Rebelion.
El último estudio de la empresa de sondeos The Pew Research Center mostró que la credibilidad de los medios de comunicación ha caído al nivel más bajo de los últimos diez años. Dos de cada tres estadounidenses creen que las historias que leen, ven y escuchan en los medios a menudo carecen de rigor y precisión. El 63% considera que las noticias suelen ser inexactas. El libro de Pascual Serrano “Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo” (Península), repasa a lo largo de 620 páginas la actualidad internacional para mostrar su distancia de lo que nos informaron. Recién publicada su quinta edición, a continuación reproducimos un fragmento de su primer capítulo “Así funciona el modelo”.
En los periódicos y en los noticieros televisivos se cocina de muy mala manera, pero nuestra sociedad devora el alimento basura con total algarabía. Y con la mayor impunidad. No hay inspección sanitaria informativa, ni a los telediarios se les exige una etiqueta en la que se indiquen sus ingredientes o su elaboración, nada garantiza que la dosis de noticias que tomamos haya sido contrastada adecuadamente. Así lo interpretaba la profesora de periodismo de la Universidad Rey Juan Carlos, Concha Mateos1.
¿Cuántos productos informativos conocemos que las autoridades hayan retirado del mercado debido a su mala calidad? La mayor parte de las noticias que nos llegan se elaboran resumiendo, sin crítica y sin contrastarlas, algo que una fuente interesada ha contado a los periodistas. Es decir, el periodista –generalmente muy mal pagado, no especializado, con gran presión de tiempo y un contrato precario, temeroso de perder su puesto de trabajo- va a un lugar al que le ha citado alguien que tiene interés en hacer saber algo, toma nota de lo que le cuentan, con frecuencia no puede preguntar, resume lo más llamativo y fácil de entender y con eso elabora la noticia. Si es mentira, no lo sabrá ni tendrá tiempo de comprobarlo antes de que la noticia se emita. Sólo en la comunidad autónoma andaluza, las televisiones locales recibieron una inspección de trabajo, y de un total de 145 casos encontraron 61 incidencias: trabajadores sin inscripción y alta en la seguridad social, falsos becarios, falsos autónomos…2 La inspección se realizó gracias a la presión de las organizaciones de periodistas de Andalucía y es pionera y única en España. Nada invita a pensar que el panorama en las grandes cadenas sea diferente.
Por otra parte, casi la cuarta parte de las fuentes consultadas son decorativas, sirven para adornar la información, darle color humano, rostro, poner una nota de gracia o curiosidad… es decir, nada informativo, lo que los especialistas llaman pseudofuentes (el 23%).
Y aún hay más, el escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski comparaba la situación de censura que vivió en su país durante el denominado socialismo real con el panorama actual en los medios. Según él, aquella censura ahora está maquillada por la manipulación. Si antes, en su Polonia natal, los gobiernos impedían la difusión de determinadas noticias, ahora mediante los silenciamientos, la frivolización, el desvío de la atención a asuntos menores, la marginación de intelectuales díscolos e incluso las mentiras, el panorama de desinformación de la misma víctima –el ciudadano de a pie- no ha mejorado. El catedrático de Teoría de la Comunicación y presidente del mensual Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet, no ha dudado en calificar de crisis la situación actual de los medios de comunicación3. Las razones hay que buscarlas en el control cada vez más descarado que los grupos accionistas tienen sobre las líneas editoriales, hasta el desarrollo de Internet o el fenómeno de la prensa gratuita, que en el fondo no supone otra cosa que aumentar la dependencia de la publicidad. Pero también está contribuyendo a esta crisis, y es el tema que abordamos en esta obra, la pérdida de credibilidad que ha llevado a una situación en la que “la parcialidad, la falta de objetividad, la mentira, las manipulaciones o simplemente las imposturas, no cesan de aumentar. Sabemos que no ha existido ninguna época dorada de la información, pero actualmente esas derivas han alcanzado también a los diarios de calidad”4.
El asunto no es baladí, recordemos que el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) establece el derecho a “recibir informaciones y opiniones”. En el caso español, nuestra Constitución es la primera en Europa que recoge el derecho a recibir una información “veraz”. Por lo tanto, si las noticias de nuestros medios no poseen la veracidad ni la calidad necesaria y las opiniones no están equilibradas, se estarán violando los dos pilares legislativos fundamentales de nuestra comunidad por mucho que sigan alardeando de libertad de prensa.
