El crash bursátil y la quiebra de importantes bancos han sido el preámbulo del cierre de empresas y del aumento del desempleo. Esto es debido al hecho de que las finanzas ya no son un aspecto parasitario de la actividad económica, sino un componente central de la misma. Se ha desvanecido pues la contraposición entre economía real y finanzas que marcó el análisis histórico del capitalismo.
(Preámbulo de Finanza bruciata, publicado por Edizioni Casagrande.)
La economía financiera abarca hoy todo; es decir, se extiende a lo largo de todo el ciclo económico, lo acompaña, digamos, de comienzo a fin. Hoy estamos metidos en los asuntos financieros –para utilizar una imagen– cuando vamos de compras al supermercado, desde el momento en que pagamos con una tarjeta de crédito. La industria automovilística, por poner un ejemplo, funciona enteramente con mecanismos crediticios (ventas a plazos, leasing), por lo que los problemas de una General Motors tienen tanto que ver con la producción de automóviles como, si no sobre todo, con la debilidad de la Gmac, su filial especializada en crédito al consumo, indispensable para vender sus productos a los consumidores. Estamos pues en un momento histórico en el que las finanzas son consustanciales a toda la producción misma de bienes y servicios.
Además de los beneficios industriales no reinvertidos en bienes de capital y salarios, las fuentes que alimentan la financiación, hoy día, se han multiplicado: hay los beneficios derivados de la repatriación de dividendos y royalties provenientes de las inversiones directas en el extranjero; los flujos de intereses derivados de los préstamos al Tercer Mundo, a los que se añaden los flujos de intereses sobre los préstamos bancarios internacionales a los países emergentes; las plusvalías derivadas de las materias primas; las sumas acumulada por familias y particulares ricos invertidas en los mercados bursátiles y los fondos de pensiones y de inversión. La multiplicación y la extensión de las fuentes y los agentes del capital poseedor de intereses es sin duda uno de los rasgos distintivos, inéditos y problemáticos del nuevo capitalismo financiero, en particular si reflexionamos sobre la posibilidad de modificar este sistema, de desfinanciarizarlo, restableciendo así una relación más equilibrada entre economía real y economía financiera.
Acumulación monetaria
Como las precedentes, esta financiarización parte también de un bloque de acumulación entendida no como reinversión de los beneficios en los procesos directamente productivos (capital constante, es decir, bienes materiales; y capital variable, es decir, salarios). De hecho, se inicia con la crisis de crecimiento del capitalismo fordista a partir de los años setenta. Estaban presentes, en aquellos años, todas las premisas para una reedición de la clásica financiarización basada en la dicotomía entre economía real (industrial) y economía monetaria, con la consiguiente desviación de la tasa de beneficio en favor de los mercados financieros para asegurar un crecimiento de los beneficios sin acumulación. Desde comienzos de los años 80 “la fuente principal de las burbujas financieras es el crecimiento tendencial del beneficio no acumulado, crecimiento resultante de un doble movimiento: por una parte, la reducción generalizada de los salarios; y, por otra, el estancamiento –incluso la reducción– de la tasa de acumulación, a pesar del restablecimiento de la tasa de beneficio” (Michel Husson Les enjeux de la crise, La Brèche). Por tasa de acumulación se entiende la tasa de crecimiento del volumen de capital neto, mientras que por tasa de beneficio se entiende la relación entre beneficio y capital: la divergencia entre las dos tasas, a partir de 1980, representa un indicador cierto, aunque no el único, de la financiarización. Pero, como hemos dicho, a los beneficios industriales no reinvertidos se han añadido, poco a poco, otras fuentes de acumulación de capital financiero, un dato que habremos de tener presente para comprender las transformaciones del modelo de desarrollo: la crisis post fordista. En particular, la financiarización ha implicado un proceso de desintermediación bancaria, en lo relativo a la financiación del crecimiento económico (preponderancia del modelo anglosajón sobre el renano), pero también ha conocido un proceso de multiplicación de los intermediarios financieros, como resultado de la desregulación y liberación de la economía.
