:: Periódico Diagonal
¿Es la esquizofrenia un estado inherente al PSOE? Desde aquel “OTAN, de entrada no” hasta las bizarras concentraciones de apoyo a Barrionuevo y Vera, podría parecer que sí, pero rascando un poco no es difícil darse cuenta de que este trastorno afecta mucho más a los votantes del partido que a sus propios dirigentes. La maniobra que acabó llevando al PSOE a hacer campaña por la integración de España en la OTAN no fue más que una adaptación gubernamental de ese clásico de la estafa callejera popularmente conocido como “¿Dónde está la bolita?”.
En la puerta de la cárcel de Guadalajara, por el contrario, lo que había era una fauna de lo más variopinta donde te podías encontrar desde viejos con banderas republicanas hasta ex hippies con pinta de haberse pasado con el ácido hace un buen montón de años. Juntos, cantaban una versión delirantemente tuneada de La Internacional en sentido homenaje a los líderes de la violencia estatal. Algunos de los que asistieron juraron haber notado un intenso olor a azufre en el ambiente. Aunque también han existido casos de esquizofrenia aguda en dirigentes del PSOE. Tras el preestreno de Los lunes al sol, la película de Fernando León sobre las dramáticas consecuencias sociales del cierre de los astilleros asturianos, se pudo ver a Carlos Solchaga, Ministro de Industria y Energía entre 1983 y 1985 e impulsor de la reconversión industrial española, puesto en pie y aplaudiendo a rabiar como si la cosa no fuese con él y no pudiera estar más satisfecho de que, al fin, hubiese un cine español verdaderamente combativo ante injusticias tan flagrantes como aquellas.
Después del 15M, se vuelve a hablar de esquizofrenia en el PSOE. Desde los guantes recogidos por Ramón Jaúregui o Marcelino Iglesias hasta el mutismo de Zapatero (solo roto la semana pasada en el debate del estado de la nación para decir que sí, claro, pero vamos, que no) o el mirar hacia otro lado de Rubalcaba. Aunque el candidato Alfredo no ha dudado en montar su propio sainete filoasambleario en un tour de animosas charlas-coloquios ante militantes del PSOE de todo el estado que le formulaban preguntas al todavía Vicepresidente Primero del Gobierno en un ambiente cercano y distendido. “¡Rubalcaba, nos hundimos!”. “Que no, tonto”. “¡Alfredo, que esto se va a pique!”. “Ja, ja. Ya verás como al final todo va a salir bien”.
La duda que se nos plantea es: ¿puede el PSOE sobrevivir a años de equilibrismo o está más cerca de su disolución? Desde una perspectiva de izquierdas, es evidente que este partido es un obstáculo. No solo lleva casi 30 años haciéndonos la vida imposible, sino que han conseguido que ya solo lo identifiquen con la izquierda sus bases más recalcitrantes. Incluso han perdido por el camino a los neoprogres, un tipo social abundante y bien definido que solo se puede describir juntando una serie de decisiones en principio “individuales”: “Joven profesional, mil/mil quinientos eurista, licenciado, indie, antimonárquico, El País le aburre, vota PSOE aunque se siente algo más a la izquierda, odia con todas sus fuerzas al PP, se parte con el Wyoming, defiende el estado de bienestar, está en contra del cambio climático, va a casas rurales y, ocasionalmente, a spas urbanos…”.
Lo peor que se podía decir de este grupo social es que ha sido la munición del zapaterismo, pero, tras el 15M, un sector que fue carne de cañón del marketing político del PSOE y que parecía tener aversión a cualquier tipo de acción colectiva nos ha sorprendido demostrando que, a la hora de la verdad, la política para ellos era algo más que ver La Sexta, leer Público y dejar comentarios en el blog de Ignacio Escolar. Roto su ensimismamiento político e ideológico en el momento en que sus condiciones materiales de vida empezaron a acercarse más a las de la masa precarizada que a las posiciones sociales de sus padres y madres, el PSOE se encuentra de repente con serios problemas para reproducir sus niveles de voto a medio plazo.
Gran parte de la culpa de que los primeros pasos hacia la crisis de la representatividad hayan tardado tanto en llegar es, precisamente, que los recortes los ha hecho un partido que desactivó a buena parte de la izquierda azuzando el miedo a “la derecha”. Con el PSOE fuera de juego, el conflicto social en el Estado español habrá perdido una de sus más eficaces sordinas. Solo necesitamos eso: que el PSOE se disuelva.
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