Cuando las redes sociales primero, las televisiones después y finalmente Barack Obama en persona confirmaron cerca de la medianoche de domingo que los rumores eran verdad, América explotó de júbilo: la Casa Blanca rodeada de gente cantando el himno americano, Times Square y la Zona Cero en Nueva York tomadas hasta el amanecer, con gente subida a las farolas, etc. Pero entre los que perdieron seres queridos o sufren secuelas a raíz de los atentados la alegría se mezclaba con la gravedad y con la pena. Incluso con algo de miedo: aunque se elude hablar de alarma antiterrorista y el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, no para de hacer discursos afirmando que la moral de la ciudad “está más fuerte que nunca”, el comisionado de policía, Ray Kelly, admite que ha reforzado los niveles de seguridad.
Por lo demás la ciudad conserva más cicatrices de aquel atentado de las que se aprecian a simple vista. Mientras los turistas siguen afluyendo masivamente a la Zona Cero, muchos neoyorquinos la evitan. Tratan de no pasar por ahí y ni siquiera verla, más cuando el doloroso retraso en repoblar el espacio urbano devastado prolonga todavía más la agonía. La sensación de pérdida.
Por eso fue tan extraordinario el hecho de que miles de personas acudieran a la Zona Cero al conocerse la noticia y en varios casos permanecieran en ella hasta el amanecer. Unos portaban retratos de sus padres, novios, hermanos, hijos, y los estrechaban entre lágrimas donde se fundían el contento y una forma suavemente inextinguible de desesperación. Otros agitaban banderas americanas. Parejas llevando de la mano a niños nacidos poco después de los atentados.
Un colectivo particularmente triste es el de aquellos que trabajaron en las labores de rescate, como profesionales o como voluntarios, y en muchos casos han contraído enfermedades a raíz de riesgos sanitarios de los que no se les previno en su momento, y que han encontrado una respuesta desigual de las Administraciones. Hasta hace bien pocos meses republicanos y demócratas han estado enzarzados en una bronca vergonzante el Congreso por el monto de las indemnizaciones. Pero incluso ellos estaban esta vez más contentos. “Hay buenos días y malos días, pero hoy al oír las noticias he sentido como si me quitaran parte de este gran peso de encima”, declaró a NY1 Denise Villamia, una de las afectadas. Sin embargo el lunes por la mañana las demostraciones de alegría ya se habían reducido al mínimo en Nueva York, o habían sido absorbidas por el ritmo trepidante de la ciudad. La procesión volvía a ir por dentro.
Entre otras cosas porque América se había acostado muy orgullosa de sí misma y se levantó con muchas preguntas sin respuesta. Aunque no cesan de aflorar detalles de la operación del domingo –los rostros de Barack Obama y Hillary Clinton contemplando en directo la operación, inmortalizados por el fotógrafo oficial de la Casa Blanca, dan fe de lo crudo que tenía que ser lo que estaban viendo-, permanecen muchas incógnitas que quizás llevará meses o años despejar.
Por ejemplo se informa de que en la fortaleza de Abbottabad se encontró abundante documentación que podría conducir a la captura de otros elementos significativos de Al Qaida como el cirujano egipcio Ayman al-Zawahiri, el supuesto número dos de la organización, que se cree que podría ocultarse asimismo en Paquistán. Menos carismático que Bin Laden, se le considera en cambio más intelectual, más responsable de su doctrina, aunque su falta de experiencia en combate podría ser un hándicap a la hora de ocupar el vacío del célebre terrorista saudí.
Una posibilidad es que a la muerte de Bin Laden le siga un efecto hidra, la aparición de mil cabezas nuevas. En declaraciones para ABC, Christopher Dickey, jefe de la Oficina de Newsweek para Oriente Medio y especialista en seguridad y terrorismo, pronostica que ahora “todo aspirante a emular a Bin Laden va a intentar algo contra objetivos occidentales, y si tiene éxito o se acerca, dirá que es pasa vengarle” y de paso para heredar su liderazgo, se sobreentiende. Sin embargo Dickey se muestra muy escéptico sobre las posibilidades de los distintos aspirantes en liza: “Awlaki en Yemen o Ilyas Kashmiri en Paquistán entre otros llevan intentándolo hace años y los resultados no son lo que se dice impresionantes”.
¿Es posible entonces que la muerte de Bin Laden evidencie una aparatosa debilidad interna de la organización, hasta ahora oculta por el formidable efecto paralizante del terror? En opinión de Dickey, “si Túnez y Egipto y un puñado de otros países que están experimentando la primavera árabe se mantienen en la senda de la democracia dentro de un año, esto puede ser el principio del fin de Al Qaida como fuerza ideológica”.
¿Libres de Al Qaida en un año? ¿Antes incluso de las elecciones presidenciales de 2012? En una cena el lunes por la noche con miembros del Congreso de los dos partidos, Barack Obama volvió a aludir a la muerte de Bin Laden invocando el espíritu de unión que después del 11-S hermanó a todos los americanos sin distinción de condición o de ideas, y a todos ellos con todas las gentes de buena voluntad del mundo. “Sé que esta unidad se ha desgastado un poco con los años”, admitió Obama, a la vez que expresaba el deseo de que en momentos como este vuelva a reunirse “la gran familia americana”. El presidente agradeció los servicios prestados por los “héroes que desarrollaron esta misión increíblemente peligrosa” y también tuvo palabras de gratitud para los congresistas de ambos partidos, “sin cuyo extraordinario apoyo, no habríamos podido hacer esto”.
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