LD (Ángel Martín) En los últimos meses existe un creciente debate entre los economistas acerca de cuáles serán las consecuencias futuras de las políticas que están llevando a cabo los gobiernos de medio mundo. Entre otros asuntos, se discute sobre los planes de estímulo fiscales de Barack Obama en EEUU.
Mientras unos creen que estas medidas son totalmente necesarias y que, incluso, deberían ser más intensas, otros opinan que la propia idea de aumentar el gasto público para salir de la crisis es el peor remedio, y que la política más sensata sería reducir drásticamente el peso del sector público en la economía.
Pero también existe otro debate, quizás menos conocido, que hace referencia a la posibilidad de deflación (caída de precios) versus inflación (aumento). Las medidas "no convencionales" que están tomando los principales bancos centrales del mundo desarrollado no dejan indiferentes a muchos economistas, algunos de los cuales no titubean en añadir el prefijo hiper en inflación o deflación, para calificar el escenario futuro al que nos enfrentamos.
Antecedentes de la crisis actual
Durante algo más de una década, especialmente a partir de 2001 y 2002, tras el pinchazo de la burbuja puntocom, ha tenido lugar una desorbitada expansión crediticia liderada por los bancos centrales y sus tipos de interés excesivamente bajos. Así, los macroagregados de la oferta monetaria (excepto el M1) se dispararon en la segunda década de los años 90.
Este proceso inflacionario originó toda una serie de malas inversiones. El nuevo dinero que pasó a circular en la economía a través del sistema bancario fue invertido en aquellos sectores cuya sensibilidad a las condiciones crediticias era mayor, como la vivienda o los automóviles. De este modo, se originaron burbujas, es decir, los precios de los activos (viviendas, acciones bursátiles, materias primas) se dispararon.
Pero este proceso de falsa prosperidad pronto se reveló como tal a medida que aparecieron repuntes en los precios de los bienes de consumo y los bancos centrales trataron de parar esta tendencia subiendo rápidamente los tipos de interés. Dicha subida pinchó las burbujas y todo empezó a cambiar, dando comienzo la actual recesión económica tras el estallido de la crisis subprime en el verano de 2007.
El período inflacionario de los años del crecimiento artificial fue seguido de un proceso de liquidación de activos, tal y como muestra el hundimiento de los precios de las viviendas en EEUU y las caídas bursátiles a nivel internacional. Añadido a estas caídas de precios, en algunos países como España se está produciendo una caída generalizada de precios en bienes de consumo, por primera vez en décadas.
En este sentido, según las palabras del profesor Fekete, la deflación se podría considerar como “la cura natural ante los excesos inflacionarios cometidos por el hombre”, pero sólo en el caso de que los policy-makers (clase política) “permitan hacer su benevolente y beneficioso trabajo”. Aquí es, precisamente, donde entran en juego las intervenciones monetarias de carácter excepcional emprendidas por Gran Bretaña y EEUU.
Con estas decisiones, como por ejemplo la compra de deuda pública y empresarial por parte de la banca central, los organismos monetarios tratan de evitar este proceso deflacionario, que es necesario para salir de la crisis. El resultado consiste en “echar gasolina sobre el fuego incrementando locamente la oferta monetaria y la deuda total”, explica Fekete, profesor universitario perteneciente a la Escuela Austríaca de Economía.
¿Hiperdeflación o hiperinflación?
Ahora bien, ¿qué efectos tendrán estas medidas?, ¿sumirán a la economía en la hiperinflación o en una deflación intensa? Algunos analistas se decantan por la llegada de un proceso hiperinflacionario una vez que tenga lugar la recuperación económica. Es la opinión que comparten Morgan Stanley, Peter Schiff o Jim Rogers. Los dos últimos, inversores estadounidenses de prestigio, alertan de que la política de la Reserva Federal de EEUU (FED) de aumento indiscriminado de su balance mediante la compra de casi cualquier tipo de activos y deuda (quantitative easing), inexorablemente, provocará la destrucción del dólar, haciendo que los precios se disparen.
