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Una de las consecuencias de más largo alcance de la crisis económica en curso es la potenciación de las actividades mafiosas como modo principal de acumulación de capital y, por tanto, de la financiación de las enormes deudas de los estados. En rigor, no es novedad que los negocios sucios sean una de las principales fuentes de ganancias de las multinacionales y de los estados. Lo nuevo es que la crisis refuerza esa tendencia del capital desde que a comienzos de los 70 el sector financiero sustituyó a la producción como motor del sistema.
Por supuesto, esto no sucede sólo en momentos de crisis. Desde que el capital se volcó al robo, la especulación y el pillaje de la naturaleza, de los pueblos, de naciones enteras y de otros capitales, en lo que se ha dado en llamar “acumulación por desposesión”, la diferencia entre dineros legítimos o legales y los ilegítimos e ilegales se ha difuminado rápidamente. Los ejemplos abundan. El Grupo de Trabajo de Alta Mar (High Seas Task Force) denunció que en 2005 había 800 barcos pesqueros que realizan pesca irregular en aguas de Somalia, país que no puede controlar la depredación de sus costas. Los pesqueros españoles capturan 200 mil toneladas anuales de atún de modo ilegal en Somalia, aportando 40 por cientro del consumo doméstico.
Sin embargo, la Unión Europea regula cuidadosamente la pesca en “sus” aguas. Esta misma semana, luego de arduas negociaciones, se levantó la veda de cuatro años y medio para la pesca de la anchoa en el mar Cantábrico, admitiendo sólo la captura de 7 mil toneladas anuales, restringiendo severamente zonas de pesca con la amenaza de revisar los permisos. Toda Europa regula la pesca en sus aguas: la del bacalao estuvo prohibida durante 10 años en el Atlántico norte.
Cuando el tsunami de 2004, aparecieron en costas de Somalia contenedores de basura tóxica que habían sido arrojados en secreto al mar. “Europa, a través de la mafia italiana, se deshace de residuos tóxicos en aguas somalíes”, señala un informe de Ecologistas en Acción. En el viejo continente cada tonelada de residuos tóxicos que se procesa cuesta entre dos y tres mil euros, pero verterlos en Somalia vale apenas dos euros y medio.
Por no hablar de Barrick Gold, multinacional minera dedicada a la extracción de oro más grande del mundo. Sus negocios en Sudamérica ya representan 47 por ciento de sus reservas probadas y probables. Diversos estudios sostienen que Adnan Khashoggi fue fundador de Barrick Gold y quien realizó la inversión mayoritaria junto con amigos que “organizaban el trueque de armas y drogas entre Irán, Israel y Nicaragua, que condujo en 1986 al escándalo de Irán y los contras”. Khashoggi tiene estrechos vínculos con Peter Munk, presidente de Barrick, y éste con George H. W. Bush. Barrick, junto con otras multinacionales mineras, fue responsable de la guerra de Zaire en 1997 que se saldó con 3 millones de muertos para apoderarse de las mayores reservas mundiales de coltan, mineral clave en el mundo de la electrónica.
El Nobel Alternativo 2004, Raúl Monenegro, presidente de la Fundación para la Defensa del Ambiente, denunció las amenazas de muerte que reciben periodistas de la provincia de San Juan, Argentina, por decir la verdad sobre el impacto ambiental que provoca la minera canadiense Barrick Gold. Agregó que varios periodistas “sufren censura previa o son desplazados de sus programas por abordar pluralmente los daños ambientales que provoca la empresa minera”. La multinacional impidió también la presentación en Canadá de un libro que denuncia sus atrocidades en África.
Esta semana la prensa británica informó que el director de la Oficina contra las Drogas y el Delito de Naciones Unidas, Antonio María Costa, aseguró que el capital proveniente de la delincuencia organizada fue “la única inversión de capital líquido” en el segundo semestre de 2008, que estuvo a disposición de los bancos al borde del colapso. Se trata de 352 mil millones de dólares de las ganancias del negocio de las drogas que contribuyeron a salvar la situación en plena crisis de liquidez del sistema financiero. “El dinero de las drogas”, dijo Costa, “se convirtió en un factor importante” para muchos bancos, lo que permite pensar que el capital financiero es cada vez más capital mafioso.
El tema tiene dos derivaciones para quienes queremos cambiar el mundo. La primera es constatar que el robo y destrucción del medio ambiente y de los pueblos es hoy la principal forma de acumulación de capital. Esto quiere decir que el expolio se intensificará porque es el camino más rápido para salir de la crisis. Cuando Estados Unidos y sus aliados hablan de combatir narcotráfico y terrorismo debe entenderse que se proponen destruir otros capitales, mafiosos o no, como forma de seguir concentrando riqueza. Y poder. Pero esa misma actitud los convierte en mafias institucionales toda vez que recurren a los mismos métodos.
La segunda cuestión tiene que ver con el tipo de régimen político adecuado para proteger y estimular el pillaje. Se trata de regímenes electorales que permiten la rotación de los equipos dirigentes, pero bloquean cambios estructurales. Se trata de democracias tuteladas por el poder blando de los medios masivos de comunicación que condicionan la agenda política, y por el poder duro del imperio, el capital financiero y las multinacionales. El Estado ha sido modelado y desbordado por el capital mafioso; no podrá ser la palanca principal de los cambios necesarios.
Se avecinan tiempos difíciles. El capital mafioso, hegemónico hoy en una América Latina que no sale –no puede o no quiere– del modelo extractivista (minería y monocultivos), necesita estados a su imagen y semejanza, lo que explica las razones por las que algunos aparatos estatales naufragan en la impotencia. Una agudización de un problema histórico que merece debates que orienten la acción colectiva.
