“Somos pa los poderosos/chusma,turba, lumpen, monos/malandros, zarrapastrosos/borrachos, vagos y flojos/los sarnosos, las cachifas/los macacos, el perraje/ nosotros somos chavistas/nosotros somos la calle“. Uno de los protagonistas de esta canción plural resume por qué Chávez: “Porque Chávez es el hombre”. No hace falta más. ¿Se entiende?
Anda ahora la oposición intentando leer entre las líneas de la Constitución para invalidar la decisión máxima ritual de cualquier democracia liberal: las elecciones, en este caso, por añadidura, unas elecciones que votaron a Chávez como Presidente con más del 80% de participación y en donde el líder bolivariano sacó 11 puntos al representante de la derecha. No es extraño que la oposición siga con sus caminos torticeros. Ahora, queriendo aprovechar la enfermedad de Chávez. Tanta es su impotencia. Ni siquiera en Estados Unidos se ven comportamientos tan rastreros (puede verse ahora mismo con la enfermedad de Hillary Clinton). La derecha venezolana es arrogante de piel y clase, y eso embrutece. Por eso siguen sin entender casi nada.
En agosto de 2004, estaba en el aeropuerto de Maiquetía viendo intranquilo chocar bien tranquilas las olas contra la costa. Andaba esperando, con los demás observadores internacionales, volar a Barcelona, en el oriente de Venezuela, para hacer seguimiento de las votaciones en el referéndum revocatorio presentado por la oposición para intentar sacar de su magistratura al Presidente Chávez.
Desde el año 2001, el gobierno había invitado a la oposición a utilizar ese mecanismo constitucional (corrector de la democracia representativa, basado en la Comuna de París de 1871 y sobre el que insistió Chávez para que se incluyera en la Constitución de 1999). Era el espacio ideal para que los opositores expresaran su ira ante el Presidente, pudiendo dejar así el resto de actividades ajenas a la Constitución en las que estaban enredados.
Si en verdad eran tantos los que pensaban que la gestión era un desastre ¿qué mejor que votar y echar al responsable del desastre? Pero la oposición no hizo caso. Sólo después de fracasar todos y cada uno de sus intentos tradicionales de desestabilización -manifestaciones, paros patronales, sabotajes, movilizaciones armadas imitando a la Contra antisandinista, cortes de carreteras, iniciativas judiciales, intentos médicos de inhabilitación, presiones internacionales y, por fin, un golpe de Estado- vinieron a razones y presentaron el revocatorio.
Esperando en el aeropuerto frente a la costa caribe -en una espera desesperante propia del desastre burocrático arrastrado desde la colonia-, vimos cómo, en ese tiempo, llegaron tres avionetas particulares desde Miami. Nos informaron también que no había un solo pasaje Caracas-Miami. Toda la comunidad venezolana venía a depositar su voto. Conversando con los pasajeros -hay que reconocerlo, muy bien bronceados-, nos contaron que habían venido a votar contra Chávez. “Es nuestro deber como patriotas”, dijo una de las señoras mientras se retocaba en su esférico espejo la curva perfecta de sus cejas.
Además, estaban plenamente convencidos de que iban a arrasar en la elección: “No conozco absolutamente a nadie que vaya a votar por Chávez. Ni siquiera la mujer que limpia en casa de mi madre ni siquiera su conductor que vive en un barrio pobre pobre van a votar por ese gorila”, afirmó un rubio musculado mientras una rubia plastificada movía la cabeza, arrobada, con el mismo convencimiento.
Por fin y con con considerable retraso, salimos rumbo a Barcelona (algunos de los Presidentes de Tribunales Electorales latinoamericanos que estaban de observadores no salían de su asombro ante la mala organización. Una tormenta estaba impidiendo que llegara el avión para recogernos. Pero nadie sabía nada. Macondo se hizo presente en un momento épico. Cuando la intranquilidad arreciaba y nadie sabía nada, todos mirábamos al responsable del operativo. De pronto, el enlace con el mundo exterior nos miró con resignación y afirmó lacónico: “se me ha agotado la batería del teléfono”). Esa es también Venezuela.
