La masiva respuesta a la convocatoria de los 'indignados' israelíes aumenta considerablemente la presión sobre el primer ministro, Benjamin Netanyahu, precisamente cuando éste pensaba que las protestas callejeras, iniciadas el 14 de julio, empezaban a perder intensidad.
"Lo que estamos viviendo ahora no es una manifestación más sino toda una revolución. El pueblo de Israel sale a las calles en masa para pedir justicia social y un cambio radical en la política económica", afirma, en estado de éxtasis, Stav Shaffir mientras caminamos hacia la calle Kaplan de Tel Aviv.
Hace más de tres semanas, esta joven acompañó a Dafne Leaf en la primera tienda de campaña instalada en protesta por el elevado precio de la vivienda. Desde entonces, Israel se ha transformado. Y muchos dicen que quizás ya no será la misma.
Por primera vez, los asuntos sociales arrebatan el primer plano a la habitual temática política-seguridad-árabes-palestinos. La manifestación, una de las más numerosas en las últimas décadas, ha demostrado que es una protesta generalizada, quizás demasiado: ciudadanos 'indignados' por una vivienda cada vez más inaccesible y unos impuestos desorbitados, universitarios, profesores, médicos, taxistas, productores de leche, asociación de padres, sindicatos, asociación en defensa de los animales...
"He venido por tres razones. Primero, para decir a Bibi (Netanyahu) que aunque nos preocupan los ataques terroristas y las amenazas como Irán, debe recortar el presupuesto del Ministerio de Defensa que es excesivo y a expensas del Estado de bienestar. En segundo lugar, para advertir que si no hay un cambio radical, la clase media que sustenta este país se derrumbará. La carestía de la vida es insoportable. Por último, porque hay buenas actuaciones musicales", dice a ELMUNDO.es Haim Arieli en alusión a la presencia de los mejores cantantes del país como Shlomo Artzi y Rita. "Bibi, baja al pueblo", reza la pancarta de Anat, una joven llegada desde el norte de Israel.
Lo que empezó como una desesperada y anónima batalla por una causa perdida-la vivienda en Israel crece con la misma proporción con la que sube la temperatura- se ha convertido en la mayor revuelta social en la historia de Israel.
Decenas de ciudades como Tel Aviv, Jerusalén, Dimona, Ashkelón, Hadera, Kiriat Shmona o Eilat han proferido un grito: "El pueblo exige justicia social". Un grito de indignación y protesta, cubierto desde todos los ángulos por los medios de comunicación israelíes.
Precisamente el extraordinario despliegue mediático es visto por el entorno de Netanyahu como "un instrumento más de las protestas. Los medios no cubren las manifestaciones sino que las alientan con el objetivo de derribar el Gobierno elegido democráticamente".
Esta acusación ha sido rebatida esta noche por el líder estudiantil, Itzik Shmuli: "Nos han llamado izquierdistas, anarquistas, mimados de Tel Aviv... ¡Ya no saben qué decir! Esto no es una manifestación de la izquierda sino de todo un pueblo, derecha e izquierda, centro y periferia, que exige un cambio. Nunca antes se habían unido tantos sectores para cambiar el futuro. No pedimos cambiar la coalición de Gobierno sino la política económica".
A diferencia de las dos primeras grandes manifestaciones, se han visto manifestantes del sector religioso (que no ultraortodoxo) pidiendo justicia social. Uno de los oradores ha sido el rabino Beni Lau que criticó la política económica de los últimos Gobiernos afirmando: "Desde los inicios del judaísmo, el pueblo pide justicia social".
Los organizadores intentan no entrar en temas políticos que dividan y debiliten la lucha. Eso sí, la revuelta social enseña dos caras opuestas: los 'indignados' de izquierda opinan que parte de la culpa radica en las importantes inversiones estatales en las colonias de Cisjordania mientras los 'indignados' de derecha dicen que una de las soluciones es construir más al otro lado de la línea del 67.
Mientras 280.000 personas marchaban en Tel Aviv en un acto que combinaba idealismo, juventud, indignación y música, 30.000 protestaban ante la casa del primer ministro en Jerusalén. "Netanyahu tiene que despertarse y tomar ya decisiones. El pueblo quiere un cambio en el orden de preferencias", afirma Meirav Cohen al Canal 2.
"El Gobierno es sensible a las protestas que apuntan problemas reales como la carestía de la vida y la vivienda. Tomaremos medidas sin caer en un populismo que ponga en peligro nuestra economía que es muy sólida y con un paro de sólo el 5.7%", responde Carmel Shama, diputado del Likud.
Netanyahu nunca imaginó que su Gobierno viviría sus peores momentos debido precisamente a lo que más le gustaba presumir: la situación económica. Más de 300.000 israelíes le han enviado un mensaje rotundo en un verano tomado por los jóvenes y la clase media.
Publicado con Scribefire para Ubuntu 11.04.
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