Rebelion. Miseria, corrupción, represión

Al igual que en las novelas policíacas, en el capitalismo nada es lo que parece. El derroche energético, sus faustosas fiestas, el boato de sus instituciones políticas y financieras y el deporte espectáculo, producen tal contaminación lumínica que ciega o distorsiona. Además, sus múltiples mecanismos de reproducción ideológica y jamada de coco dificultan todavía más aprehender y comprender la realidad. Si añadimos a ello las particularidades del Estado Español, donde según Jose Manuel Naredo, inciden factores propios tales como “la simbiosis entre capitalismo y medio siglo de despotismo franquista y una Transición política que excluyó a los críticos del sistema”, no es de extrañar que en torno a los múltiples casos de corrupción que salpican a la clase política española, el bloqueo del Estatut, el tema de la memoria histórica y el proceso de Egunkaria se dé una escandalosa manipulación.

Por suerte hay gente muy capacitada que se dedica a desentrañar la madeja, y a ellos suelo recurrir para mis propias cavilaciones.

PARA EMPEZAR.
Recurro a K. Marx, que nos desveló la verdadera naturaleza del capitalismo, que no es otra que la obtención del máximo beneficio. Que nos mostró cómo el individuo, exaltado como un dios por el liberalismo, y la naturaleza, convertida por el industrialismo en un bien cada día más escaso, son mera mercancía, como tal comprable y vendible en el mercado según su valor de cambio (y no de uso). Y que a la vez que otorga inconmensurables beneficios a la clase capitalista (y también, aunque muchos menos, a las clases medias del mundo occidental y a una franja de la clase obrera) para el resto conlleva guerras, hambrunas, injusticias y desigualdades de todo tipo. La riqueza de los pocos es la miseria de los muchos, decía Ghandi, y tenía razón

Dos ejemplos muy actuales. De los 100 dólares que cuestan en los EE.UU unas zapatillas de baloncesto, sólo un dólar se ha pagado al niño pakistaní que lo ha fabricado. O, como acertadamente apostilla Santiago Alba Rico, se produce a la vez “el hambre de los que no tienen nada y el hambre de los que nunca tienen suficiente; el hambre de los que quieren algo y de los que quieren siempre más: más carne, más petróleo, más automóvil, más teléfonos móviles”.

Otros nos han alertado de su condición esquizofrénica y contradictoria; de la obsesión por la seguridad a la vez que se estimulan todo tipo de conflictos y riegos; de que, a la vez que se crea un sistema sanitario eficaz a determinada escala (país o clase social), se deja al resto (del mundo) en desamparo total; de que, mientras se descubren nuevos remedios para determinados males y enfermedades se contamina, se envenena y se propagan nuevas y mayores enfermedades.

CORRUPTO Y CORRUPTOR .
Acierta Jaime Pastor al referirse a la corrupción como un tema que abarca a todo el planeta, “hasta tal punto que es difícil que alguien sostenga todavía hoy que se trata de un fenómeno coyuntural”, sino algo que tiene que ver con el tipo de capitalismo que se ha ido configurando contemporáneamente y con el “proceso de desdemocratización consiguiente”.

Al igual que el hambre y la explotación, el capitalismo lleva la corrupción impresa en su ADN. Incluso cuando funciona de forma reglada y legal. No es cuestión de ética o de moral, aunque también. La última crisis económica producida por sus múltiples contradicciones es la muestra más palpable. El sistema capitalista no puede funcionar sin fondos especulativos, sin paraísos fiscales, sin abaratamiento del despido, sin precarizar el trabajo, sin emigración convertida en ejército –incluso ilegal- de reserva. Y pasados, para ellos (pero no ciertamente para la población trabajadora), los momentos más dolorosos de la crisis, están volviendo a las mismas.

