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Ganan más que nosotros, viven mejor que nosotros, cuentan con un Estado de bienestar mucho más extenso y los recortes que Sarkozy propone son mucho más limitados que los previstos por Zapatero. Sin embargo, en Francia las calles arden con sucesivas huelgas generales, mientras que en España la jornada de paro general fue infinitamente más que tranquila. Una paradoja que los expertos explican por razones de diversas clases.
Económicas
Para Andrew Richards, profesor de Ciencia Política en el Centro de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales de la Fundación Juan March, la razón para que haya existido una mayor movilización en el país vecino es precisamente que el Estado de bienestar francés es mucho más amplio que el español. “En el contexto galo, los recortes propuestos por el Gobierno de Sarkozy son bastante radicales. Por ejemplo, el Ejecutivo quiere aumentar la edad mínima de jubilación desde 60 años hasta 62 años, y la edad para recibir la pensión estatal completa desde 65 años hasta 67 años. Pero en Francia no hay ninguna tradición de pensiones privadas; la gente (y no solamente los más pobres) siempre depende del estado para su jubilación, lo que explicaría por qué, según las encuestas, más del 70% de la población está a favor de las huelgas”. A este motivo se le suma, asegura Justo Corti, profesor del Instituto de Estudios Europeos de la Universidad CEU-San Pablo, que Francia ha soportado la crisis mejor que muchos otros países, por lo que la opinión pública no es nada favorable a los recortes. “Las empresas francesas han tenido muchas ganancias en estos últimos años, gracias, en algunos casos, a las deslocalizaciones, por lo que la población entiende que se han de buscar mecanismos para financiar las pensiones que no sean a través de las cotizaciones de los trabajadores”.
Políticas
Para José María Lasalle, diputado del PP, la principal diferencia entre la situación francesa y la española es obvia: “Si aquí estuviera en el poder un partido de centro derecha, la movilización hubiera sido masiva desde el primer momento. Si en el año 2002 nos montaron la que nos montaron con el decretazo, cuando tomamos medidas mucho más suaves, no quiero imaginarme lo que hubiera pasado hoy, con un nivel de presión mucho mayor”. Según Richards, es cierto que en España “hay más lealtad por parte de los sindicatos hacía el Gobierno de Zapatero o, como mínimo, menos deseo de causarlo un daño grave”. Sin embargo, ello no supone que esa relación amistosa no pueda tensarse: “La historia contemporánea demuestra que los sindicatos son capaces de movilizarse contra los gobiernos izquierdistas, como ocurrió con las huelgas generales convocadas durante los años de Felipe González, o con el llamado invierno del descontento en Gran Bretaña en 1978-79. Al final, los sindicatos siempre van a defender -o intentar defender- sus intereses a pesar del perfil político del gobierno en el poder”.
Culturales
La tradición social francesa, afirma Víctor Sampedro, catedrático de Comunicación Política de la Universidad Rey Juan Carlos, “entiende la movilización y las protestas como parte integral del proceso democrático, como un sistema normal y legítimo de expresión ciudadana y de presión política”. Para Corti, sin embargo, hay un elemento añadido a través del cual podría entenderse mejor la cultura de la contestación francesa, como es “la utilización habitual de las manifestaciones por parte de los sindicatos para conseguir sus objetivos. Incluso cuando se están negociando cuestiones puramente sectoriales, ningún sindicato tiene reparo en tomar la calle: si el sector agrícola tiene problemas, ponen los tractores en mitad de los Campos Elíseos y cortan totalmente el tráfico”. Según Corti, este tipo de actuaciones está plenamente aceptado por los franceses, quienes “aceptan la paralización del país como medida legítima de protesta. Y eso hace que las movilizaciones vayan cada vez a más”.
Sin embargo, Richards no cree que las cuestiones culturales puedan dar cuenta de las diferencias entre Francia y España, porque “si bien es verdad que las barricadas de los trabajadores representan en muchas ocasiones una realidad de la cultura política francesa y que los sindicatos franceses siguen muy fuertes en varios sectores estratégicos de la economía, no lo es que en España la gente esté menos dispuesta a participar en las movilizaciones masivas. De hecho, durante muchos años, la tasa de movilización sindical (el número de trabajadores implicados en huelgas y cierres patronales como porcentaje del empleo civil total) ha sido mucho más alta en España que en Francia”. Además, subraya Richards, en España se han vivido movilizaciones masivas en los últimos años en contra del terrorismo, a favor o en contra de ciertos derechos sociales, etc., de modo que “la idea de la supuesta pasividad de los españoles es algo dudosa”.
Ideológicas
Para Lasalle, la agitación en las calles francesas forma parte de una “necesidad imperiosa de la izquierda para no desaparecer. Llevan mucho tiempo sin una buena noticia electoral (salvo las elecciones regionales, que no son un dato a tener en cuenta) y viven en permanente ambiente de crisis, con los comunistas enfrentados con los troskistas, con los socialistas sin un liderazgo claro y con movimientos a la izquierda del PCF”. De modo que las reformas de Sarkozy, afirma Lasalle, les han venido estupendamente para poder agitar a sus bases. “Como Francia tendrá que afrontar reformas estructurales importantes, la izquierda va a plantear en ese terreno una batalla simplemente para poder salvarse. Está huyendo hacia delante”.
Según Richards, aunque cuando la capacidad de la izquierda para atraer a sus filas a las clases que le eran propias es mucho menor que antes, queda por ver “si la crisis económica actual representa la muerte, a largo plazo, de las prioridades económicas y sociales de la izquierda o, alternativamente se convierte en una oportunidad para plantear de nuevo la importancia de la justicia social, la igualdad, el Estado de bienestar, etc., en un contexto económico cada vez más globalizado, competitivo y duro”.
De legitimidad
La mayor diferencia entre Francia y España, señala Sampedro, es la enorme decepción que viven los ciudadanos españoles respecto de sus mecanismos de representación, “como prueba que en los barómetros del CIS aparezcan sistemáticamente como uno de los problemas más importantes los políticos y los periodistas”. Por tanto, al no identificarse los ciudadanos con sus representantes y al desconfiar de sus instituciones, sindicatos incluidos, la participación en las movilizaciones ha de descender obligadamente. Según Sampedro, esta desactivación social, fruto de un descontento masivo, beneficia electoralmente al PP. “La descreencia hace que todas las opciones políticas aparezcan como idénticas en su impermeabilidad, ineficacia y desatención a las demandas y a las realidades sociales de la gente. En este contexto, quien más vitupere a los políticos, y quien más deslegitime la actividad política en sí, lleva las de ganar, ya que atraerá más simpatías electorales”.
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