La crisis del sector financiero no solo ha dejado a España abocada a un rescate; también ha minado la credibilidad de los partidos mayoritarios. A ojos de buena parte de la ciudadanía, la gestión del caso Bankia ha socavado definitivamente el prestigio de PP y PSOE, dado que ni el Gobierno ni el principal partido de oposición (erosionado por la guerra interna a cuenta de la comisión de investigación a Bankia) han presentado una respuesta nítida que disipe los temores en pleno acoso a la solvencia de España. La crisis de la banca, por tanto, amenaza con modificar el actual mapa político al empujar al electorado hacia formaciones minoritarias. Los comicios del 20-N rompieron la tendencia al bipartidismo. La cuestión ahora es si dicho auge de los partidos minoritarios puede dejar un Parlamento mucho más atomizado, una suerte de cámara a la griega.
Los barómetros del Centro de Investigaciones Sociológicas más recientes reflejan la crisis de credibilidad de PP y PSOE. En el último, correspondiente al mes de abril (antes de la recapitalización del grupo Bankia), un 48,3% de los entrevistados calificó la gestión del Ejecutivo de Mariano Rajoy de “mala” o “muy mala”. La labor de oposición del PSOE salió incluso peor parada: un 52,4% consideró que es “mala” o “muy mala”. Es la misma percepción que infunden los líderes de las grandes formaciones: el presidente inspira “poca o ninguna confianza” al 71,6% de los españoles, un porcentaje que alcanza el 78,8% en el caso de Alfredo Pérez Rubalcaba. Con semejante escenario, varios politólogos consultados por El Confidencial prevén que los partidos pequeños ganen terreno en las próximas citas electorales.
“Es muy posible que se produzca un auge de los minoritarios. Estamos en una época propensa a cambios, una época de mayor volatilidad en el electorado por las dificultades de los partidos mayoritarios para gestionar la crisis y el anclaje que les caracteriza -esto es, el hecho de basarse en conceptos muy rígidos, como ‘izquierda’ y ‘derecha’, en la mera competencia como adversarios o en un sistema electoral que protege enormemente a las grandes siglas y dificulta el surgimiento de nuevos partidos-. Al menos desde el punto de vista del electorado, es posible que haya una polarización. Los grandes partidos se equivocan al pretender demostrar que controlan la situación cuando, en estos momentos, ciertos intereses más fuertes pueden marcar el rumbo de forma decisiva. Sin embargo, los partidos tampoco son los únicos responsables de la situación que atravesamos. Forma parte del imaginario colectivo el que la política pueda con todo. No es así”, explica a El Confidencial Francesc Pallarès, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Pompeu Fabra.
Este ascenso de las formaciones residuales dependerá, no obstante, de la evolución de la crisis, subraya Pallarés, quien cree que los grandes partidos mantendrán sus posiciones si la situación económica mejora paulatinamente. Los analistas descartan, sin embargo, la posibilidad de que en España se reproduzca la experiencia de las pasadas elecciones griegas, en las que grupos radicales como neonazis (Amanecer Dorado) y extrema izquierda (Coalición de la Izquierda Radical) obtuvieron una relevante representación parlamentaria.
“Es indiscutible que existen factores de riesgo para la radicalización de posturas pero el panorama político español es bastante estable y, pese a la que está cayendo, el suelo electoral de los mayoritarios también. A ello habría que añadir el propio sistema electoral. Estos factores complican bastante dicha atomización, tendría que haber un cambio muy brusco en tendencia electoral. Se puede dar un auge de los minoritarios a nivel local, pero es muy difícil que partidos nuevos lleguen a tener representación parlamentaria. Es cierto que está disminuyendo la credibilidad de los partidos, pero ello podría afectar a la participación. Si analizamos las tendencias electorales, IU y UPyD sí han registrado una subida de votos en las últimas citas con las urnas. Son las formaciones menos contaminadas (por la situación actual). También podrían verse beneficiados los partidos nacionalistas: se produce inevitablemente una degradación de la marca España, y eso, a los partidos nacionalistas, les viene bien”, señala Carlos Barreda, profesor de Comunicación Política en la Universidad de Navarra.
El fin del bipartidismo
Si la última legislatura de Rodríguez Zapatero marcó un hito para el bipartidismo (los partidos minoritarios sólo obtuvieron 27 escaños en un Congreso con 10 formaciones políticas), los comicios del 20-N pasaron a la historia electoral por romper la tendencia a la concentración de voto en los dos grandes partidos, acentuada desde 1989. La generales dibujaron un Congreso con hasta 13 formaciones. “Es el parlamento más polarizado de los últimos tiempos. La atomización es un fenómeno generalizado en Europa y se está dando, sobre todo, en países donde la crisis golpea de forma más dura. En España hay una pérdida de valoración de los partidos políticos bastante pronunciada, especialmente de los mayoritarios. En las generales, el PP retuvo a su electorado pero no generó ilusión ni más adeptos. Y hay dos fenómenos preocupantes: en primer lugar, dicha atomización y, en segundo, el populismo, como consecuencia del anterior. El caso griego es un claro ejemplo”, explica Guillermo Foucé, doctor en Psicología Social y profesor de la Universidad Carlos III.
Si algo frena el auge de los partidos minoritarios y el surgimiento de nuevos partidos eso es, según todos los expertos consultados, el sistema electoral, que beneficia a las dos fuerzas más votadas en cada circunscripción. “Es la defensa del sistema contra los outsiders”, dice José Luis Sanchís Armelles, consultor político y profesor de la Fundación Ortega y Gasset. “Hay una tendencia secular hacia una pérdida de importancia de los partidos. Los electores cada vez están más segmentados y diferenciados. En los últimos 15 años, en Europa y América Latina, los partidos están perdiendo toda credibilidad, es una tendencia en la que se podría incluir a los indignados. El auge de los partidos xenófobos en Europa como muestra de rechazo a las formaciones tradicionales es otro ejemplo. Esto hace que los electores abandonen a los partidos para tomar posiciones más individualizadas o variables como el voto en contra. Si no fuera por el sistema electoral, aquellas formaciones que van al mensaje individualizado tendrían más peso. Lógicamente, un partido que quiere el 40% de los votos utiliza ideas vacías, tipo 'Habrá que hacer lo que tengamos que hacer'".
Fuente: elConfidencial.com
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