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La economía está herida. Tal vez enferma. Esclerosis, metástasis, anemia, bulimia trombosis, todo ese parte médico aparece en la infinidad de libros que tratan de explicar -a medio camino entre el realismo visceral y la literatura fantástica- el último achaque de la variedad del capitalismo que nos ha metido en este berenjenal. Un virus financiero, de país rico, anglosajón para más señas, se ha extendido a toda velocidad ayudado por esa apuesta inmoderada por la globalización de los últimos años. No hay nada anormal en eso: las sociedades nacen, crecen y se derrumban una vez enferman; como ciencia social, la economía está en un punto crítico de ese ciclo vital. La Gran Depresión de los años treinta fue algo así como "una crisis de juventud, de ímpetu, de entusiasmo", aseguraba en un acto reciente el escritor José Luis Sampedro, testigo en su adolescencia de aquellas uvas de la ira. "Ésta, en cambio, es una crisis de vejez, de la decrepitud, del miedo", sostenía el autor de Economía humanista, una colección de artículos que repasa su labor como economista en los años cuarenta con un prólogo demoledor -"vivimos la decadencia del sistema, pero la historia no se acaba"- que entronca con la situación actual.
La apabullante irrupción de malas noticias multiplica el ansia de información y da cobertura a todo tipo de títulos
En una secuencia vertiginosa, la crisis que estalló en agosto de 2007 con la basura hipotecaria de Estados Unidos se ha convertido en una pandemia devastadora. En ella caben el rostro desafiante del malvado Bernard Madoff, la cara angelical de Barack Obama y, sobre todo, el decorado de tierra quemada que han dejado a su paso los bankgsters (banqueros y gánsteres) en Wall Street, apunta Ignacio Ramonet en La crisis del siglo. Pero más allá de los hechos -quiebras de bancos, intervenciones públicas a la desesperada, un sonoro reventón de la burbuja inmobiliaria y demás-, lo más interesante es quizás el relato de la crisis. Los economistas rara vez han conseguido destacar en el arte de contar los grandes batacazos del último siglo. Nadie explicó mejor que un humorista -Groucho Marx- el crash de 1929; ningún economista contó como John Steinbeck la extrema dureza de la década siguiente, y fue un periodista extravagante, Tom Wolfe, quien desnudó las vanidades que después ardieron el lunes negro de 1987. Quizá tampoco esta vez el gran libro de esta crisis sea obra de alguien del gremio, pero al menos hay un puñado de ejemplos sobresalientes. "Como economista con buena reputación, soy perfectamente capaz de escribir cosas que nadie pueda leer", se mofa el Nobel Paul Krugman en el imprescindible El retorno de la economía de la depresión, que, por cierto, se deja leer estupendamente.
Los libros sobre economía han logrado atraer al gran público en muy contadas ocasiones. En los últimos años, el éxito en España de algunos títulos traducidos del inglés, como Freakonomics, de Steven D. Levitt, o El economista camuflado, de Tim Harford, dieron pistas de un interés creciente. Obras en las que siempre se encontraba una explicación económica a cualquier comportamiento, desde lo más cotidiano a lo más esperpéntico.
Con la crisis de las hipotecas basura ha saltado por los aires la certeza de que todo hay que dejarlo al albur de las fuerzas del mercado. La famosa mano invisible tiene a día de hoy muy mala prensa. Pero, al mismo tiempo, el huracán financiero ha confirmado que la pista sobre los lectores era buena. El interés por la crisis ha explotado y, más allá de la academia, los libros sobre economía vuelven a emparentarse con la política y el modelo de sociedad en el que vivir. Pero, antes que nada, prima el deseo de entender cómo se ha llegado hasta el borde del precipicio. "Es importante hablar claro. Creo que esta crisis es también una crisis de comunicación". La reflexión es de Leopoldo Abadía, autor de uno de los fenómenos editoriales del año, La crisis ninja, que estuvo entre los más vendidos en Sant Jordi y puja al alza también ahora en la Feria de Madrid. El éxito de Abadía, que fue profesor del IESE durante 31 años, debe mucho a su didáctico esfuerzo por desenredar la maraña de la crisis financiera. Y otro tanto al envoltorio mediático del enésimo hallazgo de Internet: su texto inicial, escrito a los pocos meses de que la crisis despuntara en Estados Unidos, se colgó primero en la red y se propagó como la pólvora. En el camino del blog al libro, aquella explicación a bote pronto de lo que se venía encima se pone al servicio de una reivindicación de la ética empresarial y los valores familiares. Y el acercamiento campechano deriva en consejos de autoayuda, un género que ha copado los últimos años las estanterías dedicadas a la economía.
