Todo se ha precipitado en el continente. Recién va a ser un año de la muerte (¿el asesinato?) del Comandante Hugo Chávez, y la imagen congelada de aquellos días de dolor, de rabia y por qué no, de impotencia, se ha transformado rápidamente en otras escenas muy distintas. El imperio no perdió tiempo, y aceleró la ofensiva que lentamente se venía gestando y a la que algunos optimistas en exceso, no prestaban mayor atención.
Ya el propio Comandante lo había avizorado cuando en una de las tantas confrontaciones con Alvaro Uribe Vélez, definía a las bases militares estadounidense en Colombia como la punta de lanza de una futura desestabilización, no sólo hacia Venezuela sino a nivel continental.
Cebados por un resultado electoral demasiado ajustado, producido cuando aún la población venezolana no salía del duelo, los mandamases de Washington dieron luz verde a una oposición que por primera vez creía hacer pie para intentar vencer por la vía de los votos. Como ayuda extra, aparte de los millones de dólares que reciben desde Miami y otras capitales “amigas”, la derecha local contó con algo que ya se había probado con éxito en el Chile de Salvador Allende, y que tiene con ver con operaciones de ablandamiento y desgaste sobre la población, golpeando donde más duele, en su economía cotidiana. Así se puso en marcha más desabastecimiento de alimentos y medicinas, fuga de divisas y especulación con el precio del dólar frente al golpeado bolívar, sabotaje energético, campaña de rumores, y todo el fuego graneado de las corporaciones mediáticas. Sin embargo, la reacción del gobierno de Nicolás Maduro fue severa y a punta de leyes correctivas y sanciones a los especuladores se pudo llegar a una nueva confrontación electoral en la que la oposición recibió otra cachetazo en sus ambiciones de poder. Esto ocurrió también porque el pueblo venezolano, ese porcentaje importante de personas agradecidas por todo lo que ha recibido de la Revolución, a pesar del desgaste notorio que le produce la guerra económica no dudó en unir filas y “restearse” con los suyos.
A partir de ese momento, el imperio puso en marcha una nueva etapa de su ofensiva, eligiendo para ello la tan temida vía de la violencia fascista.
Todos recuerdan cómo comenzó la campaña de apoderarse de Libia. Y lo que vino después en Siria, y lo que está ocurriendo ahora mismo en Ucrania. Países donde se pasó, en un corto período de tiempo, de la estabilidad y una regular convivencia a la destrucción de la mayor parte de sus infraestructuras, y al asesinato de la población cuantificada en decena de miles.
Como si fueran fichas de dominó, el efecto fue dando sus frutos para la política de injerencia e intervención imperialista. Esto no quiere decir que no se resista (Siria y Ucrania lo siguen haciendo) pero quien consuela a miles de personas que vivían más o menos en paz y hoy miran a su alrededor y sólo ven escombros, muerte y miles de desplazados y refugiados.
El manual de operaciones fijado por el Pentágono es sencillo: torpedear las economías de aquellos a quienes se intenta conquistar, y luego acudir a los “civiles” del lugar (o de otras latitudes como es el caso de los mercenarios de Al Qaeda o Al Nusra, en Medio Oriente) para que emprendan la guerra devastadora que aniquile cualquier resistencia.
Venezuela y su petróleo, tan ambicionado por Estados Unidos y la Unión Europea, no podían escaparse de estas maniobras.
La criminal escalada fascista que se ha puesto en marcha en Caracas y en algunos Estados claves, utilizando a algunos jóvenes de clase media alta y contando con el sostén de la burguesía empresarial (los mismos que dieron el golpe en 2002 y que lamentablemente no fueron desarmados y castigados contundentemente) no es algo que se pueda minimizar.
Por otro lado, los hechos que se desencadenaron en la “Media luna” venezolana, integrada por Táchira, Zulia y Mérida, aprovechando la presencia no sólo de importantes sectores de la oposición más extremista y el concurso de los paramilitares colombianos que entran y salen sin demasiados problemas, obligan a recordar otra vez a Libia y Siria. O mejor dicho a Benghasi, Homs o Aleppo, ciudades donde los mercenarios pro-yanquis se atrincheraron para embestir contra Gadaffi y Bachar Al Assad.
Tampoco hay que subestimar el rol que puede jugar de aquí en más, ese cachorro de la CIA llamado Leopoldo López, quien pocos minutos antes de ser detenido dejó como “herencia” un video en el que convoca a sus huestes a la “resistencia” para derrocar al Gobierno de Maduro. Su mejor partenaire, él lo sabe, se llama Barack Obama.
Frente a este estado de cosas, el pueblo venezolano está poniendo, como siempre, lo mejor de su compromiso. Se ha movilizado masivamente acompañando las convocatorias oficiales, ha rechazado los llamados a la huelga y al sabotaje, y pone el cuerpo frente a los violentos, que impulsan a sus sicarios a matar fríamente, tanto a chavistas como a manifestantes de la oposición, pensando en sacar ganancias de futuras respuestas entre unos y otros.
No poca importancia tiene también el papel que están jugando las Fuerzas Armadas Bolivarianas, rechazando una y otra vez los cantos de sirena de la derecha, y ratificando la lealtad a la Revolución y el Socialismo a construir. Todos sabemos que sin este bloque uniformado hubiera sido muy difícil sostener el actual andamiaje de poder. Algo en lo que han jugado un papel fundamental el Comandante Chávez y Diosdado Cabello.
Lo que está faltando
En medio de escenas de incendios, barricadas, bombas y una espectacular y masiva campaña de desinformación protagonizada por el terrorismo mediático, hay un ingrediente que se echa en falta. Pareciera que en esta ocasión al continente y a sus organizaciones de integración (Unasur, CELAC) les vienen fallando los reflejos. No es malo que se hagan manifiestos y declaraciones de buenas intenciones a nivel solidario, pero con eso solo no alcanza. Sirven para que la gente de a pie exprese sus adhesiones y repudios, pero la batalla que se está librando exige mucho más que eso. Casi por mecanismos de autodefensa, las instituciones y los presidentes latinoamericanos deberían convocarse en Caracas, o donde les venga más a mano, y devolverle a Venezuela Bolivariana, lo mismo que ese país tanto ha dado: solidaridad concreta, sin atajos ni mezquindades.
Recordemos lo útil que fueron estas intervenciones en el caso de Bolivia y Ecuador, ayudando a desactivar con sus presencias golpes de Estado en desarrollo.
“Si nos tocan a uno, nos tocan a todos”, suelen decir los luchadores sociales, y tienen toda la razón del mundo. El tema es que los de arriba entiendan ese significado antes que sea demasiado tarde.
Al fascismo no hay que concederle ni tiempo ni ventajas adicionales. Si eso ocurre, nos pueden aniquilar, ya lo hemos visto en infinidad de oportunidades. Una reflexión que vale tanto para quienes hoy gobiernan en el Palacio Miraflores, a los efectos de que sigan radicalizando la Revolución a la vez que combaten los focos violentistas de la derecha, y también para cada uno de nosotros que estamos dispuestos a que ese proceso que tanto esfuerzo le costó construir al Comandante Supremo Hugo Chávez y a su bravo pueblo, no se pierda ni retroceda. Es evidente que nos estamos jugando, entre todos, la posibilidad de concretar o no la tan ansiada Segunda Independencia. No es poca cosa.
tercerainformación
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