Tal estado de cosas alcanza de lleno a la política. Lo que en el mundo de los negocios es habitual, ¿por qué va a ser diferente en la política? Acordémonos el grito ¡Enriqueceos! lanzado por el socialdemócrata, y a la sazón ministro, Solchaga. Dejando a un lado las excepciones, que las ahí, el trato de favor entre correligionarios, amigos y empresarios que a su vez responden con generosos regalos; los desvíos de fondos, dobles contabilidades, pagos por trabajos inexistentes o fraudulentamente inflados, y las aportaciones ilegales para campañas electorales o adquisiciones de inmuebles, etc. están la orden del día. Estamos en presencia de un fenómeno transversal que afecta a todos los partidos.

Se calcula que en los últimos diez años son más de 4.100 millones de euros los que han se robado en ayuntamientos, diputaciones y otras entidades públicas. Se trata de una estimación realizada a partir de los casos en los que ha habido sentencia judicial o, al menos, un sumario en curso. El montante real es, sin duda, muy superior a este cálculo.

En 1999, cuando salió a la luz el Saqueo I de Marbella, la ciudadanía se echó las manos a la cabeza al comprobar que Roca, Muñoz y otros facinerosos habían defraudado 25 millones de euros. En el Caso Pretoria, donde están implicados, entre otros, el alcalde socialista de Santa Coloma de Gramanet y dos ex altos cargos de Convergencia se calcula que el fraude asciende a 45 millones de euros. Tenemos a los implicados en el saqueo de El Ejido, los que se han forrado con el Palma Arena o recalificando en Baleares, y la panda de engominados del Caso Gürtel que ha afectado de lleno al PP. En casa, tenemos los casos que implican a miembros del PNV en Araba y en el caso de la Hacienda Irún. Sin olvidar lo de los fondos reservados. Por cierto, Roldán esta casi libre, pero lo sustraído no aparece por ningún lado.

¿Y qué decir de la dependencia de los partidos de los creditos bancarios… a fondo perdido? A pesar de recibir, entre 1997 y 1999, 448 millones de euros en subvenciones públicas, s egún un ilustrativo artículo de Ovidio Arroyo, “l a banca ha condonado deudas a los partidos políticos por importe de 19,1 millones de euros y ha tolerado impago de créditos ya vencidos (26 millones de euros sólo en 1999). A lgunos significativos ejemplos. En 1999 el PNV vio borrada de un plumazo una deuda de 921.687 euros de capital y 608.433 de intereses. Eusko Alkartasuna se libró del pago de 843.373 euros de intereses. En 1998 al PSOE le perdonaron 5,8 millones de euros. Pero lo bueno del asunto es que de los 6,9 millones de euros perdonados en 1999, 6,8 eran sólo de intereses, lo cual significa que la banca sigue manteniendo la deuda del capital y por tanto no suelta de sus fauces a los partidos políticos.

El Tribunal de Cuentas constata que una buena parte de la regularización de la deuda con las entidades acreedoras no es porque se haya pagado, sino porque ha transcurrido el tiempo y el acreedor no ha reclamado el pago; además esta regularización carece de documentación que la acredite (…) Esto convierte a los partidos políticos, de todo el espectro, en sujetos serviles y dependientes de los poderes financieros y mediáticos, estrechamente vinculados.”

La razón de todo ello es doble. Sin duda tiene que ver con el afán de enriquecimiento (lo más rápido posible) tan presente en la ética del capitalismo, y que de una forma u otra contagia a toda la sociedad. Pero también con la modalidad de contienda electoral regida por las leyes de la mercadotecnia que impera en el sistema occidental, del cual sin duda el norteamericano es el ejemplo más claro. Allí es imposible ser senador sin ser millonario o sin contar con el apoyo de lobbys; Obama, que parecía ser una excepción, sólo lo fue en los comienzos. Ningún partido político, español o vasco, salvo alguna excepción, puede competir en primera división sin contar con recursos millonarios.

INJUSTICIA HISTÓRICA. Que la Ley de Amnistía fue una ley de punto final completamente injusta, que equiparaba a vencedores y vencidos de la guerra civil, a franquistas y antifranquistas, no cabe la menor duda. Además permitió la supervivencia de los franquistas, especialmente presente en el poder judicial. Lo estamos viendo en todo lo relativo al affaire Garzón, así mismo, Egunkaria, si bien cabe felicitarse de que haya excepciones.