El consumo del rentista
La transición del modo de producción fordista al capitalismo accionarial de los gestores, que está en la base del capitalismo financiero de hoy, se explica de hecho a la luz de la caída de los beneficios industriales (en torno al 50%) entre los años sesenta y setenta, debido al agotamiento de las bases tecnológicas y económicas del fordismo, en particular la saturación de los mercados de bienes de consumo de masas, la rigidez de los procesos productivos, del capital constante y del salario obrero, políticamente rígido y descendente. En el momento álgido de su desarrollo, a partir de una determinada composición orgánica del capital (es decir, de la relación entre capital constante y capital variable), el capitalismo fordista ya no fue capaz de chupar plusvalía del trabajo obrero vivo. “Por consiguiente, desde los años 70, la principal fuerza propulsora de la economía mundial ha sido la incesante tentativa de las empresas capitalistas –a instancias de sus propietarios e inversores– de llevar, por diferentes caminos, la tasa de beneficio a los niveles más altos de veinte años antes” (Luciano Gallino: L'impresa irresponsabile, Einaudi). Ya sabemos lo que sucedió: reducción del coste del trabajo, ataques a los sindicatos, automatización y robotización de procesos productivos enteros, deslocalización a países de bajos salarios, precarización del trabajo y diversificación de los modelos de consumo. Y, efectivamente, financiarización, es decir aumento de los beneficios no como excedentes de los ingresos (es decir, no según la lógica manufacturera-fordista), sino como excedente del valor en Bolsa.
No cabe duda de que en la configuración post fordista del capitalismo financiero en la que la parte de los salarios se reduce y se precariza y las inversiones de capital se estancan, el problema de la realización de los beneficios (es decir, la venta de la plusvalía producida) remite al papel de consumo por medio de rentas no salariales. Bajo este perfil distributivo, la reproducción del capital (con la polarización de la riqueza extremadamente elevada que lo caracteriza) se efectúa en parte gracias al aumento del consumo de los rentistas y en parte gracias al consumo endeudado de los asalariados. La financiarización ha redistribuido, aunque de un modo fuertemente desigual y precario (pensemos en las rentas de pensiones derivadas de la pensión integradora según el primado de las contribuciones), rentas financieras también a los trabajadores asalariados en la doble forma de rentas muebles e inmuebles (en EE UU, respectivamente del 20% y del 80%). Hay pues una suerte de transformación de la renta salarial, además de la del beneficio.
El endeudamiento de las economías domésticas, al que corresponde una reducción más o menos pronunciada del ahorro, según nos situemos en EE UU o en Europa, es lo que ha permitido al capitalismo financiero reproducirse a escala ampliada y global. Se puede afirmar que, paralelamente a la reducción de la función redistributiva del Estado social, en este periodo se ha asistido a una especie de privatización del deficit spending, de keynesiana memoria, es decir, la creación de una demanda acumulada por medio de la deuda privada (con un relativo desplazamiento del riesgo hacia las economías domésticas privadas).
La explosión de la deuda privada se ha visto facilitada, sobre todo tras el hundimiento del Nasdaq de 2000-2002, por una política monetaria muy expansiva y por la desregulación bancaria, una política que ha favorecido la titularización de los títulos de respaldo de la deuda (Collaterized Debt Obligation y Collaterized Loans Obligations), a los que se unen los Credit Default Swaps (permutas de cobertura por incumplimiento crediticio), los títulos de seguro derivados que se intercambian (de hecho, por medio del trueque) entre los operadores para protegerse contra los riesgos de inversión. El conjunto de todos estos derivados del crédito asciende ya a una cifra en torno a los 62.000 millones de dólares.
A partir de la crisis de la new economy de 2000-2002, el mercado inmobiliario estadounidense conoce una aceleración espectacular, en particular si se recuerda que ya en 2001 los precios de los bienes inmuebles eran ya muy elevados, tanto que los analistas consideraban que en 2002 existía ya una burbuja del sector. Gracias a la titularización de las hipotecas subprime, en cambio, ha sido posible impulsar la inflación del sector inmobiliario hasta el estallido de la burbuja en 2007.
