Grandes movilizaciones juveniles en Europa; en España, botellón navideño

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El Reino Unido arde bajo la presión callejera de unos estudiantes enfadados por el incremento de las tasas universitarias. En Francia, los jóvenes pelean por las pensiones cuando no han empezado a trabajar aún, en Italia quieren expulsar a Berlusconi del Gobierno y en Grecia combaten el no futuro. Más allá de los calificativos que queramos aplicar a tales movilizaciones, lo primero que deberíamos hacer es detenernos a constatar que existen, que la juventud europea está en la calle, peleando por cosas en las que cree, mientras que en España la participación de los jóvenes brilla por su ausencia.

La imagen que mejor sintetiza la diferencia entre un entorno y otro, señala Fermín Bouza, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid, la encontramos en el tiempo en que los estudiantes franceses se manifestaban para obligar a Sarkozy a retirar su Contrato de Primer Empleo mientras que los españoles montaban trifulcas callejeras porque no les dejaban hacer botellón. Una diferencia que podríamos explicar, asegura Bouza, por un problema de cultura cívica. “Hay países con mayor tradición de defensa de los derechos, como es el caso de Francia, y eso que hace que las movilizaciones estudiantiles sean más efectivas y tengan un impacto más importante en la sociedad”. Para Bouza, los jóvenes no hacen otra cosa que reflejar el grado de cultura cívica de un país y el de España es ciertamente bajo, en tanto “ya que aquí da apenas se valora la participación, la defensa de los derechos o la conciencia del bien común”.

Para José Manuel Sánchez Duarte, profesor de periodismo en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, los jóvenes se mueven en una suerte de fatalismo que oscila entre la idea de fondo de que nada va cambiar y la sensación de que toda acción colectiva es una pérdida de tiempo. “Olvídate de ese joven que luchaba por su futuro, que quería mejorar las condiciones de vida en que vivieron sus padres. La gente es cada vez más crítica, pero no con el poder, sino con la movilización. Vivimos en una sociedad muy pasiva, en la que los jóvenes argumentan que no tienen tiempo para actividades reivindicativas”.

Esta actitud, afirma Cristina Manzano, subdirectora general del think tank FRIDE y directora de la revista digital FP (edición española), llama mucho la atención porque va contra el espíritu intrínseco de la juventud. “En las manifestaciones estudiantiles europeas pueden aparecer elementos irracionales, como ocurre en Grecia, pero es evidente que a través de ellas se está canalizando el descontento de una juventud que cree que tiene peores perspectivas que las que tuvieron sus padres. En España, los jóvenes, que son uno de los colectivos más afectados por el paro, ni siquiera hicieron bandera en la huelga general”.

La lucha por el ocio

También ha de señalarse que esa falta de reacción frente a las situaciones que les incomodan no ha tenido lugar cuando ha afectado a asuntos de ocio. Parece que la indignación que surge cuando se prohíbe el botellón o cuando se cierran pronto los locales de copas sí cristaliza en manifestaciones, pero no lo hace cuando se les restringen sus posibilidades de futuro, lo que no deja ser paradójico. Para Bouza, “la juventud aprende de su contexto inmediato y se aplica las enseñanzas que recibe. España es una sociedad cortoplacista, y ellos, también. Si quieren beber y se lo prohíben, aplican esa lógica hedonista que ven en sus mayores, enfadándose porque creen que tienen todo el derecho a ello. Es un síntoma más de la falta de educación cívica”.

Sin embargo, que esa mezcla de individualización, de impotencia y de reivindicación altiva del ocio constituya la tendencia imperante no implica ni que el colectivo juvenil sea uniforme, ostentando todos las mismas características, ni que podamos olvidar que en muchas ocasiones la juventud no es más que un espejo en el que se proyecta la sociedad en la que viven. En este sentido, bien puede decirse que los jóvenes no se han movilizado, pero los adultos tampoco; que quizá sean cada vez más individualistas, pero tanto como el mundo en el que se desenvuelven; y que esa sensación de que la participación en los asuntos comunes no sirve para nada no es exclusiva suya, toda vez que está muy arraigada en el conjunto social.

Pero, en segunda instancia, señala Duarte, tampoco debemos hacer abstracción de hasta qué punto los jóvenes son producto de la imagen que sobre ellos se proyecta. “Te machacan continuamente con la generación ni-ni, con que no sirves para nada, con que no te mueves y te lo acabas creyendo. Te haces una imagen de ti mismo en función de lo que los demás piensan de ti, de modo que si todos creen que eres un inútil, te lo acabarás creyendo. Y algo así está pasando con los jóvenes, a lo que se culpabiliza continuamente sin tener en cuenta que tampoco estamos ofreciéndoles herramientas críticas o potenciando sus capacidades para que actúen de otra manera”.
Además, afirma Duarte, hemos de tener en cuenta que los tiempos van en sentido contrario a quienes se muestran reivindicativos, y que muchos jóvenes que han tomado partido no han encontrado nada de lo que esperaban. “A lo mejor en otras épocas cuando miraban debajo de los adoquines encontraban la playa, pero muchos jóvenes hoy, cuando han levantado las piedras, no han visto más que ratas”. Aunque esa decepción, asegura Duarte, no debe servir para justificar la falta de combatividad a la hora de luchar por un futuro mejor, para ellos y para la sociedad en la que viven.

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