En el G-20 y la Vª Cumbre de las Américas se librará una batalla crucial. Durante el mes de abril quedará esbozado un nuevo mapa político planetario.Llegó la hora: alinearse con el Norte para emprender la vana empresa de salvar al capitalismo, o definir posiciones y acelerar en dirección a la unión suramericana, la complementación solidaria de las economías de la región, la verdadera soberanía en pos del buen vivir para todos. Ésa es la opción ante la cual no hay postergación posible. Estados Unidos y sus socios intentan atraer a países clave del hemisferio para apuntalar su estrategia, una vez más como neocolonias aferradas a las metrópolis. Ése es el significado de la reunión del G-20 el 2 de abril en Londres; ésa es la intención de Washington para la Vª Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago, quince días después. Como contrapartida, los países del Alba se reunirán el 16 de abril en Caracas, para ratificar una línea de acción común frente a la crisis y la respuesta del capital imperial. La participación de todos los miembros de Unasur en el encuentro del Alba es la última oportunidad para presentar un frente unido antes de que se desencadene en toda su potencia destructiva la crisis global.
Durante el mes de abril quedará esbozado un nuevo mapa político planetario. El 2 en Londres y el 17 en Trinidad y Tobago, la reunión del G-20 y la Vª Cumbre de las Américas definirán la estrategia con la cual Estados Unidos, la Unión Europea, Japón y China, afrontarán el colapso del ordenamiento planetario vigente en las últimas seis décadas. La gran incógnita es qué lugar ocupará el conjunto latinoamericano-caribeño en la búsqueda del que lo sustituya.
Nada será definitivo, claro. Porque lo único constante en este momento es la ebullición. La transformación molecular de las relaciones de fuerzas a escala mundial transcurre bajo la superficie y a un ritmo diferente del que impone el desmoronamiento del sistema capitalista. De manera que los acontecimientos visibles –y sobre todo su representación en la prensa comercial– tienen escasa correspondencia con la realidad. No obstante, del papel de cada protagonista depende el curso de la historia inminente, prefigurado por la ola arrolladora de trabajadores expulsados de sus puestos en todo el mundo.
Una febril actividad diplomática del Departamento de Estado estadounidense e innumerables encuentros a nivel presidencial y ministerial en América y Europa, más encuentros públicos y reservados entre Estados Unidos y China, permite observar el nervioso movimiento de las piezas en el ajedrez planetario.
Ante todo, con apenas dos o tres excepciones, asombra la talla política de las figuras participantes, su falta de preparación teórica para comprender los acontecimientos en curso, la ausencia de equilibrio emocional e incluso la plasticidad moral con la que suben al escenario ante una platea mundial temerosa y expectante.
Pero el foco debe centrarse en otro punto: la actitud de China en relación con la redefinición de un sistema financiero mundial, la ubicación de los tres gobiernos latinoamericanos –Brasil, México y Argentina– incrustados en el G-20 y la actitud que asumirán los miembros de Unasur (Unión de Naciones Suramericanas) cuando en la isla caribeña de Trinidad y Tobago se encuentren cara a cara con el nuevo representante del imperialismo, Barack Hussein Obama.
Paciencia china
Además de asombro y temor, la crisis produce cambios hasta poco antes impensables. El nerviosismo de las autoridades chinas no es el menor de ellos, si se tiene en cuenta no sólo la proverbial imperturbabilidad de esa cultura milenaria, sino y sobre todo las causas que lo provocan. Es sabido que Pekín tiene una suma sideral de reservas invertida en bonos del Tesoro estadounidense (diferentes informaciones la hace oscilar entre uno y dos millones de millones de dólares). Sumado al impacto que la caída del comercio mundial provoca en la economía china, el riesgo de la, a término, ineludible devaluación extrema o directa desaparición de la moneda estadounidense, crea una situación paradojal de dependencia mutua y choque frontal entre ambas economías.