Según Schiff, presidente de Euro Pacific Capital y prestigioso analista de Wall Street, las alocadas políticas de Ben Bernanke, presidente de la FED, con el fin de evitar la deflación van a ocasionar una espiral inflacionista, cuyo final podría ser la hiperinflación y, en última instancia, el colapso del dólar y del propio gobierno norteamericano.
Por su parte, el inversor Jim Rogers vaticina un aumento notable en los precios como resultado, igualmente, de las políticas monetarias expansivas de la banca central, siguiendo al actual proceso de liquidación de activos: tal y como demuestra el pasado, "siempre que se imprimen ingentes cantidades de dinero o se gasta dinero que no se tiene (deuda pública) se produce alta inflación. Desde mi punto de vista, eso es lo que va a pasar también esta vez. Los precios del petróleo están muy bajos ahora, pero eso es sólo temporal. Y vamos a ver precios más altos, especialmente en las materias primas”.
A un escenario hiperinflacionario también apunta Thorstein Polleit, profesor honorario de la Frankfurt School of Finance & Management y analista del Ludwig von Mises Institute. En un artículo titulado Habrá (hiper)inflación, este investigador compara la situación actual con la hiperinflación vivida en la Alemania de los años 20, apuntando un claro paralelismo y recurriendo a las enseñanzas del gran economista austriaco Ludwig von Mises acerca de la insostenibilidad y el trágico final de las políticas inflacionarias. Para Polleit, las medidas de Bernanke de incrementar la base monetaria e inyectar liquidez, así como el creciente gasto gubernamental, harán inevitable un escenario de hiperinflación.
Espiral deflacionaria
Sin embargo, para otros expertos, tal escenario no es tan obvio. Es el caso del experto en teoría monetaria Antal Fekete quien, en una entrevista que avanzó LD el pasado febrero, afirmó que el colapso del dólar y de todo el sistema monetario está por llegar, pronosticando que tras la intensificación de periodo actual deflacionario el mundo asistirá a una nueva hiperinflación.
Fekete, en un extenso análisis acerca de la situación actual escrito el pasado 30 de marzo, sostiene que la actual política monetaria no servirá de nada. Así, ya se está experimentando una espiral deflacionista con visos de convertirse en una hiperdeflación, advierte el analista. Pero, ¿cómo es posible que exista hiperdeflación cuando los bancos centrales están creando dinero como locos?.
Si bien es indudable que Bernanke y la FED están haciendo grandes esfuerzos para evitar la deflación mediante la creación de dinero y todo tipo de nuevos instrumentos, Fekete argumenta que ellos pueden crear dinero, pero no pueden hacerlo circular a través de los agentes económicos: de bancos a empresas, de empresas a familias, de familias a empresas, etc. Así, en referencia a quienes ven peligros de hiperinflación a través de las estadísticas que muestran un crecimiento de la oferta monetaria sin precedentes, comenta que “la oferta monetaria que pasa de mano en mano puede estar encogiéndose a medida que la demanda de atesoramiento de billetes federales se dispara”.
Esto en parte se debe, según el teórico, a que el nuevo dinero ha ido a parar a rescatar a grandes entidades financieras bajo la doctrina del too big to fail (demasiado grande para quebrar). Asimismo, el reducido poder adquisitivo de los consumidores está siendo empleado para pagar sus deudas con el fin de huir del default (suspensión de pagos).
El papel moneda escasea
Además, existe otra causa más sutil que tiene que ver con la composición de la actual oferta monetaria. Y es que, la inmensa mayoría del dinero existente en EEUU está en forma de dólares electrónicos (dinero virtual en asientos contables), y sólo una pequeña parte son billetes respaldados por la Reserva Federal (papel moneda). Mientras que los primeros son usados para repagar las deudas y especular en bonos, sólo los billetes físicos se pueden usar efectivamente para el consumo.
