Bolsillos tan vacíos como sus estómagos. El poco dinero que obtienen lo invierten en un techo, normalmente una habitación alquilada. Tienen menores a su cargo. No suelen acudir a ninguna organización solidaria. No duermen en la calle. La mayoría no trabaja o lo hace en B. Para los gastos de comida no les alcanza y les toca sacarlo de la basura. Ése es el perfil de personas, extranjeras y nacionales, que cada noche se apostan junto a los contenedores de supermercados y algunos restaurantes de Madrid.
Este diario comprueba este perfil in situ durante dos noches recorriendo los distritos de Tetuán y Salamanca. También lo confirman desde el Área de Asuntos Sociales del Ayuntamiento de Madrid: «Esta gente no necesita la ayuda del Samur Social porque tienen casa y generalmente algún tipo de empleo».
Una ronda por varios supermercados de la capital sirve para darse cuenta de que sus trabajadores conocen bien a sus «clientes» de la basura. Todos tienen asiduos a la puerta de atrás. «Cuando sacamos los desperdicios sobre las 20.30 hay gente esperando con carros y bolsas. También nos viene una mujer de etnia gitana a pedirnos que le demos los alimentos que van a caducar», cuenta el responsable de un establecimiento de la calle Alejandro Rodríguez, en Tetuán.
Por la basura con el niño
María (nombre ficticio), de 45 años, comenzó a rebuscar con su niño de once por los cubos que se encuentran cerca de su zona
(Tetuán) el pasado verano. «Salíamos por las noches. A veces el niño se metía dentro de la basura para alcanzar más cosas», cuenta. Primero comenzó pidiendo pan. Después necesitaban más alimentos para su dieta. Se topó con Pilar, de 36 años -también latina como ella y con un hijo de 20 y una niña de 2-, metiendo las manos en la basura.
«Es muy duro. Al principio da mucha vergüenza»
Desde entonces, María dejó de salir a hacer «su compra» con su pequeño y esperan cada noche, junto a dos mujeres más, de origen marroquí, a que los empleados de un híper de Federico Rubio y Gali tiren lo que se caduca. «Tratamos de compartir todo lo que encontramos». Pero hay noches que vuelven con las bolsas vacías.
«Nos echan lejía en la comida»
óscar del pozo
Las cuatro mujeres esperan sentadas en un portal con sus bolsas vacías de lunes a domingo de 10 a 12 de la noche. «Es muy duro. Al principio da mucha vergüenza, pero al final acabas asimilándolo. Lo necesitas para vivir. Cuando llegas con la comida a casa tienes que lavarlo todo. Hay veces que no nos llevamos nada porque nos echan lejía o amoniaco en la comida para que no lo recojamos», advierte una de ellas.
En un supermercado de Conde de Peñalver tienen la decencia y la humanidad de dejar los alimentos apilados en cajas, sin tirar a los contenedores, cuando sacan la basura.
Cada noche, al menos una decena de personas, se acercan hasta este punto de Madrid para hacer acopio de «despensa». Juan, de 60 años, espera sentado en un banco cercano. Aguarda a ver qué dejan sus afines. Minutos antes ha revisado otros cubos de la calle Hermosilla. «Yo no estoy tan necesitado como otras personas. Vengo de buscar en otros contenedores. Si se me da mal aquí, tengo puntos estratégicos al lado de restaurantes donde se puede comer bien. Pero no se pueden contar», dice pausadamente y con una sonrisa.
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