Efectos de la crisis. Ucrania: Revuelta de obreros en Kherson :: lahaine.org

Kherson es la última ciudad importante sobre el río Dnieper antes de que éste vierta sus aguas en el Mar Negro. A pesar de algunas personas que inauguran la primavera en short y calzado liviano, Kherson no tiene nada de balneario. En la Ucrania comunista cada ciudad tenía asignada una tarea, al servicio de una economía racionalizada al extremo: a Kherson le correspondían los astilleros navales, la fábrica de papel y la construcción de maquinaria agrícola. Gris y rectilínea, erizada de grúas, la ciudad conserva las marcas de su historia industrial en medio de una región mayoritariamente agraria.

La actual crisis mundial golpeó al país duramente, incluidos los 350.000 habitantes de Kherson y su envejecida industria, ya sacudida por las azarosas privatizaciones realizadas luego de la independencia de Ucrania en 1991. Cuando a comienzos de 2008 las bolsas occidentales entraron en pánico, los bancos ucranianos cayeron uno tras otro, arrastrando áreas enteras de la economía y agobiando a las ciudades medianas, que a menudo viven de uno o dos polos industriales.

Por la caída de la demanda, la producción nacional cayó cerca de un 40%. En Kherson, las primeras manifestaciones de la crisis afectaron rápidamente a los obreros: suspensiones, vacaciones forzadas, atraso en el pago de los salarios… Pero la situación más dramática se vivió en la fábrica de máquinas agrícolas KhersonMash. Célebre en todo el país, esa planta es la única que sigue fabricando cosechadoras 100% ucranianas. “Al parecer, nuestras máquinas son incluso mejores que las del estadounidense John Deere”, que sin embargo es líder en la materia, se jacta un obrero. La fábrica pertenece a Ukrmashinvest, un conglomerado de inversores privados al que el Estado cedió unas cuarenta empresas en los últimos años.

En septiembre de 2008, invocando la crisis, la dirección dejó de pagar a los 1.050 empleados. Durante cinco meses, los obreros y sus familias vivieron con lo estrictamente mínimo, esperando que las cosas mejorasen. “Me puse a trabajar en la pesca para ganar algunas grivnias” (1), cuenta Serguei Akrei, un hombre bonachón que luce una gran sonrisa bajo sus bigotes, y que es tornero en KhersonMash desde hace diecisiete años. “Yo conseguí un puesto de sereno en un pequeño mercado que me deja 800 grivnias (menos de 80 euros) por mes”, afirma su colega Anatoly Marchenko, que lleva treinta y dos años en la fábrica, y parece más bien deprimido.

En febrero, cansados del silencio de la dirección, los obreros de KhersonMash decidieron reaccionar. Se lanzaron a la lucha ocupando la planta y reclamando sus salarios atrasados que llegaban a 5,5 millones de grivnias (500.000 euros). Luego, el 2 de marzo, trescientos empleados de la fábrica, junto a colegas de los astilleros y de la fábrica de papel, marcharon hasta la “Oblast”, la administración regional. Una vez allí, se instalaron en el hall y pidieron ver al jefe. “Ese movimiento tuvo un eco enorme, porque hoy en día en Ucrania el proletariado, en tanto clase social, prácticamente ha desaparecido, y no tiene la costumbre de manifestarse. Es demasiado débil para rebelarse”, explica Vladimir Korobov, sociólogo de la Universidad Técnica de Kherson.

Ese movimiento espontáneo se organizó por fuera de los “sindicatos de empresa” que, como en los tiempos de la URSS, siguen estando muy cerca de la patronal. Léonid Mencheniuk, uno de los líderes de la rebelión, precisó: “Todos somos miembros del sindicato de la fábrica. Pero, desde el principio, los dirigentes mantuvieron una actitud neutra. Tuvimos que arreglarnos solos, y tomar la iniciativa para que las cosas cambiasen”.

Ese “sindicato en la sombra”, así llamado por Mencheniuk, generó temor hasta en Kiev. Sucede que el descontento social aumenta en todo el país; la crisis preocupa a todas las capas de la población, desde los mineros de Donbass hasta los empleados de traje y corbata de la capital. El poder “naranja”, encarnado por el presidente Victor Iuchtchenko, y su ex aliada, la Primer ministro Iulia Timochenko, están en guerra abierta desde hace meses. Impotente para adoptar las medidas necesarias para contener la crisis, el gobierno teme un fenómeno de contagio.