Sin embargo, pese a que la FED ha creado una ingente cantidad de dólares electrónicos no ha podido hacer lo mismo con los físicos. Así se originan comportamientos dispares en la oferta monetaria: mientras que el dinero electrónico es superabundante, el dinero físico escasea, y tanto los particulares como los bancos tratan de atesorarlo ante circunstancias económicas adversas.
Por ello, se está reduciendo inevitablemente el consumo y, como consecuencia, una contracción de la actividad económica, la necesidad de bajar precios y mayor desempleo. Además, el aumento del paro genera menores rentas que, a su vez, reduce aún más el consumo, y así sucesivamente. Es la temida espiral deflacionista. Pese a ello, según Fekete, los precios de productos primarios como el petróleo y los alimentos podrían subir en un primer momento, pero tales subidas no serían sostenibles, por las razones ya señaladas.
La lección de la Gran Depresión
Otro de los analistas críticos con el escenario hiperinflacionario es el autor del prestigioso blog Global Economic Trend Analysis, Mike Mish. En un artículo en el que trataba de demoler algunas de las tesis de Peter Schiff, señalaba que la hiperinflación simplemente no es previsible, al menos, en EEUU. “Las condiciones en los EEUU son exactamente las que uno esperaría ver en deflación”.
Ante el argumento del disparado aumento de la oferta monetaria como condición necesaria para la hiperinflación, Mish argumenta: "Sí, la oferta monetaria se está disparando, pero la destrucción de los balances de los bancos está sucediendo más rápido". Además, se apoya en un gráfico que muestra la evolución de la base monetaria: “Usando solamente la expansión monetaria, uno concluiría que hubo inflación excesiva durante la Gran Depresión, ¡empezando en 1931!”, algo que contradice la experiencia histórica.
En efecto, tras el crash bursátil de 1929, gran parte del sistema bancario americano quebró como consecuencia de la inflación crediticia durante los felices años 20, y el subsiguiente periodo deflacionario que ésta generó. Los excesos de los años anteriores llevaron a la liquidación de gran cantidad de préstamos a brokers destinados a adquirir acciones a precios inflados. Y esta situación se agravó especialmente tras la quiebra del CreditAnstalt austriaco, que dejó sin valor todos los créditos americanos contra la economía alemana.
Según el economista Melchior Palyi (en su obra The Twilight of Gold), lo que sucedió en la Gran Depresión fue que los bancos y potenciales deudores utilizaron el nuevo crédito no para invertir o consumir sino para refinanciar sus abultadas deudas o mejorar su posición líquida. Por ello, no es de extrañar que ocurriera una marcada deflación, con los índices de precios cayendo notablemente.
Mike Mish concluye que una oferta monetaria disparada simplemente no prueba que se avecina “una gran inflación”, al igual que tampoco tuvo lugar en 1931. El origen de este error radica en la propia definición de inflación: “una definición basada solamente en un incremento en la oferta monetaria falló estrepitosamente a la hora de predecir los tipos de interés, la reciente fortaleza del dólar americano [esto lo escribía a fecha de 25 enero de 2009, tras rally del dólar frente al euro], la caída del oro desde 850 a 250 dólares entre 1980 y 2000, y otros acontecimientos”. Al contrario, una definición basada en la oferta monetaria y en el crédito sí que predijo bien estos fenómenos, según el analista.
En definitiva, que los bancos centrales no tienen la posibilidad de expandir el crédito a su gusto, como ya recordaba Juan Ramón Rallo el pasado año acerca de la interpretación monetarista de la Gran Depresión. Por mucho que lo intenten inundando la economía de liquidez, el crédito no se reactiva y, por tanto, la hiperinflación parece descartable. Al menos, de momento.
En caso de que los teóricos de la deflación tengan razón, ello supondría un descrédito de gran calibre para el presidente de la FED, Ben Bernanke. Y es que, a pesar de ser un declarado antideflacionista y haber tratado de poner todos los medios a su alcance para evitar dicho escenario, se daría de bruces con su peor pesadilla: la deflación. Razón suficiente para enterrar para siempre las teorías que le sirven de apoyo y su presunto prestigio como académico y burócrata.
