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Hace apenas unas semanas se publicó el último ensayo del hispanista francés Joseph Pérez bajo el sugestivo título de La leyenda negra. Se trata de un texto ilustrativo que atribuye la imagen inquisitorial, fanática e ignorante de España en el siglo XVI y siguientes, a un instrumento de descrédito para contener la expansión de la dinastía de los Austrias; la leyenda negra representó también una sostenida hostilidad de los países del norte –protestantes y anglosajones, que se consideraban superiores- a los del sur -latinos y católicos-; e interpretó en su momento, siempre según este historiador francés, un cierto “complejo de inferioridad y de frustración que los españoles acabaron interiorizando” por la persistencia de la denigración norteña. España -cabeza del Imperio con Carlos V- era fuerte y, por lo tanto, también odiada. Entonces se inventó -en eso consiste la leyenda negra- la agitación y propaganda contra la dinastía austríaca que derivó luego hacia la nación en su conjunto. Y la leyenda negra, con mutaciones diferentes, ha seguido dando mucho juego.
La imagen de España siempre ha estado lastrada por tópicos inverecundos, fomentados por intereses contrapuestos a los que les hemos dado muchos motivos en determinadas fases históricas como la actual. Lograron superarse con la Transición democrática y, especialmente, durante una buena parte de los años de gobierno de Felipe González y en, prácticamente, las dos legislaturas de José María Aznar. Ahora la percepción mediática de España está de nuevo deteriorada a manos de medios anglosajones -británicos y norteamericanos- que condimentan sus ataques con verdades y con exageraciones y recelos en dosis que podrían calcularse en porcentajes muy similares.
Errónea política exterior y económica socialista
Las verdades tienen que ver con la torpeza extraordinaria de la política exterior del Gobierno socialista y su mala gestión de la recesión económica. Rodríguez Zapatero infligió un golpe mortal a las relaciones con EEUU, Gran Bretaña y Canadá -además de otros países como Holanda- cuando retiró en 2004, sin trámites ni consultas, de manera fulminante, las tropas españolas desplazadas a Iraq en misión que nunca fue de combate, sino de apoyo logístico y humanitario. Luego, el presidente, transido de un populismo impropio, se amigó en exceso con los regímenes indigenistas y autoritarios de América Latina -¿cuántas veces ha venido a España el caudillo Chávez?- descuidando la restauración de nuestras relaciones con el mundo anglosajón.
Tampoco las ha mejorado con Alemania, regida por una canciller -Angela Merkel- a la que el presidente Rodríguez Zapatero, consideró una “fracasada”. Nuestro jefe de Gobierno apoyó imprudentemente –con una visibilidad indebida- a los socialistas franceses de Royal, que recibieron una enorme somanta electoral de la derecha de Sarkozy en la presidenciales galas y, por fin, Moratinos es un diplomático simpático y campechano, pero conocido en todas las cancillerías occidentales por su gran especialidad: Palestina y el conflicto de Oriente Medio en el que sus inclinaciones han estado más con Arafat y sus sucesores que con Israel que, como es sabido, cuenta en Estados Unidos y otros países europeos con un lobby de extraordinaria potencia.
Zapatero, en Davos (Reuters)
En las determinadas posiciones internacionales, nuestro país ha recordado mucho a los Estados llamados hace años “no alineados” y, en particular, por nuestra privilegiada relación con la dictadura en Cuba que la UE no comparte en absoluto; tampoco hemos sabido explicar nuestra posición en los Balcanes después de que el Gobierno se haya negado a reconocer la independencia de Kósovo, admitida, en cambio, por la mayoría de la comunidad internacional. Finalmente, no estamos siendo un ejemplo en nuestro rol de país-frontera con el norte de África, desde donde parte grandes flujos de inmigración al continente. Añadamos a este sumatorio la bisoñez de incursiones internacionales del Presidente como la reciente de Davos en la que habló -con fallo inoportuno de la traducción simultánea- entre el primer ministro griego y el letón, es decir, flanqueado por compañeros de panel nada económicamente sugestivos. Allí cuajó el viraje abrupto del Ejecutivo y el pasado jueves “negro”.
Desde el punto de vista político, es, pues, verdad, que la acción exterior española ha irritado a los países anglosajones cuyos medios de referencia hablan de los PIGS (acrónimo de Portugal, Italia, Grecia y España) con desprecio y malestar. Hace unos años, el milagro español estaba en las crónicas de todos los corresponsales extranjeros en Madrid cuyo número, por cierto, ha disminuido. No trate de buscarse, pues, alguna suerte de conspiración para soslayar el reproche merecido a una política exterior y económica que nos ha llevado por malos derroteros. El primer mes de presidencia rotatoria de España ha sido, lamentablemente, un desastre. Hasta en las cumbres iberoamericanas el liderazgo de España es frágil como se demostró en la última celebrada en Lisboa. Y de nuestra prevalencia mediterránea, nada de nada: los franceses ya nos la han arrebatado.
Éxito internacional de las empresas españolas
Pero hay una parte de esos ataques mediáticos anglosajones y americanos que responden a intereses en absoluto razonables. España es, digámoslo sin ambages, una potencia empresarial en muchos de sus mercados. Sólo por citar tres ejemplos: el Banco Santander está ya arraigado en Gran Bretaña sin ninguno de los problemas de solvencia que han tenido allí otras entidades financieras; Iberdrola opera en Escocia y en Estados Unidos, y es líder mundial en energías renovables, mientras que Telefónica es una de las cuatro grandes operadoras del mundo. No podemos olvidar a gestores de infraestructuras como Ferrovial –aeropuertos británicos-, a constructoras y tecnológicas como Acciona, Gamesa, Abengoa… que en conjunto han ido copando mercados difíciles, muy competitivos y en los que antes deambulaban mercantiles autóctonas o de terceros países pero, en todo caso, mucho menos eficientes y flexibles que nuestras compañías financieras, energéticas, telefónicas y constructoras.
La gran empresa española –de ahí que sus resultados se sostengan en plena crisis como se ha comprobado con el Banco Santander que los ha presentado magníficos pero descontados en la Bolsa por el llamado “riesgo-España- ha sabido diversificarse en una internacionalización que no se ha limitado a América Latina sino que ha ido por derecho al continente europeo. Y a este fenómeno inédito hay que atribuir invectivas, críticas reiteradas, descalificaciones de carácter global, inspiradas en una cierta frustración de corte nacionalista. Es verdad que los anglosajones saben reconocer mejor que los latinos los méritos y celebran los éxitos, pero no tanto como para desaprovechar que el Pisuerga de Rodríguez Zapatero pasa por el Valladolid de España. O sea, y resumiendo, nuestra regresión en imagen mediática se debe, en buena parte, a una mala gestión de alianzas y entendimientos políticos internacionales y a la impericia en la gestión económica del Gobierno, pero también a la gran talla y proyección que han alcanzado un grupo numeroso y potente de compañías españolas que suscita recelo y envidia. O sea, que The Financial Times, The Wall Street Journal y The Economist, son medios de referencia pero que no escapan a determinados prejuicios, apriorismos e inercias recelosas que siempre han arañado la imagen de España. Pongamos, pues, las cosas en su sitio.
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