En las últimas semanas esta situación se ha expresado incluso en el terreno militar: “el navío estadounidense Usns Impeccable violó las leyes y las reglas internacionales y chinas”, declaró el portavoz de la cancillería china, Ma Zhaoxu, en alusión a un episodio oscuro en el cual, según el Pentágono, barcos chinos efectuaron el domingo 8 de marzo maniobras peligrosas cerca de un navío no armado de la marina estadounidense en aguas internacionales, en el Mar de China Meridional. A la respuesta china contestó Washington con no menos contundencia: “vamos a seguir mientras tengamos que operar en aguas internacionales”, declaró Bryan Whitman, un portavoz del Pentágono.
No cabe soslayar este episodio, pero en el seno del G-20 el dilema de China frente al mundo capitalista altamente desarrollado pasa por otro meridiano: colaborar con la Casa Blanca para recomponer el sistema financiero internacional o crear un subsistema (los vértices hipotéticos serían Pekín, Moscú y Teherán) y desde allí ensamblar con otros posibles subsistemas en un entrelazamiento que opusiera con nitidez las economías subordinadas a las imperialistas. Hasta el momento, el gobierno chino parece enfilarse hacia una alternativa intermedia, o tercera vía: acordar con Estados Unidos una nueva moneda de intercambio internacional, que reemplace al dólar. Así lo adelantó Zhou Xiaochuan, presidente del Banco Popular de China: “la introducción de una divisa supranacional, estable y no vinculada a un país concreto, beneficiaría al sistema financiero mundial”.
Rusia había antes esbozado esa idea, sin darle forma precisa; luego de la formulación china, también Brasil se sumó a la propuesta. ¿Qué posición adoptará la UE, asociada en la desgracia con Washington, aunque igualmente interesada en sacar ventaja frente a Estados Unidos? “Son el camino al infierno”, declaró el presidente temporario de la UE, el checo Mirek Topolanek, refiriéndose a las medidas tomadas por Obama. Europa teme, y con buenos fundamentos, que una política de déficit desenfrenado como la que aplica sin mayor explicación la Casa Blanca dinamite las columnas del euro y haga desaparecer la moneda común del viejo continente. La UE podría volcar el fiel de la balanza. Pero su indecisión corre pareja con el temor a un desenlace traumático. La incógnita se develará antes de que estas páginas estén en manos del lector. En todo caso, es presumible la fugacidad de los resultados que se alcancen en Londres: nadie puede permitirse empujar a un fracaso estrepitoso; y pocos imaginan un saldo neto y consolidado como el alcanzado en Bretton Woods en 1945: la hegemonía estadounidense ha terminado. Y para siempre. Ya no puede imponer su voluntad al resto del mundo. Aunque todavía puede evitar que la Unión Europea despliegue todos los instrumentos que necesita para chocar sin rodeos con Washington en la disputa por los mercados mundiales. Y, sobre todo, mantener la capacidad de imantar a gobiernos clave en el resto del mundo para frenar la tendencia unificadora con contenido antimperialista y, desde allí, lanzarse a malograr la consolidación de un mundo pluripolar en el cual quedaría inserto, con enorme potencialidad estratégica, un bloque con definido perfil anticapitalista en Suramérica, el Alba (Alternativa Bolivariana para las Américas).
Qué hará Unasur
Dos fuerzas de sentido inverso y potencia cambiante gravitan sobre la reubicación geopolítica de América Latina. Desde el año 2000 primó la que inducía a la convergencia, en progresiva confrontación con Estados Unidos. En 2005, durante la IVª Cumbre de las Américas realizada en la ciudad argentina de Mar del Plata, el entonces jefe del imperio sufrió una humillante derrota. Y la tendencia convergente se aceleró. Pero mientras esa dinámica llevaba al nacimiento de Unasur, Estados Unidos lanzó su contraofensiva, destinada a recuperar la iniciativa, poner nuevamente a su favor las relaciones de fuerzas y sentar las bases para neutralizar la marcha revolucionaria ya plasmada en diferentes puntos de la región. Cuatro años después, Washington contabiliza escasas aunque significativas victorias, que ubican al presidente Obama en situación diferente a la que tuvo su antecesor en Mar del Plata. Además, en Trinidad y Tobago, del 17 al 19 de abril, la Cumbre se desarrollará en un escenario mundial por completo ajeno al de 2005, creado por la irrupción de un protagonista para muchos inesperado: la crisis mundial del sistema capitalista.
