Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
El día de los ataques del11-S, preguntaron al ex primer ministro israelí Benjamin Netanyahu qué significado tendría el ataque para las relaciones EE.UU.-Israel. Su rápida respuesta fue: “Muy bueno. Pues, no es bueno, pero generará simpatía inmediata (para Israel).”
Las guerras de los servicios de inteligencia se basan en modelos matemáticos para anticipar la respuesta del “blanco” a provocaciones escenificadas. Así las reacciones se hacen previsibles – dentro de un espectro aceptable de probabilidades. Cuando el matemático israelí Robert J. Aumann recibió el Premio Nobel 2005 de economía, reconoció que “toda la escuela de pensadores que hemos desarrollado aquí en Israel” ha convertido a “Israel en la principal autoridad en ese campo.”
Con una provocación bien planificada, la reacción anticipada puede incluso convertirse en un arma en el arsenal del agente provocador. Como reacción al 11-S ¿cuán difícil sería prever que EE.UU. recurriría a sus fuerzas armadas para vengar ese ataque? Con información amañada, ¿cuán difícil sería reorientar esa reacción para librar una guerra planificada hace tiempo contra Iraq – no en función de los intereses de EE.UU. sino para impulsar la agenda del Gran Israel?
El componente emocionalmente desgarrador de una provocación juega un papel clave en el campo de los planificadores de guerras usando la teoría de los juegos en el cual Israel es la autoridad. Con el asesinato televisado de 3.000 estadounidenses, el modo de pensar compartido de choque, tristeza e indignación hizo más fácil que los responsables políticos de EE.UU. creyeran que un Malhechor conocido en Iraq era el responsable, sin que importaran los hechos.
El desplazamiento estratégico de hechos con creencias inducidas, por su parte, requiere un período de “preparación de la actitud mental” para que “el blanco” ponga su fe en una ficción pre-escenificada. Los que indujeron la invasión de Iraq en marzo de 2003, comenzaron más de una década antes a “colocar hilos mentales” y a crear asociaciones mentales que impulsaran un plan.
Notable entre esos hilos fue la publicación en 1993 en Foreign Affairs de un artículo del profesor de Harvard Samuel Huntington. Para cuando su análisis apareció en forma de libro en 1996 como “El choque de civilizaciones”, más de 100 académicos y think-tanks estaban listos para promoverlo, preparando un “consenso de choque” cinco años antes del 11-S.
También fue publicado en 1996, bajo la conducción de Richard Perle: “A Clean Break: A New Strategy for Securing the Realm” ["Un cambio nítido: una nueva estrategia para asegurar el territorio nacional"] (es decir Israel). Miembro desde 1987 del Comité para la Política de Defensa de EE.UU., el auto-declarado sionista se convirtió en su presidente en 2001. Como asesor clave del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, el alto puesto de Perle en el Pentágono ayudó a crear el fundamento necesario para remover a Sadam Hussein como parte de una estrategia para un Gran Israel, un tema clave de “A Clean Break” publicado cinco años antes del 11-S.
Un asesinato masivo, artículos, libros, think-tanks y conocedores del Pentágono sin embargo, no bastan para administrar las variables en un modelo de juego de guerra “probabilista”. También se necesita responsables políticos que lo apoyen para prestar la apariencia de legitimidad y credibilidad a una operación justificada por inteligencia fijada alrededor de un plan predeterminado.
Ese papel fue cumplido con empeño por los senadores John McCain, Joe Lieberman, judío sionista de Connecticut, y Jon Kyl, cristiano sionista de Arizona, que patrocinaron en conjunto la Ley de Liberación de Iraq de 1998. Haciéndose eco de la agenda de Tel Aviv en “A Clean Break”, su ley estableció un hilo mental más en el modo de pensar público al pedir la remoción de Sadam Hussein tres años antes del 11-S.