La historia económica y financiera ha quedado partida en dos: hay una era precrisis y otra posdesastre. La mayoría de los libros editados en los últimos meses responde a esa geografía acuchillada. El ejemplo más claro es El estallido de la burbuja, de Robert J. Shiller, una autopsia de la exuberancia irracional de los mercados. Shiller ahonda en las raíces fundamentalmente psicológicas de la crisis -aspecto que desarrolla en un libro que aún no ha aparecido en España, Animal Spirits- y es osado al proponer soluciones, siempre dentro de la órbita del mercado, pero con mayores dosis de control público para evitar aquelarres como el actual. George Soros, famoso especulador y filántropo (si ambas cosas son posibles a la vez), abunda en esa tesis en El nuevo paradigma de los mercados financieros, en el que sostiene que tras la caída del "fundamentalismo de mercado" hay que adoptar un nuevo modelo como agua de mayo: "Todo esto estaba destinado a acabar mal. [...] Uno no puede evitar concluir que tanto las autoridades financieras como los participantes del mercado no entienden cómo funcionan los mercados financieros".
Porque la debacle económica de los dos últimos años es comparable a lo que para la geopolítica fue la caída del muro de Berlín. "Sin un discurso alternativo, por primera vez el capitalismo debe justificar el fracaso de su inmenso éxito", cuenta Antonio Baños en el divertidísimo La economía no existe, que él mismo define como "un libelo contra la economía". La crisis pone al descubierto la inanidad de la Escuela de Chicago, esa fe dogmática en los mercados autorregulados y sin restricciones. Se cierra la etapa más salvaje e irracional de la globalización neoliberal, que iniciaron Reagan y Thatcher con aquel lema rompedor: "El Estado no es la solución: es el problema". Ése es el muro que cae esta vez.
El péndulo gira ahora al Estado como solución. Para eso han tenido que caer grandes bancos y algunos dioses -empezando por el ex presidente del banco central estadounidense, Alan Greenspan-, han quebrado varios países, han dimitido gobiernos, han engordado las amargas listas del paro. Y esa lista negra no deja de agrandarse, hasta el punto de que el colapso financiero que derivó en crisis económica amenaza con una última mutación para convertirse en tormenta social. El terremoto es de tal calibre que incluso hay indicios de un cambio de guardia entre los economistas. Los neokeynesianos salen como setas para enterrar a Milton Friedman -y en el fondo, también a John M. Keynes- con una tercera vía que aúna mercado y sector público y que propone a los economistas algo más que números. "La economía, la ciencia social matemáticamente más avanzada, es la ciencia humana más atrasada", critica Vicente Verdú en El capitalismo funeral. Autores como Cass Sunstein y Robert Thaler -Un pequeño empujón- escriben de economía de otra manera, tratando de acercarla al terreno de la sociología, la política y la psicología. Con indudable éxito: Sunstein es el nuevo zar regulatorio de la Administración de Obama.
El derrumbe económico es ya un fenómeno editorial: por lo menos esa industria ha sabido hacer suyo el muy manido mantra -ya casi un tópico- que identifica crisis con oportunidad. En los estantes de las librerías hay de todo: autores nacionales y primeras figuras internacionales -a veces editados con tanta premura que se maltratan las traducciones-, best sellers en toda regla (Abadía o El informe Recarte, de Alberto Recarte) y libros sesudos para expertos (Revolución en las finanzas, de Antonio Torrero). La revisión crítica de los mandamientos económicos de las últimas dos décadas hace hueco a la crisis alimentaria (Un planeta de gordos y hambrientos, del recientemente fallecido Luis de Sebastián), un oportuno recordatorio de que hay muchos otros asuntos a los que la economía debe responder, o a la pujante teoría del decrecimiento (Menos es más, de Nicolas Ridoux), que ante los desarreglos de los últimos años deja una conclusión desasosegante: "Hay que desacostumbrarse a la adicción al crecimiento". Algunos creen que no habrá más remedio. "La auténtica crisis está por llegar", asegura Santiago Niño Becerra en El crash de 2010, donde augura que el año próximo empezará una crisis "de proporciones gigantescas", que reproducirá "la situación de derrumbe que se produjo en 1929". Pero el apocalipsis es sólo una posibilidad. Si los economistas ni siquiera se ponen de acuerdo sobre la causa última de la crisis, mucho menos sobre su profundidad y horizonte temporal. "Dos, tal vez cinco o hasta 10 años de depresión nos amenazan", aventura Jacques Attali, asesor del presidente francés Nicolas Sarkozy y autor del libro ¿Y despues de la crisis, que? y de una de las grandes frases de los últimos meses: "Demasiado riesgo ayer, demasiada prudencia hoy. En ambos casos, los bancos son culpables".
