Pasada la resaca de los buenos deseos para el año nuevo conviene regresar a la cruda realidad: el 2011 viene jodido. Un año es una medida temporal que nos recuerda que somos un poco más viejos, y no necesariamente más sabios; una frontera que separa lo caduco de lo nuevo, lo que pasó de lo que está por venir.
Vivimos el tránsito de un año a otro como si inauguráramos una nueva etapa y nos enfrentáramos a un papel en blanco en el que todo está por escribir. No recuerdo si en otras ocasiones ha sido igual, pero tengo la impresión de que este 2011 nos lo han escrito de antemano.
La crisis económica se ha instalado entre nosotros y no tiene intención de dejarnos. El paro seguirá estancado en torno al 20 por ciento, el doble de la Unión Europea, y para echar una mano el Gobierno ha decidido que los parados que han agotado su prestación no reciban a partir de febrero la ayuda de 426 euros acordada el año pasado para aliviar los dramas personales que hay tras la escalofriante cifra de cuatro millones de desempleados. Y desaparece el cheque bebé, y la desgravación por la compra de una vivienda, y el Salario Mínimo Interprofesional (SIM) se quedará muy lejos de los 800 euros prometidos por el Gobierno en campaña electoral, ese tiempo en el que todo esposible.
En su apuesta por el estado del bienestar, que se escribe ya con miníscula de tanto como ha menguado, el Ejecutivo continuará el recortede derechos laborales iniciado en 2010 (rebaja del 5% en el salario de los funcionarios, despidos más fáciles y baratos…) con una reforma de la negociación colectiva para eliminar de los convenios los derechos adquiridos. También ampliará la edad de jubilación hasta los 67 años en lugar de facilitar el acceso al mercado de trabajo de la generación de jóvenes mejor preparada de nuestra historia, que sufre un paro del 40% y malvive con contratos temporales y salarios de miseria.
Para financiar tanta medida social, a la subida de impuestos que hemos sufrido en 2010 (IVA, retenciones) hay que añadir el incremento del precio de los servicios básicos a que nos tienen acostumbrados cada primero de año. La luz sube un 9,8% pese a los beneficios multimillonarios de las eléctricas. “Poco más de un café”, dice el ministro de Industria, Miguel Sebastián, sin que se le caiga la cara de vergüenza. Sube también el gas natural, un 3,93%, y la botella de butano, un 3,13%, y suben los billetes de tren, y los de cercanías, y el peaje de las autopistas y la inflación.
Los bancos, principales causantes de la crisis, siguen repartiendo dividendos entre sus accionistas con el dinero que les prestamos para rescatarlos; patrocinan torneos y escuderías, y reparten bonus entre sus ejecutivos. Viven de nuestros ahorros pero nos suben la “comisión de mantenimiento”, y nos cobran por enviarnos una carta a casa, y la cuota por la tarjeta de crédito que utilizamos para comprar y por la que ellos reciben una comisión sobre lo que hemos gastado. Si pides un crédito te miran de reojo, y si vas a sacar el dinero del mes el cajero te desafía con la mirada.
A los bancos tendríamos que recordarles que si nos llevamos nuestros depósitos (la suma de calderillas es una cantidad considerable) no son nada, y al Gobierno que no estamos dispuestos a aceptar sin más lo que decida el nuevo poder mundial, eso tan etéreo que llaman mercados y que ha sustituido a la política.
Como dice la canción, la vida sigue igual… y si queremos cambiarla vamos a tener que remangarnos.
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