Comunicación, hegemonía y política revolucionaria

¿Para qué la comunicación política?

Desde que Maquiavelo aislara el poder político como objeto de estudio abordándolo desde su especificidad, concebimos la política como un diálogo entre acontecimientos históricos, en avance y retroceso de posiciones enmarcadas en la disputa por este poder. Su caracterización y formas de conservarlo han sido fuente de múltiples rompecabezas. En su voluntad por dar solución al enigma, el pensador italiano señalaba la figura metafórica del centauro como aquella que detentaría el poder, a través de una parte animal y otra humana. En la primera, la fuerza bruta es la protagonista de una dominación coercitiva que pretende acaparar el poder político que no ha sido capaz de preservarse utilizando la racionalidad que le otorga la parte humana, la cual tiene como labor establecer consensos –sentido común de época– entre la sociedad.

Esta concepción dual guarda similitudes con la que presentara tiempo después otro italiano, Antonio Gramsci. El teórico marxista reelabora el concepto de hegemonía que originariamente se presentaba como el ejercicio de aglutinar diferentes actores en un mismo sentido. Gramsci desborda esta definición aritmética de simple yuxtaposición. El concepto sobre el que trabaja pretende avalar toda una construcción social que articula diferentes opresiones en torno a un sujeto, a través de una dinámica transversal basada en la lucha de clases. En este sentido, el filósofo esloveno Slavoj Žižek señala:

“No acepto que los distintos elementos que se producen en la lucha por la hegemonía sean en principio equivalentes. Siempre habrá uno que, aunque parte involucrada de la cadena, la sobredetermina. Esta contaminación del universal por el particular es más fuerte que la lucha por la hegemonía: estructura por adelantado el terreno mismo sobre el cual una multitud de contenido particular luchan por la hegemonía.”

En definitiva, ni la lucha de clases se disuelve en una multiplicidad de pertenencias identitarias, como tampoco la hegemonía se disuelve en un inventario de equivalencias. A su vez, en este proceso de articulación política y social se integran los operadores del consentimiento y la coacción, siendo clave la praxis por la cual una clase eminente permite convencer a los oprimidos de que los intereses de ésta son así mismo sus intereses. Es en el momento en el que fallan los consensos que otorgan legitimidad a quien detenta el poder político, cuando se opta por la represión y la fuerza. Así, podríamos entender el consentimiento como un terreno de batalla situado en el plano ideológico sujeto a la sociedad civil. Este combate se da entre bandos no constituidos aunque sobredeterminados por una serie de condiciones materiales. En esta contienda, renunciar a la comunicación política es renunciar a la disputa por la reordenación de la baraja; la posibilidad de configurar nuevas correlaciones y espacios de afinidad.

¿Dónde se juega el discurso? Significantes, significados y marcos

En esta segunda parte de la dualidad planteada, sobre la construcción de consensos, la comunicación política surge como el principal dispositivo de transformación ideológica. Es aquí donde tiene lugar una batalla que opera fundamentalmente con tres elementos interrelacionados: significantes, significados y marcos. En su libro sobre lenguaje y debate político, No pienses en un elefante, George Lakoff presenta la condición de necesidad que se nos plantea para recuperar el discurso político: cambiar de marco a uno favorable, llevar la comunicación a nuestro campo de juego. Esto es, poniendo un ejemplo concreto, hablar de seguridad ciudadana –en lugar de referirse a un aumento de los dispositivos represivos hacia esa misma ciudadanía– resulta favorable al gobierno. Sin duda, uno de los mayores errores en la izquierda durante los últimos tiempos ha sido asumir como fijo el marco de la discusión, adoptando a priori una posición intuitivamente resistencialista.

En esta parcela-marco, los significantes y significados aparecen como la materia prima para la construcción de conceptos políticos articulados en discurso. Estos conceptos sufren metamorfosis a lo largo de la historia, comprimiendo las relaciones sociales de cada época en torno a 1) las experiencias acumuladas y 2) la interacción de los antagonismos enfrentados. En este proceso de mutación, la apertura de algunos significantes connotados positivamente nos permite disputar su contenido. Sin embargo, cuanto más abierto sea este significante, más interpretaciones posibles y diversas puede contener, difuminando su concepto a través de la indefinición y, por lo tanto, dificultando la elevación de conciencia a través del mismo. La apertura de los significantes puede ser, en definitiva, una oportunidad para la reapropiación del término pero también una bolsa cargada de hipotecas a la hora de transformar la sociedad (debido a la nociva permeabilidad del sentido común dominante, teorizado por Gramsci, que nos interesa deconstruir). En este sentido, del reflejo mutuo entre un discurso y la experiencia concreta que relata, depende si las palabras que lo componen resultan transformadoras o inocuas a la realidad material. Así, la resignificación de conceptos no atiende única y exclusivamente al ejercicio discursivo. Si queremos ganar para ganar la democracia, hay que ganar la palabra democracia. Pero para ganar la palabra democracia, debemos practicarla.

