- “Los señores de la plata, los señores que están perdiendo los intereses que tienen ellos ahora, ellos son los que están tocando los pitos porque saben que el pueblo ahora tiene qué comprar, tiene qué comer, y ellos ahora quieren esconder las cosas que el pueblo tiene que consumir. Y este caos que cometieron ellos es para que la gente se dé vuelta contra el gobierno”. Era entonces octubre de 1972, once meses antes del derrocamiento y el inicio de la dictadura cívico-militar encabezada por el genocida Augusto Pinochet. La voz pertenecía a un trabajador que quedó grabado para siempre en el documental La batalla de Chile.
Esas conclusiones pueden ser escuchadas hoy en Venezuela en un barrio, una cola, una oficina de un Ministerio. Claras de la situación, de los planes del imperialismo y la oposición; de la necesidad de defender el modelo, el Gobierno, lo conquistado. El paralelismo con lo sucedido en Chile contra el proceso revolucionario encabezado por Salvador Allende es inmenso. La capacidad de análisis y síntesis de grandes sectores del pueblo también.
- La guerra económica lleva ya dos años de manera sostenida y permanente. El objetivo: desgastar al pueblo, deslegitimar al Gobierno, preparar el escenario hasta lograr el Golpe de Estado bajo la forma que sea posible. Las metodologías, las que sean necesarias: acaparamientos de alimentos, medicamentos, aumentos de precios sostenidos, desabastecimientos rotativos etc; en combinación con acciones violentas de guarimbas, asesinatos selectivos como el de Robert Serra, etc.
El resultado visible en muchas personas es el escepticismo, la angustia, la desesperanza, el descreimiento; es decir los sentimientos que busca despertar esta operación material y psicológica. Porque esas dos dimensiones están íntimamente relacionadas, se trata tanto de golpear económicamente como anímicamente, generando miedo, sostenidos pánicos cotidianos, un temor a lo que vendrá, sensación generalmente mayor a lo que realmente ocurre –en estos dos años de guerra económica los niveles de consumo se han incrementado, tanto en alimentos, como teléfonos, televisores (el problema del consumismo está a la vista y debe ser abordado culturalmente) viajes de vacaciones etc., nadie pasa hambre, se puede escuchar entre los sectores que vienen encabezando la lucha.
Un efecto de la operación psicológica fue por ejemplo lo sucedido entre los días 8 y 13 de enero, cuando ante la amenaza de paro anunciada por la derecha, 18 millones de personas fueron a hacer compras, es decir tres veces más que de costumbre, consumiendo en cuatro días lo que suele serlo en un mes y medio.
- Los dos niveles conviven: se pueden escuchar voces claras a la vez que desanimadas, actitudes de solidaridad y resolución colectiva, así como de aprovechamiento y egoísmo. La guerra busca descomponer los cimientos del proceso bolivariano, sus valores de fraternidad, unión, orgullo de ser: venezolano, chavista, pueblo.
En ese escenario la comunicación cumple un rol central: entre lo que sucede y la idea de lo que sucede median mensajes permanentes, formación de opiniones y matrices –nada de eso es azaroso, existen expertos en la materia, una guerra mediática planificada. ¿Quién es culpable de la situación, qué se puede hacer, cuál es la fuente del problema? A cada una de esas preguntas le corresponden diferentes respuestas, diametralmente opuestas: la culpa es del Gobierno y el modelo; la culpa es de la oposición, el imperialismo y la guerra económica.
La respuesta es la segunda, pero, ante los ataques comunicacionales –nacionales e internacionales– constantes, se ha tornado central pensar las formas en que se narran las explicaciones, las causas de la situación. El efecto de mayor impacto que ha venido implementando el Gobierno ha sido el de mostrar los depósitos desbordados de productos acaparados, de lo que falta en los negocios: evidenciar al otro, desnudarlo en su negación de la realidad, de la misma guerra que él lleva adelante. Y, junto a eso, inaugurar centros de venta de alimentos pertenecientes a la red estatal de distribución.
- La matriz predominante llevada adelante por los medios de comunicación públicos estatales ha sido la de mostrar los logros del Gobierno, encabezado por Nicolás Maduro: su esfuerzo y trabajo por el pueblo, defendiéndolo de los ataques golpistas, los saboteos, desabastecimientos, resolviendo lo que debe ser resuelto, etc.
Esta lógica era tal vez más eficaz cuando el presidente era Hugo Chávez: él era el gran comunicador, el pedagogo, crítico y autocrítico. Si Chávez era el planeta alrededor del cual giraban esos medios de comunicación, ¿qué hacer al no existir más ese planeta? La respuesta fue la de reforzar la misma lógica, poniendo a Nicolás Maduro –y algunos determinados compañeros del alto mando político- como centro. Una política necesaria -de cara a legitimar por ejemplo el liderazgo presidencial atacado permanentemente como parte de la estrategia golpista-, pero limitada, un callejón angosto, demasiado angosto en estos momentos.
