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Irlanda tendrá el paquete de rescate de la Unión Europea y el FMI. ¿Será suficiente el dinero para estabilizar la situación en Irlanda y Europa? ¿Evitará que la economía irlandesa reestructure su deuda? ¿O empujará a este país y otros de la periferia de la UE hacia mayores problemas?
La expansión de la crisis de deuda de Irlanda ocasionará muchos vaivenes, y existe la posibilidad de que la decisión pueda afectar incluso a Asia.
Así es como veo yo que acabará. Los inversores se darán cuenta de que la trayectoria de la deuda de Irlanda es, sin ningún tipo de dudas, insostenible. Un modesto paquete no supondrá prácticamente ninguna diferencia. Irlanda y sus socios de la UE deberán resolver los problemas subyacentes, entre ellos la reestructuración de la deuda bancaria y de la deuda pública.
Llegaremos a este punto porque, a falta de un milagro de crecimiento a nivel mundial, las cifras son desfavorables para Irlanda. No se contempla una solución rápida; será lenta, una partida de ajedrez dolorosa jugada en Dublín, Bruselas y en la propia sede del FMI en Washington, con unas consecuencias obvias y costosas para Portugal, España, y quizás otros países.
¿Por qué tiene que ser así? El retraso y las evasivas en esta fase no tienen nada que ver con ninguno de los protagonistas clave pillados por sorpresa. Las pintadas han estado presentes en la pared de la Eurozona durante al menos dos años.
A finales de octubre de 2008, Peter Boone, James Kwak y un servidor sugerimos que algunos países europeos habían ofrecido unas garantías respaldadas por los contribuyentes a bancos con un pasivo superior a su propio producto interior bruto. También apuntamos la creación de un Fondo de Estabilidad Europeo con al menos dos billones de euros de títulos de crédito garantizados por todos los países miembros de la UE, así como por Suiza, Suecia y Reino Unido, para comprar tiempo con el que resolver los problemas de solvencia subyacentes en Irlanda y cualquier otro país.
La Eurozona actuó con retraso ante este consejo, pero los políticos responsables, tanto en el corazón de Europa como en su periferia, rehusaron asumir la responsabilidad de lo que dejaron que sucediera en el período previo a 2008. Los líderes europeos se habían repetido a sí mismos y a sus votantes que la mayoría de los problemas del mundo se debían al hundimiento del mercado inmobiliario de EEUU y a la locura de los megabancos estadounidenses.
Es evidente que hay una parte de verdad en ello. Pero también es verdad que se omite el tamaño de los problemas europeos y lo que todavía hoy sigue bloqueando el avance. En las últimas décadas, los principales defensores de la globalización financiera libre han sido los funcionarios del Tesoro estadounidense, pero fueron los bancos europeos los que realmente se hicieron excesivamente grandes con relación a sus economías. Con el tiempo, supieron atraer a sus reguladores y adoptaron un comportamiento increíblemente irresponsable.
Irlanda puede ser una muestra extrema de ello. Merece la pena leer el nuevo y perspicaz libro de David Lynch, When the Luck of the Irish Ran Out, (revelación: yo fui el autor del texto que figura en la sobrecubierta) o incluso el más mordaz Ship of Fools: How Stupidity and Corruption Killed the Celtic Tiger, del periodista irlandés Fintan O'Toole. Ambos trazan la red de conexiones entre políticos, banqueros y promotores inmobiliarios responsables del crecimiento frenético y la subsiguiente quiebra de la economía irlandesa.
En mayo de 2009, ya comparé los altibajos económicos de EEUU con los propios de países emergentes de renta media como Rusia, Argentina o Indonesia. No se crean que estos problemas sólo se dan en estas economías.
Existe un fenómeno más generalizado o global en el que gente poderosa colabora en la construcción de un modelo económico que proporciona un crecimiento basado en una gran negociación de la deuda. Cuando llega la crisis, aquellos que controlan el Estado intentan salvar a sus oligarcas favoritos, pero ya no disponen de los recursos suficientes.
Incluso después del recorte del gasto social y del aumento de los impuestos y de que la mayoría de los gastos hayan pasado de la elite a los ciudadanos normales, algunos ricos y poderosos -piensen en Lehman Brothers- siguen teniendo que ser asistidos con el bote salvavidas.
Éste es el problema que tenemos ahora: no es tan sólo la elite irlandesa la que está bajo presión y lucha por dilucidar quién debe salvarse, también los bancos europeos que los financiaron.
Bajo la justificada presión pública, el Gobierno alemán ha retomado el tema de la carga compartida, lo que significa que los acreedores deberán afrontar las pérdidas en las futuras crisis. La canciller Angela Merkel y sus homólogos no habían pensado en la señal que llega hoy a los mercados, y que es: "Salgan inmediatamente de los bancos irlandeses".
Presumiblemente por ahora, las grandes entidades alemanas y francesas están explicando a sus gobiernos que, cuando Irlanda falle, ellos también deberán afrontar grandes pérdidas. A su vez, los problemas se extenderán a Portugal y, probablemente, a España, desplazando un poco el foco de atención fuera de los políticos irlandeses.
De hecho, el liderazgo irlandés tiene todos los alicientes para ralentizarse hasta que otros países caigan arrastrados en la confusión. La crisis se extenderá a la Eurozona, en cuyo momento todos los ojos se dirigirán a una especie de combinación del Banco Central Europeo, del contribuyente alemán y del FMI. Pero el BCE no puede pagar, y el contribuyente alemán no querrá pagar. ¿Dispone el FMI de los recursos necesarios para afrontar los problemas de España y dejar solo a un país más grande, como, digamos, Italia o incluso Francia?
Estados Unidos podría añadir una financiación suficiente a la mezcla, esto es lo que diríamos una moneda de reserva, pero Washington no está por la labor de los rescates.
Como alternativa, Europa podría hacer un llamamiento a Pekín para averiguar si China estaría dispuesta a destinar algunos de sus 2,6 billones de dólares en reservas para preservar al conjunto de acreedores europeos. Esto supondría una enorme oportunidad para que China pudiera asumir un papel mundial de primer orden. Quizás sería buena idea colocar a Min Zhu, el máximo responsable del Banco de China, en un cargo superior en el FMI.
Si China se ofrece a recapitalizar el Fondo, algo que será necesario si se eleva la presión de forma seria a España, se convierte en su principal accionista y, por tanto, traslada la organización a Pekín (según los Artículos del Acuerdo, la sede del FMI debe estar en la capital del principal accionista). China entiende que la acumulación de monedas de reserva brinda una gran influencia política. ¿A que se trata de una interesante partida de ajedrez?
Simon Johnson es ex economista jefe del FMI, profesor de la Escuela Sloan del MIT e investigador superior del Instituto Peterson de Economía Internacional
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