En un reciente artículo publicado en The Guardian , el economista norteamericano Mark Weisbrot argumenta que las preocupaciones expresadas por muchos economistas acerca de la situación de la economía venezolana no tienen fundamento. Weisbrot asegura que dicha economía no se dirige al colapso, y atribuye el argumento al deseo de quienes odian al país, en alianza con la oposición política .
Fui Ministro de Planificación y Jefe del Gabinete Económico en el gobierno del Presidente Chávez entre los años 2002 y 2003. Soy un profundo creyente en los ideales de la Revolución Bolivariana para crear una sociedad justa e igualitaria en Venezuela, y en el compromiso de Hugo Chávez para convertir estos ideales en realidad.
Hugo Chávez hizo muchas cosas bien. Pero también cometió errores. Uno de ellos fue aceptar el consejo de quienes le dijeron que podía prescindir de preocuparse del tema de la sostenibilidad macroeconómica. En particular, desde el año 2004, el gobierno constantemente puso en práctica políticas macroeconómicas inconsistentes, incurriendo en abultados déficits fiscales y manteniendo un tipo de cambio sobrevaluado. Los acusados incrementos en los precios petroleros permitieron mantener esas inconsistencias bajo la alfombra, pero la situación alcanzó un límite en 2012, año en que se llegó a un enorme déficit fiscal que fue financiado principalmente mediante la creación de dinero, precisamente en momentos en que los ingresos petroleros alcanzaban picos históricos (El déficit fue tan grande que el gobierno dejó de publicar las cifras correspondientes. Los estimados privados colocan la cifra en un 15% del PIB, 70% del cual fue financiado con impresión de billetes por parte del banco central).
A pesar de esto, el Señor Weisbrot dice que no debemos preocuparnos. A pesar de todos los alertas conocidos de insostenibilidad macroeconómica, él dice que Venezuela no se dirige a un colapso.
Paradójicamente dice, adicionalmente, que “estos problemas pueden ser resueltos rápidamente con cambios de política económica”. Pero, precisamente, con esto reconoce que el gobierno no está haciendo lo que debería. Y evade la pregunta obligada de qué pasaría si el gobierno continua sin hacer básicamente nada.
El argumento del Señor Weisbrot es muy extraño. Es como si alguien dijera que no deberíamos preocuparnos por el calentamiento global, porque los líderes mundiales tienen las herramientas para frenar ese fenómeno pernicioso mediante la adopción de estándares globales de límites de emisión de gases perjudiciales a la atmósfera. Pero mientras se argumenta de esa manera, se ignora el hecho de que en la práctica los líderes mundiales no están siquiera insinuando que están considerando, mucho menos asumiendo, los compromisos necesarios para adoptar ese tipo de acciones.
En medio de su argumentación, el Señor Weisbrot también enarbola una extraña teoría acerca de las causas de la inflación. Dice, por ejemplo, que la escasez de dólares es la que está explicando la inflación. Pero por supuesto, sabemos que lo que es relevante no es la oferta absoluta de dólares, sino su oferta en relación a la de bolívares. Y también sabemos que no podemos siquiera empezar a entender el fenómeno inflacionario sin tener en cuenta la rápida tasa de creación de dinero, con una expansión de la base monetaria de 62% en los últimos doce meses. Este desequilibrio monetario, en el contexto de un tipo de cambio controlado y fijo, es lo que está en la base de la rápida pérdida del valor interno y externo de nuestra moneda.
Pero lo mejor es que el gobierno venezolano no siga el consejo del señor Weisbrot. Porque este consiste en quemar reservas internacionales para defender el valor del bolívar. De hecho, argumenta que Venezuela tiene suficientes reservas “para hacer lo que le venga en gana”, incluyendo la reducción de la escasez alimentaria y la baja en la cotización del dólar en el mercado negro. Pero tanto la teoría, como la experiencia macroeconómica nos enseñan que esta no es una buena política para responder a la sobrevaluación de una moneda. De hecho, así es como se producen muchas crisis de balanza de pagos: mediante la acción de gobiernos quemando reservas para proteger una moneda sobrevaluada, creando al mismo tiempo ganancias enormes para los especuladores cambiarios. Es verdad que algunas veces es difícil determinar si un tipo de cambio está desequilibrado. Sin embargo, si hay un lugar en el mundo donde no hay absolutamente ninguna duda de que la moneda está sobrevaluada es en Venezuela, país que se ha convertido en el hogar de la hamburguesa de Big Mac con un precio de 20 dólares.