En ese contexto el pueblo, sus diferentes formas de organización, sus voces, han venido quedando subordinadas, más como apoyo a políticas públicas, que como hacedoras protagonistas que son de una realidad, de una revolución. Una situación que, paradójicamente, no es un reflejo directo de la realidad: valga como ejemplo los ocho Consejos Presidenciales de Gobierno Popular que se han conformado desde julio del año pasado hasta la fecha, bajo la consigna “el pueblo presidente”.
- Existen debates, muchos, en sectores militantes, entre compañeros de trabajo, en las calles, en las comunas. Sobre qué hacer en esta etapa, qué medidas deberían tomarse por parte del Gobierno –la principal e inmediata tal vez: la nacionalización de las importaciones y la distribución; la expropiación de las empresas acaparadoras financiadas con dólares del Estado-, cómo combatir la guerra económica, sus múltiples cabezas que golpean diariamente.
Y existen muchas experiencias haciendo frente a la desestabilización y trabajando para cambiar el modelo rentista petrolero: fábricas recuperadas/estatizadas/creadas por el proceso luchando por garantizar niveles de producción necesarios, comunas rurales articuladas y produciendo toneladas de alimentos, experiencias urbanas de panaderías, huertas, danza, educación, control territorial etc.
Junto a estas también se encuentran situaciones con menos éxito, frenadas, caídas: empresas/tierras recuperadas con bajos niveles de productividad, subutilizadas, y sin capacidad de funcionar sin subsidio estatal, trabas burocráticas a la organización, ineficiencias varias y permanentes. Realidades que traen debates, que como tales son necesarios, tanto para promover lo acertado, como para rever aquello que ha venido siendo menos de lo esperado, contrario a lo deseado.
- Un ejemplo reciente de comunicación: el viernes 30 de enero el periódico Últimas Noticas, de oposición, publicó en su portada: “La crisis sí tiene solución, ocho ponentes participaron en el foro sobre las perspectivas económicas y políticas para el 2015 celebrado en ÚN”. El día anterior el diario había organizado el espacio de debate cuya conclusión, explicaron, sería: unificar esfuerzo del Gobierno con los sectores privados.
En el mismo momento se desarrollaba el Foro Permanente de Pensamiento y Acción, organizado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura, una política nacida a raíz del encuentro de la Red de Intelectuales, Artistas y Movimientos Sociales, realizado en Caracas en diciembre, y pedida por Nicolás Maduro. Allí, durante el primero de los tres días que duró el Foro, fueron expuestos números, análisis de la economía –desmontando los discursos de la derecha y la burguesía–, diversas propuestas para superar la situación.
Al día siguiente los principales medios del chavismo no dieron cuenta de la existencia de este Foro. Ni en la tapa, ni en las páginas interiores. Una de las principales actividades, pensada de cara a nutrir el necesario debate –con presencia en el panel de altos funcionarios, intelectuales y sectores del pueblo organizado– no fue siquiera mencionada (allí planteó por ejemplo Luis Britto García sus puntos para la “campaña admirable contra la guerra económica”).
- “En el siglo XX, con un pensamiento lineal, se había pensado que la revolución era la ausencia de contradicciones, todas las contradicciones eran del capitalismo, los buenos el socialismo, los malos el capitalismo, y esto no es un problema de buenos y malos, la contradicción es inherente a todo movimiento vivo, porque si no hay contradicción no hay vida (…) y las contradicciones nos desafían permanentemente, la revolución es una suerte de pulseada integral con el poder, uno siempre lo ve: nosotros y ellos, no, la primera pulseada está dentro de nosotros, porque la ideología del capital está dentro de nosotros”, afirmaba Isabel Rauber en su paso por Caracas en diciembre pasado.
La revolución es entonces en parte superar contradicciones que generan a su vez nuevas situaciones y así sucesivamente –el actual consumismo es una de ellas por ejemplo. Y la revolución es más que el Gobierno, es principalmente el pueblo, la apuesta principal, como medio y fin. Ese pueblo haciendo las transformaciones, empoderándose, hasta conformar el Estado comunal, es decir la nueva institucionalidad, la organización de la vida colectiva en colectivo –valga la redundancia–, que permita darle muerte al Estado burgués.
