La huida de Zapatero

Rebelion.

Al fin, desveló el secreto tan celosamente guardado: el presidente del gobierno, José Luís Rodríguez Zapatero, no se presentará a las elecciones generales de 2012. No pretendo aquí analizar su segundo mandato, ni resumir su biografía política sino sólo trazar un breve apunte y sacar a la luz algunas perlas escondidas en la arena.

Ahora que dice que se irá, hay que preguntarse en primer lugar a qué profesión va a volver. En apariencia, a ninguna, pues sólo se ha dedicado desde joven a la política, a excepción de una breve etapa en la que fue contratado como profesor ayudante. Podría incorporarse, sin embargo, como asesor o consejero de ENDESA o Gas Natural, como ya han hecho Aznar y Gonzalez. Diputado desde 1986 hasta hoy, refleja un mal que aqueja a una buena parte de la élite política española, el carecer de profesión conocida. Quizá por ello tengan tanta vocación de servicio a la cosa pública.

Su modelo ha sido siempre Felipe González, al que según confesó en alguna ocasión imitaba hasta en sus gestos delante del espejo. Si tenemos en cuenta la pesada herencia que aquél dejó en su partido y en el país (apoyo decidido a la incorporación de España a la OTAN, abandono del marxismo, privatización de grandes empresas públicas, comienzo de la precarización laboral, GAL…), conviene valorar como se merece esta afinidad electiva.

Algunas de las leyes aprobadas en los últimos años han tenido un contenido progresista que no discutiré aunque ha sido mayor la repercusión mediática que su eficacia social. Otras son claramente reaccionarias, como las de ámbito laboral. Hay una especialmente relevante que se puso en marcha por iniciativa del propio Zapatero y de la que se siente especialmente orgulloso. Me refiero a la polémica Ley Orgánica de Partidos Políticos aprobada en junio de 2002 durante el gobierno de José María Aznar que acogió encantado su propuesta. Impropia de un Estado de derecho, lo que pretende es dejar fuera del juego político a una parte del electorado vasco, en concreto a los nacionalistas de izquierda, y al mismo tiempo barrer para casa haciendo posible que un partido minoritario como el Partido Socialista de Euskadi se haga con el gobierno del Pais Vasco. Se falsea así «legalmente» la voluntad popular.

En política internacional comenzó su primer mandato con la acertada decisión de retirar nuestras tropas de Iraq e impulsó más tarde la «Alianza de Civilizaciones» (hoy apenas un letrero pretencioso sin contenido real). Ahora estamos metidos en dos guerras, la de Afganistán y la más reciente de Libia, a las órdenes de la OTAN. España está de hoz y coz en el avispero del Mediterráneo como acompañante de lujo porque, además de algunos aviones y buques de guerra, ha puesto a disposición de la OTAN las bases de Rota y de Morón que Franco entregó a los Estados Unidos a cambio de un plato de lentejas.

Por otra parte, su gobierno fue el primero que reconoció el año 2006 la más que dudosa victoria de Felipe Calderón ante Andrés López Obrador, a pesar de que, como escribió James C. McKinley Jr. en The New York Times, “un gran parte del electorado [mexicano] cree que la elección fue fraudulenta”.

Capítulo aparte por su gravedad merece la alta estima de Zapatero hacia Álvaro Uribe, expresidente de Colombia estrechamente relacionado con el espionaje a la oposición, la represión del campesinado, los crímenes de los paramilitares y el narcotráfico. Recordemos unas declaraciones suyas al respecto: “Tengo que decir que con el presidente Uribe tengo muy buena relación desde antes de ser presidente de Gobierno. Siempre me ha parecido una persona entera, con un proyecto para hacer de Colombia un país serio, como se merece, con una voluntad titánica, valiente, y tiene todo el apoyo, lo ha tenido en este primer año de mi gobierno y lo va a seguir teniendo” (“España está al lado del gobierno de Uribe”, El Tiempo de Bogotá, 31 de marzo de 2005, cursiva mía).