Las coacciones y amenazas que se observan en torno al caso Garzón le llevan al catedrático de historia Julián Casanova “a dudar del modelo político español”, y a constatar con amargura, “que no ve a nadie dispuesto a emprender los cambios y reformas necesarios”.

La transición produjo un modelo de Estado y de democracia a la medida de las élites y los poderes fácticos del anterior régimen y ejercen una capacidad de bloqueo más que evidente. Lo ocurrido con el Estatuto de Cataluña es de lo más ilustrativo: refrendado por amplia mayoría por parte del pueblo catalán, supervisado y recortado por las Cortes madrileñas, está siendo estrujado y depurado por el Tribunal Constitucional.

Lo estamos viendo en todo lo relativo a la depuración de responsabilidades económicas, políticas e ideológicas del golpe militar y la posterior dictadura franquista. Aparatos que sólo cambiaron el color de los uniformes, como un ejército que ha tardado 30 años en revisar la expulsión de los pocos militares demócratas que hubo, y no purgó a un solo franquista. Una Audiencia Nacional mero sustituto del Tribunal de Orden Público, sin cambio de personal… algunos entonces noveles son hoy jueces que tienen un peso determinante en los actuales entuertos judiciales. Lo de Garzón en un tanto tragicómico, aunque terrible. Salvando las diferencias, recuerda a los jueces-verdugo de los Procesos de Moscú que al poco se convertían en víctimas del sistema que tan fielmente habían servido.

Conviene recordar que la democracia española, además, de forma temprana estableció leyes antiterroristas (hoy extendidas a lo largo y ancho del planeta) que recortaron derechos fundamentales, y dio pábulo a jueces poco escrupulosos ansiosos de medrar en los procelosos mares del antiterrorismo: Garzón fue uno de ellos, artífice de la teoría del todo es ETA... lo que le valió múltiples parabienes por parte de la derecha más ultra… hasta que metió la zarpa donde no debía: las víctimas de la guerra civil. Mentar los crímenes del franquismo va más allá de intentar juzgar a cuatro carcamales y resarcir a cuatro familiares de víctimas. Supone poner sobre el tapete a la monarquía heredera del anterior régimen; suponer hurgar en los aparatos de estado, plantearse la indemnización de las fortunas robadas, de los trabajos de esclavo, de los cadáveres ocultos en páramos, montañas y cunetas. Demasiado para una democracia que nació bajo la espada de Damocles.

EGUNKARIA. Según Ramón Zallo ha quedado demostrado que “no hubo recursos económicos de procedencia ilícita, ni desvío de fondos, ni los procesados estaban vinculados a ETA. O sea, nada que no supiéramos todos menos la derechona que lo aventó para cerrar un periódico en euskera. Además, la medida cautelar de cierre «es de difícil encaje en nuestro ordenamiento jurídico»; y afectaba a los «lectores en euskera que sólo contaban con esa publicación diaria, lo que hace más intensa su valoración desde la perspectiva del pluralismo», además de sacrificar la libertad de prensa".

Y que hubo tortura. Y que en un Estado donde hay cámaras de vigilancia en los lugares más increíbles, incluso en el interior de las comisarías, sigue sin haberlas en las celdas y lugares de interrogatorio. Habrá quien saque la conclusión de, a pesar de los pesares, estamos en un estado garantista que funciona. Tal argumentación es pura falacia, o en todo caso una ingenuidad que asusta. Personalmente pienso, que en medio de la iniquidad, gracias a ciertos esforzados como el juez Gómez Bermúdez, a veces brota la justicia.

El Estado y sus aparatos represivos son como el radiólogo que tras las pantallas puede ver las entrañas del paciente (ciudadano) mientras que éste no sabe quién le realiza la placa. Cuanto más vulnerables somos, más opacos y ocultos son los cuerpos de seguridad del Estado Español. ¿Estado garantista? Muy pero que muy… en lo que a sí mismo respecta.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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