Si esto es así, ¿por qué sostener a rajatabla una matriz comunicacional que equipare revolución con Gobierno, es decir gestión? ¿Por qué la negación a trabajar sobre las contradicciones, abordarlas como debates sanos, necesarios para avanzar? ¿Por qué insistir en una comunicación tan predecible, tanto en sus formas como en sus contenidos? ¿Y si de elecciones se trata, quienes votan al chavismo votan por un proyecto o una gestión? ¿Y ese proyecto no es también el mismo pueblo haciéndolo? ¿Visibilizar a ese pueblo en acción no es avanzar en la defensa del proceso coyuntural y estratégicamente?
- La apuesta hacia las comunas, los consejos presidenciales, el autogobierno, la autogestión, el Estado comunal, no es homogénea dentro del Gobierno. Es parte de la contradicción. La forma de resolución de la etapa actual –¿la crisis?– también es parte de lo mismo: ¿la soluciona el Gobierno, el Gobierno junto al pueblo, el pueblo como vanguardia profundizando su capacidad de hacer, su poder?
La estrategia predominante comunicacional ha venido insistiendo en la primera opción. Parte de las políticas también: los comités de fiscalización popular por ejemplo no han sido parte de una apuesta estratégica –comités que tenga capacidad de sancionar, de maniobrar con autonomía articulados con el Estado, no como acompañantes/espectadores. Y esto no es menor: ante la guerra económica los sectores populares pueden padecerla o avanzar en su organización para hacerle frente. Los resultados son diametralmente opuestos.
Nuevamente: existen experiencias de resistencia a la ofensiva económica golpista, que como tales traen debates necesarios, a veces incómodos pero ineludibles de cara a proyectar la profundización del modelo sintetizado en la consigna “comuna o nada”, es decir de un socialismo no estatal. Si del tema de la productividad se trata: ¿qué sucede en las fábricas recuperadas tanto por el Estado como por los trabajadores? ¿Cuáles son sus niveles de producción, sus desafíos para una organización del trabajo socialista? ¿Dónde existe esa información, en qué lugar encontrar la voz de esos trabajadores, de esas luchas que den carnadura a los anuncios acerca de avanzar en mayores niveles de producción?
- Esas experiencias deben ser visibilizadas: como formas de revertir/desmontar las operaciones mediáticas de la derecha, a la vez que como espacios de donde nacen propuestas, y ponen en evidencia límites/trabas –en el proceso de transición– junto con mecanismos para superarlas.
A su vez permiten oxigenar un discurso chavista muchas veces predecible. Tal vez la constante apelación a la oposición entre los males –reales– de la IV República y los logros de la revolución, no sea la mejor forma de desandar ciertos niveles de desencanto, pesimismo. ¿El pueblo que ha venido encabezando el proceso revolucionario –la mayoría– desconoce lo logrado en todos estos años, está falto de escuchar acerca de todo lo conquistado, o necesita recuperar una épica en estos momentos débil, ver al Gobierno tomar medidas contundentes a la vez que tener herramientas para luchar?
Ese pueblo está en gran parte buscando, organizándose en Empresas de Propiedad Social, en comunas, encabezando consejos presidenciales. A él se deben abrir las puertas de los financiamientos para tener impacto productivo, buscar su voz, transmitirla en notas, relatos, crónicas, videos, imágenes, pantallas, visibilizarlo como protagonista que es. Con él hay que trabajar la comunicación, ahí deben ir gran parte de los mejores esfuerzos.
- No existe duda de que un Golpe de Estado está en marcha. En realidad parece que desde el 14 de abril del 2013 –como fecha de visibilización del mismo– el intento nunca ha cesado: ha variado sus intensidades, métodos, voceros, razones esgrimidas, pero como tal, como decisión de terminar con el proceso revolucionario –el pueblo y su Gobierno– ha sido ininterrumpido.
Se trata entonces de frenar la avanzada, resistir como enseñó Chávez: en unidad y profundizando. Y si la historia chilena arrojó conclusiones acerca de estrategias golpistas, también lo hizo sobre dramas propios: la apuesta por el equilibrio cuando la derecha y el imperialismo ya han decidido su plan. Porque tanto en Chile como en Venezuela el intento de Golpe –por sus dimensiones geopolíticas y clasistas– es una decisión irrevocable.
Existiría una forma de revertir esa decisión: traicionando el proceso, es decir entregando el petróleo por ejemplo, algo que no sucederá. Entonces avanzar, es decir nacionalizar, expropiar, encarcelar –a empresarios acaparadores, golpistas, corruptos internos–, transferir poder y recursos al pueblo para producir, fiscalizar, abrir mayores compuertas de protagonismo y avance popular; ¿no permitiría un salto cualitativo, una épica masiva posible y necesaria? Porque entre tanta urgencia, tanto ataque, se trata de defenderse al tiempo que avanzar en el proyecto estratégico, el de la transición al socialismo. Las cartas están sobre la mesa, y la revolución lleva en sí la fuerza para realizar ese doble movimiento.
vía - ContrahegemoníaWeb
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