Hoy se cumple el primer cuarto de siglo del accidente de Chernóbil. Junto con lo sucedido en Fukushima, junto con lo que sigue sucediendo en Fukushima, los dos grandes desastres –no los únicos desde luego- de la industria y energía nuclear, una energía que, se publicite lo que se quiera publicitar, no es limpia ni barata ni segura ni tampoco pacífica desde luego.
El sarcófago construido con urgencia sobre el reactor accidentado está agrietado, oxidado y notablemente deteriorado. Seguramente esto explica algunas de las decisiones o indecisiones tomadas en Fukushima. En la "zona de exclusión" viven 2.500 personas. Son trabajadores encargados de la construcción de un nuevo sarcófago. Deberá o debería estar acabado para 2015. Será financiado por países de todo el mundo. Ucrania no puede afrontar una factura de unos 1.500 millones de euros. Son las otras “externalidades” de la apuesta nuclear, de la atómica hybris fáustica.
Recientemente, el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, visitó durante media hora el reactor número 4 de Chernóbil [1]. El paseo le resultó "una experiencia extremadamente conmovedora". Le acompañaron el presidente ucraniano, Víktor Yanukovich, y el director general de la OIEA, Yukiya Amano. El máximo responsable de las Naciones Unidas vinculó la actual crisis de Fukushima con el desastre de Chernóbil. "Debemos sacar las lecciones oportunas de estas tragedias". No explicitó qué “lecciones oportunas” había extraído o creía razonable extraer.
Por la tarde, los tres responsables políticos inauguraron en Kiev una conferencia científica sobre el accidente del reactor soviético. Ban Ki-moon fue entonces más directo: "La desafortunada verdad es que probablemente veremos más desastres de este tipo". No explicó las razones de su pesimismo antropológico pero no parece que el irresponsable cientificismo capitalista esté muy alejado de ello. Añadió: "Para muchos, la energía nuclear parece ser relativamente limpia y una opción lógica; pero la historia nos hace plantearnos preguntas dolorosas: ¿hemos calculado sus riesgos y beneficios?". ¿Cuál es el referente de este “muchos”? ¿Una opción lógica? ¿Para quién? ¿Balance de riesgos y beneficios? ¿Estaba tan alocado, sigue estando inconmensurablemente demenciado, el movimiento antinuclear como se repitió y se sigue repitiendo una y mil veces?
Manuel Ansede –“La vida sigue en los cementerios de Chernóbil” [2]- ha recordado algunas aristas del escenario post-nuclear. “Entonces [26 de abril de 1986] se formó una nube radiactiva equivalente a la de 400 bombas como la de Hiroshima, que se paseó por 150.000 kilómetros cuadrados de Bielorrusia, Ucrania y Rusia. Los pueblos cercanos a la central quedaron bañados en estroncio-90, relacionado con la leucemia, y cesio-137, vinculado a tumores en bazo e hígado. Los 50.000 habitantes de Prípiat, a sólo tres kilómetros del reactor, fueron evacuados en apenas día y medio. Las autoridades soviéticas urgieron a sus habitantes a que salieran de la ciudad prácticamente con lo puesto, asegurando que sería cosa de unos pocos días”.
El Organismo Internacional de la Energía Atómica calcula que unas 200.000 personas fueron realojadas para siempre tras la explosión del reactor. El martes 19 de abril de 2011, en una conferencia de donantes organizada en Kiev, Ucrania sólo consiguió recaudar 550 de los 740 millones de euros que necesita para sellar con acero el reactor soviético. Faltan 190 millones de euros.
Slavutich es una ciudad construida tras el desastre de 1986 para acoger a los trabajadores de la central, escapados de Prípiat y otros núcleos. Desde allí, diariamente, unas tres mil personas recorren 50 kilómetros para trabajar en Chernóbil.
En Público [3], Ernesto Sambora –“Los héroes olvidados”- recordaba otra cara de aquel inconmensurable desastre. “Ha pasado ya un cuarto de siglo, y aun así el contador Geiger que el cabo del Ejército ucraniano lleva en el asiento trasero de su coche se dispara al cruzar la segunda barrera de exclusión, la que marca los 10 kilómetros previos antes de llegar a la zona cero del peor accidente nuclear de la historia”.