Así fue que el 4 de marzo, la muy carismática jefa del Gobierno anunció que serían destinadas 12 millones de grivnias a la empresa para pagar los sueldos atrasados. De paso, Iulia Timochenko no se privó de denunciar a esos dueños de fábrica “criminales” que no pagan a sus empleados, ganándose así la simpatía de la población. En Kherson, el ambiente se calmó y las cámaras desaparecieron.

Despidos y precariedad laboral

Sin embargo, a pesar de las promesas, la situación se agravó en KhersonMash. “Nosotros recibimos una carta que anunciaba que el 19 de mayo seríamos despedidos”, protesta Tamara Baturaievitch, empleada desde hace 32 años. Y explica: “Por haber participado en las manifestaciones nos declararon, a partir de ahora, persona non grata en la fábrica. ¡Ni siquiera pudimos recuperar nuestros efectos personales!”. Así es que cada mañana, desde comienzos de marzo, cerca de un centenar de obreros se reúne frente a la sede de la Oblast para pedir explicaciones. Con la estatua de Lenin de fondo, los hombres y mujeres de Kherson gritan que quieren “trabajo y no dinero”, y hostigan al jefe de la administración regional para que de explicaciones.

Los que serán despedidos afirman que la crisis sirve de pretexto. “En tiempos de la URSS trabajábamos en esta fábrica 12.000 personas. Junto con los astilleros constituíamos el poder de Kherson”, recuerda Mencheniuk. “Luego todo comenzó a declinar. Hace dos años se produjeron varios despidos. Ya por entonces estuvimos sin cobrar durante meses. Un colega llegó a ahorcarse en su lugar de trabajo. En 2007 éramos sólo mil quinientos empleados. La tendencia es clara: quieren cerrar la fábrica y vender el terreno para hacer dinero. La crisis es una excusa”.

En esas antiguas ciudades comunistas, la fábrica era el corazón de la vida social. “El fin de semana íbamos a bañarnos al río con nuestros colegas, y en las vacaciones partíamos al hotel de de la fábrica, cerca del Mar Negro”, rememora Akrei. Teníamos hasta una pequeña clínica privada dentro del predio, especialmente para los obreros de KhersonMash. ¿Qué vamos a hacer si la fábrica desaparece?”.

Los notables locales minimizan la cuestión y prefieren elogiar la reactivación registrada en el astillero gracias a un importante contrato con un cliente extranjero. Boris Silenkov, el gobernador de la Oblast, admite: “Ciertamente, ese problema afecta a muchas familias y va a generar muchos despidos de golpe. Pero aún trabajan en la fábrica cerca de cuatrocientas personas y lanzamos un programa regional para comprar diez grandes cosechadoras a KhersonMash. Nosotros hacemos correctamente nuestro trabajo en la Oblast; las jubilaciones se pagan en fecha y contamos con un inversor de Kuwait que está dispuesto a poner nuevamente en marcha una antigua refinería cerca de Kherson. Esas personas de las que hablábamos van a encontrar otro tipo de trabajo”.

Bajo las ventanas del gobernador, Anatoly Marchenko lanza eslóganes que los manifestantes repiten. Entre los obreros ya nadie cree en las promesas: “Van a mandarnos a plantar cebollas, nada más. No hay más trabajo para personas de nuestra especialización, porque no hay otra fábrica como la nuestra en todo el país. Es absurdo, Ucrania es un gran país agrícola, ¡necesita las máquinas que nosotros fabricamos!”.

A pocos metros de allí se alza la Municipalidad. El adjunto del intendente Viatcheslav Yaremenko se muestra menos entusiasta que el gobernador: “La crisis tiene una parte de responsabilidad en este asunto, pero es una excusa de parte de los patrones. Esta situación también es el resultado de una privatización azarosa. Muchos querían quedarse con KhersonMash, pero nadie quería realmente invertir… Ahí está el resultado. Y puedo confirmarle que existen atrasos en los pagos de salarios, no sólo en KhersonMash sino también en las tres principales fábricas de la ciudad. Sobre una población activa de 126.000 personas, cerca de 4.000 perdieron su empleo en los últimos meses”. Según el sociólogo Vladimir Korobov, esa cifra es sólo la punta del iceberg: “El corazón industrial de Kherson no funciona. La producción se desaceleró en todas partes, y mucha gente ya no tiene trabajo. Aunque nadie puede dar cifras, ya que la doble contabilidad es aquí algo común, desde el Presidente al pequeño comerciante”. Efectivamente, la estadística es un ejercicio difícil en Ucrania, donde la falta de contrato y el salario en negro son a menudo la regla.

