De las guerras del opio a las guerras del petróleo

"DE LA HISTORIA APRENDEREMOS A QUE NO NOS HAGAN LO MISMO OTRA VEZ"

Lo viejo y lo nuevo de las guerras coloniales. La OTAN, más que a un ejército tradicional, se parece a un pelotón de ejecución. La Corte Penal Internacional sería su apéndice judicial.

«La muerte de Gadafi es un hito histórico», proclaman a coro los dirigentes de la OTAN y de Occidente, sin molestarse siquiera en guardar las distancias con el bárbaro asesinato del líder libio y de las mentiras desvergonzadas que han proferido al respecto los jefes de los «rebeldes». Y sí, efectivamente se trata de un hito. Pero para entender el significado de la guerra contra Libia en el ámbito del colonialismo es preciso partir de lejos...


Cuando en 1840 los navíos de guerra ingleses se asoman ante las costas y las ciudades chinas, los agresores disponen de una potencia de fuego de miles de cañones y pueden sembrar destrucción y muerte a gran escala sin temor a la artillería enemiga, cuyo alcance es mucho más reducido. Es el triunfo de la política de las cañoneras: el gran país asiático y su milenaria civilización se ven obligados a rendirse y comienza lo que la historiografía china denomina acertadamente el «siglo de las humillaciones», que termina en 1949 con la llegada al poder del Partido Comunista y de Mao Zedong.

En nuestros días, la llamada Revolution in Military Affairs (RMA) ha creado en muchos países del Tercer Mundo una situación parecida a la que enfrentó China en su tiempo. Durante la guerra contra la Libia de Gadafi, la OTAN ha podido consumar tranquilamente miles de bombardeos y no sólo no ha sufrido bajas, sino que ni siquiera ha corrido el riesgo de sufrirlas. En este sentido la fuerza militar OTAN, más que a un ejército tradicional, se parece a un pelotón de ejecución; así, la ejecución final de Gadafi, más que un hecho causal o accidental, revela el sentido profundo de la operación en conjunto.

Es algo palpable: la renovada desproporción tecnológica y militar reaviva las ambiciones y las tentaciones colonialistas de un Occidente que, a juzgar por la exaltada autoconciencia y falsa conciencia que sigue ostentando, se niega a saldar cuentas con su historia. Y no se trata sólo de aviones, navíos de guerra y satélites. Aún más clara es la ventaja con que pueden contar Washington y sus aliados en capacidad de bombardeo mediático. También en esto la «intervención humanitaria» contra Libia es un ejemplo de manual: la guerra civil (desencadenada, entre otras cosas, gracias a la labor prolongada de agentes y unidades militares occidentales, y en cuyo transcurso los llamados «rebeldes» podían disponer desde el principio incluso de aviones) se presentó como una matanza perpetrada por el poder contra una población civil indefensa; ¡en cambio, los bombardeos de la OTAN que hasta el final han asolado la Sirte asediada, hambrienta y sin agua ni medicamentos, se presentaron como operaciones humanitarias a favor de la población civil libia!

Hoy en día esta labor de manipulación, además de contar con los medios tradicionales de información y desinformación, se vale de una revolución tecnológica que completa la Revolution in Military Affairs. Como he explicado en intervenciones y artículos anteriores, son autores y órganos de prensa occidentales próximos al Departamento de Estado los que celebran que el arsenal de EE. UU. se haya enriquecido con nuevos y formidables instrumentos de guerra; son periódicos occidentales y de probada fe occidental los que cuentan, sin ningún sentido crítico, que en el transcurso de las «guerras internet» la manipulación y la mentira, así como la instigación a la violencia de minorías étnicas y religiosas, también mediante manipulación y mentira, están a la orden del día. Es lo que está sucediendo en Siria contra un grupo dirigente más acosado que nunca por haberse resistido a las presiones e intimidaciones occidentales y haberse negado a capitular ante Israel y a traicionar a la resistencia palestina.