Por tanto, si bien la comunicación política es un dispositivo de transformación ideológica (que re-define lealtades y bandos), no es un laboratorio sintético. Las identidades y consensos que se van construyendo necesitan constituirse como reflejo de una realidad material.

Es precisamente esta caracterización de la comunicación política la que dirime y aporta una línea central de calado al fenómeno Podemos, donde la retórica populista (en sentido laclauiano) tiene un peso específico al dotar de contenido la apuesta de subversión del signo lingüístico a partir de la relación significante-significado. Podemos no es una ocurrencia artificial de politólogos demiurgos; sino que parte de un contexto social muy concreto, en una coyuntura del movimiento donde la creación de institución y contrapoder se asimilaba en las calles pero no resultaba condición suficiente frente el bloqueo institucional. Si bien el marco político determina la exterioridad, la articulación comunicativa de Podemos ha desentrañado una limitación clave: la homogeneización. De la misma manera que el significante pueblo/patria adquiere una potencia de subjetivación alargada por el carácter de la fase histórica, la identificación con un significado en clave nacional ha supuesto un choque con las izquierdas de las naciones del estado, creando un precedente que remite, casi instintivamente, a la confrontación teórica entre tendencias del comunismo heterodoxo y la corriente populista como lógica social y técnica política.

De este modo, existe un feedback entre los recursos que se conquistan desde lo discursivo y la incidencia social de cambio. Pero desde lo político no se inventa nada, se transforma o no en base a esas causas materiales antes citadas. Las reivindicaciones que catalizan estos procesos se enuncian en lo social construyendo el nuevo sentido común (como meta-relato alternativo) y, sobre todo, las estructuras de poder que puedan llevar a la práctica el ejercicio de tales reivindicaciones. Con las estructuras precarias (no sólo institucionales sino también discursivas) heredadas del antiguo régimen, un hipotético gobierno de izquierdas o potencialmente de ruptura, queda maniatado sin la construcción de nuevas redes y gramáticas para evitar estos riesgos y limitaciones.

Así pues, contemplamos la existencia de ritmos complementarios; un tiempo rápido y fulminante de coyuntura (contradictorio pero con efectos y causas materiales), otro lento y apisonador (propio de las relaciones de poder efectivo en sus estadios político, social y económico). El primero de los ritmos resulta ser condición de posibilidad para conseguir arrancar lealtades en bandos que se pensaban herméticos, ya constituidos; el segundo se presenta como condición necesaria para la transformación social.

Traducción y adecuación del discurso

Otro ejercicio fundamental de la comunicación política se basa en traducir los análisis y diagnósticos a un lenguaje cercano. Decía Miguel Romero que “cada movimiento social construye su propia gramática”. En este sentido, gran parte de la gramática Podemos bebe de dos fuentes diferentes pero interconectadas. Por un lado, este código se nutre de una larga noche neoliberal, plagada de derrotas políticas y sociales, en las que la izquierda siempre tenía el mejor diagnóstico pero, a menudo, las peores traducciones. Así, ganar se ha convertido en la punta de lanza de un discurso construido en base a estas derrotas; comprendiendo el 15M como un movimiento que intentaba responder implícitamente a la ausencia de soluciones de la misma. En esta respuesta social, la consigna democrática compone otro de los elementos de la gramática Podemos.

Con este mapa léxico, alimentado por las mareas ciudadanas y marchas de la dignidad, el relato antagonista comienza a construirse a diferentes niveles. Para configurar este relato, la vieja fórmula de querer decir todo en todas partes se revela ineficiente y poco persuasiva. El uso de la tecnopolítica y la creciente incidencia de un discurso de izquierdas en los grandes medios de comunicación aceleran un proceso de jibarización de la comunicación, del que nos advierte Pascual Serrano. Asimismo, la incomodidad de la izquierda para con la síntesis de sus mensajes ha dificultado su adecuación a cada uno de los formatos y niveles de la comunicación. Desde la explícita tertulia política –fuertemente cargada de espectacularidad– hasta la escenificación de actos públicos y mítines, pasando por el tuit que responde a la última hora de la actualidad; los códigos del enemigo permean a las nuevas formas de comunicación política inmersas en la versatilidad frenética del espectáculo comercial. En esta senda resbaladiza, son muchos los riesgos para la izquierda revolucionaria. Estos peligros pasan por una tensión permanente entre la adaptación al vacío, en una lógica de comunicación atrapalotodo sin potencial transformador; y el retorno al desierto de la marginalidad, inconsciente de la fragmentación de partida e incapaz de acompañar discurso, guerra de posiciones y práctica social.

vía - vientosur

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