Crónica im posible

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Miles de personas acuden de un modo espontaneo a la sede del PSOE a manifestar su ira contra el capitalismo y sus administradores; una crónica de Jorge López Ave

InSurGente.- El cónclave de la dirección del PSOE en la calle Ferraz de Madrid, se desarrollaba de acuerdo a lo previsto. Es decir, un cierre de filas en torno a Zapatero para acallar los rumores sobre desavenencias en la dirección de los socialdemócratas hispanos, con los que la prensa había venido especulando. Entonces, sucedió lo imprevisto.

De un modo espontaneo, sin ser convocados por sms, mail, chats, foros, ni mucho menos por los controlados informativos de la televisión y la radio, comenzaron a salir de sus casas miles de trabajadores en dirección de la calle Ferraz. Aparecían por todos lados pero, resultaba evidente, que era de los barrios obreros donde surgían las columnas con miles de personas. Era todo tan inesperado que no había policía local, nacional, guardia civil, antidisturbios ni ejército, avisado de tamaña noticia. Al principio, los medios de desinformación masiva ignoraron lo que ocurría, sólo diarios digitales como La Haine, InSurgente o Kaosenlared, comenzaron a informar de lo que estaba pasando a la vez en todos los rincones de Madrid. Cuando la multitud se convirtió en una marea descomunal, comenzaron a sobrevolar helicópteros de la policía (que fueron debidamente abucheados por los manifestantes), pero el hecho sirvió para que aparecieran los primeros datos de participación: cientos de miles, dijeron, pero en realidad era una manera cómoda de hablar, porque eran millones.

Dentro de la sala donde la dirección del PSOE seguía reunida como si nada estuviese ocurriendo, hubo un miembro de la dirección que le pasó un papelito a Leire Pajín, en su calidad de secretaria de organización, decía: “creo que en la calle hay una manifestación”. Con la habilidad que le caracteriza, Leire sonrío y dijo en el micrófono: “Compañeros, tengo que informar que ahí fuera, en la calle, hay en este momento miles de trabajadores movilizados que vienen a apoyar a nuestro presidente José Luís Rodríguez Zapatero”. Antes de que sonase una atronadora ovación se escuchó desde el fondo “como a Allende”. Más vítores y Zapatero saludando y tirando besos a los suyos. Era la imagen del día.
En todos los colectivos humanos hay alguien encargado de comunicar malas nuevas, y en este caso fue José Blanco, a la sazón ministro, “perdonen, perdonen, compañeros”, dijo, y por el tono, todos y todas supieron que algo malo pasaba, “me acaban de informar por el móvil que los manifestantes no son de los nuestros”. Rauda y expedita, la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, se acercó a los periodistas y dijo, para ser la primera y demostrar que no sólo está a la maduras: “esto demuestra que los reaccionarios de siempre no respetan a los demócratas, son ellos, lo más oscuro de la sociedad los que han organizado esa manifestación en contra de la libertad y de este gobierno de progreso, planearon un golpe de estado”.

En la calle ya eran notorias las consignas y las pancartas: “PSOE, PP, la misma mierda es”, “lo llaman democracia y no lo es”, “la crisis del capitalismo que la paguen los ricos”, “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”, “ustedes, sociatas, también son del sistema”; y las banderas: rojas y negras. La temperatura iba en ascenso, la calle de la sede del partido del gobierno, estaba colapsada de manifestantes y así con varios kilómetros a la redonda. Un cordón enorme de policías custodiaba, metralleta en mano, la sede.

Arriba, los dirigentes comenzaron a enseñar nerviosismo. Hubo un momento en que todos tenía su móvil pegado al oído. El ministro del Interior daba órdenes para que todos los antidisturbios fuesen a protegerlos, mientras, gritaba, “no se puede creer, una manifestación de esta envergadura y no teníamos noticias de nada, qué hemos hecho mal, si hemos repartido subvenciones a todo dios”. Otro dirigente tuvo una feliz idea, si la manifestación era por su izquierda, qué mejor idea que llamar a Llamazares, y lo hizo. Lo sorprendió mirando el calendario, dudando el día y la hora que anunciaría el ingreso en el PSOE, pero igual fue honesto, dijo, “que ni él ni su organización tenían ni idea de quién había convocado a tanta gente”. Y que a él lo registraran, y es que por un momento Gaspar temió ensuciar su curriculum intachable de lealtad al gobierno y que no le dejaran entrar en el PSOE. Alguien apunto que en realidad ahora había otro líder, un tal Cayo Lara, pero nadie de los presentes tenía su teléfono para preguntarle si sabía algo.

Una de las características de la concentración es que no había previsto cosa alguna, ni oradores ni manifiesto, ni nada de nada. Los cánticos contra el imperialismo, el capitalismo y sus administradores, continuaban, y ya había noticias que en otras ciudades se estaban produciendo algaradas similares. Se empezó a hablar claramente de que se había iniciado un proceso revolucionario y el rumor más extendido era que la familia Borbón se había ido al extranjero en algún vuelo barato y urgente.

En la sede, los más perseverantes seguían buscando explicaciones, incluso llamando a los sindicatos. Pero tanto los líderes de CC.OO como de UGT, no atendían. Era domingo, y Toxo y Méndez habían tenido una semana agotadora diciendo que sí a todo y firmando todo lo que le pusieron por delante. Los miembros de la dirección del PSOE que tenían el valor de asomarse por la ventana, explicaron al resto que por los tipos de cantos y consignas, CC.OO y UGT no tenían nada que ver con lo que estaba pasando en las calles. En ese momento hubo dirigentes que se derrumbaron. Otros utilizaron los diarios El País y Público que andaban por el salón, para abanicar a los más desanimados. Al final, y viendo que la marea humana podía arrasarlos en cualquier momento, uno de ellos dijo: “Esto es el final”, pero no se suicidó, bajó las escaleras de la sede en dirección a la calle a explicar a los manifestantes que él siempre había sido una persona de izquierdas, que había sido comunista en toda su juventud y que se ofrecía a seguir como ministro con el nuevo sistema que el pueblo quisiera instalar. Fue el primero en ser devorado.



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