La pobreza cotiza en bolsa
La expansión de las hipotecas subprime demuestra que para crecer y obtener beneficios el capital financiero requiere la participación, además de la franja media, también a los pobres. Para funcionar, este capitalismo debe invertir en la vida desnuda de personas que no pueden proporcionar ninguna garantía, que no ofrecen nada salvo a sí mismos. Es un capitalismo que hace de la vida desnuda una fuente directa de beneficio. Lo hace basándose en un cálculo de probabilidades según el cual el reembolso fallido de un préstamo se considera gestionable –es decir, secundario–, si se considera a escala de toda una población. La lógica financiera que subyace al cálculo de probabilidades es particularmente cínica: los títulos emitidos a partir del pool de créditos hipotecarios reagrupados de los bancos de negocios se construyen según el principio de la subordinación, es decir, de una jerarquía de riesgo interna de los títulos emitidos. El primer lote, el inferior, tendrá un riesgo elevado. El intermedio presentará un riesgo reducido, y el más elevado (super senior y senior), constituido de los mejores títulos, se considerará particularmente seguro. De este modo, el lote superior queda protegido de los inferiores, en el sentido de que será la parte de los títulos de mayor riesgo la primera que saltará en caso de pérdidas para los inversores. El acceso al bien-vivienda se construye basándose en modelos matemáticos de riesgo en los que la vida de las personas no cuenta en absoluto, en los que los pobres se enfrentan a los menos pobres, y en los que el derecho social al alojamiento está artificialmente subordinado al derecho privado de realización del beneficio. Con el visto bueno de los economistas académicos que en todos estos años han puesto sus competencias científicas y su dignidad a disposición de la industria financiera (1)
El límite de la propiedad social
El umbral de este proceso inclusivo lo marca la contradicción entre el derecho de propiedad social de un bien (por ejemplo, la vivienda) y el derecho de propiedad privada, entre la expansión de las necesidades sociales y la lógica privada de las finanzas de mercado. En este límite se juega el futuro del conflicto social, y también la capacidad o incapacidad del capital de salir de su propia crisis. Se trata de un umbral temporal, si sólo se piensa, por ejemplo, en la arquitectura de los contratos hipotecarios típicos de las hipotecas subprime. La fórmula del 2+28, en la que en los primeros dos años los intereses hipotecarios son fijos y bajos, precisamente para cooptar cada vez más a los propietarios, y los otros 28 a tipos variables, y por consiguiente sujetos a la marcha general de la coyuntura y de la política monetaria, representa un ejemplo de contradicción entre el derecho de propiedad social y el derecho de propiedad privada. Tras dos años de relativo predominio del valor de uso (derecho de acceso al alojamiento), se pasa a 28 años de predominio del valor de cambio, con efectos de expulsión/exclusión extremadamente violentos. De este modo, la lógica financiera produce un (bien) común, que más tarde divide y privatiza con la expulsión de los habitantes del bien común mediante la creación artificial de escaseces de todo tipo: escasez de medios financieros, liquidez, derechos, deseos y poder. Un proceso que recuerda la época de los cercamientos del siglo XVII (enclosures), en la que los ciudadanos que vivían en y de la tierra concebida como bien común fueron expulsados mediante procesos de privatización y división de la tierra comunal, procesos que dieron origen al proletariado moderno y a su vida desnuda.
1. Sobre el modo cómo la crisis financiera actual revela también la crisis de la ciencia económica académica, véase: David Colander et al., The Financial Crisis and the Systemic Failure of Academic Economics, http://economistsview.typepad.com/economistsview/2009/02/the-financial-crisis-and-the-systemic-failure-of-academic-economics.html)
Christian Marazzi es economista, profesor universitario y director de investigación socioeconómica en la Scuola Universitaria della Svizzera Italiana (Suiza). Ha trabajado para el Departamento de Asuntos Sociales del cantón de Ticino (Suiza) y ha enseñado en la Universidad del Estado de Nueva York, y en las universidades de Padova, Lausana y Ginebra. Es autor de numerosas publicaciones sobre la transformación del trabajo y la economía del post fordismo. Ha publicado, entre otros, Il posto dei calzini: la svolta linguistica dell'economia e i suoi effetti sulla politica (Bollati Boringhieri, 1999) , E il denaro va: esodo e rivoluzione dei mercati finanziari (Bollati Boringhieri, 1998), y Capitale & linguaggio: dalla new economy all'economia di guerra (DeriveApprodi, 2002)
S. Seguí es miembro de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, al traductor y la fuente.
http://www.ilmanifesto.it/il-manifesto/in-edicola/numero/20090531/pagina/11/pezzo/251198/
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