Pese al informe emitido por Barclays, no parece haber demasiado miedo a Podemos en los mercados. No se han puesto nada nerviosos los inversores, y eso que varias encuestas les ponen en cabeza en lo que a intención directa de voto se refiere. Ni el Ibex-35 se ha comportado peor que los demás indicadores de renta variable, ni la prima de riesgo se ha disparado, ni el euro ha caído por esta razón.
¿Por qué los activos españoles no se estresan, pese a que todo el mundo parece aterrorizado por la posibilidad de que gane el partido político de Pablo Iglesias?
1. Los mercados confían en que Podemos no gane las elecciones. En Grecia, Syriza no ganó y, a primera vista, su situación era mucho más desesperada que la nuestra. Además, aún queda un año para los comicios. Y un año en política es muchísimo tiempo. Casi una eternidad. Los inversores pueden confiar en que la campaña anti-Podemos que se ha iniciado ya desde hace mucho tiempo, prácticamente desde que demostró su incipiente fuerza en las elecciones europeas, va a dar sus frutos. En Grecia, así ocurrió.
En esa campaña contra la formación que lidera Pablo Iglesias hay que incluir, obviamente, las propias encuestas a las que nos hemos referido hace un momento. Porque todo sondeo es, incluso más que un termómetro de la sociedad que pretende estudiar, un instrumento para influir en ella. Gran parte del voto a Podemos es voto de castigo, voto que no quiere ir ni a PP ni a PSOE y se va a otro sitio para hacer daño, pero no para dar la alternativa de Gobierno a otra fuerza. Ese voto precisamente es el que con las encuestas se quiere desactivar.
2. Si hay cambio, será con orden. Además de por eso, de por la que se piensa prudencia de los españoles, y por su miedo al cambio, los inversores no tienen temor porque cuando España se atrevió a transformarse lo hizo con mucho orden.
Felipe González ganó las elecciones en 1982 y su PSOE no tenía ninguna experiencia de Gobierno (Juan Negrín fue el último presidente socialista en ejercicio. Hablamos de 1939 y su honroso "resistir es vencer"). Ese PSOE tenía muy poca gente. Muy poca infraestructura. Y gobernó. Con un cierto éxito, además, que se mide en la universalización de los derechos sociales. Aunque también con muchas decepciones para la que en principio era su base social, sobre todo por las sucesivas reformas laborales (la precarización del mercado de trabajo comenzó tan pronto como en los mismos años ochenta).
Y ahí encontramos la segunda clave: el PSOE abandonó pronto su objetivo de ser el partido referente de la clase obrera o de la clase trabajadora. Casi desde el primer momento quiso ser una fuerza política "atrapalotodo", es decir, atractiva no sólo para los obreros del mono azul, sino para los trabajadores de cuello blanco y para los profesionales liberales. Todos estos grupos sociales conformaron la nueva clase media, la clase social global, universal, con la que llegaron a identificarse prácticamente todos los ciudadanos. De ahí que modulara su discurso y sus políticas. Que difuminara sus al principio señas de identidad.
Podemos, desde el primer momento, ha querido ser un partido "atrapalotodo", inclusivo, "ni de izquierdas ni de derechas", sino "de los de abajo", que somos la mayoría, la nueva clase social global, contra "los de arriba", que son una minoría. Han ido alimentando esa idea intentando huir de los clásicos estereotipos de la izquierda, que es donde se enmarcaban todos sus miembros antes de fundar Podemos, acercándose al Ejército, a la Iglesia e incluso realizando algún guiño a la monarquía. "Somos una fuerza transversal", insisten sus dirigentes. Los sondeos, con más o menos cocina, avalan esta sensación.
Ese discurso inclusivo les obligará, al igual que al PSOE, a descafeinarse. Aunque el PSOE, según cuenta Joan Garcés en Soberanos e Intervenidos, tenía un vicio de origen en el que no ha incurrido Podemos. Y es que el dinero internacional, de la socialdemocracia alemana, por ejemplo, ayudó a construir un PSOE muy moderado para anular la fuerza del PCE, el único partido vivo durante la dictadura de Franco y que sí podía hacer daño, que sí podía cambiar las cosas en profundidad.
Aunque, también, quizás, sin esa intervención económica, mucha de la gente que luchó con el PCE durante la dictadura, porque no había otro lugar seguro y potente para hacerlo, se pasó al PSOE en cuanto este último empezó a tener una mínima infraestructura, porque era partidaria de posturas progresistas, pero no comunistas, más moderadas, en definitiva.
¿Qué queremos decir con esto? Que, posiblemente, Podemos sea el nuevo PSOE. Para bien y para mal. Podemos puede servir, si llega a gobernar, para recuperar muchos derechos perdidos, y otros que nunca se tuvieron, pero sin tirar la casa por la ventana. De acuerdo con esta premonición, si ganara Podemos las próximas elecciones, el PSOE para las siguientes prácticamente desaparecería. Si su gestión fuera lo suficientemente satisfactoria y "ordenada", podría llegar a absorber el voto del PSOE más reticente a abandonar sus siglas de toda la vida. En un escenario a la griega, en la que el PP y el PSOE se decidieran por un Gobierno de concentración, pronosticamos también la reducción a la mínima expresión del PSOE para que Podemos ocupara su lugar. Por segunda vez en la historia, IU (en cuyo seno se encuentra el histórico PCE) se volvería a quedar fuera de juego.
3. Y, por eso, Podemos puede ya estar descafeinándose. Lo muestra el hecho de que sus representantes ya no hablen de renta básica universal, sino, como mucho, de una renta mínima de inserción, lo que implicaría que el Estado actuara únicamente si la persona no consigue resolverse la vida en el mercado. El mercado manda y el Estado sólo presta ayuda cuando aquél falla.