La agencia de empleo de Kherson funciona en un edificio flamante, con un falso parecido a los “Centros de empleo” franceses. Enfundada en un vestido negro abotonado, Svetlana Sherayeva, adjunta del director, alaba su sistema ultramoderno. Aquí tampoco se brinda ninguna cifra, sino simplemente una impresión: “La gran ola de desocupados fue en noviembre y diciembre pasados. Después, eso se estabilizó un poco. Pero con la crisis actual, la gente está muy asustada. Están dispuestos a hacer cualquier cosa; lo esencial es tener un puesto de trabajo, aunque el salario sea pagado más tarde”. Según la adjunta del director, el salario medio también bajó en Kherson, cayendo a 98 euros en abril, es decir, un 20% menos que en 2008, y apenas 40 euros más que el salario mínimo. Más allá de las grandes fábricas, la onda expansiva afectó a todos los sectores, golpeando muy duramente a una clase media embrionaria.

Natacha Chevchenko tiene 32 años. Su hermano trabaja en los astilleros navales y su primo en la fábrica de papel. Ambos se quejan por el atraso en el pago de los salarios, pero no lo hacen abiertamente por temor a perder el trabajo. La joven mujer de rostro cansado cuenta también sus propias dificultades. Hasta hace apenas unas semanas dirigía una agencia inmobiliaria. “El año pasado abrimos nuestra propia oficina junto a unos colegas”. Por entonces, tanto en el interior del país como en Kiev el precio de las propiedades había aumentado notablemente, en total desconexión con los ingresos de la mayor parte de la población. “En el verano de 2008 las ventas comenzaron a caer, y como en el otoño la cosa no mejoró, decidimos cerrar. En realidad, los bancos dejaron de dar créditos, y por lo tanto la gente ya no compra”.

Depresión económica

Así fue que el 40% de las agencias inmobiliarias de la ciudad quebraron, siguiendo el ritmo de la depresión económica y los despidos. “Hace un año estábamos en pleno crecimiento. La gente tomaba créditos para departamentos con tasas de interés del 14% (2), y sin exigencia de anticipo. Casi todos los créditos eran en dólares. Hoy en día, el monto del crédito se duplicó o se triplicó, y la gente ya no puede pagar los reembolsos”, explica Natacha Chevchenko.

Ante las primeras señales de la crisis, los ucranianos, que conservan en su memoria la vertiginosa devaluación de la grivnia a fines de la década de 1990, corrieron a los bancos a retirar sus ahorros y cambiarlos por divisas extranjeras. Ese fenómeno amplificó la devaluación de la moneda nacional, que perdió cerca del 40% de su valor respecto al dólar. Natacha Chevchenko explica: “El principal problema es que muchas personas no fueron oficialmente despedidas, sino que renunciaron… Eso evita a la empresa pagarle la indemnización correspondiente”. Sin ingresos, con créditos a pagar por el departamento, el auto o el lavarropas, los ucranianos rápidamente se vieron con la soga al cuello. “Antes de la crisis la vida parecía fácil en Kherson. Aunque la gente compraba a crédito, podía pagar. Pero era un espejismo”.

Andriy Dementrenko, con su gastada campera de cuero y una vieja mochila, está a mil leguas de distancia del ejecutivo seguro de sí mismo que se encuentra frecuentemente en la capital. Este hombre, aún joven, sentado en un banco del Parque Lenin, no tiene cuenta bancaria y jamás tomó un crédito. Prudente. Es, sin embargo, el director de una pequeña empresa de la ciudad, cuya casa matriz se halla en Kiev. Vende e instala carpintería de obra en PVC (policloruro de vinilo). Hoy en día, Andriy Dementrenko gana apenas mil grivnias (95 euros) y ya no puede pagarle a sus empleados: “Antes de la crisis las ventanas en PVC eran un buen negocio. Pero el Banco Nacional, viendo que todo el mundo corría a sacar su dinero, decidió congelar las cuentas. Por lo tanto, la gente dejó de hacer proyectos en sus casas, y nosotros no tenemos más trabajo”.