Ignacio Ramonet recuerda casos emblemáticos que sólo muestran la punta del iceberg del desastre mediático. En Estados Unidos, Jayson Blair, el periodista estrella que falsificaba hechos, plagiaba artículos de Internet y que incluso inventó decenas de historias, causó un perjuicio colosal al New York Times, que a menudo publicaba sus fabulaciones en portada5. Pocos meses después estalló otro escándalo, aún más estruendoso, en el primer diario de Estados Unidos, USA Today. Su más célebre reportero, Jack Kelley, una estrella internacional que desde hacía 20 años viajaba por todo el mundo, que había entrevistado a 36 jefes de Estado y cubierto una decena de guerras había inventado cientos de relatos sensacionalistas detallando como hechos y situaciones vividas lo que sólo era fruto de su imaginación6. En plena campaña electoral Dan Rather, el presentador estrella del informativo televisivo de CBS y del prestigioso programa “60 minutos”, reconoció que había difundido, sin verificarlos, falsos documentos para probar que el presidente Bush había gozado de ayuda para evitar que lo enviaran a la guerra de Vietnam7. En opinión de la socióloga Angeles Díez, una de las autoras del libro “Manipulación y medios en la sociedad de la información”, el sistema dominante no requiere siquiera de la manipulación, basta con ese “recorte de la realidad” que nos ofrecen como verdad única y el hecho de que han ido desapareciendo los espacios de interacción social (centros de trabajo, sitios de reunión, espacios colectivos), de forma que el ciudadano se encuentra solo e individualmente ante la televisión, la radio y el periódico.
Ryszard Kapuscinski, tras cuarenta años de experiencia, se preguntaba en su discurso de la ceremonia de entrega de los premios de periodismo Stora Jurnalstpriset, en Estocolmo, en qué medida los medios de comunicación son un espejo fiel del mundo. Este periodista polaco señalaba que las nuevas tecnologías, la instantaneidad y el directo habían cambiado las condiciones de la profesión periodística.
Desde que está considerada como una mercancía, la información ha dejado de verse sometida a los criterios tradicionales de la verificación, la autenticidad o el error. Ahora se rige por las leyes del mercado.8
Así, los grandes medios de todo el mundo replicaron como verdaderas, sin comprobar, las afirmaciones de la Casa Blanca con las que justificaron su invasión de Iraq. Todo lo que desvelaba Michael Moore en su documental Farenheit 9/11 era información conocida que, simplemente, habían escondido debajo de las alfombras los medios de comunicación. Todo ello le lleva a Ramonet a plantear que
cada vez más ciudadanos toman conciencia de esos nuevos peligros y se muestran muy sensibles con respecto de las manipulaciones mediáticas, convencidos de que en nuestras sociedades hipermediatizadas vivimos paradójicamente, en un estado de inseguridad informativa. La información prolifera, pero sin ninguna garantía de fiabilidad. Asistimos al triunfo del periodismo de especulación y de espectáculo, en detrimento del periodismo de información. La puesta en escena (el embalaje) predomina sobre la verificación de los hechos.9
El 51 % de los estadounidenses creía, poco antes de la invasión de Iraq, que Sadam Hussein había participado "personalmente" en los atentados del 11-S contra EEUU, según reveló un sondeo de la cadena de televisión CNN y el periódico USA Today de marzo de 2003. Y meses después de empezada la guerra todavía quedaba quien creía que existían armas de destrucción masiva en el país árabe. Dos sondeos elaborados en el año 2006, uno de Los Angeles Times/Bloomberg y el otro de New York Times/CBS News, mostraron que la mitad de la población estadounidense era incapaz de adquirir, procesar y comprender información10. En Europa el panorama no es mucho mejor. Según el barómetro anual del Real Instituto Elcano11, publicado el mes de diciembre de 2007, el 64 % de los encuestados estaba convencido de que España pertenecía al Consejo de Seguridad de la ONU y un 39 % creía que Polonia no era miembro de la Unión Europea. Es sólo una muestra de las muchas que el estudio confirma sobre el nivel de desinformación de los españoles.
Ante esto, la resignación de los profesionales es todavía más inquietante. En un seminario sobre Periodismo de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en mayo de 2008, el presidente de la Federación Internacional de Periodistas (FIP), Jim Boumelha, y el presidente de la Federación de Asociaciones de la Prensa de España (FAPE), Fernando González Urbaneja, discreparon sobre la independencia de los periodistas12. Mientras que el primero afirmaba que el periodista es en la actualidad "menos independiente" y que existe "cierta autocensura para poder sobrevivir", el español lo negaba y ponía como ejemplo que “los medios estadounidenses reaccionaron ocho años tarde a la posición gubernamental sobre la guerra de Vietnam, y en el caso de Iraq sólo han tardado un año y medio”. Año y medio para desmarcarse de la posición del gobierno, gran ejemplo de profesionalidad periodística si los ciudadanos deben esperar ese tiempo para empezar a conocer las verdades.
Serrano, Pascual. “Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo” . Editorial Península. Barcelona, Junio 2009
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