El día comienza temprano, muy temprano. A las siete de la mañana cuando la luz del sol empieza a colorear el frondoso verde de algunas zonas de Puerto Príncipe, miles de personas están ya en fila. La cara del periodista está incrustada en la espalda de una corpulenta mujer que pelea y reparte codazos sin piedad ni límite para mantener su privilegiada posición, a muchas horas de espera del camión de reparto.
La fila es tan compacta que no hay espacio para respirar y menos aún para que nadie intente colarse. Portando armas largas, los soldados brasileños se esfuerzan por hacer de la masa de gente algo parecido a una fila que va tomando forma entre agarrones y tirones. Ellos empujan y gritan en portugués mientras el megáfono insiste desde la tanqueta: "Amigo haitiano, por su seguridad y la de su familia haga fila sin empujarse ni crear disturbios para recoger la comida". Pero cualquier intento parece imposible.
A pesar de lo que parece después de casi tres semanas, éste es el primer reparto de comida relativamente organizado desde el terremoto. El Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas (PMA) decidió ayer distribuir de forma simultánea en 16 puntos de la ciudad alimentos entre las víctimas de un terremoto que hasta el momento ha dejado 170.000 muertos, sin contar los que fueron enterrados y quemados en los primeros días ni los que continúan aún sepultados bajo los escombros.
'El reparto está mal organizado no se debería dar comida a cada persona'
Un trabajo titánico con el que la ONU pretende dar de comer a dos millones de personas, después caóticos intentos que terminaron en disturbios.
Un par de jóvenes grita, gesticula y se abalanza para ganar posiciones, pero los soldados que están a pocos metros lo ven todo y tiran de ellos con contundencia hasta lanzarlos varios metros más lejos. Vuelven a gritarles pero acaban retrocediendo hasta donde empieza la cola. Un lugar a un kilómetro de allí que ya ni siquiera se ve a simple vista. En pocos minutos la cola da la vuelta al estadio de fútbol.
El césped artificial del estadio de Puerto Príncipe, donde se hace el reparto, es un gran campamento cubierto de plásticos donde la gente lleva 20 días viviendo. Pero ahora, además de las improvisadas viviendas, hay también varias colas de hambrientos haitianos incapaces de mantener el orden.
Aquí nadie se acuerda de que el atleta Sylvio Cator que da nombre al estadio fue el mejor deportista del país y el primer saltador de la historia en pasar de los ocho metros, sino de que éste fue el lugar donde que hace algunos años Ronaldo jugó un partido junto a otras estrellas a beneficio de los afectados por el enésimo desastre que asoló Haití.
¿Quién es el cabeza de familia?
La cola se mueve de forma compacta pero vuelve a romperse nuevamente. Los brasileños no pueden contener a la masa y obligan a ponernos juntos con un aparato que da pequeñas descargas eléctricas. Pero la fortaleza física es superior a la capacidad de los brasileños y uno de ellos terminan sacando un spray de gas lacrimógeno para disolvernos. Los ojos comienzan a llorar y la boca pica.
En la cola, el periodista suda y resiste entre Marlene, una chica joven que hasta ahora sólo ha recibido golpes en sus tres intentos por recibir algo de la ayuda que el planeta entero ha enviado a Haití y Guis Laine, una oronda mujer que empuja aún con más fuerza que el resto. Ella perdió su casa pero ninguno de sus nueve hijos por los que hoy se está partiendo la cara. "El reparto está mal organizado no se debería dar comida a cada persona si no distribuirlo entre cada cabeza de familia", explica. Sería hoy un milagro poder organizar y saber quién es el cabeza de familia en un país que se quedó sin Estado desde el 12 de enero.
Un militar descubre el color de piel del periodista, pero sobre todo que es hombre. Así que también es apartado de la cola. Tras los últimos fracasos, la ONU confió parte de su ayuda directamente a las mujeres en su afán de mejorar el reparto de alimentos.
A muchos metros de ahí, la gente sale del estadio con una enorme sonrisa, 12 litros de agua y dos bolsas de plástico que contienen zumo de naranja, dos latas de carne y varios puñados de frijoles y arroz. Mientras los cascos azules brasileños sudan la gota gorda, los marines estadounidenses armados hasta los dientes supervisan con indiferente distancia el trabajo de sus colegas. Están allí por si acaso.
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