Si el primer factor juega a favor de Estados Unidos, el segundo opera de manera altamente contradictoria, acentuando a la vez las fuerzas centrípetas y centrífugas en América Latina. A la vez que pierde terreno por la presión incontrolable de la crisis, Washington ganó un espacio aparentemente imposible usufructuando las contradicciones internas de las burguesías regionales, las vacilaciones de gobiernos autodenominados progresistas. Contrarios a definiciones anticapitalistas, elencos arribados al Gobierno en función del vacío creado por la demolición de las instituciones tradicionales del capital, estos mandatarios sui generis apelan a un discurso alegadamente neokeynesiano, cuya significación de definitiva defensa del capitalismo desconocen o manipulan, apelando a la abrupta caída del pensamiento político contemporáneo que, frente al denominado neoliberalismo, se abroqueló en la defensa del Estado, con prescindencia del carácter de clase que éste tenga.
No podía esperarse que los estrategas del imperialismo desaprovecharan la oportunidad que este cúmulo de inconsistencia presenta. El Departamento de Estado programó y llevó a cabo una formidable blietzkrieg diplomática, apuntada a aniquilar resistencias previas a las reuniones de Londres y Trinidad y Tobago. La secretaria de Estado Hillary Rodham Clinton viajó a México, donde tras la fachada de una autocrítica asumiendo corresponsabilidades en el tráfico de drogas y armas, en realidad ajustó un plan preventivo ante el riesgo de un desplazamiento masivo de mexicanos hacia Estados Unidos, como resultado del colapso generalizado del orden político ya previsto por los analistas serios en el país azteca. Mientras tanto, el Pentágono alistó grupos comandos de desplazamiento rápido dispuestos a sofocar sublevaciones sociales no sólo en el interior de Estados Unidos, donde la caldera ya comienza a bullir, sino en países críticos para el equilibrio imperial (México, Perú y Colombia ocupan los primeros lugares en la lista).
El esposo de la Secretaria, ex presidente demócrata, William Clinton, ocupó inmediatamente el proscenio de una reunión del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Medellín, donde al socaire de un debate sobre la crisis congregó figuras de recambio en todo el continente, en preparación de las inexorables conmociones políticas, que en muchos casos serán alentadas por las embajadas estadounidenses a fin de colocar en puestos ejecutivos a sus subordinados políticos.
Nada más elocuente de las turbulencias internas en América Latina que la creación de un Consejo de Defensa Regional por parte de los 12 países integrantes de Unasur, a comienzos de marzo pasado, en Santiago de Chile, seguida pocos días después del anuncio de que a nombre de esta nueva instancia militar regional, Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Ecuador, México, Perú y Uruguay realizarán, en conjunto con la IVª Flota de Estados Unidos, el mayor ejercicio naval jamás antes ensayado en el hemisferio. “El ejercicio militar Unitas Oro se llevará a cabo entre el 20 de abril y el 5 de mayo; reunirá un total de 15 barcos de guerra, dos submarinos y más de una docena de aviones de 11 países en operaciones navales con fines de entrenamiento y promoción de la seguridad marítima y la estabilidad en la región”, informa la agencia AFP. Agrega con tono zumbón: “la IVª Flota permaneció inactiva durante casi 60 años, pero la Marina de Estados Unidos anunció su restablecimiento en abril de 2008 para tener una mayor presencia naval en el Caribe y América Latina, lo cual generó inquietud en algunos países de la región. El Pentágono aclaró que se trataba de una medida administrativa que no tenía que ver con objetivos militares”. Como para subrayar que esta desmesurada movilización de fuerzas bélicas “nada tiene que ver con objetivos militares”, también participarán tropas alemanas invitadas.