Así, el Señor Weisbrot tomaría como referencia un tipo de cambio tremendamente sobrevaluado, vendería las reservas de oro del banco central (las joyas de la corona), y continuaría drenando las reservas internacionales, en vez de hacer lo obvio, que es ajustar el tipo de cambio para corregir el desequilibrio en un contexto de política fiscal adecuado. Esa es una receta para el desastre, y aspiramos sinceramente que el gobierno venezolano no le esté haciendo caso.
La verdad es que Venezuela está en capacidad, ciertamente, de tomar acciones para hacer frente a sus problemas económicos. Hemos elaborado unas recomendaciones en ese sentido en Qué Hacer, un documento que contiene las prescripciones claves de política económica que creemos que deben ser seguidas por el Presidente Nicolás Maduro. Ellas incluyen una reforma fiscal (en Venezuela, el ingreso fiscal no petrolero es solo del 14% del PIB!), un fuerte compromiso para detener la monetización del déficit, la consolidación de las reservas internacionales, y la corrección del desequilibrio del tipo de cambio a través de un sistema de flotación con bandas. Estos son cambios posibles de política económica, que pueden ponerse en práctica sin generar conmoción política, siempre y cuando formen parte de un marco creíble a largo plazo para restaurar la sostenibilidad macroeconómica y crear condiciones que apoyen el desarrollo económico a largo plazo. Los programas sociales de la Revolución Bolivariana, que son ahora justamente reconocidos por muchas organizaciones internacionales como ejemplos de la política social que debe acometerse, no tienen porqué sufrir en ese ajuste. Por el contrario, se pueden fortalecer también mediante medidas como la descentralización del gasto a través de las comunas, en el contexto de la promoción de la democracia participativa, con el fin de aumentar la eficiencia fiscal.
Estamos hablando aquí de una revisión importante de la política económica, y no un conjunto de paños calientes. Un nuevo programa económico es imprescindible, porque Venezuela está en estos momentos transitando una ruta sumamente peligrosa que, de continuar, podría conducir a la hiperinflación. El hecho de que las autoridades podrían hacer algo para evitarlo, si dejaran de esconder la cabeza bajo la arena, será de muy poco consuelo para los venezolanos, quienes, a diferencia del Señor Weisbrot, tendrán que correr con las consecuencias.
El gobierno recientemente trató de abordar estas distorsiones mediante la imposición de control generalizado de precios, y un programa para aumentar sustancialmente las importaciones por parte del gobierno para remediar la escasez. Estas medidas le permitieron al gobierno obtener un notable éxito táctico en las elecciones del 8 de Diciembre, permitiendo al Presidente Maduro recuperarse de la baja en popularidad que sufrió a lo largo del año debido a los problemas de alta inflación y de desabastecimiento de alimentos. En el mejor de los casos, estas medias son de corte temporal, enmarcadas en un clima de serios y crecientes desequilibrios económicos. A menos que las causas fundamentales de los problemas sean apropiadamente encaradas, estaríamos al borde de un desastre económico y social, y a las puertas de la derrota estratégica de la Revolución Bolivariana.
El Presidente Hugo Chávez fue una gran inspiración para las millones de personas de Venezuela y el mundo que creen que la justicia social debería estar en el corazón del contrato social de una sociedad. Él fue capaz de liderizar a los venezolanos para re-escribir ese contrato social con el fin de asegurar que todos los venezolanos, y no solo una pequeña élite, se beneficiara de la riqueza petrolera del país. La mejor manera de preservar su legado no es ignorando los problemas macroeconómicos del país, sino remediándolos. Hacer esto requiere reconocer los errores cometidos, y hacer acopio del apoyo de todos los venezolanos.
Rebelion.
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