I. Introducción: El Caracazo
Un hombre cruza la calle llevando una pierna de vaca sobre sus hombros. Carritos rebosantes a la carrera, casi compitiendo entre sí, salen de supermercados con las puertas forzadas. A lo lejos, gente en la calle como hormigas que trajinan cosas de un lado a otro o huyendo a la carrera. Humo. Disparos. Disparos como para matar a cientos de personas, hay quienes dicen que a miles.
Estas imágenes y otras quedaron registradas por los cámaras de televisión en Caracas el 27 de febrero de 1989. También permanecerán impresas en la memoria de la clase media venezolana como el día que bajaron de los cerros. Los que bajaron son “ellos”, los desarrapados, los negros, los bárbaros, aquellos que habitan las favelas venezolanas y que se lanzaron a saquear la ciudad formal. Una década después constituirán la principal base social del chavismo y serán los protagonistas de la Revolución Bolivariana.
El Caracazo fue la primera revuelta urbana contra las políticas de desregularización neoliberal y las privatizaciones radicales impuestas por los organismos internacionales –OMC, BM, FMI–, que para despojar a los países de su soberanía utilizarían la coacción de la deuda. Estas políticas hicieron implosionar los equilibrios locales, los precarios pactos sociales sobre los que se asentaba una cierta paz y gobernabilidad. También agudizaron la corrupción o su obscenidad y pusieron en evidencia a las oligarquías locales alineadas con los intereses de las transnacionales. Esto condujo –durante los 80 y 90– a crisis políticas y sociales graves, a procesos de empobrecimiento radical de los sectores más desfavorecidos y a un descenso en picado de buena parte de la clase media y de las condiciones de vida de todos.
Diez años después del Caracazo –y tras dos golpes de estado fallidos, uno de ellos protagonizado por Chávez– la crisis de régimen venezolana se resolvería con la victoria en las urnas de Hugo Chávez en 1998, tras lo que hasta entonces había sido un bipartidismo bien asentado. Esta victoria, y el proceso constituyente que le siguió, inauguraría un nuevo ciclo político en el continente.
II. ¿Qué sucedió en la izquierda revolucionaria durante el periodo previo a la llegada de Chávez?
La mayoría de la nueva militancia de izquierda en América Latina hasta la década de 1980 asumió posiciones dentro del espectro de la socialdemocracia o del marxismo-leninismo en sus variantes típicas de la época –guevarismo, maoísmo o trotskismo–. El único horizonte de emancipación era el Estado y la base teórica que lo sustentaba, las luchas de liberación nacional. Es decir, subvertir el esquema geopolítico de opresión a partir de la toma del Estado: romper con la relación entre países imperialistas y países oprimidos y rescatar cierta soberanía para el desarrollo de un capitalismo nacional más justo. Esa fue la utopía predominante hasta bien entrados los 80. El 68, ese acontecimiento que en Europa y EEUU tomamos como punto de partida de una nueva forma de hacer y entender la política –la de los nuevo movimientos sociales– no tendrá tanto impacto en Venezuela, aunque sí aparecerán movimientos de nuevo tipo basados en influencias y procesos locales.
A partir de finales de los 70 además de estas grandes teorías universalistas –la mayoría de raíz marxista–, ganarán influencia otras prácticas y formas de concebir la política. Corrientes como la Teología de la Liberación o los primeros movimientos negros y el indigenismo influirán y convivirán con las nuevas formas de movilización. El cuestionamiento del pasado no será únicamente ideológico sino también de las formas de acción que habían sido predominantes, fundamentalmente la lucha armada para la toma del poder. Así como de las formas autoritarias y jerárquicas de organización cuyo expresión era el partido de vanguardia. Se puede decir que había una concepción utilitarista de las luchas sociales. Más que pensarlas como un lugar donde se producía política per se, se pensaban como subordinadas a los fines del partido. Esta era la organización que lideraba y quien ordenaba esas luchas en el esquema mayor de la revolución que solo ellos eran capaces de interpretar y articular (base del modelo leninista). Esa transformación de la izquierda clásica operará también en la arena de las prácticas políticas así que aparecerán en Venezuela nuevos movimientos sociales como el movimiento Pedagógico –basado en la pedagogía del oprimido–; redes de medios comunitarios, organizaciones vecinales y culturales, etc, movimientos que ya trabajarán sobre otros paradigmas organizativos 1/.
