La administración estadounidense quiere convertir a Pakistán en un Estado deficiente y caótico


Guerra civil

por Rashid Zubair

El ejército pakistaní, bajo control estadounidense, trató de aplastar a los talibanes en el ex principado de Swat. Los combates, extremadamente imprecisos, han provocado el éxodo de 2 millones de personas. Según Rachid Zubair, los talibanes de Swat representan principalmente la rebelión de los pobres, pero la estrategia estadounidense los utiliza como pretexto para provocar una guerra civil y justificar la confiscación de las armas atómicas pakistaníes.

En el momento de la caída del gobierno de Musharraf, hace más de un año, muchos pakistaníes esperaban el comienzo de una nueva era política, pero sufrieron una amarga decepción.

Entre las razones esenciales de la impopularidad del gobierno de Musharraf se encontraban su servilismo hacia Estados Unidos y la destitución del juez supremo de Pakistán, Iftikhar Chaudhry.

Pero el actual gobierno tampoco ha mostrado respeto por el mandato popular, rompiendo además todos los records de sumisión hacia Estados Unidos. El gobierno del PPP (Pakistan People’s Party o Partido del Pueblo Pakistaní) llegó incluso a utilizar blindados y aviones contra su propio pueblo en el norte de Pakistán, cosa que ni el mismo Musharraf se había atrevido a hacer cuando estaba en el poder.

El PPP también aprobó los ataques de aviones estadounidenses sin piloto, que han costado la vida a cientos de pakistaníes. Según declaraciones oficiales, y de los propios estadounidenses, varios combatientes de al-Qaeda resultaron muertos, pero no se han proporcionado pruebas de ello. Y de ser cierto, éstos eran tan insignificantes que ni siquiera figuraban en los listados del FBI.

Según informaciones de origen estadounidense, los aviones sin piloto partieron del propio territorio pakistaní, lo cual ha sido confirmado por el ministerio pakistaní de Defensa, mientras que el de Relaciones Exteriores lo niega. Tales contradicciones han resquebrajado la confianza de la población en el gobierno del PPP. Ya antes de la escalada de la violencia de mayo, alrededor de 12 000 pakistaníes, civiles en su totalidad, habían perdido la vida en ataques pakistaníes o estadounidenses.

También antes de esta escalada, Pakistán contaba ya 800 000 refugiados provenientes del interior del país, la mayoría de ellos con una atención insuficiente. La extensión del conflicto convirtió el drama de los refugiados en una verdadera catástrofe.

El presidente Zardari ha obtenido todos los poderes especiales, entre otros el derecho de disolver el Parlamente cuando le parezca conveniente. Por un lado, millones de pakistaníes son víctimas del alza de precios en el sector energético así como del alza de precios generalizada mientras que el gobierno cuenta no menos de 60 ministros, lo cual indica, por otra parte, que está tratando de satisfacer a todos los miembros de la coalición y los colegas del partido a expensas del pueblo.

La situación en el valle de Swat

Los medios occidentales venían insinuando desde hace tiempo que el gobierno pakistaní había dejado el valle de Swat en manos de los talibanes, lo cual no es precisamente exacto. Para entender mejor la situación, hay que remontarse a su génesis.

Hasta 1969, la región de Swat contó con una administración autónoma de tipo islámico (sharia). La población estaba satisfecha con aquella situación ya que garantizaba la adopción de decisiones rápidas y equitativas. Luego de su incorporación a Pakistán [mediante la disolución del Principado, en 1969. NdR.], la región de Swat no disponía ya de ningún sistema jurídico funcional.

En 1989, el mulah Soufi Mohammed pidió el restablecimiento de la sharia, demanda que contó con el apoyo de gran parte de la población. El movimiento del mulah Soufi Mohammed no era de carácter militante y sobrevivió a dos gobiernos sucesivos. El mulah ayudó a dos gobiernos laicos convenciendo a varios grupos armados, igualmente partidarios de la sharia, de no alzarse en armas contra las fuerzas de seguridad gubernamentales. También obtuvo la liberación de importantes rehenes y contribuyo a que se levantara el bloqueo de importantes carreteras y de aeropuertos. En ambas ocasiones, se le prometió el restablecimiento de la sharia, a cambio de su cooperación. Pero aquellas promesas no se concretaron.

