Telefónica se va de España: todos lo piensan, nadie lo dice

- ElConfidencial.com

Transcribo un fragmento de la crónica de un periódico de difusión nacional publicado ayer sobre la reorganización de Telefónica: “El negocio nacional ha acusado más que otros la crisis, con caídas de ingresos y beneficios provocadas por la constante fuga de clientes, tanto en ADSL como en móvil, en busca de operadores alternativos con precios más baratos. La compañía resta visibilidad a su vertiente española en un momento en que los mercados castigan a las compañías con sede en la Península Ibérica. Ahora el negocio español se incluirá junto al de mercados maduros y de escaso potencial de crecimiento (…)”.

En estas breves líneas está la explicación de la desnacionalización irreversible de nuestra primera empresa. Mientras debatimos sobre la “españolización” de Repsol a cuenta de la operación Sacyr-Pemex (asunto que tiene mucha miga), Telefónica toma las de Villadiego. El patriotismo no es una variable de la gestión empresarial.
Es urgente analizar el modo en qué sectores estratégicos -energía o medios de comunicación- están bajo control de capital extranjero y, en consecuencias, sus decisiones fundamentales se adoptan a miles de kilómetros de España.
Pero no sólo es que Telefónica se va de nuestro país, diluyendo España como unidad de negocio en el área de Europa encomendada a José María Álvarez Pallete, un gestor eficiente. Hay algo peor: el futuro de la telefonía es digital y Telefónica Digital, encomendada a Matthew Key, con 2.500 empleados especialmente cualificados, tendrá su sede en Londres. Madrid será, como otras ciudades, subsede subalterna a la capital británica.

Los medios de comunicación titulaban ayer la operación de Telefónica con eufemismos y la expresión más repetida era la de “revolución en Telefónica”. Cierto, la ha habido. Pero una revolución con migración de la empresa hacia coordenadas geográficas distintas y más favorables para la generación y renovación de negocio que las españolas, tiroteadas por los mercados y en donde ha gestionado la economía desastrosamente un Gobierno que no ha ofrecido, cuando esto escribo, ni siquiera un punto de vista de lo que afecta a la economía y la reputación empresarial de España la carrera en pelo de Telefónica.

No sería imposible que el Ejecutivo, y en particular el ministro de Industria, o no se haya enterado previamente de la “revolución” en nuestra principal compañía; o que si lo ha hecho, no haya valorado la trascendencia de este movimiento. También podría ser que haya caído en la perplejidad, estado bastante habitual en nuestro invisible Gobierno. Una hipótesis más: Sebastián podría aplaudir con las orejas esta despedida como ha dado la bienvenida a Pemex frente a Repsol. Este hombre ofrece infinitas posibilidades.

Puede criticarse la gestión de Telefónica, que en España no ha mostrado garra competitiva dejando que declinase el negocio. Pero sería en todo caso una crítica muy menor, porque en nuestro país no se vienen dando desde hace años las condiciones más idóneas para el dinamismo empresarial y la creación de nuevo negocio. La realidad, sin embargo, es que la marcha de Telefónica es una entendible política estratégica para posicionarse territorial y materialmente en las áreas de negocio más prometedoras: Latinoamérica en el primer caso; la tecnología digital, en el segundo.

Dicho lo cual, habremos de interrogarnos sobre en qué grado la internacionalización de nuestras empresas -práctica de diversificación en la que se envolverá la migración de Telefónica- implica, especialmente, una deslocalización en toda regla. Y es urgente también analizar el modo en qué sectores estratégicos -como el de la energía o los medios de comunicación (véase Endesa o las TV generalistas)- están bajo control de capital extranjero y, en consecuencias, sus decisiones fundamentales se adoptan a miles de kilómetros de España.

Cuando están cayendo chuzos de punta, la “revolución” en Telefónica no hace otra cosa que agudizar la postración española, alejarnos de los aspectos más punteros de la telefonía (la digital) y reducir España a una sucursal, cuando antes era el centro de operaciones. Nuestro país huele como lo hacía en 1898: a pesimismo y fracaso.

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