¡Ciegos! ¡Sordos! ¡Mudos!

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No sé si lo he escrito pero lo he dicho alguna vez: el PSOE se enfrentaba estas elecciones generales a un ERE en toda regla. Y, en efecto, así ha sido. Es más, incluso podría decirse que más allá del ERE lo que vive el PSOE es una verdadera suspensión de pagos, una quiebra anunciada que está dejando en la calle a centenares de empleados de la sociedad, mientras en el Consejo de Administración se reparten cuchilladas en medio de mutuas acusaciones de responsabilidad por haber llevado la empresa a la catástrofe. Sumen ustedes: a los miles de concejales y centenares de diputados autonómicos que ya perdieron el pasado 22 de mayo -y los que perderán además en Andalucía el próximo mes de marzo-, hay que añadir los casi 60 diputados nacionales, la élite de la compañía, que se han quedado en la p… calle.

Una de las peores cosas que tiene el haber favorecido la profesionalización de la política, la claudicación de la democracia ante la partitocracia, es que cuando un partido pierde las elecciones hay mucha gente que se queda con una mano delante y otra detrás, porque no saben qué hacer si pierden el cómodo sillón del poder. Y hasta ahora, más o menos los dos partidos que se han ido alternando al frente de la res pública conseguían mantener la suficiente hegemonía territorial como para repartir cargos a quienes se quedaban sin ellos en la Administración central. Pero lo que le ha pasado al PSOE este domingo, lo que le viene pasando desde el 22 de mayo, es que no tiene poder ni local ni autonómico donde colocar a los suyos, y a todos esos concejales, diputados autonómicos y nacionales, y senadores que se han quedado a dos velas, hay que añadir los altos cargos de las administraciones regionales que se han ido a hacer la cola del INEM y los que se van a ir a partir de que el PP tome posesión del poder en diciembre.

Hablamos de miles de personas. Y hablamos de cientos de millones de euros que el Partido Socialista va a perder en ingresos provenientes de sus resultados electorales. La debacle, como ven, no se limita sólo a perder el poder, sino a todo lo que conlleva, que es mucho, sobre todo para un partido tan mal acostumbrado a vivir del mismo y a patrimonializar su gestión. Quiebra, ERE, suspensión de pagos… El PSOE sufre en sus propias carnes lo que la crisis está haciendo sufrir a miles y miles de empresas en nuestros país. Y, ¿a quién echamos la culpa de esto? ¿Quién es el responsable o los responsables? Lo fácil es señalar a José Luis Rodríguez Zapatero, por su ceguera a la hora de ver la situación, a la hora de hacer frente a los problemas del país. Pero esa ceguera no fue sólo de Zapatero, sino de todos los que le apoyaron mientras ejerció su poder con mano de hierro en el Partido Socialista y echó fuera de su palacio, a la fría noche de la intemperie, a quienes osaban llevarle la contraria.

El Partido Socialista va a perder cientos de millones en ingresos provenientes de sus resultados electorales. La debacle no se limita sólo a perder el poder, sino a todo lo que conlleva, sobre todo para un partido tan mal acostumbrado a vivir del mismo y a patrimonializar su gestión

Zapatero es culpable, sin duda alguna, de haber sido el peor presidente que ha tenido este país en casi cuarenta años de democracia, pero los suyos son culpables de habérselo permitido, de haber estado sordos a las advertencias de que el camino que tomaban era el equivocado. Y entre todos ellos, Alfredo Pérez Rubalcaba tiene, sin duda alguna, una responsabilidad adicional, en la medida que fue él quien quiso asumir la responsabilidad de intentar sacar adelante lo imposible, y lo hizo pervirtiendo lo poco que el PSOE podía ofrecer de nuevo e ilusionante al electorado, impidiendo que se celebrasen una primaria para elegir al candidato, y obligando al propio Gobierno a actuar según sus intereses y en contra de los del propio Ejecutivo.

Rubalcaba ha rizado el rizo de lo imposible, ha pretendido la cuadratura del círculo queriendo hacer creer a los ciudadanos que una cosa era lo que hacía el Gobierno y otra bien distinta lo que proponía el partido que lo apoyaba… Pero ha ido más lejos, al asentar toda su estrategia electoral, todo el argumentarlo de la campaña, sobre la “insidia” de que el Partido Popular iba a suprimir el Estado del bienestar, es decir, a volver a esgrimir el espantajo del ‘miedo a la derecha’. Y lo que ha pasado es que, de tanto ‘miedo a la derecha’, el país se ha teñido de azul y la izquierda del PSOE se ha quedado muda porque ahora no saben cómo explicar lo que ha pasado. Ciegos y sordos ante lo que se les venía encima. Y mudos cuando la realidad se ha impuesto de modo tan cruel.

Lo que le toca ahora al PSOE es hacer una reflexión profunda sobre todo lo que ha pasado estos años. Se equivocará si limita su debacle a la crisis económica y no tiene en cuenta que los ciudadanos han castigado también un modo de gobernar basado en la división y en la tensión permanente, en la confrontación y en la búsqueda de la eliminación (política) del contrario. El ciudadano ha castigado los ‘cordones sanitarios’ y los Pactos del Tinell. Ha castigado las aventuras con el radicalismo nacionalista -y haría bien el PSC en analizar su resultado en Cataluña-, pero, sobre todo, ha castigado la mentira y el engaño, el empeño permanente en hacernos creer lo que no era, en ocultar la realidad y el encima intentar meternos miedo en el cuerpo.

Sobre todo eso debería reflexionar el Partido Socialista. Debería hacerlo la vieja guardia y la nueva, porque ni unos ni otros han sabido jugar limpio ni en la propia casa, ni en la ajena. Ahora al PSOE le toca su particular travesía del desierto, el llanto y el crujir de dientes producto de la hecatombe, y ninguno de los que han tenido responsabilidad en ella deberían seguir ni un día más al frente del machito. Empezando por Zapatero, siguiendo por Rubalcaba, y continuando por esa larga lista de cargos del partido y barones territoriales incapaces de asumir su responsabilidad en el desastre, no vaya a ser que también ellos se queden a la intemperie.

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