Un fantasma recorre Europa, y no es precisamente el fantasma del comunismo. Una ola cruza el continente, saltando de un país a otro, y no es precisamente una ola de revueltas populares como la de los países árabes. Cayó Grecia, sometida a un ataque despiadado contra su deuda soberana hasta obligarla a aceptar ser intervenida económicamente y aplicar un plan de ajuste brutal. Desde allí saltó a Irlanda, país que creía estar a salvo tras rescatar con dinero público la banca, y que finalmente se hundió atada al cuello de esa misma banca, y como Grecia fue intervenida y sometida a reformas y ajustes.
La siguiente de la lista, siguiendo una secuencia de thriller , debería ser Portugal, que todavía no se ha salvado pese a reorientar su política económica según las indicaciones de Alemania, a las presiones en la Cumbre Europea del 25 de marzo y a la dimisión de su primer ministro, José Sócrates. Y luego estamos nosotros, que respiramos tranquilos pese a haber reformado el mercado de trabajo, las pensiones y las cajas de ahorro para “tranquilizar” y “dar confi anza” a los mercados.
Otros países, sin tantos problemas con sus emisiones de deuda, también han puesto en marcha políticas de recorte, ya sea Francia con la reforma de pensiones, o el Reino Unido con el revival thatcheriano de Cameron. En todos los casos, en toda Europa, el Estado de Bienestar, los derechos sociales, los servicios públicos, el Estado tal como lo conocíamos desde la II Guerra Mundial, están siendo sometidos al mayor ataque en décadas.
Nos indigna, sí; nos asusta, nos pone a la defensiva, incluso nos ha sacado a la calle varias veces, ha provocado huelgas y protestas en toda Europa. Sin embargo, parece que no somos conscientes de la dimensión de lo que está ocurriendo, y tal vez por eso nuestra respuesta no está a la altura, no es bastante contundente. Porque el problema no es la reforma laboral, ni el retraso en la edad de jubilación, ni la privatización de las cajas de ahorro, ni cuantos recortes vengan después; sino la tendencia de fondo, el programa global, cómo todas esas medidas forman parte de una transformación de mayor calado, histórica, tras la que nada será igual.
Tal vez dentro de unos años, cuando lo veamos con la perspectiva suficiente, estaremos en condiciones de entender lo que está pasando hoy. Cómo la crisis financiera se convirtió en crisis económica y social, y cómo este desplazamiento de lo financiero a lo social está sirviendo para demoler el Estado de Bienestar y llevarse por delante conquistas sociales de más de un siglo. Pero para entonces, cuando lo entendamos con perspectiva histórica, será demasiado tarde, irreversible.
Para apreciarlo, para entender lo que está pasando, sirven dos ejercicios de imaginación, uno retrospectivo y otro prospectivo, uno hacia atrás y otro hacia delante.
El primer salto en el tiempo consiste en situarnos hace un par de años, al comienzo de las turbulencias financieras, en plena debacle bancaria, cuando se decidía destinar billones de dinero público a salvar el sector financiero. Si entonces, en vez de prometernos la refundación del capitalismo y asegurarnos que la crisis no la pagaríamos nosotros, alguien nos hubiese dicho, a modo de vaticinio y con todas las letras: “Sabed que esta crisis la vais a pagar los trabajadores, con dinero público y con sacrificios, con duros ajustes y pérdida de derechos sociales; y además no reformaremos el sistema financiero, ni pediremos responsabilidades a los causantes de la crisis.” ¿Cómo habríamos reaccionado entonces? Y sin embargo, eso es justo lo que ha ocurrido, pero con la gradualidad y el miedo necesarios para que fuese admisible.
El otro ejercicio es un salto hacia el futuro: ya que los cambios históricos no se perciben en toda su magnitud en tiempo real, sino pasados unos años, imaginemos cómo se contará este período dentro de cuarenta años, en lo que podría ser una entrada de enciclopedia en el 2050: “Crisis y derribo del Estado de Bienestar en Europa: período de transformaciones iniciado en 2008 por el que, mediante la aplicación de la doctrina del shock a partir de una crisis financiera global, se produjo el mayor recorte de derechos sociales en décadas, hasta acabar con el Estado de Bienestar tal como se conocía en Europa.”
¿Somos capaces de hacer ambos ejercicios de imaginación? ¿Entendemos en toda su dimensión lo que está ocurriendo hoy? ¿Sabremos resistir para que las enciclopedias digan otra cosa dentro de medio siglo?
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