La apabullante irrupción de malas noticias multiplica el ansia de información y da cobertura a todo tipo de títulos. El último en subirse al bólido editorial ha sido el ex presidente del Gobierno José María Aznar. En su España puede salir de la crisis, parte de un aseado análisis del desplome financiero, para luego dar un triple salto mortal: omite su complacencia y la del ex presidente de Estados Unidos George Bush con un sistema que tampoco cuestionaron los socialistas en 2004; alardea de unos resultados económicos que tanto deben al modelo que propone ahora cambiar; y responsabiliza de todos los males habidos y por haber al PSOE, lo que incluiría su patológica tendencia al déficit público (¡cuando fue el ex vicepresidente socialista Pedro Solbes el primero en cerrar presupuestos con superávit en la democracia!).
La búsqueda de culpables es uno de los grandes leitmotiv de la literatura sobre la crisis. Greenspan y los banqueros son el centro de todas las dianas. "Es imposible exagerar la total idiotez de la maquinaria financiera de la primera década del siglo XXI", describe Charles R. Morris en El gran crac del crédito. Morris clama contra "una nueva casta de grandes ricos que no han inventado ni construido nada". "Un malvado genio no hubiera sido capaz de diseñar una estructura más propensa al desastre", prosigue con brillantez este columnista cuyo libro se ha encaramado a lo más alto de la lista de superventas en Estados Unidos. Hace ya más de un año, Morris estimó las pérdidas en dos billones de dólares. En una conversación con este periódico, eleva la apuesta hasta los cinco billones, y eso sólo en Estados Unidos. "La escala de la crisis global es simplemente impresionante. La factura se pagará durante años", cierra.
"¿Cómo es posible que nadie lo anticipara?". La reina de Inglaterra no tuvo más opción que hacerse eco del clamor de la calle en su visita a la prestigiosa London School of Economics. Nadie supo responder, porque sí hubo avisos a navegantes, pero fueron ignorados. La crisis da pie a la revancha. Las voces que anticipaban el desastre, ahogadas por la aparente bonanza, colonizan ahora los estantes. Pocos ejemplos tan elocuentes de esa súbita ceguera social como el que brinda la economía española con la formación de la burbuja inmobiliaria. "Es la historia de un engaño colectivo", dice a modo de preámbulo José García Montalvo en De la quimera inmobiliaria al colapso financiero.
El libro del catedrático de la Universidad Pompeu Fabra empieza como las novelas negras que anuncian en la primera página quién es el culpable: la financiación barata y el empujón que se dio desde todos los ámbitos a las expectativas sobre el precio de la vivienda. Y mantiene la tensión con el relato de cómo un muro de coartadas hizo inútiles los esfuerzos por advertir lo que iba a pasar. Encuentra el arma -"los bancos tenían el hinchador de la burbuja y lo apretaron con alegría"-, topa con pistas falsas, como "el mito de que el precio de la vivienda nunca baja" o chivos expiatorios, como la especulación sobre el suelo. Y la garganta se anuda cuando entran en escena "el efecto imitación, la envidia y la codicia", personajes inquietantemente familiares. Para constatar que sí había voces discrepantes rescata los artículos que publicó en diversos medios desde 2002; el recurso se vuelve abuso y penaliza una escritura apasionada y precisa, que vuelve una y otra vez al lugar del crimen, donde el acceso a una vivienda digna se convirtió en bien de lujo: todos conocíamos al asesino, pero bajamos la vista al cruzárnoslo.
En la inmensa mayoría de los libros sobre la crisis aparece un capítulo final sobre la fuerza de las ideas, con las inevitables citas de Keynes: "La dificultad no es tanto concebir nuevas ideas como librarse de las antiguas" o "tarde y temprano son las ideas, y no los interesados, lo que resulta peligroso, para bien o para mal". Krugman resume todas esas moralinas con optimismo: "Los únicos obstáculos importantes [para solucionar los problemas actuales] son las doctrinas obsoletas que pueblan la cabeza de los hombres". Obsoletas o no, junto a la retahíla de novedades han aparecido un puñado de excelentes reediciones: no faltan Keynes y Galbraith, pero tampoco Friedman y Hayek. Hay que conocer la historia para huir de ella: el líder chino Wen Jiabao llegó a la última edición del Foro Mundial de Davos con una reedición de La teoría de los sentimientos morales, de Adam Smith. "Para esta crisis no hay libro de instrucciones", repetía a todo el que quisiera oírle el secretario del Tesoro de la Administración de Bush, Henry Paulson, cuando más se acercó la crisis al abismo, tras la quiebra de Lehman Brothers. Tal vez no lo haya, pero en media Europa ha destacado un libro entre todas esas reediciones que ha llegado a convertirse en superventas. Su título: El Capital. De un tal Marx.
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