Mientras unos creen que estas medidas son totalmente necesarias y que, incluso, deberían ser más intensas, otros opinan que la propia idea de aumentar el gasto público para salir de la crisis es el peor remedio, y que la política más sensata sería reducir drásticamente el peso del sector público en la economía.
Pero también existe otro debate, quizás menos conocido, que hace referencia a la posibilidad de deflación (caída de precios) versus inflación (aumento). Las medidas "no convencionales" que están tomando los principales bancos centrales del mundo desarrollado no dejan indiferentes a muchos economistas, algunos de los cuales no titubean en añadir el prefijo hiper en inflación o deflación, para calificar el escenario futuro al que nos enfrentamos.
Antecedentes de la crisis actual
Durante algo más de una década, especialmente a partir de 2001 y 2002, tras el pinchazo de la burbuja puntocom, ha tenido lugar una desorbitada expansión crediticia liderada por los bancos centrales y sus tipos de interés excesivamente bajos. Así, los macroagregados de la oferta monetaria (excepto el M1) se dispararon en la segunda década de los años 90.
Este proceso inflacionario originó toda una serie de malas inversiones. El nuevo dinero que pasó a circular en la economía a través del sistema bancario fue invertido en aquellos sectores cuya sensibilidad a las condiciones crediticias era mayor, como la vivienda o los automóviles. De este modo, se originaron burbujas, es decir, los precios de los activos (viviendas, acciones bursátiles, materias primas) se dispararon.
Pero este proceso de falsa prosperidad pronto se reveló como tal a medida que aparecieron repuntes en los precios de los bienes de consumo y los bancos centrales trataron de parar esta tendencia subiendo rápidamente los tipos de interés. Dicha subida pinchó las burbujas y todo empezó a cambiar, dando comienzo la actual recesión económica tras el estallido de la crisis subprime en el verano de 2007.
El período inflacionario de los años del crecimiento artificial fue seguido de un proceso de liquidación de activos, tal y como muestra el hundimiento de los precios de las viviendas en EEUU y las caídas bursátiles a nivel internacional. Añadido a estas caídas de precios, en algunos países como España se está produciendo una caída generalizada de precios en bienes de consumo, por primera vez en décadas.
En este sentido, según las palabras del profesor Fekete, la deflación se podría considerar como “la cura natural ante los excesos inflacionarios cometidos por el hombre”, pero sólo en el caso de que los policy-makers (clase política) “permitan hacer su benevolente y beneficioso trabajo”. Aquí es, precisamente, donde entran en juego las intervenciones monetarias de carácter excepcional emprendidas por Gran Bretaña y EEUU.
Con estas decisiones, como por ejemplo la compra de deuda pública y empresarial por parte de la banca central, los organismos monetarios tratan de evitar este proceso deflacionario, que es necesario para salir de la crisis. El resultado consiste en “echar gasolina sobre el fuego incrementando locamente la oferta monetaria y la deuda total”, explica Fekete, profesor universitario perteneciente a la Escuela Austríaca de Economía.
¿Hiperdeflación o hiperinflación?
Ahora bien, ¿qué efectos tendrán estas medidas?, ¿sumirán a la economía en la hiperinflación o en una deflación intensa? Algunos analistas se decantan por la llegada de un proceso hiperinflacionario una vez que tenga lugar la recuperación económica. Es la opinión que comparten Morgan Stanley, Peter Schiff o Jim Rogers. Los dos últimos, inversores estadounidenses de prestigio, alertan de que la política de la Reserva Federal de EEUU (FED) de aumento indiscriminado de su balance mediante la compra de casi cualquier tipo de activos y deuda (quantitative easing), inexorablemente, provocará la destrucción del dólar, haciendo que los precios se disparen.