Progresistas en Chile
En la misma tónica, el vicepresidente estadounidense Joseph Biden visitó Brasilia, se entrevistó con Luiz Inácio da Silva y luego se desplazó a Viña del Mar, localidad chilena a escasa distancia de Santiago, donde tuvo lugar una reunión de presidentes progresistas los días 27 y 28 de marzo. La elocuente denominación alude a una instancia creada por William Clinton y Anthony Blair, cuando uno era presidente de Estados Unidos y el otro primer ministro británico. En esta oportunidad, con Michelle Bachelet como anfitriona, acudieron a la cita los presidentes de Argentina, Uruguay y Brasil, Cristina Fernández, Tabaré Vázquez y Lula, quienes mantuvieron intensas deliberaciones con Biden, los primeros ministros Gordon Brown de Inglaterra y Jens Stoltenberg de Noruega, además del presidente español José Luis Rodríguez.
Quienes duden del carácter progresista de los representantes de Estados Unidos y Europa no tienen más que acudir al registro de la campaña pre-electoral de quien luego sería vice de Obama, releer las posiciones de Brown respecto de cualquier tema de política internacional, con destaque de sus decisiones respecto de la participación de Inglaterra en las invasiones a Irak y Afganistán, o recorrer la trayectoria del titular del Psoe, célebre por su defensa del fascista José María Aznar en la no menos mentada cumbre hispanoamericana en Santiago, cuando el rey Borbón (otro ejemplo palmario de progresismo), intentó callar al presidente venezolano Hugo Chávez. Con la participación de los titulares de la OEA y el Mercosur, dos celebérrimos progresistas, aquella reunión fue “Un buen ensayo para la cumbre del G-20”, como titularía el diario oficialista argentino Página/12.
A un lado la arbitraria calificación para representantes ultra reaccionarios del imperialismo, importa subrayar el hecho de que gobernantes latinoamericanos integrantes de Unasur y el Mercosur, a la vez que eludieron un debate en esas instancias regionales, participan de estos encuentros en los cuales los jefes políticos del imperialismo ajustan sus políticas para las cruciales reuniones de Londres y Trinidad y Tobago. Más allá de todo juicio de valor, éste es un indicativo de que la estrategia divisionista de Washington respecto de América Latina puede apuntarse éxitos estratégicamente endebles pero de significativo valor táctico.
Estas inconsistencias no son inocuas. Entusiasmado con la perspectiva de ocupar un lugar en el cenáculo del poder mundial, Brasil subordinó en los últimos meses –precisamente el período de mayor debilidad del imperialismo– su papel como fuerza principal en Unasur. Trasladando esa estrategia a la política interna, luego de su reunión con Biden, Lula explicó que los obreros debían resignar demandas, porque ahora se trata de salvar el equilibrio del sistema. Por su parte, el canciller argentino Jorge Taiana y el embajador del país austral en Washington, Héctor Timerman, explicaron tras la reunión de Fernández con Biden que el encuentro “resultó altamente satisfactorio”. Según su interpretación “lo más importante es que pensamos lo mismo sobre la manera de enfrentar la crisis. La Presidente y Biden coincidieron en que los organismos de crédito deben ayudar a aumentar la demanda global y en que eso no choca con lo que sostienen algunos países europeos, sobre que lo principal es mejorar el sistema de control de los fondos. Ambas cosas pueden y deben hacerse a la vez”, declaró Taiana.
“Un milímetro de diferencia en la teoría equivale a un kilómetro en la práctica”, dijo hace un siglo un relevante pensador político. Presumiblemente mal asesorados por sus expertos en economía, los presidentes sureños se mostraron satisfechos por haber coincidido con Biden y Brown en cuestiones tales como la reforma del FMI y la necesidad de que los países subordinados tengan voz y voto en la reunión de los poderosos.