Posteriormente, se desencadenó el ataque de Estados Unidos contra Afganistán y Soufi Mohammed se fue a aquel país para luchar contra la ocupación. A su regreso fue encarcelado por el gobierno de Pervez Musharraf. En 2008, el nuevo gobierno, dirigido por el ANP (Awami National Party), lo liberó como prueba de buena voluntad.

Durante el cautiverio de Soufi Mohammed, el yerno de éste último, un ex ascensorista, tomó el control del movimiento. Mediante las armas, trató de imponer una administración paralela en el valle de Swat, dando lugar a varios meses de conflicto con las fuerzas nacionales de seguridad, enfrentamiento que causó numerosas víctimas entre la población civil. Soufi Mohammed no apoyó las acciones de su yerno, pero tampoco pudo influir en el curso de los acontecimientos. El gobierno del ANP rogó entonces a Soufi Mohammed que restableciera la paz en la región de Swat a cambio de la reintroducción de la sharia, también deseada por la población, como lo demostraron las masivas manifestaciones del 12 de enero de 2008.

Por su parte, Soufi Mohammed prometió desarmar a los militantes talibanes, restablecer la autoridad del Estado pakistaní y no crear ningún tipo de administración y jurisdicciones paralelas. A partir de la adopción de aquel acuerdo, la vida volvió a la normalidad en la región de Swat. Las escuelas y mercados populares se mantenían abiertos, la vida había retomado su ritmo cotidiano.

Estados Unidos ante los talibanes: el doble rasero

La OTAN y Estados Unidos se mostraron reticentes, pero el jefe del ANP, Asfan Yar Wali, defendió el acuerdo y el gobierno del distrito subrayó que se trataba de un arreglo totalmente legal. El jefe del gobierno del distrito, Hoti, amenazó con presentar su dimisión si Islamabad se oponía al acuerdo. El primer ministro Nawas Sharif y el ministro del Interior de la época de Musharraf advirtieron sobre las desastrosas consecuencias que podían derivarse de una violación de los acuerdos adoptados. El vocero del ejército pakistaní declaró que la situación en Swat estaba evolucionando de manera positiva.

Muchos pakistaníes no entienden la política de «doble rasero» que aplican los estadounidenses cuando se trata de los talibanes. Cuando son ellos quienes negocian directamente con los talibanes, es legal. Pero si lo hace el gobierno pakistaní, es casi una traición.

Hamid Mir, conocido periodista pakistaní y colaborador de Geo, el más popular de los canales privados, escribió, el 23 de febrero de 2008, en el diario Jang: «Las residencias de la familia [heredera] del principado de Swat permanecen vacías y abandonadas, pero Musrat Begur, una viuda miembro de la familia, vive con su servidor en un rincón del palacio. Da albergue a mujeres sin techo y necesitadas. La llaman «la madre de Swat».

La sharia no le da miedo. Mi conversación con ella me dejó la impresión de que era favorable a los talibanes. Lo mismo me sucedió con Ghulam Faroog, el editor del diario regional Chamal. Le pregunté por qué la población de Swat era en su mayoría favorable a los talibanes y hostil al ejército pakistaní. Los talibanes provienen de la capa oprimida de la población, o sea de entre ellos mismos [los pobladores]. Los ricos son hostiles a los talibanes, porque éstos últimos son parte de “la gente de a pie”.

La chispa que provocó la rebelión contra los ricos, a los que la gente llama los khawanines (los nobles), data de los años 1970. Fue por temor a los disturbios que el administrador de aquella época incorporó Swat a Pakistán. Esta conversación me recordó la novela, publicada en 2003, que Ahmed Bachir escribió sobre Swat. En ella podemos leer, en la página 763: «Los pobres de Swat están dispuestos a luchar hasta la muerte. Cuando empiece su lucha, varias organizaciones aparecerán por sí mismas.»

Ahmed Bachir no sabía que aquella organización tendría por nombre «los talibanes». Yo tuve la oportunidad de ver con mis propios ojos varios campos de batalla. Aunque disponía de artillería pesada, de blindados y de aviones de combate, el ejército pakistaní no pudo imponerse ante los talibanes. Los habitantes de Swat estaban cansados de las injusticias que duraban desde hacía años y la política de agresión de los estadounidenses añadió leña al fuego. La explosiva mezcla de cólera contra la injusticia y de odio contra los estadounidenses dio lugar a la aparición de un movimiento extremista de resistencia.»

