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Escribía ayer en el diario El País Rafael Simancas, diputado socialista por Madrid, que “lo más sensato es mantener la apuesta”, es decir, a Pérez Rubalcaba al frente del PSOE, porque “han sido los cinco millones de parados los que ha causado la desafección del voto socialista y no el rechazo a la cabeza de lista”. Semejante razonamiento es propio de alguien que insulta la inteligencia de sus posibles lectores. Pero, sobre todo, denota una actitud altiva y soberbia que no admite que el descalabro del Partido Socialista se ha debido a una acumulación sistemática y progresiva de graves errores de gestión, de actitudes sectarias y de oceánicas incompetencias.
El artículo de Simancas es coherente, en su tono y en su objetivo, con la nula autocrítica del presidente del Gobierno en funciones en su comparecencia del lunes y con la intervención en la noche electoral de Pérez Rubalcaba. En ningún caso -tampoco Chacón o López, grandes perdedores en sus ámbitos catalán y vasco, respectivamente- nadie representativo del PSOE ha salido a la palestra para reconocer que la bancarrota electoral con la huida de más de cuatro millones de electores, se ha debido a una gestión desastrosa del Gobierno y del propio partido.
Ni siquiera en Cataluña, donde el PSC ha sufrido un auténtico desastre ante una CiU que lleva un año gobernando a golpe de recortes -y ayer anunció más y más rotundos-, sus dirigentes, empezando por Carme Chacón, han entonado el mea culpa que la opinión pública espera del PSOE
Estamos, sin duda, ante una actitud estúpidamente soberbia, que el PSOE y el Gobierno han venido manteniendo en los últimos años. Se explica en la idiosincrasia de esta izquierda atrapada en España por un síndrome de superioridad moral, según el cual, nunca los electores abandonan al PSOE sino que son las circunstancias -externas al propio partido- las que determinan sus derrotas electorales. De ahí que ni un solo dirigente del PSOE -secretarios generales territoriales, miembros de la ejecutiva, el propio candidato- se sienta concernido directamente por la derrota. Más aún, apenas sin respetar un mínimo período de duelo, los partidarios de Pérez Rubalcaba ya han filtrado a los medios una encuesta de Metroscopia a tenor de la cual, el 62% de los militantes quieren al candidato en el liderazgo definitivo del PSOE.
Poco ha importado a la plana mayor del PSOE que incluso en las Comunidades Autónomas del PP en las que se han practicado políticas de ajuste muy fuertes (caso de Galicia, Castilla-La Mancha o Baleares), los conservadores hayan avasallado a las listas socialistas dando una vuelta de tuerca a la victoria popular en las elecciones del 22 de mayo pasado. A más a más: ni siquiera en Cataluña, donde el PSC ha sufrido un auténtico desastre ante una CiU que lleva un año gobernando a golpe de recortes -y ayer anunció más y más rotundos-, sus dirigentes, empezando por Carme Chacón, han entonado el mea culpa que la opinión pública espera del PSOE.
Poco arreglo tiene este PSOE si, como proclama uno de sus dirigentes madrileños, “hay que mantener la apuesta” (es decir, a Pérez Rubalcaba) cuando la cuestión es que el socialismo español ni tiene apuesta que defender -es un puro desconcierto y un conjunto de ideas tópicas y deshilvanadas- ni dirigentes alternativos. Todos -jóvenes y viejos socialistas- parecen emplearse con fruición en cavar a ritmo frenético en busca de una salida que profundiza su tumba política. Si había alguna duda sobre las razones de la debacle socialista, la actitud altiva y soberbia -verdaderamente insultante- aporta reflexiones adicionales sobre el particular que aconsejan que el PSOE tenga una larga y merecida travesía del desierto.
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