Esa legislación también asignó 97 millones de dólares, en gran parte para promover esa agenda sionista. Distraído por elecciones al Congreso a mitad de período y por recursos de recusación por un oportuno affaire presidencial con la pasante en la Casa Blanca, Monica Lewinsky, Bill Clinton convirtió esa agenda en ley el 31 de octubre de 1998 – cinco años antes de la invasión dirigida por EE.UU. que derrocó a Sadam Hussein.
Después del 11-S, John McCain y Joe Lieberman se hicieron inseparables compañeros de ruta y propugnadores incontenibles de la invasión de Iraq. Pareciendo “presidencial” a bordo del portaaviones USS Theodore Roosevelt en enero de 2002, McCain estableció un nuevo hilo crucial cuando agitó un gorro de almirante, mientras proclamaba junto a Lieberman: “¡Vamos a Bagdad!”
Mediante el engaño
El descaro con el que progresó esa estrategia de teoría de los juegos a plena vista pudo ser visto en la conducta del secretario adjunto de Defensa, Paul Wolfowitz, otro sionista conocedor del círculo íntimo. Cuatro días después del 11-S, en una reunión de personalidades importantes en Camp David, propuso que EE.UU. invadiera Iraq. En aquel entonces, la inteligencia disponible todavía no apuntaba a una participación iraquí y se suponía que Osama bin Laden estaba oculto en una región remota de Afganistán.
Frustrado porque el presidente George H.W. Bush no quiso remover a Sadam Hussein durante la Guerra del Golfo de 1991, Wolfowitz propuso una Zona de No Vuelo en el norte de Iraq. Al llegar el año 2001, el Mossad israelí había tenido agentes trabajando durante una década en la ciudad norteña iraquí de Mosul. Informes de inteligencia sobre vínculos iraquíes con al-Qaeda también provinieron de Mosul – informes que posteriormente resultaron ser falsos. Mosul volvió a aparecer en noviembre de 2004 como centro de la insurgencia que desestabilizó Iraq. Esa reacción imposibilitó la rápida salida de fuerzas de la coalición prometida en testimonio ante el Congreso por el importante planificador de la guerra, Wolfowitz.
La fuente común de la inteligencia amañada que indujo a EE.UU. a la guerra en Iraq todavía tiene que ser reconocida, aunque expertos en inteligencia están de acuerdo en que un engaño en semejante escala necesitó una década para planificar, dotar de personal, preparar, orquestar y, hasta la fecha, encubrir. Los dos dirigentes del informe de la Comisión del 11-S admitieron que miembros de la Comisión impidieron que escucharan testimonio sobre la motivación del 11-S: la relación EE.UU.-Israel.
Las ficciones aceptadas como verdades generalmente aceptadas incluyeron las armas de destrucción masiva de Iraq, vínculos iraquíes con al-Qaeda, reuniones iraquíes con al-Qaeda en Praga, laboratorios móviles iraquíes de armas biológicas y compras iraquíes de "yellowcake" de uranio de Níger. Sólo este último caso fue admitido como engañoso en el marco de tiempo relevante. Se reveló sólo después del inicio de la guerra que todo el resto era falso, deficiente o amañado. Un intento de encubrir la historia del yellowcake llevó al procesamiento federal del jefe de gabinete del vicepresidente, Lewis Libby, otro entendido sionista bien posicionado.
¿Incluyó también la orquestación previa modelada según la teoría de los juegos la provocación israelí que condujo a la Segunda Intifada? Una intifada es un levantamiento o, literalmente, “zafarse” de un opresor. La Segunda Intifada en Palestina comenzó en septiembre de 2000 cuando el primer ministro de Israel, Ariel Sharon, encabezó una marcha armada al monte del Templo de Jerusalén un año antes del 11-S.
Después de un año de calma durante el cual los palestinos creyeron en las perspectivas de paz – los atentados suicidas recomenzaron después de esa extraordinaria provocación. Como reacción ante el levantamiento, Sharon y Netanyahu señalaron que los estadounidenses comprenderían la situación difícil de los victimizados israelíes sólo cuando “sientan nuestro dolor”. Pero ambos dirigentes israelíes sugirieron que ese modo de pensar compartido (“sientan nuestro dolor”) requeriría en EE.UU. un recuento de víctimas ponderado de 4.500 a 5.000 estadounidenses víctimas del terrorismo, el cálculo inicial de los que murieron en las torres gemelas del World Trade Center de Nueva York un año después.