Los barrios se organizan
Dentro de este nuevo esquema, tendrán un papel muy importante las luchas vecinales o urbanas en un país cuya población se concentrará fundamentalmente en las ciudades, y donde buena parte de estas se desarrollarán de forma no planificada –favelas o barrios–. La ciudad informal generará una buena cantidad de luchas basadas en las ocupaciones de tierra de las que nacieron, por mantener esas ocupaciones, pero también por dotarlas de servicios –agua, luz, recogida de basuras–. Se desarrollará una militancia de nuevo tipo que consistirá en realizar actividades sociales y culturales (enseñar a leer y escribir, deportes, fiestas populares, etc…).
En Caracas, la clase trabajadora no se encuentra en la fábrica sino en el territorio. Es una clase muy precarizada, que trabaja sobre todo en el sector servicios, que entra y sale de la economía informal y que no está encuadrada en sindicatos. Es por ello que estas luchas urbanas serán centrales en muchos países de Latinoamérica que no van a tener un movimiento obrero estructurado o que éste no será predominante como sucede en Venezuela o Ecuador–. En buena parte, estas serán las bases sociales de los gobiernos progresistas que nacerán en los 2000. En Venezuela, desde luego, tendrán un papel central. En otros lugares como Bolivia, compartirán esa centralidad con los movimientos indigenas/campesinos y a veces, minero. Serán estas bases –el chavismo movilizado– las que en el 2002 estarán en la calle parando el golpe de Estado, y resistirán en los intentos más graves de desestabilización como el paro petrolero/patronal y las violentas marchas opositoras. Estos desposeídos se sentirán muy identificados con la figura de Chávez –el que dio voz a los sin voz, los que habían sido tradicionalmente excluidos de los mecanismos de representación– y que, por desgracia, todo indica que cada vez están más desvinculados del proyecto bolivariano.
De las luchas de liberación nacional al poder popular
Como hemos señalado, los nuevos movimientos urbanos marcarán una transformación en la consideración de la luchas sociales. Para la nueva militancia –como explica el activista Roland Denis– el pueblo no será ya un sujeto político mediado por el partido o una pequeña burguesía ilustrada que organizaba y lideraba para poder dar un salto desde las luchas reivindicativas hacia las de orden revolucionario, sino que será el sujeto político directo. Y ahí es donde en la década de 1980 aparecerá el principio del poder popular vinculado a la construcción de organizaciones sociales ya totalmente autónomas de los partidos.
Durante esta década de descomposición social, la “década perdida provocada por las políticas de desregularización neoliberal, se popularizarán acciones políticas de desobediencia. Será la época de las tomas de tierras en Yaracuy o en Portuguesa pero también del desarrollo de un asambleísmo popular urbano. Después del Caracazo, la Asamblea de Barrios, donde se coordinarán todas las organizaciones de Caracas, llegará a juntar a unas 800 personas en sus asambleas. Esta organización barrial permitiría crear proyectos propios de organización autónoma como redes de intercambio justo o de distribución alternativa de alimentos, coordinar acciones directas para pedir mejoras en los servicios, o llevar adelante luchas contra la distribución de droga en los barrios. Nuevas formas que se adaptaban al contexto y las necesidades locales de cada organización. Estas experiencias serán reprimidas con dureza por el Estado, incluso las más aparentemente inofensivas como las organizaciones culturales o deportivas, hasta desembocar en la violencia desenfrenada utiliza por las fuerzas de seguridad para controlar el Caracazo.
III. La Revolución Bolivariana
Después de la victoria de Chávez, el proceso abierto de redacción de una nueva constitución generó un espacio de movilización social que constituiría una novedosa estrategia revolucionaria inspiradora para el resto del movimiento emancipador continental. La constituyente venezolana reconoció múltiples derechos, desde los más políticos, hasta una amplia agenda social. Serviría además como poderoso símbolo de un proceso naciente. De este proceso nacería la Constitución Bolivariana que está dotada de un profundo sentido libertario e igualitario y que condensa las reivindicaciones y el programa político que se gestó en las luchas de los movimientos populares anteriores a su redacción.