Andriy Dementrenko conoce muchas personas que ya no cobran sus salarios. “Las manifestaciones en KhersonMash son algo extremo. Es la única forma de sacudir a los patrones. Quienes ven eso tienen ganas de hacer lo mismo. Algunos hasta fueron a manifestar a Kiev, pensando que allá tendrían más peso”. Pero las grandes manifestaciones “sociales” que se desarrollan en la capital por ahora no convencen a nadie. Utilizadas y financiadas por el Partido de las Regiones, la principal fuerza de oposición, sirven sobre todo de tribuna a su líder, Victor Ianukovitch, en vista a las elecciones presidenciales que podrían tener lugar en octubre próximo.

Para muchos, sobrevivir es un trabajo a tiempo completo, ¿cómo arreglárselas sin salario, en un país donde el seguro de desempleo, que muy pocos tienen, no dura más de un año? En Kherson, la gente está volviendo a la tierra, imitando a esas babuchkas que suelen instalarse en las veredas para vender pepinos o tomates marinados. “Mi hija y mi esposa trabajan conmigo en KhersonMash. Los tres nos vamos a quedar sin trabajo. Para poder comer trabajamos la huerta y cultivamos legumbres”, explica Marchenko. Algunos se transforman en choferes de taxi para poder pagar las cuotas del auto comprado a crédito, otros alquilan su departamento a precio de liquidación, y vuelven a vivir con sus padres. Los jubilados, de por sí muy vulnerables a causa de sus bajas pensiones, a veces deben compartirla con sus hijos esperando que pase la tormenta. “Tengo la impresión de que la gente vuelve a centrarse en la familia y no hace más proyectos a largo plazo. Si uno piensa en vacaciones, es por uno o dos días como máximo” estima Natacha Chevchenko.

“Los ucranianos, sobre todo los de más edad, saben sufrir”, afirma Volodymyr, un joven activo y padre de familia. Ese fatalismo es ampliamente extendido en Kherson, donde la actual crisis económica recuerda otros momentos dolorosos de la historia reciente, de otras crisis, no menos brutales: la caída de la URSS, hace dieciocho años, y luego los daños causados por la independencia. La década siguiente se caracterizó por la rápida desaparición de la protección social del sistema comunista, reemplazada por un liberalismo desenfrenado a la occidental. Otra crisis, pero con idénticos síntomas: hiperinflación, congelamiento de salarios, devaluación de la moneda… O sea que los ucranianos están acostumbrados a la recesión. Para Vladimir Korobov “esta crisis afecta a los que habían comenzado a hacerse ilusiones, los que tenían un poco de dinero y se pusieron a consumir. Para los otros, no cambia gran cosa. En Kherson, mucha gente vive con retrasos crónicos en el pago de salarios desde hace quince años. Pero esta vez nadie entiende lo que pasa. Uno solamente se pregunta si la crisis será peor o menos fuerte que la de los noventa”.

Los obreros de KhersonMash, coléricos, piden la renacionalización urgente de la empresa, lo que a su entender es la única forma de volver a la normalidad. Hasta el adjunto del Intendente que, sin embargo, está afiliado al Partido de las Regiones, conocido por sus apoyos oligárquicos, aboga por la vuelta del Estado a la empresa. Discursos situados a años luz de la euforia de comienzos de los años 2000, cuando las privatizaciones y el liberalismo parecían ser la única garantía para el desarrollo del país.

En Ucrania, la “crisis del capitalismo” podría acabar con ciertos conglomerados industriales, mantenidos con vida como se pudo durante toda la transición, pero que tienen problemas para hallar su lugar en la economía globalizada. Kherson ya piensa en volver a concentrarse en los recursos concretos de su territorio, sus tierras agrícolas, aunque la baja en los precios de los alimentos no incita gran optimismo. “Lo último que se pierde es la esperanza”, dice un proverbio ucraniano. Los obreros de la ciudad, dispuestos a resistir ante la crisis, lo adoptaron como eslogan.

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