El Periódico de Catalunya
En su camino hacia el socialismo del siglo XXI, Hugo Chávez recientemente proclamaba tres propuestas, las duchas de menos de tres minutos, usar linternas por la noche y asearse usando un solo vaso de agua. Si no fuera tan dramática la situación de Venezuela, y tanto lo que está en juego en el Cono Sur, sería para reírse. Sin embargo, es para llorar.
Pero hay que ir más allá de lo anecdótico de estas medidas que, por cierto, él y su corte socialista no aplican en absoluto. Basta con ver cómo para el 2010 el presupuesto para presidencia de la República se ha incrementado un 63%, alcanzando los 1.545 millones de dólares, de los cuales el amado líder solo para su aseo personal destina casi 600.000 dólares.
Tras fracasar su golpe de Estado en 1992 y pasar solo dos años en la cárcel, Chávez consiguió llegar al poder por la vía de las elecciones en 1999. El presidente tenía ante sí una Venezuela con muchos problemas, pero con un nivel de vida por encima de la media latinoamericana. Y se propuso transformarla. Para ello decidió, en primer lugar, que él debería ser el presidente vitalicio del país y, claro, le sobraban sobre todo dos cosas, la oposición política y la libertad de prensa. Además, rápidamente señaló al enemigo, la economía de mercado y Estados Unidos.
Eso sí, para financiar su revolución no ha tenido ningún problema en aprovecharse de las dinámicas del capitalismo en lo referente a los precios del petróleo y, por cierto, exportar el 60% de la producción del mismo a Estados Unidos, dada la estabilidad económica que estos le proporcionan. ¿Quizá desconoce el presidente Chávez que los tanques del imperio necesitan petróleo para avanzar?
Desde el principio dejó bien claro que la democracia solo era una herramienta de la que servirse para perpetuarse en el poder y para llevar a cabo su particular idea de lo que debe ser Venezuela. Estableciendo su cuartel general en el plató de su esperpéntico programa Aló Presidente, y utilizando de forma abusiva todos los medios a su disposición, se dispuso a liquidar cualquier atisbo de oposición.
Primero, celebrando una secuencia interminable de elecciones que solo desgastan y arruinan a sus opositores. Y, después, con la aprobación de la ley mordaza del 2004, que llevó al cierre en el 2006 de RCTV y al hostigamiento sistemático de cualquier medio contrario a su gestión.
En medio de este clima, hemos asistido desde mayo de este año a la orden de cerrar Globovisión, al cierre en agosto de dos cadenas de televisión y 34 emisoras de radio, así como a la amenaza de expulsar de las ondas a 240 emisoras más.
Pero esto no es suficiente, y es conocido el hecho de que el Gobierno de Chávez prepara la llamada ley especial de delitos mediáticos que, de acuerdo con la fiscal general, Luisa Ortega, se crea para sancionar a medios que en sus informaciones generen «zozobra y pánico en los ciudadanos». Si la llamasen ley Honecker, no extrañaría a nadie.
Hugo Chávez gobierna casi sin oposición y ello le ha permitido una desastrosa política económica basada en el control gubernativo del poder judicial, una absoluta falta de respeto por la propiedad privada, las nacionalizaciones arbitrarias de los servicios estratégicos, las expropiaciones forzosas de terrenos y una política de limosnas improductivas a las clases más desfavorecidas para ganarse su favor. Esta política emplea de la peor forma posible los beneficios obtenidos con el petróleo. Hoy en día, Venezuela nada en la pobreza y se dan restricciones en los servicios básicos (sí, esos mismos sectores que poco a poco ha nacionalizado Chávez) y Caracas es considerada la segunda ciudad más violenta del mundo y una de las más caras del planeta.
En el exterior, sus relaciones se limitan a dictaduras como la cubana o la iraní así como a los regímenes que él ha promocionado en Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Su contribución a América Latina se limita a ALBA y a Petrocaribe, dos mecanismos de injerencia en torno al petróleo con los que Chávez controla a sus aliados. Y no solo eso, no pasa un día sin que el presidente amenace una y otra vez la estabilidad del Cono Sur con sus agresivas declaraciones y políticas. La última, muy reciente, llamar a su población a prepararse para la guerra contra Colombia.
Qué lejos está Chávez de la izquierda sensata que han practicado Lula en Brasil o Tabaré Vázquez en Uruguay, obteniendo ambos resultados muy positivos. O de las exitosas políticas llevadas a cabo por el Gobierno progresista-liberal de Alejandro Toledo en Perú o por el conservador Uribe en Colombia. La clave reside en algo de lo que Chávez carece, gobernar con responsabilidad y sentido de Estado.
Tras conocer a Chávez, decía García Márquez en su artículo El enigma de los dos Chávez, que no sabía si sería un hombre que salvaría a su país o un ilusionista que pasaría a la historia como un déspota más.
El misterio se va resolviendo poco a poco, Hugo Chávez se parece cada vez más a Mugabe.
Profesor de Relaciones Internacionales
de la Universidad Complutense de Madrid.