En el Chavismo naciente convergieron diversas tradiciones. Se produjo una síntesis algo esquizofrénica entre la tradicional lucha de liberación nacional y las prácticas del poder popular. Es decir, una retórica antiimperialista, panlatinoamericanista que quiere servirse del Estado y sus recursos para redistribuir según las tesis renovadas de la sustitución de importaciones; y otra retórica de organización popular con apelaciones constantes a la democracia directa –“democracia participativa y protagónica” en la Constitución–. Estas vertientes darán lugar a lo que se llamó en Venezuela el Socialismo del S.XXI y las tensiones y contradicciones que le son propias.
Describir lo que ha sucedido en la Revolución Bolivariana es complejo porque se superponen proyectos de distinto tipo, pero para simplificar diremos que el momento de mayor apertura se dio entre el 2001 y el 2009 aproximadamente y que luego se apostará progresivamente por un estatismo más clásico. Durante este periodo de apertura se dio un cierto margen para la autogestión que multiplicó el movimiento popular en una marea de organizaciones y proyectos relativamente autónomos. Son años en los que surgieron iniciativas culturales y educativas dirigidas a los barrios, proyectos comunicativos –nacieron nuevos medios comunitarios y televisiones-escuela como ÁvilaTV– y se produjeron tomas de tierras y fábricas abandonadas por sus dueños. En muchos barrios se multiplicaron las organizaciones de base. También aparecieron nuevas cooperativas impulsadas por el Estado. Así como nuevos movimientos como los Comités de Tierra Urbana, o campesinos como el Jirajara.
Por otro lado, el proceso estuvo atravesado desde el principio por la contradicción entre entender la organización de base como procesos de autogestión y de autonomía –de construcción de abajo a arriba– y el hecho de que muchas de estas organizaciones serán producto de políticas públicas desde el Estado, como explica Edgardo Lander. Esa contradicción se jugó de manera diferente en cada contexto. Donde había experiencia organizativa previa y dirigentes comunales, habrá capacidad de negociar con el Estado y sostener procesos con relativa autonomía. Esto sucederá por ejemplo en los Consejos Comunales, un experimento de nueva institucionalidad mediante el que el Estado promovió un asociacionismo de base a nivel vecinal. Para ello, creó una ley específica que le permitió proveer de recursos económicos a estas organizaciones. Recursos destinados a resolver los principales problemas de sus barrios de forma autogestionada. (Recordemos que una buena parte de la movilización del ciclo anterior fue provocada por esas necesidades.) La de los Consejos Comunales fue una experiencia rica, que sufrirá intentos graduales de control por parte del Ministerio Popular de las Comunas del que dependerá cada vez más.
Sin embargo, como explica Roland Denis, el proceso de cooptación nunca fue total. Siempre quedaron resquicios y elementos desde los cuales se fueron desarrollando experiencias de autonomía, de autogestión y de autogobierno. Este fue el caso de muchos Consejos Comunales y de bastantes expresiones de lo que fue el movimiento popular organizado. Valgan un par de ejemplos para explicar algunas de las dinámicas propias del proceso, como es el caso de los Círculos Bolivarianos y las Misiones.
Círculos Bolivarianos
Aparecen en el 2001 como espacios de organización de las comunidades, pensados para articular lo que era el sujeto político fundamental de la revolución. Por tanto, mayoritariamente, eran de carácter urbano y sus protagonistas, los habitantes de los suburbios.
A pesar de estar pensados para sostener el proceso institucional, debían ser autónomos, con el objetivo de llevar las ideas bolivarianas a la población y conformar un foro para una cooperación efectiva, especialmente en labores sociales de ayuda mutua. Los espacios se multiplicaron ante la primera ocurrencia de Chávez y se constituyeron de manera descentralizada, desplegados en el territorio. Aunque también surgieron círculos de abuelos, de baloncesto, de intelectuales, de ajedrecistas, madres, etc. La gente se movilizaba en defensa de lo que consideraban conquistas propias.
Durante esos años, la revolución es también subjetiva: todo era posible, había espacio para proponer, para imaginar. Había disputa de ideas y se discutía constantemente de política en la calle y en casi cualquier lugar.