Serguei Anatólevich Kulish, que ha cumplido 50 años, fue uno de los llamados “liquidadores”. Tenía entonces tenía 24 años. Hoy dirige la Asociación de Victimas de Catástrofes, desde una modesta oficina en Leningrado-San Petersburgo. Serguei ha pasado por un calvario de enfermedades, complicaciones y dolor crónico. Actualmente lucha contra un nuevo tumor cutáneo abdominal que no duda en mostrar. En su optimista opinión, "Europa debe comprender los riesgos de la energía atómica”. En la Rusia post-soviética nadie quiere escucharles.
Serguei y una comunidad de unos 500 liquidadores viven en pisos de protección oficial donados por el Gobierno en el golfo de Finlandia, a una hora de Leningrado. Cuando llegaron allí, en los años noventa del siglo pasado, eran unas mil personas; el resto ha fallecido. Los bloques de edificios que los albergan, señala Sambora, “son el mejor ejemplo de su situación social: alejados de la urbe y mal comunicados, ellos mismos han tenido que pagar las reparaciones necesarias para hacer habitables sus viviendas, y tan sólo un pequeño monumento, que parece una lápida, semiabandonado e imperceptible bajo la nieve, recuerda la catástrofe vivida aquella primavera del año 1986”.
No maldicen su destino. Alguien tenía que hacerlo. Sí lamentan, en cambio, y profundamente, el olvido social e institucional del que son víctimas. Sus pensiones son muy bajas y tras la caída de la Unión Soviética perdieron las ayudas del Estado. Los alimentos y el transporte, de los que disfrutaban gratuitamente, pasaron a ser de pago, haciendo muy difícil su vida, la de sus viudas o sus huérfanos, que tienen pensiones medias de 150 euros. Afrontan, además, la peor de las situaciones imaginables para enfermos crónicos de muy escasos recursos: la privatización salvaje del sistema de salud. Es otra de las caras del afable capitalismo que rige en la Rusia que ha emergido de la destrucción de la Unión Soviética. Transitan por el lado salvaje de la vida.
Recordemos algunos pasajes de aquel terrible accidente [4] partiendo de nuestra conversación de 2008.
SLA: Sobre el accidente en la central nuclear de Chernóbil, del que no hace mucho se cumplieron 20 años, hubo una fuerte polémica en torno a sus efectos reales que aún sigue coleando. Se ha dicho que la potencia radiactiva del accidente (o de la catástrofe, como se prefiera) fue entre 50 y 100 veces la potencia de la bomba arrojada en Hiroshima. Desde fuentes oficiales se habló de un número reducido aunque importante de fallecidos, mientras que desde otras fuentes independientes se afirmaba que esa información había sido una gran manipulación, una falsificación desmedida y que los fallecidos y perjudicados fueron muchísimos más. Se han dado cifras de más de dos millones de ucranianos afectados, unos 700.000 de los cuales eran niños. Viktor Bryukhanov, el director de la central nuclear en el momento del accidente, ha acusado a las autoridades políticas de proteger ante todo la industria militar con mentiras, acusación que no excluye algunos sectores de las comunidades científicas. Tampoco han quedado al margen de sus críticas países y gobiernos poderosos -EEUU, Japón, Francia y Reino Unido- que, según él, ocultan las causas reales de los accidentes nucleares. Podrías explicarnos algo de esta polémica y por qué, desde posiciones oficiales u oficiosas, no se reconoce lo que realmente pasó y los dañinos efectos que ocasionó.
ERF: Es un tema que nos llevaría muy lejos. Un mínimo desarrollo exigiría un tratamiento largo y tendido. Intentaremos explicar aquí lo más importante.
Se creó, efectivamente, una importante polémica y no es casualidad que apareciese recientemente. El origen de ello es un informe que salió a la luz en septiembre de 2005, informe que se publicitó mucho medio año después. Apareció como un documento de la OMS, de la Organización Mundial de la Salud, en el que se nos iba a decir la verdad sobre Chernóbil y en el que se daba “la versión definitiva” de los efectos.
