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La vida en Bruselas, al menos en la burbuja de las instituciones de la UE, se mide en Presidencias, las de Estados que se turnan para liderar los Veintisiete cada semestre y suelen llegar con pretensiones de cambiar Europa en seis meses aunque raramente pasen de coordinar con más o menos destreza las crisis de la estación.
En los últimos años, tal vez sólo la Alemania de Angela Merkel puede presumir de haber incidido seriamente en el curso de la historia comunitaria. Pero, incluso tras una Presidencia de huellas borrosas, ver desmontar la decoración de la entrada del Justus Lipsius, la sede del Consejo de la UE, tiene un toque de melancolía: el paso del tiempo está en esas piezas que se van, sean gaviotas británicas, un puente alemán, un globo multicolor francés o un histriónico mapa checo de Europa.
Hoy ya no están las sillitas de madera y las lámparas fluorescentes de Suecia, y esta vez, con ellas, se ha ido más que una Presidencia. Ya han llegado las pantallas onduladas que ha elegido el Gobierno español para animar el patio acristalado, pero el rito sabe a pasado.
Pocas responsabilidades
Del 1 de enero al 30 de junio, España tendrá el primer turno de la nueva UE, donde el presidente del Consejo Europeo no será José Luis Rodríguez Zapatero, sino Herman Van Rompuy, el ex primer ministro belga, más conocido por sus dotes poéticas que diplomáticas y elegido por dos años y medio para presidir el Consejo.
Y Carl Bildt, el ministro de Exteriores sueco, no le pasa el testigo a Miguel Ángel Moratinos, sino a Catherine Ashton, la poderosa Alta Representante de Política Exterior de la Unión que esta Navidad se dedica a estudiar sus dossiers, la mayoría desconocidos para la novata internacional.
Bildt recordaba hace unos días que la de Suecia ha sido "la última de las Presidencias rotatorias en Asuntos Exteriores". Y también Moratinos reconocía su escaso papel en el turno español, según el Tratado de Lisboa en vigor desde el 1 de diciembre. "Aquí hay nuevos representantes, nuevos dirigentes europeos, que serán los que impulsen la UE el primer semestre de 2010", dijo el ministro español.
Aún así, "la nueva era" llega con poca alegría. Tras una década de lucha institucional y tres 'no' en referéndum contra las reformas de la UE, los Gobiernos optaron en noviembre por dos personas para representar a la Unión en el exterior por motivos internos, como el consenso y el equilibrio entre partidos y sexos.
Zapatero, como mucho, co-anfitrión
Dado el débil liderazgo comunitario, el Gobierno español sigue hablando, como si poco hubiera cambiado, de sus "prioridades" y sus cumbres, que ni siquiera presidirá Zapatero (será co-anfitrión sólo de las que se celebren en España).
"La situación es nueva, y a algunos Gobiernos les va a costar darse cuenta hasta que el Tratado esté plenamente operativo", explica a este diario Thomas Klau, director del European Council on Foreign Relations en París. El experto subraya que España tendrá "un papel importante" para proteger a los nuevos frente a Nicolas Sarkozy o Angela Merkel, que se comportan como los portavoces únicos de Europa.
Más allá de la Política Exterior, el resto de ministros españoles seguirán presidiendo los Consejos sectoriales, entre ellos el de Economía. La vicepresidenta Elena Salgado, cuyo país será el último de la UE en salir de la recesión �según la Comisión Europea-, guiará las discusiones de los Veintisiete.
Los suecos ya le han resuelto una de las grandes papeletas legislativas, la nueva arquitectura de supervisión financiera europea, aprobada por los Gobiernos en diciembre, pero que aún debe aceptar el Parlamento Europeo, con pocas prisas.
"No esperarán que este nuevo Parlamento, con más poderes, simplemente ponga el sello en el trabajo de otros. Queremos aportar algo", explicaba a este diario la presidenta de la Comisión de Asuntos Económicos de la Eurocámara, Sharon Bowles.
El poder del Parlamento
Los Gobiernos tendrán que vérselas, de hecho, con eurodiputados reforzados con 'Lisboa' y, según confiesan hasta los más tranquilos, con "ganas de pelea". Hasta el 26 de enero, como pronto, la Eurocámara no aprobará la nueva Comisión Europea, de cuyas iniciativas depende que los ministros no se aburran dando vueltas a las viejas.
Mientras, en dos cumbres en Bruselas, una a principios de febrero y otra a finales de marzo, la UE intentará relanzar la desafortunada Estrategia de Lisboa, que prometía hace una década hacer de Europa el centro de la innovación mundial en 2010 y que no ha cumplido ni sus objetivos más tímidos.
El Gobierno español, que ha sido uno de los peores alumnos, defiende que se impongan ahora metas vinculantes en educación o I+D. En el último Consejo Europeo, Zapatero aseguró que el nuevo plan debería ser como el Pacto de Estabilidad y criticó el tiempo perdido.
El presidente de la Comisión, José Manuel Durão Barroso, algo molesto, replicó al líder español que los Estados miembros no quisieron obligaciones en 2000, y nada indica que hayan cambiado de opinión. De momento, sólo hay acuerdo para un plan de ambiciones modestas y nuevo nombre, "UE 2020". La esperanza es que Europa espabile en la próxima década.
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