G-20: como siempre, la reunión mucho más aburrida que la calle

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Las 20 economías que más lo petan del mundo (id est, las 7 u 8 que realmente lo petan, más las que apuntan maneras, más unas cuantas invitadas por cortesía, más la mesa de los niños) terminan la cumbre de Toronto con pocas conclusiones altisonantes. Su diagnóstico de la crisis: esta recuperación es muy tímida, vigilemos el endeudamiento, no demos recetas comunes, sálvese quien pueda. Contribución de Zapatero, la de siempre: «Mira, mamá, estoy en el G-20.»

Igual de previsible, pero menos aburrida vista de cerca, ha sido la reacción de Toronto a la visita de los cortabacalaos. O, en honor a la verdad, los antiglobalización, antisistema y antisombreros de copa en general llegados a Toronto de todas partes, siempre a la zaga del G-n de turno. Parece que viajen en el mismo avión. Como los ultras del fútbol, que cuando escarbas, resulta que el equipo les paga el autocar.

Francamente, empezamos a encontrar tan cansinos a los mandamases que rigen el destino de la galaxia como a los que se quedan en la puerta exigiendo justicia con los pobres y siendo detenidos en masa. (En el G-20 les habrían dicho, de ser sinceros: «Bastante mierda tenemos los ricos entre manos, gracias.»)

Se ve que las protestas se desmadraron el sábado, cuando en una manifestación pacífica aparecieron sin invitación (¿les suena esto, amigos?) unos cuantos encapuchados practicando el alunizaje con bate de béisbol. Pasa en todas las manis: alguien se pone una capucha y se ve capaz de hacer la revolución él solo. Enmascararse da poder. Como un nick en Internet: te lo pones, y bajo el anonimato te atreves a sacar al reaccionario hediondo que llevas dentro.

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