Mucha técnica publicitaria como ves. Es muy espectacular como, por ejemplo, presentaron el resumen de prensa. Está escrito en inglés: “Chernobyl: the true scale of the accident; 20 Years Later a UN Report Provides Definitive Answers and Ways to Repair Lives”. ¡La verdad definitiva sobre Chernóbil!
El informe, tal como fue comunicado, es un libro de más de 600 páginas, editado en tres volúmenes, del que se publicó por la AIEA una versión sinóptica de 55 páginas (Chernobyl’s Legacy: Health, Environmental and Socio-Economic Impacts) que es en realidad lo que se presentaba a los medios. En cambio, el breve texto que tanto ha impactado a la prensa es un resumen de 6 o 7 páginas, al que realmente, desde un punto de vista científico, no se le puede dar ningún valor. En él se afirma que según los datos del Informe unas 4.000 personas pueden llegar a fallecer a lo largo del tiempo -que en el informe completo se precisa en un período de 70 años- por la exposición a la radiación liberada hace 20 años en al accidente, que seguramente no va a haber más muertos y que la gente se puede reinstalar en los territorios afectados.
Prácticamente es una apología del retorno al uso de la energía nuclear. Esto es en resumen lo que viene a decir el informe que causó grave sorpresa y gran controversia. No era para menos.
Pero el informe fue publicado por la OMS. ¿No es así? Por lo tanto, en principio, es creíble, no es mera publicidad.
Efectivamente. Este informe se ha publicado y publicitado por la OMS pero ocurre con él lo que ya hemos comentado. En realidad, el estudio ha sido elaborado fundamentalmente por la Agencia Internacional de la Energía Atómica (AIEA) de Viena. Desde 1959 existe un convenio por el que la OMS, para cualquier asunto relacionado con cuestiones nucleares, remite y se pone de acuerdo con esa agencia atómica.
¡Pero esto es un escándalo!
Lo es, efectivamente. El convenio estipula, entre otras restricciones, que los estudios de la OMS en materia nuclear, previamente a su publicación, deben ser revisados por la AIEA, no deben ser negativos con la Agencia ni tampoco deben impedir la promoción de la energía nuclear. La Agencia se fundó, en la época de los “átomos para la paz”, por la Organización de las Naciones Unidas, para promocionar el uso de la energía nuclear, por un lado, y por otro, cuando se firmó el TNP, el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, para vigilar, de ahí su actual intervención en el caso de Irán, y de paso su flagrante inhibición en las actividades atómicas de otros países. Aún hoy en día en sus publicaciones aparece el eslogan “Atoms for Peace”. Si uno entra en la web de la agencia, verá que todo lo que allí se afirma es una defensa del uso de la energía nuclear. No olvidemos que es una agencia de la energía atómica. Ahora están con un foro, que ya existe desde hace años, para promocionarla como solución a Kyoto, como energía limpia, como energía moderna, en neta coincidencia con las posiciones de la administración del presidente en Jefe Bush II.
No deben ser pocas las presiones políticas.
Exactamente. Se dan aquí todas las presiones políticas que puedas imaginarte y algunas más. Cuando se mira con detalle el informe al que nos estábamos refiriendo, y aunque se ha publicitado como un informe de la OMS científico e independiente, se observa que los créditos otorgados para su realización provienen de un ente denominado “The Chernobyl Forum” compuesto por la AIEA, los gobiernos de la Federación Rusa, de Bielorrusia y de Ucrania, el Banco Mundial, el UNSCEAR (United Nations Scientific Committee on the Effects of Atomic Radiation), institución de vida más bien lánguida, y otros organismos de la ONU sin relación con la cuestión (UNSP, FAO). A la OMS la han incluido también pero más bien como adorno, para no levantar sospechas, para ganar credibilidad científica. De hecho, el tal Foro no deja de ser una entidad nominal.
Desde un punto de vista científico, metodológico, ¿cuál es tu opinión sobre este informe? ¿Te parece un buen informe?