¿La valkiria estadounidense?
Cuando tiene éxito la teoría de los juegos de guerra, fortalece al agente provocador mientras deja al blanco desacreditado y agotado por la reacción anticipada a una provocación hecha en el momento adecuado. Según los estándares de la teoría de juegos, el 11-S fue un éxito estratégico porque EE.UU. apareció irracional en sus reacciones – la invasión de Iraq que provocó una mortífera insurgencia con consecuencias devastadoras tanto para Iraq como para EE.UU.
Esa insurgencia, por su parte, fue una reacción fácilmente modelada ante la invasión de una nación que (a) no jugó ningún papel en la provocación, y (b) de la que se sabía que estaba poblada por tres sectas en conflicto desde hace tiempo, donde una paz inestable era mantenida por un ex aliado de EE.UU. quien fue rebautizado como el Malhechor. A medida que aumentaba el coste en sangre y dinero, EE.UU. se sobre-extendió militar, financiera y diplomáticamente.
Mientras “el blanco” (EE.UU.) aparecía en primer plano, el agente provocador se desvanecía en el fondo. Pero sólo después de dinámicas catalizadoras que continuamente vaciaban a EE.UU. de credibilidad, recursos y resolución. Esta victoria “probabilista” también provocó cinismo, inseguridad, desconfianza y desilusión generalizados junto con una capacidad declinante para defender sus intereses debido a la duplicidad de un enemigo interior experto en la teoría de los juegos.
Mientras tanto, el público estadounidense cayó bajo un régimen de supervisión, vigilancia e intimidación presentado como seguridad “de la patria.” Esa operación interior incluso presenta indicios retóricos de una “patria” de la Segunda Guerra Mundial con señales obvias de un fuerza extraña a EE.UU. con su adopción bienvenida de la disensión abierta. ¿Se quiere que esta operación proteja a los estadounidenses o que ampare contra los estadounidenses a los responsables de esta operación de personas de dentro con acceso a información privilegiada?
Al manipular el modo de pensar compartido, los expertos planificadores de guerras mediante el uso de la teoría de los juegos pueden librar batallas a plena vista y en múltiples frentes con recursos mínimos. Una estrategia probada: Presentarse como aliado de una nación bien armada predispuesta a desplegar sus fuerzas armadas como reacción ante un asesinato masivo. En este caso, el resultado desestabilizó Iraq, creando crisis que podían ser explotadas para obtener una ventaja estratégica al expandir el conflicto a Irán, otro objetivo clave de Israel anunciado en “A Clean Break” – siete años antes de la invasión de Iraq.
¿Qué nación se benefició del despliegue de fuerzas de la coalición en la región? El resultado actual, matemáticamente modelable, debilitó la seguridad nacional de EE.UU. al sobre-extender sus fuerzas armadas, desacreditar su dirigencia, degradar su condición financiera y deshabilitar su voluntad política. En términos de teoría de juegos, esos resultados fueron “perfectamente previsibles” – dentro de una gama aceptable de probabilidades.
En la asimetría que tipifica la actual guerra inconvencional, los que son pocos en cantidad tienen que librar la guerra mediante el engaño, no de modo transparente y con medios que influyan en su impacto. ¿Qué nación si no Israel se ajusta a esa descripción?
¿Traición a plena vista?
Los planificadores de guerras usando la teoría de los juegos manipulan el entorno mental compartido conformando percepciones y creando impresiones que se convierten en opiniones de consenso. Con la ayuda de crisis bien calculadas, los creadores de políticas se alinean con una agenda predeterminada – no porque sean Malhechores o “imperialistas” sino porque el modo de pensar compartido ha sido precondicionado para que reaccione no a los hechos sino a emociones manipuladas y creencias consensuales. Sin el asesinato de 3.000 personas el 11-S, ahora la credibilidad de EE.UU. no estaría dañada y la economía de EE.UU. estaría en mejores condiciones.
