver si amaina.
Publicado desde Ubuntu 11.04 para Mac.
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