- elConfidencial.com
Una organización de cien personas sin techo de Khayelitsha, la barriada más grande y desestructurada de Ciudad del Cabo, intenta construir un campamento de miseria frente a las puertas del lujosísimo estadio de Green Point. Mthobeli Qono, el desarrapado portavoz, anuncia que “llevamos materiales, los mismos en los que se sustentan nuestras casas (hojalata, cartón, madera…) para enseñar al mundo las condiciones en las que vivemos y las promesas incumplidas”. Se refiere a las promesas del Gobierno de levantarles un techo digno. Pretenden decirle al mundo que a doce kilómetros de un edificio en el que se han invertido más de 400 millones de euros se vive entre los despojos del hambre.
Por supuesto, la Policía impide que los manifestantes lleguen a colocar un madero frente al centro de prensa internacional. Resultan cuando menos curiosas las manifestaciones del Gobierno, que proclama, abiertamente, que ignorará los grandes problemas del país durante el próximo mes: “No toleraremos ataques xenófobos contra los extranjeros durante la Copa del Mundo delante de todos los periodistas del planeta”; “no se puede molestar a turistas durante este mes y destruir nuestra imagen internacional”; no se podra…”. Todas son frases salidas del Ejecutivo con la sorprendente coletilla de “durante el campeonato, que está esto lleno de periodistas”.
Pero muchos han visto justamente ahí, en los ojos del resto del mundo, la posibilidad de reclamar y poner contra las cuerdas al adversario. Hace dos semanas, en Khayelitsha comenzó una batalla campal por culpa de unos retretes de hojalata que construyó el ayuntamiento en el township para los residentes que carecen de baños en sus casas. La misma noche que los colocaron fueron destrozados por algunos vecinos, que anunciaban que bajarían a la ciudad “y sembrarían el caos y el terror” (literal) para reivindicar mejores condiciones de vida. En este caso, reclaman que los retretes públicos sean de cemento y no de hojalata. El último capítulo es que cortaron la N-2, carretera que une el aeropuerto con Ciudad del Cabo y fueron desalojados con pelotas de goma por la Policía. En el trasfondo de esta queja hay algo más que condiciones sociales. Los líderes de la protesta son integrantes de las juventudes del ANC, partido del Gobierno que controla toda Sudáfrica menos esta provincia, que lo hace la DA de la blanca Hellen Zille. Esa misma noche, y por primera vez en la historia, mientras se destrozaban los retretes, la DA arrasó en unas elecciones locales en el township de Guguletu, donde la práctica totalidad de la población es negra y con escasos recursos.
Los trabajadores del transporte también decidieron que la Copa del Mundo era el momento perfecto para reclamar mejoras. Hasta finales de mayo, las locomotoras estuvieron paradas por una huelga que amenazaba con ser el primer gran escollo de la organización. Luego, tras duras negociaciones, se consiguió llegar a un principio de acuerdo, aunque los líderes sindicales siguen pregonando que “el acuerdo no llega a ser satisfactorio”. Lo mismo pasó con taxistas y dueños de los minibus, que acabaron lanzando una lluvia de piedras cuando les intentaron explicar que el negocio se podía ir al garete por esa costumbre europea de viajar en grandes autobuses por las ciudades.
Al final, el casi un billón de euros invertidos, según muchas asociaciones, ha ido a parar a las zonas más ricas, cuando no a manos privadas, que el presupuesto inicial era un 150% más bajo. “A mi el Mundial no me va a cambiar la vida”, le explicaba a este periódico el único sudafricano que ayer no estaba a las doce saltando y haciendo sonar su vuvuzela.
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