Según Schiff, presidente de Euro Pacific Capital y prestigioso analista de Wall Street, las alocadas políticas de Ben Bernanke, presidente de la FED, con el fin de evitar la deflación van a ocasionar una espiral inflacionista, cuyo final podría ser la hiperinflación y, en última instancia, el colapso del dólar y del propio gobierno norteamericano.
Por su parte, el inversor Jim Rogers vaticina un aumento notable en los precios como resultado, igualmente, de las políticas monetarias expansivas de la banca central, siguiendo al actual proceso de liquidación de activos: tal y como demuestra el pasado, "siempre que se imprimen ingentes cantidades de dinero o se gasta dinero que no se tiene (deuda pública) se produce alta inflación. Desde mi punto de vista, eso es lo que va a pasar también esta vez. Los precios del petróleo están muy bajos ahora, pero eso es sólo temporal. Y vamos a ver precios más altos, especialmente en las materias primas”.
A un escenario hiperinflacionario también apunta Thorstein Polleit, profesor honorario de la Frankfurt School of Finance & Management y analista del Ludwig von Mises Institute. En un artículo titulado Habrá (hiper)inflación, este investigador compara la situación actual con la hiperinflación vivida en la Alemania de los años 20, apuntando un claro paralelismo y recurriendo a las enseñanzas del gran economista austriaco Ludwig von Mises acerca de la insostenibilidad y el trágico final de las políticas inflacionarias. Para Polleit, las medidas de Bernanke de incrementar la base monetaria e inyectar liquidez, así como el creciente gasto gubernamental, harán inevitable un escenario de hiperinflación.
Espiral deflacionaria
Sin embargo, para otros expertos, tal escenario no es tan obvio. Es el caso del experto en teoría monetaria Antal Fekete quien, en una entrevista que avanzó LD el pasado febrero, afirmó que el colapso del dólar y de todo el sistema monetario está por llegar, pronosticando que tras la intensificación de periodo actual deflacionario el mundo asistirá a una nueva hiperinflación.
Fekete, en un extenso análisis acerca de la situación actual escrito el pasado 30 de marzo, sostiene que la actual política monetaria no servirá de nada. Así, ya se está experimentando una espiral deflacionista con visos de convertirse en una hiperdeflación, advierte el analista. Pero, ¿cómo es posible que exista hiperdeflación cuando los bancos centrales están creando dinero como locos?.
Si bien es indudable que Bernanke y la FED están haciendo grandes esfuerzos para evitar la deflación mediante la creación de dinero y todo tipo de nuevos instrumentos, Fekete argumenta que ellos pueden crear dinero, pero no pueden hacerlo circular a través de los agentes económicos: de bancos a empresas, de empresas a familias, de familias a empresas, etc. Así, en referencia a quienes ven peligros de hiperinflación a través de las estadísticas que muestran un crecimiento de la oferta monetaria sin precedentes, comenta que “la oferta monetaria que pasa de mano en mano puede estar encogiéndose a medida que la demanda de atesoramiento de billetes federales se dispara”.
Esto en parte se debe, según el teórico, a que el nuevo dinero ha ido a parar a rescatar a grandes entidades financieras bajo la doctrina del too big to fail (demasiado grande para quebrar). Asimismo, el reducido poder adquisitivo de los consumidores está siendo empleado para pagar sus deudas con el fin de huir del default (suspensión de pagos).
El papel moneda escasea
Además, existe otra causa más sutil que tiene que ver con la composición de la actual oferta monetaria. Y es que, la inmensa mayoría del dinero existente en EEUU está en forma de dólares electrónicos (dinero virtual en asientos contables), y sólo una pequeña parte son billetes respaldados por la Reserva Federal (papel moneda). Mientras que los primeros son usados para repagar las deudas y especular en bonos, sólo los billetes físicos se pueden usar efectivamente para el consumo.
Sin embargo, pese a que la FED ha creado una ingente cantidad de dólares electrónicos no ha podido hacer lo mismo con los físicos. Así se originan comportamientos dispares en la oferta monetaria: mientras que el dinero electrónico es superabundante, el dinero físico escasea, y tanto los particulares como los bancos tratan de atesorarlo ante circunstancias económicas adversas.