El informe una vez se analiza, y téngase en cuenta que es muy prolijo y que es realmente muy técnico, presenta numerosos sesgos derivados de las limitaciones y objetivos originarios impuestos al estudio. Ha sido realizado sobre áreas muy pequeñas de Ucrania, de Rusia y de Rusia Blanca (Bielorrusia o Belarus), sobre áreas contaminadas claro está, pero que no representan exactamente ni de lejos todas las áreas afectadas. No representan en absoluto las áreas de esos países ni del resto de Europa que sufrieron alteraciones importantes por el accidente. Lo mismo puede decirse sobre la población considerada para estimar los efectos de la contaminación radiactiva. Las cifras proporcionadas por el Informe ¾los antes citados 4.000 casos de cánceres que podrían llegar a producirse, por ejemplo¾ se refieren tan solo a un grupo de alrededor 600.000 personas, mientras que la población que vive en las áreas contaminadas de Ucrania, Rusia Blanca y Federación Rusa alcanza, según los informes de estas mismas repúblicas, los cinco millones. Y esa cifra también puede considerarse una subestimación.
Creándose, por lo tanto, una importante confusión sobre estos temas.
Efectivamente. Un ejemplo de la confusión generada sobre la cuestión lo podemos encontrar en otro comunicado de prensa de la misma OMS efectuado el 26 abril de 2006 con motivo del vigésimo aniversario del accidente. En este caso la OMS es más prudente que en el comunicado anterior —quizá por las numerosas críticas recibidas— y se refiere a un nuevo Informe, publicado por ella (Ginebra 2006), sobre los efectos sanitarios. Aquí, aquellos 4.000 posibles cánceres mencionados en septiembre, se elevan a 9.000 y se constata que alrededor de 5.000 niños y adolescentes en el momento del accidente han sido diagnosticados de cáncer de tiroides, y que es muy probable que nuevos casos de este tipo de cáncer sigan produciéndose en el futuro. Acepta, además, que más de cinco millones de personas (¡cinco millones!) siguen viviendo en la actualidad en áreas contaminadas con material radiactivo. Aquí conviene ir a los datos originales del mismo Informe, donde se constata que considera sólo a los residentes —los cinco millones mencionados— en áreas con niveles de cesio radiactivo (Cs 137) superiores a 37.000 Bq/m2 en Bielorrusia, Ucrania y Federación Rusa. La población de territorios con actividades inferiores se ignora. Por otra parte es asombroso que, según dicho Informe, alrededor de 270.000 personas sigan viviendo en áreas que la extinta Unión Soviética clasificó como “zonas estrictamente controladas”, territorios donde la radiactividad supera los 555.000 Bq/m2.
Antes he comentado que en la República Checa se han realizado recientemente trabajos de investigación, que han sido publicados en revistas científicas internacionales, sobre la muy alta tasa de cánceres de tiroides que aparecieron a lo largo de los cuatro o cinco años inmediatamente siguientes al accidente, y sobre otro tipo de fenómenos patológicos. Estos son los pocos datos que se tienen sobre estas áreas externas a la antigua Unión Soviética. Pero dentro de las tres repúblicas mencionadas de lo que fue la URSS –Rusia, Ucrania, Biolerrusia-, el estudio se restringe sólo a determinadas áreas, seleccionadas además con criterios un tanto oscuros.
En cuanto a la metodología seguida.
Es altamente discutible la metodología que se ha empleado. Leyendo el informe con atención ves que incluso hay una gran incertidumbre sobre el tipo de métodos que se han seguido.
Al mismo tiempo ha aparecido, también recientemente, un estudio de la Academia de Ciencias de la Federación Rusa que han publicado en forma de libro y que es también altamente crítico con aquel informe. Se calcula en este estudio de la Academia de Ciencias que han sido más de 200.000 las personas afectadas a lo largo de estos 20 años.
En el estudio de la OMS, por ejemplo, no queda en absoluto claro como cuentan y estudian a los famosos liquidadores, aquellos millares de personas —unas 250.000 sólo en 1986 y 1987— que intervinieron inmediatamente para construir el famoso sarcófago de Chernóbil con el que se cubrió el reactor destrozado. El informe de la AIEA/OMS habla de 15 fallecidos entre estas personas. Los mismos datos rusos los aumentan a centenares. Seguramente, entre 800 y 1.000 de estas personas murieron por efecto de la radiación aguda.
