Fiesta de Navidad en el FMI | ¡No doy crédito! |

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Los españoles estamos gastando menos estas Navidades. Un 7,4% menos, con lo que la reducción del consumo de las economías familiares es del 24% desde que la crisis se puso verdaderamente seria, hace tres años, y hasta los más optimistas—no necesariamente en el Gobierno, como suele creerse—tuvieron que dejar de hablar de ‘desaceleración’.

En este contexto, la institución que más austeridad reclama, el Fondo Monetario Internacional (FMI) celebró el 11 de diciembre su tradicional fiesta de Navidad. Una fiesta de Navidad para la que la austeridad no existía. Calculo que éramos fácilmente 2.000 personas los que asistimos al evento, que ocupaba las tres plantas de los dos edificios del Fondo en la calle 19 de Washington, a doscientos metros de la Casa Blanca.

En el edificio nuevo (inaugurado hace apenas 5 años, y que se quedó tan grande al FMI que tuvo que alquilar su última planta al Banco Mundial porque no sabía qué hacer con ella) estaba, además del guardarropa, la orquesta de salsa JCJ Band tocando en la misma sala en la que se celebran las ruedas de prensa en las que el director gerente del organismo, Dominique Strauss-Kahn (DSK) y su economista jefe, Olivier Blanchard, advierten de los peligros pavorosos del gasto público desaforado. A Blanchard no lo vi, pero sí a DSK. Al igual que al número dos de la institución, John Lipsky.

La banda era buena, y había lugar para todo tipo de interpretaciones de salsa, aunque en mi opinión los más cualificados eran los camareros, todos con evidentes rasgos indígenas sudamericanos, que, en cuanto sus obligaciones se lo permitían, se lanzaban a dar unos tímidos pasos de baile que superaban con creces las habilidades de cualquier economista curtido en los cursos de salsa de Bossa o de Havana Village, por citar dos de los locales favoritos de los fondomonetaristas y los bancomundialistas.

Pero la JCJ Band era sólo una ínfima parte de la fiesta de la institución que clama por la austeridad… de los demás. Hay que tener en cuenta que había, entre otras áreas, una discoteca árabe-tecno, con banda incluida y DJ; un karaoke, acaso como signo de sensibilidad hacia el creciente poder de Asia en el mundo; una orquesta ‘Big Band’ tipo años treinta; la Image Band, que es una banda caribeña (ésa me le perdí; al fin y al cabo sólo estuve cuatro horas en la fiesta y no daba tiempo a verlo todo); y al menos dos discotecas: una con sonidos más retro (se supone para los que ya pasan de la cuarentena) y otra más techno.

No se vayan todavía. Yo conté, al menos, los siguientes restaurantes de tipo buffett: turco; internacional; francés; latinoamericano; italiano; y no uno, sino dos asiáticos (exquisitos, por cierto, pero yo ahí no soy imparcial). A ellos se sumaban más barras, algunas especializadas en postres y cafés; otras, en cervezas y vinos; muchas, en cocktails. Así lo especificaba el programa del evento, con detalles como “Especialidad: Mistletoe Martini (Ron de Coco y Licor de Melón)”, o “Especialidad: Pear Sunset (Madarin & Pear Vodka)”.

En un mundo en el que el FMI está imponiendo (lleva, de hecho, seis décadas imponiendo) medidas de austeridad a los países, esa fiesta era un tremendo error, no por su coste (estamos hablando de un organismo que mueve literalmente decenas de miles de millones de euros un ejercicio 'normal'), sino por la imagen que daba: era ostentosa incluso para los parámetros de Washington, una ciudad que, en su calidad de capital del imperio, está acostumbrada a que ciertas instituciones tiren la casa por la ventana. Pero yo no he visto nada tan espectacular en los ocho años largos que llevo viviendo aquí. No sólo eso: se produce en un momento en el que el FMI acaba de recibir enormes cantidades de dinero de los Gobiernos para combatir la crisis mundial.

Algunos de los funcionarios que acudieron estaban de acuerdo en esa percepción. “Cuando esto acabe, vamos a llamar a los irlandeses a que lo limpien”, comentaba con hiriente sarcasmo uno de ellos. Otros recordaban la austeridad extrema de Jean-Claude Trichet en el BCE, que ha cortado los gastos de representación. Y algunos finalmente hablaban del ejemplo del Banco Mundial, que este año no ha celebrado ninguna fiesta, cuando la tradición de esa institución que proclama en su cuartel general—justo al otro lado de la calle 19, frente al del Fondo—que “nuestro sueño es un mundo libre de pobreza”, era celebrar más de 10 fiestas de Navidad (una por cada unidad).

Eso sí: quienes decían eso se olvidaban de recordar que el Banco Mundial este año ha descubierto las virtudes de la austeridad porque se ha quedado, dicen sus propios funcionarios, sin dinero para fiestas, de tantos créditos que ha concedido.

Así que, cuando planee la cena de Nochevieja, no piense en el FMI. Su presión sanguínea se lo agradecerá.

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