Pero es en el terreno económico-social donde Zapatero ha logrado tocar techo. Ningún otro jefe de gobierno español ha llegado tan lejos en el ataque a los derechos sociales de los trabajadores y de las clases populares. Y ello en medio de una crisis que ha barrido la burbuja inmobiliaria que sostenía el tinglado, ha dejado al desnudo la falta de recursos de la banca y ha llevado al paro a más de 4 millones de personas. Cuando se atisbaba lo peor en la economía mundial, le faltó tiempo para acudir a la ONU y poner al sistema bancario español como paradigma internacional de solidez. Después, y durante largo tiempo, negó la crisis acusando de «antipatriotas» a los que así hablaban. Al final, se ha reconciliado con la realidad y ha mostrado la sustancia del famoso «talante» plegándose a los dictados de la oligarquía económica y destruyendo sin piedad los restos que quedaban de nuestro precario Estado de bienestar. Abaratamiento del despido, rebaja salarial a los funcionarios, reducción de la cobertura de paro, ataque al sistema de pensiones, privatización de rentables empresas públicas y un largo etcétera son el fruto de su repentina conversión al neoliberalismo. Y para que no faltara el señuelo demagógico que más parece un chiste que una propuesta formal, esta solemne declaración de intenciones: “La reforma laboral va a cambiar el modelo productivo español”. Como respuesta a tal palabrería, la última estadística conocida, que corresponde al mes de marzo de 2011, confirma lo peor. Sube el paro hasta superar los 4.333.000 desempleados, el registro histórico más alto, lo que representa el 20,5% de la población activa ocupando así el vergonzoso primer puesto en Europa y superando en más del doble la tasa europea de paro que es del 9,5%. Añadamos otros dos datos terribles que muestran a las claras la realidad del paraíso «socialista» en el Reino borbónico de España: tasa de paro juvenil, 43,5%; el 63% de los trabajadores gana menos de mil cien euros brutos al mes.

Aplaudido por Emilio Botín (Banco Santander), César Alierta (Telefónica), «el ser superior» (Florentino Perez de ACS) y otros grandes empresarios y banqueros, peor valorado por la opinión pública que el peor González (escándalo del GAL) y el peor Aznar (guerra de Iraq), hundido él y su partido en todas las encuestas de intención de voto, José Luis Rodríguez Zapatero se había convertido en un apestado. Ni siquiera los barones de su partido ocultaban su disgusto por tener que acompañarle en los mítines de campaña. Hablaba de «brotes verdes» pero lo que estaban verdes para él eran las uvas, como en la fábula.

Al huir, Zapatero se ha atrevido a retar al PP “a ponerse a trabajar”, aunque el que tiene que trabajar duro en el poco tiempo que le queda en el cargo para acabar la faena que comenzó, es él. Obediente al consejo de sus nuevos y poderosos amigos, tiene todavía 22 reformas pendientes según anunció ante el Congreso de Diputados, entre las que figuran la liquidación de las Cajas de Ahorros, la venta de AENA al capital privado, el recorte de la negociación colectiva y la flexibilización de horarios comerciales. Al PP sólo le queda esperar que lleguen las elecciones. El PSOE le ha quitado su programa y apenas puede disimular su contento: no puede censurar a fondo sus leyes, ni tampoco proponer una alternativa más neoliberal que la ya aplicada por Zapatero.

El coro de ministros y diputados del PSOE que nunca han criticado la política antisocial de Zapatero, entona ahora, unánime, una letanía cansina en honor del líder que se va. Sólo he escuchado una piedra en la charca, una voz estridente que rompe la armonía de la despedida. El sindicalista Manuel Fernández Lito ha osado ir contra corriente y decir lo que piensa: “Zapatero no se atreve a presentarse porque deja el país como un erial”.

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