Agentes extranjeros disfrazados de talibanes

Lo anterior aporta una de las posibles respuestas a la interrogante de los medios estadounidenses: «¿Cómo es posible que 12 000 soldados pakistaníes no hayan podido imponerse a 3 000 insurgentes?» Otra respuesta puede encontrarse en las declaraciones del mayor Athar Abbas, vocero del ejército pakistaní: «Detrás de los disturbios del valle de Swat y las zonas tribales vecinas hay servicios secretos extranjeros que arman y financian a los extremistas.

Según el diario Jang, fuerzas de seguridad pakistaníes han arrestado en las zonas tribales a 200 agentes extranjeros disfrazados de talibanes. Muchos pakistaníes se preguntan por qué hay 29 consulados de países vecinos en la zona fronteriza pakistaní-afgana. Eso explicaría también el gran número de actos de crueldad imputados a los talibanes. No está excluido que muchas de las atrocidades cometidas contra las fuerzas de seguridad tengan como objetivo vengar a familiares víctimas del asalto de la Mezquita Roja o de los ataques pakistaní-estadounidenses.»

La mayoría de los pakistaníes no ven la supuesta «guerra contra el terrorismo» como propia sino como una guerra estadounidense que se libra a través de ellos. Mientras el gobierno pakistaní esté a las órdenes de Estados Unidos, no habrá paz. Los estadounidenses quieren desestabilizar Pakistán. Es necesario que se considere a Pakistán como un Estado deficiente, para quitarle entonces su arsenal nuclear. El ejército estadounidense ya tiene incluso una unidad especial encargada de cumplir esa misión.

Swat vivió un breve período de paz. En el pasado hubo varios acuerdos de paz con los talibanes en diferentes zonas, pero fracasaron rápidamente por causa de «incidentes». Ahora, la guerra se ha desatado nuevamente. Y se acusa a los talibanes de ser los culpables, pero eso es lo que se dice en los círculos gubernamentales y no hay libertad de información.

Admitiendo que los talibanes sean los culpables, las víctimas de las operaciones militares siguen siendo los miembros de la población. La población pedía que se restableciera la sharia, pero quería que lo hiciera el gobierno, no los talibanes. El gobierno no quería autorizar a los talibanes a instaurar una administración paralela, pero no logra impedirlo con la simple fuerza de las armas. Se necesitaría para ello una estrategia multilateral y un consenso nacional, y el gobierno de Zardari no dispone de ninguna de las dos.

Los medios han anunciado, por ejemplo, que «los talibanes estaban a las puertas de Islamabad» o que «armas nucleares pudieran caer en manos de los talibanes», lo cual no es más que una patraña.

Lo cierto es que los talibanes sólo controlan un 3,4% de Pakistán. La población de las zonas tribales no representa más que un 2% de la población total de Pakistán, y no se compone únicamente de talibanes. Los 2,5 millones de personas que pueblan las zonas tribales –que no son solamente talibanes– no puedan controlar a 157 millones de pakistaníes.

Los pakistaníes jamás aceptarían un Islam como el que predican los talibanes. En cuanto a las bombas atómicas, no se trata de petardos de fin de año que cualquiera pueda meterse en un bolsillo. Para manejar 80 ojivas nucleares se requieren 70 000 hombres, entre ellos varios miles de científicos.

El espectro talibán no es más que un pretexto. Es otro el objetivo de los estadounidenses. Prueba de ello es que, durante los últimos días de su gobierno, el general Musharraf se quejó de que el ISI (servicios secretos pakistaníes. NdT.) había informado a Estados Unidos sobre los diversos lugares donde se encontraba Baitullah Mehsud, el jefe de los talibanes, sin que los estadounidenses hicieran nada contra él.

El ministro pakistaní del Interior ha dicho que los extremistas están siendo armados y financiados por Afganistán. Pero la pregunta clave es la siguiente: ¿Quién arma y financia a los talibanes en Afganistán? Nadie puede saber a ciencia cierto lo que Estados Unidos está tramando en secreto. Lo que sí es seguro es que la población está pagando los platos rotos. La fuerza de las armas nunca resolverá los problemas de la región.

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