Problemas con el censo electoral
Cuando alcanzamos destino, vimos que nos tocó un centro electoral en una zona rural. Allí fuimos en unas camionetas bien calurosas, bien tranqueantes y bien amenazantes de desfallecimiento. Al llegar, y como guinda, nos encontramos un tumulto. Había mucha gente que quería votar y no aparecía en el censo. Todos eran humildes, todos mostraban un profundo enfado, todos querían votar por Chávez. Un error los había censado en un centro de votación que no les correspondía. El suyo estaba a unas decenas de kilómetros y no había forma de trasladarlos hasta allí, ni siquiera en las camionetas que nos habían llevado hasta ese lugar. Los observadores, además, sólo debían observar, no ayudar a que la gente votara.
Una señora descalza, con todas las edades escritas en cada surco de su cara hermosa, se me acercó: “Señor, ayúdeme. Vengo andando desde mi casa y no me dejan votar”. Miré sus pies, que también tenían todas las edades. “¿Dónde está su casa, señora?”, le pregunté. Señaló a lo lejos y dijo: “A veinte kilómetros de aquí. Quiero votar a mi Presidente, yo quiero votar a mi Presidente”, y me enseño encerrada en su mano de uñas de tierra, arrugada y con la tinta fugitiva sobre el papel por el sudor, la comunicación del censo donde decía que tenía que votar en ese centro. “Quiero votar por mi Presidente, señor”. Ahí entendí tres cosas: que renunciaba a ser observador y me iba a encerrar con esos electores hasta que les solucionaran su problema; que había más gente que estaba yendo a votar caminando que gente que iba a votar en avioneta particular; y que Chávez se había hecho uno con su pueblo y por eso iba a ganar esa y todas las demás elecciones que vinieran.
Un misterioso satélite soviético
Chávez ganó seis a cuatro el referéndum revocatario. La oposición andaba consternada. Pude escuchar aún otra vez cómo gente de la oposición decía que había sido un fraude porque no conocían a nadie que hubiera votado por Chávez. Al día siguiente de las elecciones, montándome en un taxi (pirata, para más señas) en Parque Central camino de una radio comunitaria, el taxista se reía mientras me acomodaba entre más hierros que asiento. Sin perder la sonrisa, el conductor me compartió la historia que le hacía enseñar sus dentadura indisciplinada: “¿A qué no sabe qué me ha contado el señor ese que se ha bajado del taxi? Que venía de una reunión precisamente con el ingeniero contratado por el gobierno para cambiar los resultados electorales. Me contaba que habían quedado con él para otras cosas porque también es ingeniero y tienen negocios juntos. Después, ya en confianza, les había contado cómo lo habían hecho. El truco estaba en el satélite soviético que trasladaba los datos desde cada centro de votación al Consejo Nacional Electoral. Ahí, me ha dicho todo serio, es donde van a cambiar el resultado”.
Me sonreí aunque me estaba clavando un muelle y le pregunté: “¿Un satélite soviético? Si ya no hay Unión Soviética”. “Pues para que usted vea” -me dijo. “¿Y entonces?”, pregunté curioso. “Pues yo le he dicho: mire, nosotros los taxistas de Caracas somos bien chismosos. A nosotros nos encanta echar cuentos a los clientes para entretenerlos. Y a mí me encantaría que me echase usted algún cuento para que yo lo repita estos días, además ahora que hay tanta gente de fuera y les gusta que les contemos cosas secretas. ¿Pero no tendrá usted una historia un poco menos pendeja? Es que si cuento ésta se van a reír de mí y me da así como pena contarla”.
Entonces empezó a reírse de nuevo el taxista. “Y va el tipo y me dice: pare que me bajo aquí. Y le he dicho: bájese que ni le cobro. Diga que le invitamos los chavistas. O el satélite, diga que le invita al viaje el satélite”. Y seguimos riéndonos. Luego entendí que, en ese momento, había una alta proporcionalidad entre el tipo de auto en el que te montabas y el apoyo a Chávez o a la oposición.