Nos encontramos, pues, que el estudio de la Academia de Ciencias de la Federación Rusa establece cifras diez veces superiores respecto al estudio de la OMS/AEIA. Insisto: ¡10 veces más!, no una mera diferencia de matiz o de redondeo de la última cifra.
Hay, además, otros informes científicos que también establecen datos muy distintos, que en absoluto coinciden con el informe de la OMS.
Para ti,¿ qué cifras son las más correctas?
Desde un punto de vista estrictamente científico, yo no puedo saber, Salvador, cuáles son las cifras exactas o qué cantidades reflejan mejor la realidad de los hechos. Los datos disponibles indican que hubieron, que hay afecciones, pero no existe ningún estudio global de todas las zonas contaminadas de Europa que indique cuántas afecciones se han producido realmente. Existen informes parciales, como éste que explicaba de Chequia; existe también el informe de la Academia de Ciencias de Ucrania, en todos ellos se dan cifras muchísimo más altas que las que cita este informe de la AIEA/OMS.
Existen, además, investigaciones y datos que no han sido publicados. Durante muchos años, en lo que fue la extinta Unión Soviética, todos estos informes fueron reservados.
¿Se han publicado datos sobre la contaminación producida por el accidente en otros países europeos?
Tampoco, tampoco. Francia, por ejemplo, nunca ha publicado datos de la contaminación producida por Chernóbil. Recuerdo lo que pasaba cuando cruzabas el Rin en aquella época. En Alemania y Suiza, al cabo de los años, seguían y siguen manteniendo reservas y controles sobre cierto tipo de setas, sobre ciertos productos silvestres, porque el estroncio 90 y el cesio 137 están allí, permanecen allí, y si se cruza el Rin en dirección a Francia, los bosques, claro está, siguen siendo los mismos, los territorios no han cambiado, pero, mágicamente, parece que existiera una frontera “nacional” que hubiera parado la radiación. En Francia, como es sabido, casi todas las cuestiones radiactivas son reservadas.
Tenemos actualmente informes sobre zonas contaminadas de Inglaterra, datos que muestran, lo que es muy paradójico, que no hay unos criterios uniformes de análisis. Al mismo tiempo, en el mismo momento, en Bielorrusia, por ejemplo, se aceptan unos límites para la leche; en cambio, en Rusia se aceptan otros, y en Ucrania otros distintos, y estos límites no están próximos en absoluto, varían desde los 20 hasta los 200 becquerelios por litro en estas tres repúblicas. No hay siquiera unos criterios de protección homogéneos y, no olvidemos, que sigue habiendo radiactividad en muchos productos de estas zonas. Lo que pasa es que se han considerado o se quieren considerar seguros ciertos valores y entonces se dice de cara a la tranquilidad de la opinión pública que aquí no pasa nada, que no hay ningún peligro.
En tu opinión, ¿qué debería haberse hecho? ¿Cómo debería haberse obrado si se hubiera querido obrar correctamente?
Lo que debería haberse hecho, como ya hemos comentado antes, es haber establecido un sistema paneuropeo de radiovigilancia y de estudio de los efectos. No existe tal sistema. Entonces, frente a un informe como el que comentamos, yo, que no acostumbro a ser tan tajante, considero en este caso que no tiene valor científico alguno, que no podemos considerar ni dar valor al estudio de la Agencia Internacional de Energía Atómica.
Hay otros informes de la OMS, en los que al parecer no ha intervenido tanto la Agencia, que son muy distintos, aunque son muy técnicos, y, sobre todo, cuando uno se remite a lo único que tiene valor, a lo único válido desde un punto de vista riguroso, aunque desde luego también sea bueno mantener ciertas reservas, es decir, a los análisis científicos publicados en revistas reconocidas con comités de revisión por pares. Estos datos nos indican precisamente que el informe de la Agencia Internacional no se sostiene en absoluto.
¿Cuáles son entonces los datos reales?