Fuente: La Jornada
Una de las consecuencias de más largo alcance de la crisis económica en curso es la potenciación de las actividades mafiosas como modo principal de acumulación de capital y, por tanto, de la financiación de las enormes deudas de los estados. En rigor, no es novedad que los negocios sucios sean una de las principales fuentes de ganancias de las multinacionales y de los estados. Lo nuevo es que la crisis refuerza esa tendencia del capital desde que a comienzos de los 70 el sector financiero sustituyó a la producción como motor del sistema.
Por supuesto, esto no sucede sólo en momentos de crisis. Desde que el capital se volcó al robo, la especulación y el pillaje de la naturaleza, de los pueblos, de naciones enteras y de otros capitales, en lo que se ha dado en llamar “acumulación por desposesión”, la diferencia entre dineros legítimos o legales y los ilegítimos e ilegales se ha difuminado rápidamente. Los ejemplos abundan. El Grupo de Trabajo de Alta Mar (High Seas Task Force) denunció que en 2005 había 800 barcos pesqueros que realizan pesca irregular en aguas de Somalia, país que no puede controlar la depredación de sus costas. Los pesqueros españoles capturan 200 mil toneladas anuales de atún de modo ilegal en Somalia, aportando 40 por cientro del consumo doméstico.
Sin embargo, la Unión Europea regula cuidadosamente la pesca en “sus” aguas. Esta misma semana, luego de arduas negociaciones, se levantó la veda de cuatro años y medio para la pesca de la anchoa en el mar Cantábrico, admitiendo sólo la captura de 7 mil toneladas anuales, restringiendo severamente zonas de pesca con la amenaza de revisar los permisos. Toda Europa regula la pesca en sus aguas: la del bacalao estuvo prohibida durante 10 años en el Atlántico norte.
Cuando el tsunami de 2004, aparecieron en costas de Somalia contenedores de basura tóxica que habían sido arrojados en secreto al mar. “Europa, a través de la mafia italiana, se deshace de residuos tóxicos en aguas somalíes”, señala un informe de Ecologistas en Acción. En el viejo continente cada tonelada de residuos tóxicos que se procesa cuesta entre dos y tres mil euros, pero verterlos en Somalia vale apenas dos euros y medio.
Por no hablar de Barrick Gold, multinacional minera dedicada a la extracción de oro más grande del mundo. Sus negocios en Sudamérica ya representan 47 por ciento de sus reservas probadas y probables. Diversos estudios sostienen que Adnan Khashoggi fue fundador de Barrick Gold y quien realizó la inversión mayoritaria junto con amigos que “organizaban el trueque de armas y drogas entre Irán, Israel y Nicaragua, que condujo en 1986 al escándalo de Irán y los contras”. Khashoggi tiene estrechos vínculos con Peter Munk, presidente de Barrick, y éste con George H. W. Bush. Barrick, junto con otras multinacionales mineras, fue responsable de la guerra de Zaire en 1997 que se saldó con 3 millones de muertos para apoderarse de las mayores reservas mundiales de coltan, mineral clave en el mundo de la electrónica.
El Nobel Alternativo 2004, Raúl Monenegro, presidente de la Fundación para la Defensa del Ambiente, denunció las amenazas de muerte que reciben periodistas de la provincia de San Juan, Argentina, por decir la verdad sobre el impacto ambiental que provoca la minera canadiense Barrick Gold. Agregó que varios periodistas “sufren censura previa o son desplazados de sus programas por abordar pluralmente los daños ambientales que provoca la empresa minera”. La multinacional impidió también la presentación en Canadá de un libro que denuncia sus atrocidades en África.
Esta semana la prensa británica informó que el director de la Oficina contra las Drogas y el Delito de Naciones Unidas, Antonio María Costa, aseguró que el capital proveniente de la delincuencia organizada fue “la única inversión de capital líquido” en el segundo semestre de 2008, que estuvo a disposición de los bancos al borde del colapso. Se trata de 352 mil millones de dólares de las ganancias del negocio de las drogas que contribuyeron a salvar la situación en plena crisis de liquidez del sistema financiero. “El dinero de las drogas”, dijo Costa, “se convirtió en un factor importante” para muchos bancos, lo que permite pensar que el capital financiero es cada vez más capital mafioso.
El tema tiene dos derivaciones para quienes queremos cambiar el mundo. La primera es constatar que el robo y destrucción del medio ambiente y de los pueblos es hoy la principal forma de acumulación de capital. Esto quiere decir que el expolio se intensificará porque es el camino más rápido para salir de la crisis. Cuando Estados Unidos y sus aliados hablan de combatir narcotráfico y terrorismo debe entenderse que se proponen destruir otros capitales, mafiosos o no, como forma de seguir concentrando riqueza. Y poder. Pero esa misma actitud los convierte en mafias institucionales toda vez que recurren a los mismos métodos.
La segunda cuestión tiene que ver con el tipo de régimen político adecuado para proteger y estimular el pillaje. Se trata de regímenes electorales que permiten la rotación de los equipos dirigentes, pero bloquean cambios estructurales. Se trata de democracias tuteladas por el poder blando de los medios masivos de comunicación que condicionan la agenda política, y por el poder duro del imperio, el capital financiero y las multinacionales. El Estado ha sido modelado y desbordado por el capital mafioso; no podrá ser la palanca principal de los cambios necesarios.
Se avecinan tiempos difíciles. El capital mafioso, hegemónico hoy en una América Latina que no sale –no puede o no quiere– del modelo extractivista (minería y monocultivos), necesita estados a su imagen y semejanza, lo que explica las razones por las que algunos aparatos estatales naufragan en la impotencia. Una agudización de un problema histórico que merece debates que orienten la acción colectiva.
Fuente: La Jornada
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