Todo seguía indicando que Chávez había conectado con los más, y los más eran los sectores populares. “Soy lo que dejaron. Soy toda la sobra de lo que se robaron”, canta Calle 13. “Soy América Latina. Un pueblo sin piernas pero que camina“.
Sol y sombra del chavismo
Luego vendrían más años de gobierno, clases medias incorporándose al chavismo, misiones sociales avanzando, errores de cálculo y de gestión, el peso de los lastres del pasado pesando, como dijo Marx,”como una pesadilla sobre el cerebro de los vivos” (corrupción, ineficiencia, clientelismo, rentismo, un Estado débil), tres comidas al día para todo el mundo, acceso a la salud de los que nunca tuvieron acceso a la salud (junto a los lastres del pasado cebándose en no pocas ocasiones en los hospitales públicos), una comunión cada vez más fuerte entre Chávez y su pueblo, más elecciones, más victorias para el bolivarianismo, nuevos políticos con un discurso y una práctica transformadora (y algunos nuevos políticos sinvergüenzas a la vieja usanza), una oposición siempre torpe y obediente a los Estados Unidos, con demasiada frecuencia envilecida y sin una idea alternativa de patria y de país, el fin del analfabetismo, viejos por fin con pensiones, militares codo a codo con el pueblo (y también algunos militares sinvergüenzas), trabajadores recibiendo las deudas que el Estado tenía con ellos, nuevas líneas de metro, puentes, teleféricos llegando a donde sólo llega el pueblo más humilde, paramilitares colándose por la frontera y una gran ineficiencia para solventar los problemas de violencia (que afectan, sobre todo, a los pobres), nuevos sindicatos y nuevos sindicalistas alejados de la corrupción de la IV República (y también, como no parece que pudiera ser de otra manera, algunos sindicalistas sinvergüenzas), enormes esfuerzos económicos y los consiguientes problemas con la inflación (pero que están cuatro veces por debajo de la de muchos ejercicios de la IV República), la promesa del socialismo, un discurso latinoamericano que ha ido cuajando por todo el continente, nuevas formas de integración regional, libros gratuitos, universidades gratuitas, viviendas gratuitas y, en definitiva, las bases, poco a poco, de una nueva manera de pensar, claramente en lucha contra la tradición rentista de un país petrolero cuya cultura política viene de lugares bien alejados del socialismo y hace todo tan difícil.
El cemento contra todas esas contradicciones se llama Chávez. Chávez hecho pueblo. Con toda la exageración de esta expresión. Porque Chávez es mucho más que Chávez. Fue su pueblo, armado con una Constitución, el que se lanzó a la calle a rescatarlo cuando fue secuestrado en 2002. Esas comuniones no se olvidan. Chávez que, incluso en su ausencia, dejaría un país sembrado de su nombre (en la Constitución, en la integración latinoamericana, en los derechos sociales, en el respeto a los pobres, en el respeto a la crítica). Podríamos contarlo en muchas letras, pero es buen momento para dejárselo a los poetas. Así lo canta Gino con esas palabras del lenguaje popular, de la gente que está con Chávez, de la gente que ahora anda tan triste. Debiera bastar mirar los rostros de la gente. Pero entonces ¿para qué íbamos a servir los intelectuales? Chávez de los indispensables. ¿Se quiere entender?
Los que han trabajado somos
Para que los ricos coman
Los que si dejamos solo
A este mundo se desploma
Nosotros somos la sangre
Somos la respiración
Somos los indispensables
Pa que haya revolución
Nosotros somos los pobres
Todos nosotros con Chávez
Patria o patria venceremos
Ya esta escrita la victoria
En el corazón del pueblo
Que es el motor de la historia
Porque aquí en este proceso
Nosotros somos la leña
También somos la candela
El agua y el condimento
Pero no estaría completo
Si faltara el comandante
Porque es el alma y el cuerpo
Y aliño más importante
Nosotros somos los pobres
Todos nosotros con Chávez
El autor es profesor titular de Ciencia Política en la Universidad Complutense y fue asesor del presidente de Venezuela.
Via: | La Marea
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