En su camino hacia el socialismo del siglo XXI, Hugo Chávez recientemente proclamaba tres propuestas, las duchas de menos de tres minutos, usar linternas por la noche y asearse usando un solo vaso de agua. Si no fuera tan dramática la situación de Venezuela, y tanto lo que está en juego en el Cono Sur, sería para reírse. Sin embargo, es para llorar.
Pero hay que ir más allá de lo anecdótico de estas medidas que, por cierto, él y su corte socialista no aplican en absoluto. Basta con ver cómo para el 2010 el presupuesto para presidencia de la República se ha incrementado un 63%, alcanzando los 1.545 millones de dólares, de los cuales el amado líder solo para su aseo personal destina casi 600.000 dólares.
Tras fracasar su golpe de Estado en 1992 y pasar solo dos años en la cárcel, Chávez consiguió llegar al poder por la vía de las elecciones en 1999. El presidente tenía ante sí una Venezuela con muchos problemas, pero con un nivel de vida por encima de la media latinoamericana. Y se propuso transformarla. Para ello decidió, en primer lugar, que él debería ser el presidente vitalicio del país y, claro, le sobraban sobre todo dos cosas, la oposición política y la libertad de prensa. Además, rápidamente señaló al enemigo, la economía de mercado y Estados Unidos.
Eso sí, para financiar su revolución no ha tenido ningún problema en aprovecharse de las dinámicas del capitalismo en lo referente a los precios del petróleo y, por cierto, exportar el 60% de la producción del mismo a Estados Unidos, dada la estabilidad económica que estos le proporcionan. ¿Quizá desconoce el presidente Chávez que los tanques del imperio necesitan petróleo para avanzar?
Desde el principio dejó bien claro que la democracia solo era una herramienta de la que servirse para perpetuarse en el poder y para llevar a cabo su particular idea de lo que debe ser Venezuela. Estableciendo su cuartel general en el plató de su esperpéntico programa Aló Presidente, y utilizando de forma abusiva todos los medios a su disposición, se dispuso a liquidar cualquier atisbo de oposición.
Primero, celebrando una secuencia interminable de elecciones que solo desgastan y arruinan a sus opositores. Y, después, con la aprobación de la ley mordaza del 2004, que llevó al cierre en el 2006 de RCTV y al hostigamiento sistemático de cualquier medio contrario a su gestión.
En medio de este clima, hemos asistido desde mayo de este año a la orden de cerrar Globovisión, al cierre en agosto de dos cadenas de televisión y 34 emisoras de radio, así como a la amenaza de expulsar de las ondas a 240 emisoras más.
Pero esto no es suficiente, y es conocido el hecho de que el Gobierno de Chávez prepara la llamada ley especial de delitos mediáticos que, de acuerdo con la fiscal general, Luisa Ortega, se crea para sancionar a medios que en sus informaciones generen «zozobra y pánico en los ciudadanos». Si la llamasen ley Honecker, no extrañaría a nadie.
Hugo Chávez gobierna casi sin oposición y ello le ha permitido una desastrosa política económica basada en el control gubernativo del poder judicial, una absoluta falta de respeto por la propiedad privada, las nacionalizaciones arbitrarias de los servicios estratégicos, las expropiaciones forzosas de terrenos y una política de limosnas improductivas a las clases más desfavorecidas para ganarse su favor. Esta política emplea de la peor forma posible los beneficios obtenidos con el petróleo. Hoy en día, Venezuela nada en la pobreza y se dan restricciones en los servicios básicos (sí, esos mismos sectores que poco a poco ha nacionalizado Chávez) y Caracas es considerada la segunda ciudad más violenta del mundo y una de las más caras del planeta.
En el exterior, sus relaciones se limitan a dictaduras como la cubana o la iraní así como a los regímenes que él ha promocionado en Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Su contribución a América Latina se limita a ALBA y a Petrocaribe, dos mecanismos de injerencia en torno al petróleo con los que Chávez controla a sus aliados. Y no solo eso, no pasa un día sin que el presidente amenace una y otra vez la estabilidad del Cono Sur con sus agresivas declaraciones y políticas. La última, muy reciente, llamar a su población a prepararse para la guerra contra Colombia.
Qué lejos está Chávez de la izquierda sensata que han practicado Lula en Brasil o Tabaré Vázquez en Uruguay, obteniendo ambos resultados muy positivos. O de las exitosas políticas llevadas a cabo por el Gobierno progresista-liberal de Alejandro Toledo en Perú o por el conservador Uribe en Colombia. La clave reside en algo de lo que Chávez carece, gobernar con responsabilidad y sentido de Estado.
Tras conocer a Chávez, decía García Márquez en su artículo El enigma de los dos Chávez, que no sabía si sería un hombre que salvaría a su país o un ilusionista que pasaría a la historia como un déspota más.
El misterio se va resolviendo poco a poco, Hugo Chávez se parece cada vez más a Mugabe.
Profesor de Relaciones Internacionales
de la Universidad Complutense de Madrid.
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