Progresivamente, los círculos –y la pasión política– se fueron desactivando por varias razones. Por un lado, se multiplican los espacios de participación y los Círculos dejan de verse como necesarios al tener funciones tan difusas. Por otra parte, entre el 2005 y el 2006 se consolida la idea de que hace falta estructurar ese caos, que hace falta un partido que encuadre y organice. Todo gobierno tiende a la centralización y a la concentración de poder por una necesidad de supervivencia de la estructura gubernamental y para facilitar la labor de gobierno, ya que Chávez se había presentando bajo una coalición de partidos que apoyan el proceso, pero que también hacen de contrapeso. Así, se crea Partido Socialista Unido de Venezuela entre el 2006/2007, se estructura el caos, y se pierde también pluralidad y capacidad de apertura.
Las Misiones
A partir de la nacionalización de la industria petrolera se establecieron políticas sociales más tradicionales –subida del salario mínimo, aumento de las pensiones, etc.– que consiguen revertir los índices de pobreza. Pero también se producen, sobre todo al principio (2002-2003), en la fase de apertura, toda una serie de políticas de redistribución que se asientan en una institucionalidad de nuevo tipo, en procesos que mezclan la militancia, las redes barriales ya existentes y los recursos del Estado. Estas serán las Misiones.
Las Misiones fueron concebidas como el nacimiento de un nuevo orden de Estado, de un nuevo poder completamente ajeno a la lógica burocrática, en la fase más irreverente, más innovadora de la revolución. La idea era que las instituciones existentes eran demasiado lentas de transformar y no servían para trabajar en los barrios de autoconstrucción donde existía más necesidad de recibir recursos del Estado. Por sus características particulares, la sanidad y otros derechos cumplían mejor sus funciones si llegaban de forma directa. Así que en este proceso se incorpora masivamente la militancia popular –esos barrios que habían estado movilizados el ciclo anterior–. Con lo cual se puede hacer un trabajo cara cara, personalizado y de organización, de creación de tejido social, en esos lugares.
Existían varias misiones según sus funciones: Robinson (alfabetización), Barrio Adentro (cobertura médica básica) o la Misión Mercal (alimentos a precios subsidiados). Al cabo de un tiempo, una parte de estas redes se “profesionalizan” y se pierde el impulso militante y por ello mismo, la propia visión de autonomía y de ruptura con la burocracia.
Una de las misiones que se pusieron en marcha estaba destinada a impulsar la soberanía alimentaria, que a la luz de lo que sucede ahora –escasez de alimentos– se descubre su importancia. (Venezuela importa del orden del 80% o más de alimentos que consume.) Lo cierto es que, como muchos buenos proyectos, naufragó en la práctica. La Misión Vuelvan Caras estaba destinada a la producción de alimentos y otros productos básicos a través de cooperativas en todo el país –textiles, agrícolas, pesqueras– a las que se les proporcionaba recursos y formación. Sin embargo, en el 2006 Chávez dividió este programa entre varios ministerios centralizando su ejecución. Probablemente, entre los motivos de esta decisión se encuentra la necesidad de detener la pugna política por el control de los recursos. Todo proyecto que se ponía en marcha, formaba parte también de estas luchas entre las distintas familias. Controlar estas iniciativas implicaba poder y también posibilidades de corrupción. Así, el gran proyecto del mundo rural y buena parte del movimiento cooperativo se fue degradando, tanto en luchas internas como por su excesiva dependencia del Estado y a veces, incluso arruinado por esta misma corrupción.
Cierre progresivo del proceso
A partir de 2007 y de forma gradual se produce una transición en la Revolución Bolivariana desde algo muy abierto con posibilidades para la autogestión, hacia un modelo socialista más clásico, entendido como estatismo. Este proceso coincide con la fundación el PSUV y hay quien dice que con la progresiva influencia cubana ante la falta de cuadros políticos propios.
Así, identificando socialismo con estatismo, mediante sucesivas nacionalizaciones, el gobierno bolivariano expandió además la esfera estatal mucho más allá de su capacidad de gestión. En consecuencia el Estado es hoy más grande, pero a la vez más débil y más ineficaz, menos transparente y más corrupto. Los militares irán ganando peso en el gobierno e irán asumiendo progresivamente más funciones, lo que será funcional a la imposición de un mando más centralizado.
