Primero cayó el gobierno de Islandia, un país que no pertenece a la Unión. Luego el de Letonia, un país de la UE. Este sábado tiraba la toalla el primer ministro húngaro, Ferecz Gyursany, incapaz de hacer frente a la crisis económica que está pudriendo a su país. Ahora, de manera algo inesperada, ha caído el gobierno checo. No es una crisis cualquiera, porque
Mirek Topolanek no consiguió ayer superar la moción de confianza presentada por la oposición de socialdemócratas y comunistas en el Parlamento. Le acusaban de no estar gestionando bien las consecuencias de la crisis financiera y de estar llevando a cabo un "capitalismo del siglo XIX". A la oposición parecía no importarle el detalle mínimo de que
Y en casa, el que está disfrutando de lo lindo es el euroescéptico presidente, Vaclav Klaus. El es el personaje clave de esta crisis, que pone a Bruselas en una situación difícil. Klaus, según la constitución, no tiene un límite de tiempo para encargar a una persona que forme gobierno. Dicho de otra manera, Mirek Topolanek podría permanecer en funciones como presidente de la Unión hasta que Suecia asuma esa misma presidencia, el 1 de julio. Pero eso no es lo peor. Lo peor es el Tratado de Lisboa. El presidente Klaus había dicho que no lo firmaría hasta que hubiera sido ratificado por los irlandeses, cosa prevista para el mes de noviembre. Pero con la caída del gobierno de Topolanek, los miembros de su partido de centro derecha podrían retirar los apoyos parlamentarios en el Senado, donde son mayoría, para ratificar el famoso Tratado, con lo cual esto podría suponer la muerte del mismo, ya que tiene que ser ratificado por los 27 países miembros de la Unión.
Europa y Bruselas temían la presidencia checa de la Unión. No sólo por el euroescepticismo de su jefe de estado, sino por la inestabilidad política interna. La realidad ha confirmado esos temores. Y, aún peor, tal vez el gobierno checo no sea el último en caer como consecuencia de la crisis económica mundial. Las ayudas financieras aprobadas en la cumbre de la semana pasada para los países del este, 50.000 millones de euros, tal vez se hayan decidido demasiado tarde.
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