Pero el desplazamiento continuo de hechos con los cuales “el blanco” puede ser inducido a creer, los pocos dentro de los pocos amplifican el impacto de su duplicidad. Mediante la manipulación del modo de pensar del público, los planificadores de guerras mediante la teoría de los juegos pueden derrotar a un oponente con recursos vastamente superiores induciendo las decisiones que aseguran su derrota.
Las guerras de inteligencia son libradas a plena vista y bajo la cobertura de creencias ampliamente compartidas. Al manipular la opinión consensual, esas guerras pueden ser ganadas desde el interior induciendo a un pueblo a elegir libremente precisamente las fuerzas que ponen en peligro su libertad. Por lo tanto en la Era de la Información el poder desproporcionado ejercido por los que tienen una influencia desproporcionada en los medios, la cultura pop, los think-tanks, el sector académico y la política – dominios en los que la influencia sionista es más incontrolada.
Las creencias inducidas actúan como un multiplicador de fuerzas para librar guerras de inteligencia desde las sombras. En el núcleo operacional de una tal guerra están los que son magistrales en la anticipación de la reacción del blanco a una provocación y en la incorporación de esa reacción en su arsenal. Para los que libran guerras de esa manera, los hechos son sólo una barrera que hay que superar. Para las naciones que dependen de hechos, el estado de derecho y el consenso informado para proteger su libertad, esa traición de los poseedores de información privilegiada plantea la mayor amenaza posible para la seguridad nacional.
EE.UU. es mucho menos seguro que antes del 11-S. Es obvio que Tel Aviv tiene la intención de continuar con sus provocaciones en serie, como lo demuestra su continua expansión de los asentamientos. Israel no ha mostrado señal alguna de su disposición a negociar de buena fe o tomar los pasos necesarios para que la paz sea una posibilidad. Hasta hoy, Barack Obama no parece estar dispuesto a nombrar a altos funcionarios que no sean sionistas o fuertemente pro-israelíes. La mayor amenaza para la paz mundial no son los terroristas. La mayor amenaza es la relación EE.UU.-Israel.
Tal como fue necesaria una década de escenificación previa para inducir plausiblemente a EE.UU. a invadir Iraq, existe actualmente una estrategia para persuadir a EE.UU. para que invada Irán o para que apoye o condone un ataque por Israel. La misma duplicidad actúa de nuevo, incluida la identificación destacada del indispensable Malhechor. Desde el comienzo mismo, la empresa sionista se concentró en la hegemonía en Oriente Próximo. Su enmarañada alianza con EE.UU. posibilitó que esa empresa desplegara el poderío estadounidense con ese fin.
Sólo una nación poseía los medios, el motivo, la oportunidad y los servicios de inteligencia estatal necesarios para llevar a EE.UU. a la guerra en Oriente Próximo, mientras al mismo tiempo hacía parecer como si el problema fuera el Islam. Si Barack Obama sigue acatando las decisiones de Tel Aviv, puede ser culpado en buena lid cuando el próximo ataque ocurra en EE.UU. o en la Unión Europea con la orgía usual de evidencia que apunta a un objetivo predeterminado. Si ocurre otro asesinato masivo, ese evento será rastreable directamente a la relación EE.UU.-Israel y al hecho de que los responsables políticos de EE.UU. no hayan sido capaces de liberar a su país de ese enemigo interior.
………….
Jeff Gates, autor ampliamente aclamado, abogado, banquero de inversiones, educador y asesor a dirigentes gubernamentales, corporativos y sindicales en todo el mundo. Su próximo libro es “Guilt By Association—How Deception and Self-Deceit Took America to War” (2008). Sus libros anteriores incluyen: “Democracy at Risk: Rescuing Main Street From Wall Street” y “The Ownership Solution: Toward a Shared Capitalism for the 21st Century.”
http://www.informationclearinghouse.info/article23488.htm
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