Salen a las calles de los barrios-bien caraqueños, con camisetas
impresas de puños cerrados negros sacados de los Black Panthers.
Hiper-radicalidad; exagera el disfraz y parecerá mentira que lo sea,
debía de decir Maquiavelo. En la Península tenemos izquierdistas con la
barra de aparentar creer en su “espontaneidad”. Unos a otros, lúmpenes,
burguesitos, payasos de mierda como Wyoming y chupatintas, se superponen
los disfraces en sus orgías de fuego, plomo, siniestro humor y veneno.
¿Por qué no salían a la calle luciendo puños negros cuando
Carlos Andrés Pérez; aquel socialdemócrata que gobernó para un puñado de
viejos blancos y sus niños pijos?. Porque de eso se trata: aquellos
niños ya creciditos, jugando “a los indios” con la pistola de papá.
Los procesos de cambio latinoamericanos han dejado no pocas
cuestiones sin rematar. O no han tenido el suficiente tiempo. Maduro
denunciaba hace un par de días el uso de medios públicos de comunicación
para instigar la rebelión reaccionaria. O sea, que no se trata ya de
los monopolios cripto-yankies; ni en casa propia se manda. E igual pasa
en el Poder Judicial, reo de una aferrada vieja clase no sólo de toga y
mazo, sino fuerte también en archivos y despachos. Pero, si algo no se
puede negar al curso abierto –en Bolivia, Ecuador o Venezuela-, es haber
desbancado del pódium a los blancos criollos. Llevaban 500 años.
Compárese con Colombia, de chillona correlación entre color y clase. En
Colombia, los urbanitas terratenientes a distancia que viven en La
Nevera, bien podrían ser franceses o vizcaínos y parecen británicos, con
sus bombines, gabanes y paraguas. Los morenitos morenitos, o no tienen
tierra, o la van perdiendo, o la tienen empeñada a crédito.
El eterno Presidente Chávez, antes de engordar por medicación,
tenía un rostro anguloso esculpido en bronce cual estatua del
expresionismo épico. Y unos ojos aceitunados. Y una nariz tan “india”.
Parece una chorrada, sí. Pero encarna en persona el torrente centenario,
“la venganza del inca”, que Ceresole tan nítidamente supo ver:
Hay una lucha “de colores” –si no gusta “de razas” por
político-científicamente incorrecta-, que fluye indestilable a la lucha
de clases, y que es clave. En el Yucatán o en los Andes, grupos
gentilicios indígenas vivían en relaciones productivas comunistas hasta
anteayer. Hablarles de empoderamiento a esas gentes es sintonizar; es
remover su memoria inmediata transmitida entre generaciones. Es invocar
al Mito de origen y traerlo presente. Es hablarle en su propio idioma al
Inconsciente colectivo. Hablar de Nuevo Poder en el extrarradio catalán
o burgalés es, así de entrada, hablar en chino (nunca mejor dicho).
Aunque los proletarios “europeos” estén allí pasando hambre. Lo supo,
hasta cierto punto, Mariategui. Lo supo y desarrolló Sendero.
Hace años, un mandamás del Consejo Mundial que todo lo
amenaza, visitó Venezuela. Amenazó literalmente con desintegrar el país
si Ceresole, entonces asesor político del Presidente Chávez, no era
expulsado. Ni integración en la OMC, ni comercio petrolero, ni entrada
de filiales de PdV S.A. en las Bolsas estadounidenses. Chávez no tuvo
otra que echarlo. Aunque decía Sartre que el ser humano es libre porque
siempre tiene el ¡NO!.
En ese punto perdió la Revolución un tanto de su libertad y
bastante de su perspectiva. Ceresole murió también de una enfermedad
degenerativa al final irreversible. Nadie le homenajea.
Lo que está pasando estas semanas en Venezuela no se cuece
sólo en el Pentágono ni en el Oval. Hay clases y colores de por medio.
Es una cosa vieja como la historia: es el motor de la historia. La
aristocracia obrera blanca pre-Chávez ha visto mermados su status y
prebendas en favor de políticas redistributivas amplias de cohesión y
trazadas a favor del Pueblo. No quieren ceder, así que entroncan con los
residuos de la oligarquía “nacional” y con la declinante oligarquía
norteamericana. El lumpen, quien vende a su patria y a su madre por
subirse al tren de emular el gasto burgués, pone la gasolina y el
pasamontañas, acompañando y escoltando a sus blancos amitos criollos.
Las camisetas se las diseñan y dan quienes les visten con oro en la
garganta. El fascismo está en la calle.
Mientras, el espectáculo “occidental” insulta a la estupidez
del espectador con collages audio-visuales tomados de aquí y de allá,
tal vez hasta de la represión en Gamonal. Collages asesinos que el
propio Hegemonismo y sus sicarios producen en toda latitud, y que los
telediarios re-presentan como tomados de Caracas. Sólo por tal detalle,
el espectador que se dé cuenta debería empatizar con el gobierno
bolivariano. ¿Dónde está el Pueblo en revuelta, si tiene que ser
re-presentado con Photoshop?.
El liberalismo (del que habla el fascista Capriles) no existe
como posibilidad real hoy, bajo los monopolios y la concentración
financiera de capitales. El liberalismo es mera “ideología” en el peor
sentido. Es la ratonera en la que se entrampa a pueblos y países.
Mientras en “occidente” a la existencia de oposición (en Alemania,
España, Israel, Francia o Inglaterra) se la tilda de señal de libertad,
pluralidad, madurez sociológica, complejidad social, convivencia y
diálogo entre lo distinto y no sé cuántas virtudes más, para los Estados
disidentes prensa y políticos “occidentales” invocan la oposición como
sinónimo de “ilegitimidad gubernamental”. Se dice: “Hay oposición”.
“¡Ooooohhh, oposición!”. ¿Ergo?.
Y, si aquello que se detecta es cohesión partidaria popular,
en unos lugares significa legitimidad democrática y, en otros lugares,
“doctrina dictatorial de masas”. Si se te oponen, “eres un Dictador
opresor: debes irte”. Si te apoyan, “eres un Dictador manipulador: debes
irte”. A este callejón sin salida preparado a las naciones por la
ideología liberal, los jesuitas lo llamaban ratio vulpina (razonamiento
zorruno). Georges Orwell lo llamó doblepensar. Y, como Ceresole
recordaría a Chávez, Lenin decía que la libertad de expresión empieza
donde acaba la libertad de prensa.
Tamer Sarkis Fernández,
vice-Director de DIARIO UNIDAD
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