Fuente: Insurgente
(Un artículo del escritor Carlo Frabetti).- Los grandes medios de comunicación, de sobra lo sabemos, tienden a minimizar u ocultar lo que a sus dueños no les interesa que se difunda. Pero cuando un acontecimiento alcanza un nivel de espectacularidad que lo convierte en codiciada presa mediática, el afán de hacerse con el trofeo para exhibirlo y rentabilizarlo en términos de cuotas de audiencia prevalece sobre cualquier otra consideración. El capitalismo es tan voraz que no solo puede devorar a sus propios hijos, o a sus propios padres, sino incluso una parte de su propio cuerpo.
Algunos se asombran de que los medios de uno y otro signo estén prestando tanta atención a las acampadas del 15-M, y no faltan quienes ven en ello una turbia maniobra electoralista; pero no es necesario buscar más explicaciones que las evidentes. Las acampadas y acampados de la ya ubicua Plaza de la Solución han tenido la lucidez y la oportunidad (no confundir con el oportunismo) de montar un tinglado altamente inflamable en un momento en que cualquier chispa podía provocar un incendio. Un incendio que los grandes medios, al introducirlo en todos los hogares de un país reseco por la larga sequía democrática y recalentado por la crisis económica, han propagado con la arrasadora potencia de las progresiones geométricas. Y cuando el incendio ha alcanzado proporciones “catastróficas”, los medios no han tenido más opción que seguir retransmitiéndolo, es decir, propagándolo.
Desde la protesta de los Goya de 2003 (que también inflamó todos los hogares), no se había logrado un aprovechamiento tan eficaz de las contradicciones internas del sistema y de su espúrea cultura del espectáculo. Desde la “metamanifestación” del 13 de marzo de 2004 (que también inundó la Puerta del Sol), no habíamos visto un efecto avalancha tan rápido y multitudinario. Hay que aprender de los errores, por supuesto; pero también hay que aprender de los aciertos, y las acampadas de DRY (que en inglés significa “seco”, como en alusión a la pertinaz sequía material y moral) lo han hecho de forma ejemplar, con la sabiduría de los pueblos unidos, con su incontenible capacidad de avance: del “No a la guerra” al “No al sistema”, del efecto a la causa, del follaje a la raíz (tienen razón quienes las llaman radicales: lo son en el mejor sentido de la palabra). No querían escucharles, y ahora tendrán que hacerlo todos los días, a todas horas, con sus voces amplificadas por los mismos medios que intentaban silenciarlas. Querían volverlos invisibles, y ahora, entre fascinados y espantados, no pueden dejar de mirarlos. La revolución será televisada, en vivo y en directo.
(Un artículo del escritor Carlo Frabetti).- Los grandes medios de comunicación, de sobra lo sabemos, tienden a minimizar u ocultar lo que a sus dueños no les interesa que se difunda. Pero cuando un acontecimiento alcanza un nivel de espectacularidad que lo convierte en codiciada presa mediática, el afán de hacerse con el trofeo para exhibirlo y rentabilizarlo en términos de cuotas de audiencia prevalece sobre cualquier otra consideración. El capitalismo es tan voraz que no solo puede devorar a sus propios hijos, o a sus propios padres, sino incluso una parte de su propio cuerpo.
Algunos se asombran de que los medios de uno y otro signo estén prestando tanta atención a las acampadas del 15-M, y no faltan quienes ven en ello una turbia maniobra electoralista; pero no es necesario buscar más explicaciones que las evidentes. Las acampadas y acampados de la ya ubicua Plaza de la Solución han tenido la lucidez y la oportunidad (no confundir con el oportunismo) de montar un tinglado altamente inflamable en un momento en que cualquier chispa podía provocar un incendio. Un incendio que los grandes medios, al introducirlo en todos los hogares de un país reseco por la larga sequía democrática y recalentado por la crisis económica, han propagado con la arrasadora potencia de las progresiones geométricas. Y cuando el incendio ha alcanzado proporciones “catastróficas”, los medios no han tenido más opción que seguir retransmitiéndolo, es decir, propagándolo.
Desde la protesta de los Goya de 2003 (que también inflamó todos los hogares), no se había logrado un aprovechamiento tan eficaz de las contradicciones internas del sistema y de su espúrea cultura del espectáculo. Desde la “metamanifestación” del 13 de marzo de 2004 (que también inundó la Puerta del Sol), no habíamos visto un efecto avalancha tan rápido y multitudinario. Hay que aprender de los errores, por supuesto; pero también hay que aprender de los aciertos, y las acampadas de DRY (que en inglés significa “seco”, como en alusión a la pertinaz sequía material y moral) lo han hecho de forma ejemplar, con la sabiduría de los pueblos unidos, con su incontenible capacidad de avance: del “No a la guerra” al “No al sistema”, del efecto a la causa, del follaje a la raíz (tienen razón quienes las llaman radicales: lo son en el mejor sentido de la palabra). No querían escucharles, y ahora tendrán que hacerlo todos los días, a todas horas, con sus voces amplificadas por los mismos medios que intentaban silenciarlas. Querían volverlos invisibles, y ahora, entre fascinados y espantados, no pueden dejar de mirarlos. La revolución será televisada, en vivo y en directo.
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