Como te decía, no lo podemos saber con precisión. Unos hablan de 200.000 personas, otros de 50.000, nadie puede decirlo con seguridad. Lo que sucede es que las cifras de valores tan bajos no pueden ser aceptadas cuando ya tenemos datos de aquella época en los que la misma gente que estuvo trabajando directamente en la central, y los datos sanitarios de la propia URSS, señalaban que hubo una mortalidad importante y existen, además, otras investigaciones publicadas que aseguran que en determinadas zonas ya tuvieron en aquellos momentos niveles altos de mortalidad. Tampoco podemos hacer mucho caso de lo que, a veces, son básicamente reportajes periodísticos. Con todos mis respetos hacia el buen periodismo, hay informes de este tipo que son poco rigurosos.
¿Puedes precisar un poco más? ¿A qué te refieres exactamente?
Pues, por ejemplo, cuando se dice: he hablado con una campesina y me ha dicho que los terneros le nacen con dos cabezas o que hay “montones” de niños, sin más precisión, con malformaciones. Este tipo de informaciones no tiene valor científico. Para obtener buenos resultados hay que aplicar una metodología estricta. Los instrumentos, para poder analizar lo que ha ocurrido, son conocidos, los tenemos, están a nuestro alcance. En los casos concretos en que se ha seguido una buena metodología, en el estudio del cáncer de tiroides por ejemplo, es innegable que ha habido un impacto muy importante. No podía ser de otro modo.
En definitiva, no es que no puedan realizarse buenos estudios, sino que no quieren hacerse investigaciones independientes que tengan el conocimiento verificable de los hechos como finalidad central. Los intereses políticos y económicos nuevamente están situados en el puesto de mando; el dinero hace girar el mundo, cantaba Liza Minnelli y aquel inolvidable presentador en Cabaret. Money, money, money...era el estribillo de aquella tonadilla. Pues eso.
Podemos intentar un resumen sobre este punto si te parece.
Me parece. Más de veinte años después de la catástrofe de Chernóbil no hay aún una evidencia clara sobre el impacto real de la radiación en la salud y persisten las divergencias según las diversas fuentes de información que se utilicen. Sería preciso aunar esfuerzos a nivel internacional para continuar analizando la situación en las áreas más contaminadas mediante estudios epidemiológicos analíticos a largo plazo, pero para ello es necesario que exista una voluntad política clara y recursos económicos para el financiamiento de la investigación. A pesar de la magnitud del desastre, la inversión destinada a todo tipo de investigaciones sobre Chernóbil en los últimos veinte años, incluyendo la militar, no ha llegado a 10 millones de dólares. El desastre de Chernóbil ofreció la oportunidad de investigar ampliamente los efectos de la exposición a radiaciones sobre la salud y el medio ambiente; sin embargo, la comunidad internacional ignoró muchos informes existentes en los territorios contaminados, algunos de ellos publicados pero tan solo en lengua rusa, y también otros al carecer de posibilidad de acceso por intereses políticos.
Jorge Riechmann, entonces presidente de CiMA, lo expresó en 2007 con estas palabras: “Quienes hablan, hoy, de seguir construyendo reactores nucleares no han comprendido nada de la tragedia de Chernóbil. Y Chernóbil era, quizá, la última advertencia de la que podíamos aprender, si es que ha de existir en el futuro una humanidad libre sobre una Tierra habitable. Mi convicción personal es que la única energía nuclear limpia y segura, que hemos de reivindicar sin tregua, es la de las reacciones de fusión que tienen lugar en el interior del sol y nos llegan luego en forma de bendita luz solar que caldea la atmósfera, mueve los vientos y nutre la vida”.
¿Qué puede decirse hoy tras este nuevo Chernóbil a cámara lenta que estamos viviendo?
Notas:
[1] http://www.publico.es/ciencias/372363/probablemente-veremos-mas-desastres-nucleares
[2] http://www.publico.es/ciencias/372356/la-vida-sigue-en-los-cementerios-de-chernobil
[3] http://www.publico.es/internacional/372464/los-heroes-olvidados
[4] Tomado del capítulo XI de ERF y SLA, Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente, El Viejo Topo, Barcelona, 2008.
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