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En todas las películas de mafiosos aparece un tipo trajeado, peinado a raya, con maneras suaves y estudios universitarios, alguien que conoce de memoria los vacíos legales y asesora a capos y matones. “Ese tipo era yo”, estalla a carcajadas Humberto Aguilar, un cubano de Miami, tripón y embaucador, que dispara tres chistes por minuto agitando un bigote tan denso que parece un hurón. Sin perder la vertical profesional, cuida al detalle su aspecto afable y bonachón. En definitiva, es alguien a quien le prestarías el coche con los ojos cerrados si no te advierten de que estás ante uno de los sinvergüenzas más ilustres de los años 80.
Después de huir durante años de los policías, Aguilar trabaja ahora codo a codo con ellos. Se trata de una cuestión de supervivencia: en los años 90 pasó una buena temporada a la sombra y perdió su licencia de abogado. Al salir, tenía que ganarse la vida de algún modo. Primero probó suerte como conserje, pero la cosa no cuajó. “Era humillante y yo ya tenía una profesión. Me llegaban ofertas, pero no quería volver a la cárcel. Así que se me ocurrió pasarme al otro lado y fundé International Money Laundering”. Con el tiempo, su idea se ha convertido en una organización respaldada por la ONU que lucha contra el blanqueo de dinero y asesora a los gobiernos de medio mundo. Precisamente en los pasillos de una de sus prestigiosas conferencias internacionales es donde Aguilar accedió a contar su historia a El Confidencial en el marco de un ciclo de charlas para banqueros e investigadores de delitos financieros celebrado en el piso 21 de uno de los rascacielos de la isla de Hong Kong.
“Ahora ayudo a cazar a los malos. Voy de un país a otro y explico todos los secretos sobre el lavado de dinero. Tengo que admitir que soy bueno en mi trabajo. Hay poca gente en el mundo que sepa tanto del tema como yo”. Para poder sobrevivir a la decisión de cambiarse de bando, Aguilar pone siempre la misma condición: “No doy nombres, no hablo de la gente que conocí, sólo mi experiencia y algunos consejos. ¿Estás loco? Sigo vivo porque no he traicionado a ninguno de mis viejos clientes y nunca lo haré. Sigo en contacto con gente de entonces, pero la mayoría han dejado los negocios sucios y entienden que me busque la vida mientras no delate a nadie”.
Cuba, 1961
Su historia empieza en Cuba, en enero de 1961. “Yo tenía nueve años. Mi padre en cuanto lo vio, sabía que el comunismo era una mierda, así que huimos”. Humberto creció en Miami, se graduó en Derecho y con la carrera recién acabada empezó a trabajar en pleitos de divorcio. “Aquello sí que era un robo. Era quitarle dinero a gente que lo había ganado honradamente para dárselo a quien no se lo merecía, así que decidí dejarlo”. No tardó en encontrar una ocupación que le parecía más honrada. “Me presentaron a varios tipos que había ganado mucha plata y no sabían qué hacer con ella. Empecé a inventarme cosas, a inventar, inventar, inventar. Le daba vueltas, se me ocurrían ideas para lavar dinero por todos los sitios. Yo era joven y aquello era apasionante, creativo y se ganaba mucha plata. Ser un delincuente internacional es lo más divertido del mundo y me iba muy bien. Empezó a funcionar el boca a boca. En Miami se corrió la voz de que había un tal Humberto que sabía qué hacer con toda la mierda. Cuando me quise dar cuenta vivía en una mansión y tenía más dinero del que podía gastar”.
Era la época dorada de los negocios sucios en Miami. “Especulación, tráfico de drogas, prostitución. Todos los que querían se hacían ricos. El dinero salía de debajo de las piedras”. Humberto ideó algunos métodos que se hicieron famosos en el mundillo del hampa y que incluso han llegado a las películas. “Lo he hablado después con muchos policías y todos me dan la razón. Cuando empezaron a ponerse serios con la droga revisaban los camiones y los barcos que entraban en Estados Unidos, pero nunca se les ocurría mirar los que salían del país. ¡No me podía creer! Llenábamos camiones, contenedores, barcos enteros con millones de dólares en efectivo y lo mandábamos tal cual, en billeticos. No sé cuánto dinero he blanqueado, perdí la cuenta. Era increíble, los fajos salían en cajas de cartón, en bolsas de plástico y cruzaban la frontera. Nunca viajé con maletines de dinero, eso son bobadas. No hacía falta arriesgarse”.
Convencer a los banqueros
Humberto abre los ojos de par en par y baja el tono de voz: “Pero entonces empezaba la parte más difícil”. La “parte más difícil” era convencer a los banqueros de Panamá, Venezuela y otro países del Caribe de que hicieran negocios con él. Se empezaba con pequeños ingresos, visitas breves y algunos regalos. “Un sobrecito primero, un Rolex de oro después, otro sobrecito con más dinero y ya lo tenías jugando para ti. En todos mis años lavando he regalado cientos de Rolex y nadie me ha devuelto ninguno. Habré tentado a 300 banqueros de todo el mundo y ninguno me rechazó, ni llamó a la CIA. Todo el mundo quiere una vida mejor y si se la ofreces con una sonrisa en un sobrecito inocente sabes que te van a decir que sí”.
Desde el Caribe, el dinero viajaba hacia bancos europeos. “Principalmente en Suiza. Allí es donde están los mayores ladrones del mundo, los peores delincuentes. Tienen departamentos enteros especializados en lavar dinero”. Los millones descansaban un tiempo en Europa y regresaban al Caribe, con forma de inversiones en falsas compañías. “Yo mismo las abría a nombre de otra gente. Por ejemplo, por la noches iba a un burdel muy famoso de Panamá, vacilaba con las chicas y les pedía que me dieran su documentación y firmasen unos papeles. A cambio les daba 150 dólares y ellas estaban encantadas. Lo que no sabían es que, por unas horas, tenían a su nombre una compañía que acababa de recibir una inversión de varios millones de dólares desde Suiza”.
Desde ahí el dinero regresaba a Miami, directamente a las cuentas de sus clientes y completamente limpio. “Siempre se lo andaba diciendo. Señores, hace falta tener negocios lícitos donde invertir la plata lavada y no levantar sospechas. A veces les costaba entenderlo. Era gente muy astuta en la calle, pero muy bruta, nada sofisticada. Cuando entendían lo que les estaba diciendo se quedaban boquiabiertos. ¡Humberto, tu eres un genio, hermano! Eso me decían. Yo me llevaba un porcentaje. A veces más de un 10%. Hacíamos dinero a lo descarado”.
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