Por ello, se está reduciendo inevitablemente el consumo y, como consecuencia, una contracción de la actividad económica, la necesidad de bajar precios y mayor desempleo. Además, el aumento del paro genera menores rentas que, a su vez, reduce aún más el consumo, y así sucesivamente. Es la temida espiral deflacionista. Pese a ello, según Fekete, los precios de productos primarios como el petróleo y los alimentos podrían subir en un primer momento, pero tales subidas no serían sostenibles, por las razones ya señaladas.
La lección de la Gran Depresión
Otro de los analistas críticos con el escenario hiperinflacionario es el autor del prestigioso blog Global Economic Trend Analysis, Mike Mish. En un artículo en el que trataba de demoler algunas de las tesis de Peter Schiff, señalaba que la hiperinflación simplemente no es previsible, al menos, en EEUU. “Las condiciones en los EEUU son exactamente las que uno esperaría ver en deflación”.
Ante el argumento del disparado aumento de la oferta monetaria como condición necesaria para la hiperinflación, Mish argumenta: "Sí, la oferta monetaria se está disparando, pero la destrucción de los balances de los bancos está sucediendo más rápido". Además, se apoya en un gráfico que muestra la evolución de la base monetaria: “Usando solamente la expansión monetaria, uno concluiría que hubo inflación excesiva durante la Gran Depresión, ¡empezando en 1931!”, algo que contradice la experiencia histórica.
En efecto, tras el crash bursátil de 1929, gran parte del sistema bancario americano quebró como consecuencia de la inflación crediticia durante los felices años 20, y el subsiguiente periodo deflacionario que ésta generó. Los excesos de los años anteriores llevaron a la liquidación de gran cantidad de préstamos a brokers destinados a adquirir acciones a precios inflados. Y esta situación se agravó especialmente tras la quiebra del CreditAnstalt austriaco, que dejó sin valor todos los créditos americanos contra la economía alemana.
Según el economista Melchior Palyi (en su obra The Twilight of Gold), lo que sucedió en la Gran Depresión fue que los bancos y potenciales deudores utilizaron el nuevo crédito no para invertir o consumir sino para refinanciar sus abultadas deudas o mejorar su posición líquida. Por ello, no es de extrañar que ocurriera una marcada deflación, con los índices de precios cayendo notablemente.
Mike Mish concluye que una oferta monetaria disparada simplemente no prueba que se avecina “una gran inflación”, al igual que tampoco tuvo lugar en 1931. El origen de este error radica en la propia definición de inflación: “una definición basada solamente en un incremento en la oferta monetaria falló estrepitosamente a la hora de predecir los tipos de interés, la reciente fortaleza del dólar americano [esto lo escribía a fecha de 25 enero de 2009, tras rally del dólar frente al euro], la caída del oro desde 850 a 250 dólares entre 1980 y 2000, y otros acontecimientos”. Al contrario, una definición basada en la oferta monetaria y en el crédito sí que predijo bien estos fenómenos, según el analista.
En definitiva, que los bancos centrales no tienen la posibilidad de expandir el crédito a su gusto, como ya recordaba Juan Ramón Rallo el pasado año acerca de la interpretación monetarista de la Gran Depresión. Por mucho que lo intenten inundando la economía de liquidez, el crédito no se reactiva y, por tanto, la hiperinflación parece descartable. Al menos, de momento.
En caso de que los teóricos de la deflación tengan razón, ello supondría un descrédito de gran calibre para el presidente de la FED, Ben Bernanke. Y es que, a pesar de ser un declarado antideflacionista y haber tratado de poner todos los medios a su alcance para evitar dicho escenario, se daría de bruces con su peor pesadilla: la deflación. Razón suficiente para enterrar para siempre las teorías que le sirven de apoyo y su presunto prestigio como académico y burócrata.
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