Pero volvamos a la primera guerra del opio, que termina en 1842 con el Tratado de Nankín. Es el primero de los «tratados desiguales», es decir, impuestos con las cañoneras. Al año siguiente le llega su turno a Estados Unidos. También envía cañoneras para arrancar el mismo resultado que Gran Bretaña e incluso algo más. El tratado de Wanghia (en las proximidades de Macao) de 1843 sanciona el privilegio de la extraterritorialidad para los ciudadanos estadounidenses residentes en China: aunque cometan delitos comunes, se sustraen a la jurisdicción china. El privilegio de la extraterritorialidad, evidentemente, no es recíproco, no vale para los ciudadanos chinos residentes en Estados Unidos. Una cosa son los pueblos colonizados y otra muy distinta la raza de los señores. En los años y las décadas posteriores, el privilegio de la extraterritorialidad se amplía a los chinos que «disienten» de la religión y la cultura de su país y se convierten al cristianismo (con lo que teóricamente pasan a ser ciudadanos honorarios de la república norteamericana y de Occidente en general).

También en nuestros días el doble rasero de la legalidad y la jurisdicción es un elemento esencial del colonialismo: los «disidentes», es decir, los que se convierten a la religión de los derechos humanos tal como es proclamada de Washington a Bruselas, los Quisling potenciales al servicio de los agresores, son galardonados con el premio Nobel y otros premios parecidos después de que Occidente haya desencadenado una campaña desaforada para sustraer a los premiados a la jurisdicción de su país de residencia, campaña reforzada con embargos y amenazas de embargo y de «intervención humanitaria». El doble rasero de la legalidad y la jurisdicción alcanza sus cotas más altas con la intervención de la Corte Penal Internacional (CPI). Los ciudadanos estadounidenses y los soldados y mercenarios de barras y estrellas repartidos por todo el mundo quedan y deben quedar fuera de su jurisdicción.

Recientemente la prensa internacional ha revelado que Estados Unidos está dispuesto a vetar la admisión de Palestina en la ONU, entre otras cosas, para impedir que Palestina pueda denunciar a Israel ante la CPI: sea como sea, en la práctica cuando no en la teoría, debe quedar claro para todo el mundo que sólo los pueblos colonizados pueden ser procesados y condenados. La secuencia temporal es de por sí elocuente. 1999: a pesar de no haber obtenido autorización de la ONU, la OTAN empieza a bombardear Yugoslavia; poco después, sin pérdida de tiempo, la CPI procede a incriminar, no a los agresores y responsables del quebrantamiento del orden jurídico internacional de facto establecido tras la II guerra mundial, sino a Milósevich. 2011: violentando el mandato de la ONU, lejos de preocuparse por la suerte de los civiles, la OTAN recurre a todos los medios para imponer el cambio de régimen y hacerse con el control de Libia. Siguiendo una pauta ya ensayada, la CPI procede a incriminar a Gadafi. La llamada Corte Penal Internacional es una suerte de apéndice judicial del pelotón de ejecución de la OTAN; se podría incluso decir que los magistrados de La Haya son como curas que, sin perder el tiempo consolando a la víctima, se esmeran directamente en legitimar y consagrar al verdugo.

Una última observación. Con la guerra contra Libia, en el ámbito del imperialismo se ha perfilado una nueva división del trabajo. Las grandes potencias coloniales tradicionales, como Inglaterra y Francia, valiéndose del decisivo respaldo político y militar de Washington, se centran en Oriente Próximo y África, mientras Estados Unidos desplaza cada vez más su dispositivo militar a Asia. Y así volvemos a China. Después de haber dejado atrás el siglo de humillaciones que empezó con las guerras del opio, los dirigentes comunistas saben que sería insensato y criminal faltar por segunda vez a la cita con la revolución tecnológica y militar: mientras libera a cientos de millones de chinos de la miseria y el hambre a los que les había condenado el colonialismo, el poderoso desarrollo económico del gran país asiático es también una medida de defensa contra la permanente agresividad del imperialismo. Quienes, incluso en la «izquierda», se ponen a remolque de Washington y Bruselas en la tarea de difamación sistemática de los dirigentes chinos, demuestran que no les preocupan ni la mejora de las condiciones de vida de las masas populares ni la causa de la paz y la democracia en las relaciones internacionales.

Traducción: Juan Vivanco.

Publicar un comentario

0 Comentarios