Se consolidará una cultura dirigista en relación a la organización popular. Como explica Edgardo Lander, muchos de los procesos de autonomía intentarán ser controlados por el Estado. En tomas de fábricas, por ejemplo, cuando se pedirá control obrero, las instituciones estatales responderán cada vez más desde un “estado socialista que toma el mando de la empresa”. Es decir, un estado militarizado como garante de la revolución, que es el esquema que nace con la victoria bolchevique, y la consolidación del Partido Comunista de la Unión Soviética –el esquema de todo el siglo XX–. La pregunta es ¿puede un orden militarizado despótico garantizar un proceso de liberación? La Historia nos dice que no. (Esto no quiere decir que Venezuela sea una dictadura aunque la tendencia actual sea hacia el autoritarismo.)
Gran parte de las justificaciones de este cierre se atribuyen a la oposición reaccionaria y anticomunista de grupos que salen de las clases medias altas y su violencia. No solo con el golpe de estado y los paros, sino con constantes disturbios y asesinatos que han buscado desestabilizar el país. Todo dentro de la nueva estrategia intervencionista de EEUU, donde se ha financiado y apoyado casi cualquier tipo de grupos bajo la excusa de la “promoción de la democracia”. La estrategia ha sido la de sembrar el caos y la guerra civil, para lo que se ha llegado a apoyar en el paramilitarismo colombiano que también ha operado en algunas zonas del país.
La consecuencia de esta terrible oposición ha sido un cierre del campo político. Ha sido y es muy difícil la generación de un espacio crítico capaz de desarrollar alternativas desde la propia revolución. La crítica ha sido expulsada y sin ella no hay construcción colectiva ni vigilancia interna, ni revolución. La vieja excusa de “no dar armas al enemigo” ha operado como poderosa herramienta contrarevolucionaria. El hecho de que no haya habido crítica dentro del propio proceso ha dejado el campo libre a la oposición reaccionaria –y a la corrupción que ha campado a sus anchas–. Por culpa de esto, ahora no es posible un espacio político alternativo. Es cada vez más imposible una rebelión popular autónoma, una protesta desde abajo contra las políticas impopulares del gobierno. Así como parece muy difícil el desarrollo de un chavismo alternativo que dicen que puede estar naciendo. Pero si a todos los crítico, incluso a los propios chavistas, se les trata de acallar, desplazándoles al campo del enemigo, se expulsa a todo elemento renovador y se estrecha el campo de los afines. De nuevo, una tragedia a la que la historia de las revoluciones nacidas de las grandes utopías del S.XX nos tiene acostumbradas.
Este panorama es desolador, porque el cierre ha ido acompañado de un cambio en la correlación de fuerzas en favor de las viejas y recientes oligarquías nacionales –estas últimas nacidas con el chavismo– que han aprendido a adaptarse a las nuevas vías de expropiar la renta petrolera sobre la base del intervencionismo del Estado en la economía.
Ahora mismo, la crisis económica están abriendo paso a nuevos conflictos políticos, esta vez con los de abajo. Nuevos recursos mineros se están cediendo al capital extranjero para su explotación, fundamentalmente en la franja del Orinoco, en tierras donde viven indígenas. Esta ha sido una de las principales contradicciones de los gobiernos latinoamericanos, al que Venezuela todavía no había llegado. Cruzar esa frontera quizás pueda llevar al punto de no retorno a la que fue la gran esperanza de renovación del socialismo y de las posibilidades de una revolución social y democrática del S.XXI en el mundo.
Bibliografía
Denis, Roland: Fabricantes de Rebelión https://www.yumpu.com/es/document/view/14219870/fabricantes-de-rebelion (y entrevista personal)
Entrevistas al sociólogo Edgardo Lander, como esta de la Red Filosófica del Uruguay: https://redfilosoficadeluruguay.wordpress.com/2017/04/01/edgardo-lander-ante-la-crisis-de-venezuela-la-izquierda-carece-de-critica/.
Entrevista propia a Carlos Lanz Rodríguez.
Notas
1/- Para saber más de esta cuestión ver Denis, Roland: Fabricantes de Rebelión https://www.yumpu.com/es/document/view/14219870/fabricantes-de-rebelion
Fuente: VientoSur
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