Tampoco se habla de la medida estrella: la auditoría de la deuda pública para una posterior reestructuración, para el impago de la que resulte ilegítima por no haber servido para financiar las necesidades del pueblo. Puede ser peligroso y mucha gente podría no estar de acuerdo con las consecuencias a pagar, precisamente, por el impago.
Pablo Iglesias, en la entrevista que le hizo Jordi Évole en La Sexta, ya reconoció que habían elaborado un poco a la ligera el programa electoral con vistas a los comicios europeos y que para los generales tenían que trabajarlo mucho más. Y no es que las medidas que proponían no se pudieran llevar a cabo es que, posiblemente, pueden no ser del gusto de la mayoría. O puede que no estén preparados para explicarlas y acometerlas. Si es esto último, que pidan ayuda a Joseph Stiglitz, que ya está ayudando a Argentina en su batalla contra los fondos buitres y ha llevado, junto a otros economistas, una propuesta a la ONU para elaborar una directiva, un protocolo, a seguir en procesos de reestructuración de deudas soberanas. Y son muchos, cada vez más, los economistas que creen que la crisis actual necesita quitas generalizadas de las deudas.
4. Partimos, a partir de ahora, de que Podemos llega al Gobierno, pero no consigue poner en marcha su programa de máximos, pero sí acomete transformaciones de calado. Pues no habría mucho que temer. Quizás, al contrario. Puede que algunas de las medidas llegaran a engrasar la máquina del crecimiento económico. Y otras, además, mejorarían la justicia social en España.
¿Que quieren realizar una auditoría de la deuda? ¡No habría mejor relato de la crisis económica que ése! Aunque no sirviera como instrumento para organizar una reestructuración soberana. La sociedad española necesita ese relato. Disponer de él, que venga de las propias instituciones, las reforzaría, ayudaría a legitimar el sistema. Si la auditoría de la deuda lleva consigo, además, castigos a quienes fueron irresponsables en el uso del dinero público, para el sistema sería mejor todavía, porque no hay nada peor que la sensación de que las tropelías y quienes las cometieron quedan impunes.
5. Aumentar el salario mínimo sería bueno para la economía. Sería el esfuerzo que tendrían que realizar los empresarios en un primer momento para poner la máquina del consumo a rodar de nuevo. Desde hace mucho tiempo hay voces que apuestan por la subida de salarios para salir de la crisis económica y de la espiral deflacionista en continua amenaza. Incluso esta medida podría ser buena para las acciones en Bolsa, puesto que aumentarían las expectativas de crecimiento.Ese mismo efecto podría tener la puesta en marcha de una renta de inserción, es decir, la garantía por parte del Estado de unos ingresos mínimos en el caso de no obtenerse en el mercado.
6. El aumento del salario mínimo acompañado por una limitación de los salarios máximos llevaría consigo una corrección del brutal crecimiento de la desigualdad al que estamos asistiendo en los últimos años en todos los países desarrollados pero, principalmente, en España. La reducción de las diferencias cohesiona las sociedades y reduce el descontento. Lo mismo que la intervención en compañías de sectores estratégicos para luchar contra la pobreza energética o garantizar el derecho a una vivienda. Porque, más que a nacionalizar empresas total o parcialmente, su intervención en el sector privado pasaría por una regulación más severa de sus prácticas. Esto último sí tendría repercusiones en las cotizaciones de las acciones de las empresas afectadas.
7. En esa misma dirección, en la de la reducción de las desigualdades, iría encaminada la reforma tributaria, el establecimiento de un impuesto para las grandes fortunas y la lucha contra el fraude fiscal. Y no sólo hay que pensar en las favorables consecuencias que ello tendría en la reducción de los desequilibrios sociales. También hay que tener en cuenta que se incrementaría la capacidad recaudatoria del Estado lo que, sí o sí, tendría que revertir en la mejora de la calificación de la deuda pública. Habría más recursos con los que hacer frente a los vencimientos.
8. En línea con estas medidas, un Gobierno de Podemos podría dar mayor protagonismo al ICO. Con él y las entidades aún controladas por el FROB, se podría poner en marcha un sistema de banca pública que en América Latina ha funcionado muy bien, porque ha ejercido un papel contracíclico, dando crédito cuando las entidades privadas no han podido hacerlo en la última crisis financiera.
9. Jubilación a los sesenta años. Desde hace veinte años, los sociólogos llevan hablando del final de la civilización del trabajo. Al menos, de la que hemos conocido. No hay trabajo para todos y hay que repartirlo. Una manera de hacerlo, las más rápida, es reduciendo la edad de jubilación para acelerar el reemplazo generacional. Pero, posiblemente, no sea suficiente. La financiación de las pensiones, con salarios más elevados, sería más fácil que en un contexto de bajada de salarios como ésta en la que nos encontramos, pero en este capítulo en el laboral, que es el fundamental en estos momentos, son necesarias medidas de mayor calado. Y algunas pasan por la creación de nuevos nichos de empleo que no sólo pasan por las tecnologías más punteras.
10. ¿No sacamos mucho de paseo la palabra "regeneracionismo" en España? Ahora, a tenor de las encuestas, hay mucha gente que está dispuesta a asumir el riesgo de poner en práctica ese concepto. Podemos sabe que es ahora o nunca. Sus miembros saben mucha ciencia política, mucha sociología, son conscientes de que las grietas de la oportunidad para cambiar la historia se abren muy pocas veces y harán todo lo posible para aprovecharla.
Finanzas.com
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