Alba o capitalismo del siglo XXI
Al día siguiente de la reunión de presidentes progresistas, el diario argentino La Nación, furiosamente opositor al gobierno, tituló su portada con inequívoca intención: “Acuerdo sobre la crisis global con Estados Unidos y Gran Bretaña. Cristina Kirchner se alineó con las propuestas que esos países presentarán ante el G-20”. Aunque por razones inversas, la cobertura de los medios opositores y oficialistas coincide de esta manera en un supuesto acuerdo entre los presidentes suramericanos y los representantes imperialistas en esta reunión preparativa de las cumbres de Londres y Trinidad y Tobago. Sin necesidad de conjeturas, antes mismo de que se realicen ambos encuentros resulta evidente que los estrategas del Norte se han apuntado ya una victoria, consistente en atraer a países clave al cenáculo imperialista disfrazado bajo el nombre de G -20. Allí los poderosos afirmarán la estrategia para afrontar la crisis mundial. Es congruente que quienes entienden la coyuntura mundial como una simple crisis pasajera, se muestren felices por estar invitados al cónclave, aún cuando no parece sensato suponer que las decisiones de las metrópolis podrán beneficiar a las neocolonias.
Entre un cúmulo de diferentes razones, la conducta evasiva frente a las responsabilidades estratégicas de Unasur devienen de una errónea interpretación de la coyuntura mundial. Aun para los gobiernos que no se definen a favor del socialismo en América Latina, debería estar claro que la profundidad y extensión de la crisis excluye cualquier posibilidad de resolución a mediano plazo e indolora de la crisis mundial, que apenas está en el primer escalón. A costa de un inconmensurable sufrimiento de sus pueblos, estos gobiernos empeñados en arrimar su colaboración a la recomposición del sistema vigente comprenderán en el futuro inmediato que el capitalismo del siglo XXI sólo puede tomar cuerpo bajo la forma de desocupación masiva, vertical caída del poder de compra de los trabajadores que mantengan sus empleos, aniquilación del Estado de bienestar, destrucción de las instituciones democráticas, avance del fascismo, de la represión, el hambre y la miseria.
Está a la vista que buena parte de los intelectuales orgánicos del sistema y de los gobernantes a los que asesoran no tienen los instrumentos imprescindibles para interpretar los parámetros de la situación actual. Comparar, por ejemplo, la crisis argentina de 2001 con el cuadro mundial actual, denota una incomprensión rayana en la enajenación. Pero la ignorancia no será excusa cuando los pueblos busquen y encuentren su respuesta a los estragos por venir de la crisis que recién comienza.
En este panorama y frente a la escalada de reuniones presidenciales y ministeriales que preparan la Cumbre de las Américas, el 16 de abril se reunirán en Caracas los países del Alba. Allí los países integrantes acordarán una política común para actuar de consuno en la cumbre que al día siguiente tendrá lugar en la vecina isla de Trinidad y Tobago. Como se sabe, un encuentro del Alba en noviembre pasado definió una estrategia conjunta frente a la crisis, que además de planear el intercambio en función de las necesidades y posibilidades complementarias de cada país, resolvió la creación de una moneda de cuenta común, el Sucre (Sistema Único de Compensación Regional) y la afirmación de un Banco del Alba. También a contramano de la estrategia imperialista, a mediados de marzo se consolidó la demorada perspectiva de un Banco del Sur. Siguiendo esta línea, en franco contraste con la reunión de presidentes progresistas, es de esperar que el 16 de abril, en la víspera de la Cumbre de las Américas pergeñada por Washington, acudan a Caracas todos los miembros de Unasur –y muy especialmente Argentina y Brasil– para acordar un plan que suene con voz única y estridente, frente al programa de recomposición imperialista que Obama llevará a la bella isla caribeña.
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