Qué pasa en Siria, y sobre todo, qué pasará en los próximos días, son preocupaciones de gran parte de la comunidad internacional.
Los debates recientes en el Consejo de Seguridad de la ONU fueron un avance, mostraron posiciones. Estados Unidos, la Unión Europea y la Liga Árabe piden un cambio de régimen (palabra mágica solo utilizada, curiosamente, para referirse a los países que no se someten al designio imperial).
El plan es el siguiente: establecer apresuradamente un consejo de transición como único representante del pueblo sirio, sin considerar si tiene verdadero apoyo dentro de ese país; introducir insurgentes armados desde Estados vecinos; imponer sanciones; montar una campaña mediática para denigrar cualquier esfuerzo sirio de reforma; tratar de instigar divisiones dentro del ejército y de la elite; y el presidente Bashar al Assad terminará por caer.
Quieren repetir el guion libio, pero el escenario es otro. Esta vez, con una posición más firme, Rusia y China sí vetaron la resolución contra Damasco. Además, en Siria hay un ejército muy fuerte y una población con un sentimiento nacional muy arraigado.
Las manifestaciones populares que se iniciaron en ese país se produjeron por problemas internos. Las estructuras de seguridad cometieron excesos. El propio Gobierno lo ha reconocido y está tratando de enmendar sus errores. Un ejemplo de esto es la amnistía para los presos. Pero lamentablemente, como explica el investigador cubano Ernesto Gómez Abascal, parte de la justa oposición fue secuestrada por intereses extranjeros.
¿Por qué Siria? Las guerras en Oriente Medio han perseguido fines económicos, pero esta explicación por sí sola sería demasiado simplista.
Para los analistas está claro que la imposición en Siria de un poder servil a las potencias occidentales significaría una puñalada por la espalda contra el movimiento popular de Líbano y contra la resistencia palestina. Hasan Nasrallah, líder de Hezbollah (principal fuerza militar libanesa que luchó contra la invasión de Israel en el 2006) lo denunció a comienzos de diciembre: "Lo que quieren no son reformas políticas ni la lucha contra la corrupción, sino un régimen de traición árabe que se entregue a Estados Unidos e Israel".
Abascal coincide con esta opinión: "La guerra contra Siria persigue claros objetivos políticos y geoestratégicos, pues este país, desde hace tiempo, forma parte del eje antimperialista compuesto por Irán; el poder de Hezbollah y las fuerzas patrióticas en Líbano".
"Quieren imponer en Damasco un gobierno títere para después acometerla contra Líbano y finalmente, en condiciones de mayor aislamiento regional, lanzarse contra Irán".
Un gobierno prooccidental en Siria debilitaría también la influencia de Rusia, "que no podría continuar disponiendo de las facilidades que ahora tiene su flota de guerra en el Puerto de Tartús, única base de atraque y abastecimiento de sus barcos en el Mediterráneo", explica Abascal.
Ya es costumbre la injerencia de Estados Unidos y el respaldo de la Alianza Atlántica, pero ¿y la Liga Árabe?
Primero es necesario personalizar. Esta organización está en las manos de las seis monarquías del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG), especialmente Arabia Saudita y Catar.
Ya la primera dijo que reconocería al autoproclamado Consejo Nacional Sirio (CNS) como "representante oficial" del pueblo sirio, según declaraciones del ministro de Exteriores saudí, príncipe Saud al-Faisal. Y el rey Abdullah ha dejado muy claras sus intenciones: "Nada debilitaría más a Irán que la pérdida de Siria".
Asimismo, en el periódico The Times del Reino Unido han aparecido informaciones de que Arabia Saudita y Catar empezarán a financiar al CNS, organización que, por cierto, nació en Turquía, único miembro islámico de la OTAN. Desde las fronteras turcas, además, se han infiltrado grupos armados de lo que califican como "Ejército Libre de Siria".
No nos engañemos, el eje OTAN/CCG + Israel no trata de ayudar, pues la solución nunca puede ser una intervención extranjera; ni una agresión armada, ni la aplicación de sanciones que en definitiva afectan al pueblo sirio.
Los problemas de ese país los debe resolver su propio pueblo. Incluso los opositores legítimos al Gobierno así lo reconocen. Kadri Jamil, presidente del Partido de la Voluntad Popular, plantea que "la solución es la formación de un Gobierno de unidad nacional, sin injerencias, con la implicación de los partidos políticos existentes y los próximos a crearse. Pero la participación del Consejo Nacional Sirio es imposible. Ellos no tienen ninguna representación en el país. Está compuesto por extranjeros que nada tienen que ver con nosotros".
"La oposición que está operando desde fuera no es nacionalista. Responde a intereses occidentales que quieren influir en el país. Las interferencias extranjeras no solucionarán los problemas internos".
FUENTE: TerceraInformacion
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